Capítulo 14

—Lucas, ¿Lucas?, ¿me oyes?

Abrí los ojos con lentitud y lo primero que vi fue el rostro de Santiago. Cuando quise levantarme, un dolor agudo en el cuello me detuvo.

—¿Qué pasó?, ¿dónde están mi hermano y mi madre?

—Están declarando con la policía. Tu hermano golpeó a tu padre en la cabeza con un adorno. Pero está vivo, no te preocupes —dijo cuando me vio abrir los ojos de par en par.

—¿Van a meter preso a mi hermano? —pregunté con la voz temblorosa.

—No, te estaba defendiendo. La policía vendrá a pedirte declaración en cuanto sepan que despertaste. Tu madre le puso una denuncia a tu padre por agresión. Casi te mata, Lucas, no creo que culpen a tu hermano por romperle la cabeza. Yo hubiese hecho lo mismo.

—¿Dónde está mi padre ahora?

—En este mismo hospital. Está con custodia policial mientras lo curan. Ya tiene un cargo por desacato, porque cuando me vio llegar enloqueció y quiso bajarse de la ambulancia para golpearme.

Resoplé, cerrando los ojos. Tenía puesto un collarín que no me permitía mover el cuello, me dolía la mejilla y apenas podía abrir el ojo izquierdo, sin embargo, el dolor físico ni siquiera se asomaba al dolor que se alojó en mi pecho cuando recordé todo lo que había sucedido. Santiago se sentó junto a mí, tomando mi mano cuando notó que una lágrima se escapó y resbaló por mi mejilla.

—Todo estará bien, bebé —dijo en voz baja, besándome la frente—, yo estaré contigo.

Cuando los sentimientos me abordaron, estiré la mano buscando la de Santiago. Una lágrima siguió a la otra y comencé a llorar con ganas, tratando de suavizar esa desagradable sensación de desasosiego que me arañaba el pecho.

Cayó la noche y el médico de guardia me quitó el collarín luego de constatar que no tenía ninguna lesión grave. Luego llegaron dos policías a tomarme la declaración. Lo único que recordaba era la charla con mi madre, y el rostro furibundo de mi padre encima de mí. Recordaba sus manos ásperas apretándome el cuello, su voz gruesa y ronca gritándome toda clase de cosas desagradables. Al final, la imagen de Cristofer apareció en mi cabeza junto a un sonido seco.

—¿No recuerdas más nada?

—No, me desmayé luego de eso. Oficial, mi hermano me estaba defendiendo. Mi padre siempre fue violento con nosotros, por favor, no haga que se meta en un problema por esto.

El hombre asintió, guardando la pequeña libreta en la que anotó mi declaración en el bolsillo del pantalón.

—Ya veremos qué puede hacerse. Esto puede ir a tribunales y ahí un juez resolverá si le pone cargos a tu hermano o no. Nosotros solo tenemos que tomar la declaración.

—Gracias —dijo Santiago.

Los hombres asintieron y se marcharon. Yo me quedé en silencio, acomodándome en la camilla.

Las marcas en mi cuello no tardaron en aparecer; primero un leve rubor, que de a poco fue transformándose en unas manchas rojizas que acabaron violetas.

Cuando salimos del hospital fuimos directo a mi casa. Obviamente, mis amigos acudieron tan pronto como supieron lo que había sucedido, y al verme en ese estado se espantaron. A Gigi le dio una crisis de nervios, Claudia casi sale a buscar a mi padre para darle una paliza y Sebas, el más tranquilo del equipo, intentaba calmar las aguas, pero la preocupación estuvo presente en su rostro durante todo el rato.

—Planeo llevarme a mamá conmigo por un tiempo —dijo Cristofer, sentándose a los pies de mi cama.

Yo estaba tumbado boca abajo, con el rostro hundido entre las almohadas.

—¿Qué te dijo la policía?

—Alegué que fue en defensa propia, además, él se puso agresivo con ellos también, así que luego de curarlo, se lo llevaron a la seccional. No fue tan grave tampoco, pudo haber sido peor. Convencí a mamá para que le pusiera una orden de restricción, pero no sé si va a respetarla.

—No tendrías que haber hecho eso —dije sin mucha expresión en la voz.

—Te estaba ahorcando, Lucas. ¿Qué querías que hiciera?, mira cómo te dejó...

—Pudieron arrestarte por su culpa, si eso sucedía yo mismo lo mataba.

—No si él te mataba primero. Date la vuelta, niño, mírame.

Me giré con pereza, mirándolo de soslayo. Él estiró la mano, quitándome los mechones de pelo de la cara. Me tomó del mentón, levantándolo con suavidad para mirar las marcas de mi cuello.

—Es un animal... —chasqueó la lengua—. Eres mi hermano menor, y si tengo que ir preso por defenderte, lo haré una y mil veces, ¿entiendes? Durante mucho tiempo dejé que él te pegara, pero ya no seré un cobarde nunca más. No voy a dejar que les haga daño de nuevo.

—Nunca pensé que nuestra familia se destruiría en un abrir y cerrar de ojos. Me siento horrible por todo lo que pasó. Papá tiene cargos por agresión, hizo cosas terribles y todo es por...

—No, Lucas, no. —Alzó el dedo índice frente a mi cara—. No te atrevas a decir que esto es por culpa tuya. Él mismo fue quien destruyó a esta familia. Si las cosas no se daban de esta manera, quizá nunca nos hubiésemos librado de este calvario. Más bien gracias a ti fue que pudimos salir. Libraste a mamá de un infierno y fuiste a buscarme. Tú, Lucas, salvaste lo que queda de esta familia así que no te atrevas a echarte la culpa.

En ese momento me sentí como un niño otra vez. Recordé las veces en las que, luego de las brutales palizas de mi padre, mi hermano me consolaba, dándome palabras de aliento mientras me curaba las heridas.

Mi madre entró a la habitación con lágrimas en los ojos. La angustia estaba plasmada por toda su cara. Se acercó a nosotros, y sin decirnos nada, nos abrazó a los dos. En ese momento me permití llorar como nunca lo había hecho en mi vida.

. . .

—Mi hermano me dijo que quizá lo mejor es que me mude —le comenté a Santiago, apoyando el mentón sobre mis brazos.

—Me parece una buena idea, pero creo que a ti no te agrada mucho, ¿no?

Negué, suspirando.

—Detesto las mudanzas, tengo que ponerme a buscar otro departamento amueblado, ahorrar el dinero para el depósito y es... demasiado complicado. No me da la cabeza para pensar en eso ahora.

Santiago se sentó frente a mí, apoyando los brazos extendidos sobre la mesa para tomar mis manos. Permití el contacto, alzando ambas cejas al ver de nuevo esa sonrisa que me volaba la cabeza. Me mordí la cara interna de las mejillas cuando él abrió la boca para hablar.

—Podrías... quizás... ¿mudarte conmigo? —apretó mis manos cuando sintió que me puse tenso—. No te asustes, no te estoy proponiendo matrimonio, tonto. Mi apartamento es grande, puedes quedarte un tiempo conmigo hasta que consigas algo más, o también está la opción de quedarte conmigo...

—Pero tú y yo... —titubeé, no sabía qué decir, y no quería hacer uso de mis habilidades especiales para cagarla.

—No necesitamos formalizar nada, Lucas. Te estoy dando una solución rápida, quiero evitarte todo ese rollo que mencionaste. Tampoco es que tengas que decidirlo ya, piénsalo. Las puertas de mi casa estarán abiertas. De todas maneras, hasta que decidas voy a quedarme contigo todo lo que pueda, te dejé solo un momento y casi te matan, eres un imán para los líos, nene.

Esbocé una sonrisa amplia luego de aclararme la garganta. Lo cierto es que a esas alturas ya no me parecía tan terrible llegar a formalizar con él. Por supuesto que todavía me costaba un poco aceptar que Santiago me encantaba, lo hacía internamente cuando lo veía sonreír de esa manera tan coqueta y seductora, o cuando decía cosas geniales, justo como acababa de hacerlo.

—Déjame pensarlo.

Terminé por decir, y él aprobó esa decisión con una sonrisa.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top