Capítulo 12

—¿Con cuántos tipos estuviste antes de conocer a Lucas?

Admito que cuando mi hermano dijo que iría a verme, no esperaba que fuera tan pronto. Apenas había pasado una semana y media, y esa mañana apareció sin más, sin siquiera avisarme.

—Cris, por favor...

—¿Qué? No le estoy preguntando nada del otro mundo, ¿se hicieron exámenes?

—Ay, por Dios...

Santiago disimuló una sonrisa, cubriéndose la boca con la mano. Mi hermano no había perdido oportunidad de interrogarlo cual policía a criminal; se había sentado frente a él y disparaba preguntas como una AK-47.

—He estado con varios hombres, y sí, me he hecho exámenes, todos los años. Estoy sano.

—¿Usan condón?

—¡Cristofer!

—Sí, usamos condón.

Santiago parecía inmutable. Respondía cada pregunta como si aquello fuera lo más normal del mundo. Definitivamente detestaba esa faceta sobreprotectora de mi hermano, pero sabía que ya no había forma de detenerlo; prefería que lo hiciera delante de mí y no que lo agarrase a solas.

—Bien... ¿Qué haces para ganarte la vida, Santiago?

Alex notó de inmediato mi cara de susto cuando Cris hizo esa pregunta. Santiago cruzó los brazos sobre el pecho y me miró de reojo antes de responder.

—Los fines de semana soy barman en un pub —contestó sin dar demasiados detalles—. Estudié licenciatura en educación física, deportes y recreación, terminé la carrera y comencé a dar clases en un colegio, es lo que hago de lunes a viernes.

Cris alzó las cejas, sorprendido. Aquel dato había sido una sorpresa hasta para mí, Santiago nunca me había mencionado nada acerca de eso.

—De ser profesor a trabajar de barman hay una enorme diferencia —respondió Cris, apoyando el codo en el posa brazo del sofá.

—Te pagan el doble porque trabajas de noche. Me sirvió para ahorrar algo de dinero y poder valerme por mí mismo. Es un trabajo digno, como lo es enseñar educación física o cualquier otra materia. Lamentablemente a los profesores les pagan poco.

Mi hermano asintió. Yo estaba parado detrás de ellos, con los brazos cruzados y una cara de estreñimiento que daba risa.

—¿Cuántos años me dijiste que tenías? —continuó Cris.

—No te dije, tengo veintisiete.

—¿Qué es lo que pretendes con mi hermano?

Santiago ladeó la cabeza con una sonrisa encantadora, la misma que logró comprar a mis amigos y a mí. No estaba seguro de que funcionara con mi hermano, pero no perdí las esperanzas. Lo escuché suspirar y cuando abrió la boca, se me aceleró el corazón. Su respuesta me interesaba bastante.

—Lucas me gusta —comenzó—. Llevaba bastante tiempo sin tener una relación seria, sé que esto comenzó siendo solo sexo casual, pero me gustaría llegar a algo más formal con él. De todas formas, yo sé que él todavía está un poco confundido y no quiero presionarlo a nada, vamos llevándolo despacio. No me interesa estar con nadie más por el momento porque me siento muy a gusto con él, es un buen chico.

Una sonrisa tonta se formó en mi rostro cuando lo escuché decir eso. Sentí las mejillas calientes y me fui a la cocina para que no me vieran avergonzado como un niño.

—Confundido o no, déjame decirte que lograste sacarlo de esa burbuja en la que estaba metido. No sé qué hiciste con él, o bueno, tal vez sí lo sepa, pero no quiero imaginármelo.

—¡Cristofer! —grité desde la cocina, y escuché la risa de todos.

Para mi fortuna, el almuerzo fue mucho más ameno que el desayuno. Santiago y Alex se habían puesto a conversar sobre sus profesiones, Cris solo comía en silencio, observando atentamente a Santi, como buen perfilador.

—¿Vas a llamar a mamá? —le pregunté mientras lavábamos la cocina.

—Sí, pensaba hacerlo esta tarde, no quiero ir a su casa y toparme con papá, no estoy seguro de poder mantenerme tranquilo si lo escucho decir algo malo sobre mi elección de vida.

—Oye, Cris... —Me sequé las manos con el repasador y me apoyé en la mesada—. Creo que algo anda mal con mamá. La otra vez vino a verme y la noté un poco..., no sé, asustada. No quiso quedarse a cenar porque papá no sabía que había venido. Está haciendo las cosas a escondidas y temo que esté sucediendo algo malo.

—¿Le preguntaste?

—Desde luego que sí, pero ya sabes cómo es mamá, no quiso decirme nada.

—Voy a hablar con ella para ver qué me dice.

—Seguro se pondrá contenta cuando sepa que estamos en contacto de nuevo.

—Seguro que sí —afirmó—. Oye, me cae bien Santiago. No parece tener malas intenciones contigo. Y tú no eres ningún tonto para elegir, ¿eh? un profesor de educación física. —Se carcajeó cuando en mi rostro se hizo una mueca—. Ahora comprendo por qué perdiste la cabeza.

—¡Oye! Le voy a decir a Alex.

—Miramos tipos juntos, niño. Seguramente estará de acuerdo conmigo.

. . .

Las lágrimas empapaban sus mejillas mientras recorría aquella casa vacía y triste. Después de una acalorada discusión, su marido se había largado dando un portazo. Aquellos episodios se habían hecho algo habitual; cada vez que salía el tema de sus hijos, su marido estallaba y acababa gritándole toda clase de cosas desagradables antes de marcharse.

Esa noche, las cosas fueron más allá.

Después de cenar, se dio una ducha caliente antes de meterse en la cama. Cuando logró quedarse dormida, escuchó la puerta de entrada abrirse, y los pasos pesados de alguien que se dirigía a la habitación. Norma se levantó asustada pero cuando quiso abrir la puerta, su marido entró a la habitación, tambaleándose. El olor a alcohol lo delató de inmediato.

—Estás borracho —le dijo con desdén, alejándose del hombre que amenazaba con caérsele encima.

—Todo lo que ha pasado es... es tu culpa... —dijo Horacio, arrastrando la lengua. Se sostuvo del marco de la puerta con una mano mientras la otra señalaba a su esposa—. Tú arruinaste esta familia, eres una maldita ramera, pecadora... Te irás al infierno junto con ese bastardo que trajiste al mundo...

—Vete de aquí, Horacio. No vas a meterte a la cama en ese estado. —Cuando ella quiso acercarse, Horacio la tomó de un brazo y la tumbó sobre la cama—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—Eres mi mujer... cúmpleme...

Se subió a gatas sobre la cama, y cuando Norma quiso alejarse, atrapó sus tobillos con ambas manos.

—¡Suéltame, Horacio!

Chilló moviendo las piernas, pero el hombre estaba absorto. Apretó sus tobillos contra el colchón y escaló por sus piernas hasta atrapar una de sus muñecas. Norma se removió nerviosa bajo el cuerpo de su esposo para tratar de zafarse, pero el hombre la sostenía de tal manera que penas podía flexionar las rodillas. Sintió una de las manos del hombre colarse bajo su camisón, pero ella apretó las piernas para evitar que llegara más lejos.

El forcejeo duró hasta que Horacio, sumido bajo los efectos del alcohol, acabó quedándose dormido. Norma aprovechó para deslizarse fuera de la cama, aterrada. Se cubrió la boca con ambas manos mientras miraba desde la puerta a su esposo, tumbado boca abajo, con una de sus manos colgando por el borde de la cama. En ese momento supo que el hombre que ella había amado durante tantos años había desaparecido.

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