Capítulo 10

"¡Lucas!, ¿qué estás haciendo?, deja eso, ¡es de niñas!"

Sintió un fuerte dolor en el brazo cuando el hombre lo alzó con brusquedad del suelo.

"¡Déjalo, Horacio!, ¡es solo un niño!"

Los brazos cálidos de su madre lo arrebataron del agarre de Horacio, tratando de persuadirlo para evitar que lo castigara. Lucas soltó el llanto cuando su padre se quitó el cinturón y lo dobló a la mitad. Su cuerpo recordó el dolor y eso lo llenó de miedo; sabía que lo arrebataría del abrazo de su madre, siempre lo hacía. 

Lo tomó de la ropa y lo tiró al suelo con fuerza, su madre se cubrió la boca sin poder acercarse, anulada por la mirada severa de Horacio.

"Yo voy a hacer de mi hijo un hombre, no te metas, Norma".

El primer cintazo dibujó una franja roja en su espalda y lo hizo doblarse de dolor. Dejó salir un grito ahogado que le robó un quejido a su madre, quien desvió la mirada, sollozando. Luego, escuchó la voz de su padre que al principio llegó hasta sus oídos como un murmullo que poco a poco iba haciéndose más claro:

"Tú debes ser un hombre, Lucas, ¿me oíste? Los hombres no lloran, eso es de niñas. Aguanta como un hombrecito, ¿lo entiendes? Tú debes ser como él, debes seguir su ejemplo. ¡Deja de llorar!"

El último cintazo golpeó de nuevo su espalda y en ese momento su corazón explotó dentro de su pecho. Se vio a sí mismo arrollado en el suelo con la cara cubierta y los omóplatos ensangrentados. Luego, una voz que al principio parecía la de su madre, pero de a poco comenzó a distorsionarse:

—Lucas... ¡Lucas, despierta, estás teniendo una pesadilla!

Me senté de golpe en la cama con la mirada perdida. Le di un par de manotazos a Santiago antes de espabilarme. Estaba empapado y me temblaba todo el cuerpo. Santiago me apartó los mechones de la cara y me limpió el sudor de la frente con el pulgar. Estaba tan nervioso que ni siquiera podía abrir la boca para decirle nada. Me levanté de golpe, miré la hora en el teléfono y salí disparado al baño.

—Ya vengo —dije en el camino.

Me encerré para lavarme la cara y tratar de estabilizar mis emociones. Al mirarme, el espejo me devolvió una imagen terrible de mí mismo: estaba demacrado, despeinado y con los ojos vidriosos. Decidí que lo mejor era quitarme la ropa sudada y meterme a la ducha para intentar despejar la cabeza. Cuando salí, Santiago había ordenado la cama y me esperaba sentado en el otro extremo, con una taza de té.

—¿Estás bien?

—Sí, tuve un sueño horrible, perdón...

Luego de secarme el pelo busqué ropa en el cajón.

—¿Qué soñaste?

Fui vistiéndome mientras las imágenes de la pesadilla volvían a mi mente. Dejé la toalla en el suelo y me senté al otro extremo de la cama, tomando la taza de té con las dos manos.

—Con mi padre: algo que sucedía muy a menudo cuando era niño. Él decía que los niños no podían llorar porque eso era cosa de chicas. Yo siempre fui muy llorón, y cada vez que me encontraba llorando por algo me golpeaba.

—Ese tipo es un asco, si me permites decírtelo.

—Hace mucho tiempo que no soñaba con sus magníficas palizas.

—Lucas, ¿no has considerado ir a un especialista para que te ayude con esto?

Sonreí con amargura, luego me levanté la camiseta para enseñarle a Santiago mi espalda. Tenía algunas cicatrices en los omóplatos y en las costillas de la hebilla del cinturón con el que mi padre solía golpearme.

—Esto no lo borra ningún especialista, Santi. Mi padre se encargó de dejarme un recuerdo que me durará toda la vida. Creo que nunca te dije que tengo un hermano mayor. Nos llevamos seis años. Mi padre siempre lo tuvo por los cielos porque era más grande y más fuerte que yo. Él no lloraba nunca, o al menos eso fue lo que le hizo creer. Mi madre siempre me defendía cada vez que él quería pegarme, y mi hermano pensaba que ella me quería más a mí que a él.

Santiago alzó ambas cejas.

—¿Tienes contacto con él?

—No. —Agaché la mirada—. Mi padre se encargó de que me detestara. Él no quiere saber nada de mí, y si se llega a enterar de esto de seguro va a ser peor. De todas formas ya sé que mi padre va a decirle. —Me encogí de hombros—. Yo ya sabía que mi decisión iba a traer alguna consecuencia. Soy feliz sabiendo que por lo menos mi madre me acepta.

—Oh, bebé... —Santiago extendió los brazos y yo me apresuré a acurrucarme en su pecho. Me apretó y aprovechó la cercanía para besarme con ternura el centro de la cabeza—. Esto apesta, y sé que nada de lo que te diga va a mejorar las cosas, pero al final les va a tocar a ellos acostumbrarse. Tú puedes ser lo que quieras, puedes llorar todas las veces que quieras, y no serás menos hombre por eso.

—¿Ni siquiera por acurrucarme en los brazos de otro hombre para buscar consuelo?

—No, ni siquiera por eso. Ser un hombre de verdad no tiene nada que ver con tus gustos o con tu sensibilidad. Un hombre de verdad afronta las cosas y se acepta a sí mismo. No teme llorar, no teme amar a otro hombre. Un hombre de verdad, Lucas, no hace que sus hijos crezcan llenos de miedo y prejuicios. No hace que dos hermanos se odien, no antepone sus creencias antes que a su familia. Tu padre es un cobarde que teme perder las riendas de su hogar, y metió miedo a punta de golpes. Todos son víctimas de él, incluso tu madre.

Estiré los brazos para aferrarme a su cintura. La voz dulce y suave de Santiago acompañada de sus mimos, eran el combo perfecto para que yo pusiera a descansar mi mente perturbada. Por supuesto que me había costado admitir que con él me sentía yo mismo, pero esa noche logré comprender por qué siempre acababa regresando a sus brazos. En pocas palabras, Santiago me hacía bien.

. . .

—¿Que vas a qué? —Gigi alejó la taza de chocolate de su boca y el movimiento brusco hizo que salpicara un poco de bebida sobre su ropa—. Coño e' la madre, Lucas, no hagas vainas de las que luego te arrepientas, ¿oíste?

Santiago le acercó un repasador que ella aceptó de inmediato.

—Es cierto, bebé. Piensa bien las cosas antes de hacerlas. Si tu padre ya habló con tu hermano, de seguro van a terminar discutiendo y él va a decirte cosas que no vas a querer escuchar. Todavía estás demasiado susceptible con el tema, ¿no crees que deberías esperar un tiempo?

—No, quiero que escuche mi versión de las cosas, no que se quede con lo que le dice mi padre. Es mi hermano.

—Tu hermano, el que, te recuerdo, fue criado con el mismo pensamiento retrógrado de tu padre, Lucas.

Gigi tomó otro sorbo de chocolate mientras miraba la pantalla de su teléfono por encima de la taza.

—Yo también fui criado así, Gi, y mírame ahora. La gente puede cambiar.

—Pero llevas años sin saber nada de él, no sabes qué piensa. Ay no sé, chamo; para mí no es buena idea. Tú lo que estás buscando es formar un peo innecesario.

Santiago no pudo evitar soltar una carcajada ante el último comentario y la forma tan peculiar de hablar que tenía Gigi.

Yo sabía que ambos tenían razón. 

Quizá el buscar a mi hermano después de tanto tiempo era como golpear un panal de abejas, pero estaba listo para correr el riesgo. Me negaba a seguir permitiendo que mi padre se saliera con la suya, sus prejuicios ya no tenían por qué seguir ensuciándome. Mi relación con mi hermano mayor era una cuenta pendiente que necesitaba resolver antes de dar el siguiente paso. 

Dejé a los chicos en el comedor y me metí al cuarto con el teléfono en la mano. Disqué el número de la casa de mis padres y, para mi fortuna, mi madre fue la que contestó.

—Mamá, soy Lucas. ¿Cómo estás?, necesito que me pases la dirección de mi hermano.

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