Capítulo 13
—Tu padre y yo decidimos que lo mejor era divorciarnos.
Mi madre tomó un sorbo de té y dejó la taza sobre la mesita ratona. Se veía demacrada, enferma. Jamás la había visto tan deteriorada.
—Mamá, pero... ¿sucedió algo?
—Solo..., tuvimos varios desacuerdos.
—Es por mi culpa, ¿verdad?
—No, Lucas... —Se levantó, acunando mi rostro con las dos manos—. Tú no tienes la culpa de que tu padre sea un chapado a la antigua. Se dejó llevar por la religión, tú ya sabes cómo es él. Yo ya no era feliz estando a su lado, una debe aceptar cuando las cosas llegan a su fin, y nuestro matrimonio ya no funciona. Terminamos nuestro ciclo.
—Si no hubiera escuchado esa conversación aquella noche, nada de esto hubiera sucedido... Lo arruiné.
Mi madre negó con la cabeza, regresando al sofá. Cris estaba junto a mí, apoyado en el posa brazos del sofá grande que estaba en la sala.
Mi madre nos había citado a los dos en su casa. Al inicio nos opusimos de inmediato a pisar ese sitio hasta que ella nos aseguró que mi padre ya se había marchado.
Me parecía increíble lo diferente que lucía todo a pesar de que las cosas seguían en su lugar. Las fotos familiares seguían colgadas en el mismo sitio, junto a la puerta de la cocina. Mamá conservaba los mismos muebles, los mismos adornos, incluso los mismos sillones de terciopelo marrón, notablemente gastados por el paso del tiempo. Sin embargo, el ambiente de aquella casa ya no era cálido. Más allá de todo lo que papá nos había hecho pasar, mi madre siempre hizo que esa casa fría y antigua se sintiera como un verdadero hogar.
—¿Dónde está papá? —intervino Cris, cruzado de brazos. Ambos sabíamos que había algo que mamá no nos estaba contando—. Digo, ¿accedió a divorciarse así, sin más?
Mamá suspiró, pasándose la mano por la nuca mientras ladeaba el rostro. Los dos estuvimos expectantes, esperando que ella se animara a hablar. Tomó otro sorbo de té y nos miró a ambos con una sonrisa, tan gastada como sus sillones.
—No sé para dónde fue. Tuvimos una discusión fuerte hace una semana y supimos que ya era tiempo de dejarlo. Obviamente que no accedió fácilmente, en la iglesia el divorcio es pecado, pero yo... yo ya no puedo estar con él.
—Mamá... —me acerqué a ella y me coloqué en cuclillas para mirarla a los ojos—. Si sucedió algo malo solo dinos. Somos tus hijos, estaremos aquí para lo que sea que necesites.
—Puedes confiar en nosotros, má —dijo Cris—. Sabemos que algo no anda bien, así que desembucha.
Ella se cubrió la boca con una mano, y noté que había comenzado a temblar. Cris se acercó a nosotros y se colocó a su lado. Le acarició la espalda con ternura para intentar calmarla, pero eso pareció empeorar su estado.
—Deben prometerme que no harán nada si les cuento lo que pasó —dijo finalmente, con la voz trémula.
Nos miramos durante unos momentos, Cris negó, afilando la mirada, yo le hice un gesto que mamá no percibió. Ambos sabíamos que si mi padre le había hecho algo, romperíamos cualquier promesa en cuanto él apareciera.
—Lo prometemos, cuéntanos.
Guardó silencio durante unos momentos más, como si estuviera tomando coraje. Suspiró, tomó una servilleta de la mesita, y luego de limpiarse el rostro, comenzó:
—La semana pasada tuvimos una discusión muy fuerte. Se enteró de que fui a ver a tu hermano. Supo que estaba de acuerdo con su elección y él solo se volvió loco —contó mirando a Cris—. Se marchó muy molesto cerca del mediodía y estuvo todo el día fuera. Como a las doce de la noche escuché la puerta y cuando lo vi llegar... —De nuevo rompió en llanto, pero lo ahogó con el pañuelo descartable que mantenía fuertemente apretado en su mano—, estaba muy tomado. Comenzamos a discutir de nuevo y le dije que no podía meterse a la cama así, que se diera una ducha, y él... Dios mío, qué vergüenza...
—Mamá... ¿Te golpeó? —pregunté, apretándole con suavidad la mano.
Ella negó, limpiándose los ojos con el pañuelo antes de continuar.
—Hizo algo peor que eso. Por Dios, es muy difícil contarle esto a mis hijos... No quiero ensuciar la imagen que tienen de su padre...
—Él mismo ensució la imagen que teníamos de él, ma. Lucas y yo ya no somos niños, y si él te hizo daño necesitamos saberlo.
—Si se meten en problemas por esto no podría perdonarme. Ustedes ya pasaron demasiado tiempo siendo víctimas de él, no quiero que eso se repita.
—Mamá, nos estás asustando. Cuéntanos de una vez. Nadie va a meterse en problemas.
Ella apoyó los puños cerrados sobre las rodillas, agachando la cabeza para que no la viéramos seguir llorando.
—Él intentó abusar de mí —dijo rápidamente—. Por fortuna se quedó dormido y pude salir del cuarto antes de que despertara. Llamé a Alicia, la vecina, y pasé la noche en su casa. Hablé con el pastor Franco sobre lo que había pasado, pero él me dijo que la mujer debe estar sujeta a su marido, y yo no puedo...
—Ese pastor es tan hijo de puta como él. ¿Para qué lo llamaste? Más vale que ni siquiera se aparezca porque lo mato —dije furioso.
—¡Lucas, por Dios! —chilló ella.
—¿Llamaste a la policía? Podrías denunciarlo por esto —intervino Cristofer, haciéndome un gesto con la mano para que me calmara.
—No, estaba muy asustada, no quería estropear el matrimonio, él nunca había sido agresivo conmigo, yo no sé qué sucedió...
—Mamá... —Tomé su rostro con ambas manos, buscando su mirada—. Tú no arruinaste nada. Ese tipo ha estado enfermo desde siempre. Si tenía un problema conmigo, hubiera ido a mi casa y me hubiera caído a golpes, pero tú no tienes nada que ver en esto. Descargó su frustración con la persona equivocada.
—Por favor no hagan nada, yo lo pensé bien y voy a divorciarme de él, yo sé que es nocivo...
—Más vale que no regrese, ¡me voy a quedar contigo y si se le ocurre venir...!
—Lucas —Cristofer se paró frente a mí y me tomó por los hombros—. Necesito hablar contigo un momento.
Me tomó del brazo y me arrastró hacia la cocina. Cerró la puerta corrediza y de inmediato sus ojos me atravesaron.
—Cálmate o te golpeo. Mamá está traumatizada, tiene miedo de que nos metamos en un problema, y cree que la culpa de todo esto es suya. Vamos a denunciar a ese hijo de puta, pero si tú sigues lanzando amenazas al aire solo conseguirás asustarla peor. Así que tranquilízate e intenta controlar tu furia, ¿está bien?
Asentí, resoplando. Se me hacía muy difícil contener mis emociones luego de saber todo lo que mi madre tuvo que pasar. Ella era la clase de persona que era capaz de darlo todo por su familia. Era demasiado ingenua para entender que el hombre con el que se había casado la tuvo siempre bajo su influencia. Mi padre nunca fue un buen hombre, solo supo ocultar bien sus intenciones y su maldad dentro de una biblia, como tantos otros.
Escuchamos la voz de mi madre en la sala y un golpe seco. Salimos rápidamente de la cocina y llegamos justo para ver cómo él la empujaba para entrar en la casa a la fuerza. Sus ojos pardos se clavaron en los míos, y como un toro siendo provocado por el torero, arremetió contra mí y consiguió tumbarme al suelo. El primer golpe dio de lleno en mi rostro. Escuché los gritos de mi madre y la voz de mi hermano como si tuviera la cabeza adentro de una botella. Mi padre rodeó mi cuello con ambas manos y comenzó a ejercer presión mientras repetía una y otra vez que estaba enfermo, que había arruinado la familia, que era una escoria. Comencé a ver su rostro borroso mientras mis manos arañaban sus muñecas, en un intento desesperado por conseguir zafar de aquel agarre que me estaba asfixiando. Mis brazos cayeron laxos sobre la alfombra cuando perdí las fuerzas, y en ese momento, justo antes de desmayarme, vi a mi hermano detrás de mi padre con uno de los adornos de mamá en las manos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top