Doce
El sol estaba en ese punto donde su luz da color a todo lo que abraza; el cielo azulado con nubes de apariencia esponjosa; el verde del césped era brillante y las copas de los árboles eran acariciadas por el viento. En el patio trasero de la casa de los Smith se escuchaban risas infantiles, chapoteos en el agua fresca de la piscina que contrastaba con el calor del clima. Los flotadores de colores vibrantes y formas divertidas hacían aquella escena digna de una postal de verano, a pesar de estar en plena primavera. El asador soltaba un aroma delicioso de la carne cocinándose y la hielera conservaba frías las bebidas, sodas; jugos; limonada recién hecha; y licor para los adultos.
En la terraza tenían una larga mesa hecha de madera y sillas a juego, que resaltaban de la herrería negra pero no opacaban la gran chimenea de ladrillos rojos. Scott y James terminaban de poner los cubiertos, vasos y el resto de la vajilla que usarían; Suzie y Annie jugaban con los niños en la piscina mientras Brian y Sarah cocinaban los últimos trozos de carne y salchichas en el asador.
—¿Alguien ha visto a Baaya? —preguntó James buscando a la mujer en los alrededores.
—Oh, la noté algo cansada y le mostré dónde estaba la habitación de huéspedes, debe seguir dormida —respondió Brian con espátula en mano, James le agradeció y entró a buscarla para que comieran todos juntos.
La planta alta de la casa tenía igual o mayor cantidad de decoraciones rústicas, el castaño incluso creyó haber visto una matrioshka con forma de gallina. Las puertas eran de un blanco desgastado que contrastaban con los muebles marrones y muros de un blanco más pulcro. Siguiendo las indicaciones de Brian, James encontró la habitación en uno de los pasillos a mano izquierda subiendo las escaleras. Un sonido hizo que se sobresaltara sólo para encontrarse con una cabellera rubia y una sonrisa burlona.
—Hey, tranquilo, no soy un fantasma —dijo Sarah riéndose—. Debiste ver tu cara, fue tan divertida.
—No me asusté... sólo me sorprendiste, Sarah, es todo.
—¿Buscas algo acá arriba?
—Uh, sí, Brian me dijo que Baaya estaba dormida y vine a despertarla para que comiéramos juntos.
—Aww eso es tan lindo de tu parte, cariño —la mujer dio un paso hacia adelante acercándose provocadoramente al castaño—. Eres un hombre tan tierno, James Auclair. Tu esposa debe ser la mujer más afortunada del mundo.
—Yo... uh... —comenzó a ponerse nervioso, Sarah aprovechó ese instante para acorralarlo contra la puerta— Sarah... ¿Qu-Qué estás haciendo?
—No lo sé, tú dime qué quieres que haga y lo haré —dijo susurrándole sensualmente al oído.
—Debo buscar a Baaya...
—Después —juntó sus labios en un movimiento rápido, tenían sabor a cereza y alcohol, James no sabía qué hacer. La mujer tomó de la perilla, y aprovechando el control que tenía, condujo al castaño hacia la cama poniéndose encima de él.
—Sarah... no deberíamos hacer esto.
—Hay muchas cosas que no deberíamos hacer, cariño.
Puso ambas manos al lado del castaño y uniendo sus labios nuevamente comenzó a frotar lentamente su entrepierna contra el cuerpo de James haciéndola gemir por lo bajo; sus ojos se encontraron con las esmeraldas de James y con una sonrisa juguetona en el rostro tomó una de sus manos colocándola sobre la parte superior de su bikini, moviéndola lentamente en círculos que incrementaban el sonrojo de la rubia. El miembro de James comenzaba a reaccionar por los movimientos de Sarah, sus intimidades estaban separadas únicamente por las delgadas telas de sus trajes por lo que la rubia sentía cómo aquello comenzaba a crecer. Tomó la otra mano del castaño y la colocó en su cadera, el roce de sus partes íntimas excitaba notablemente a la mujer.
—Mmm... James... quiero... que me toques... —musitó entre gemidos.
«James... déjame tocarte»
Sus ojos se abrieron y con cuidado apartó rápidamente a Sarah alejándose la cama, dejándola confundida. Intentó acercarse al castaño, pero se detuvo al ver cómo parecía estar fuera de sí. Una expresión de tristeza se dibujó en el rostro de la rubia, murmuró una disculpa y salió de la habitación. Lágrimas escurrieron de aquellos ojos verdes; ¿por qué tuvo que sentirse así? Su cabeza se sentía tan confundida. Después de aquel día le prometió no volver a tener algún tipo de relación, pero el incesante deseo de su hija por verlo enamorado una vez más y el reencontrarse con su primer amor no hicieron más que llenarle la cabeza de recuerdos y viejas promesas.
No quería alejarla de esa manera, incluso mentiría si se decía a sí mismo que aquello estaba lejos de desagradarle. Sarah es una mujer divertida, inteligente y bastante atractiva, Sarah es todo lo que ella era... pero ella ya no estaba y tenía que afrontarlo, tenía que dejarla ir por más que le doliera en el corazón. ¿Pero cómo dejar ir algo que se quedó aferrado al alma después de tanto tiempo, después de que estuvo a tu lado durante una de las peores etapas de tu vida? ¿Cómo dejar ir algo que amaste y que la vida te arrebató...? Esas eran las preguntas que le llegaban a su cabeza apenas se planteaba la posibilidad de darse una nueva oportunidad para encontrar algo que le hiciera feliz y lo llenara en el sentido romántico.
—Soy patético —dijo reprochándose antes de salir de la habitación con la mirada gacha para ocultar sus ojos vidriosos.
—James —escuchó la voz de Baaya, quien lo miraba con un semblante de preocupación. Se acercó a abrazarle mientras acariciaba su cabellera castaña, con sus brazos rodeó el pequeño cuerpo de su segunda madre y se quedaron en silencio durante unos segundos para después reunirse con los demás en la terraza.
Al llegar, James se encontró con la mirada triste de Sarah; podía entenderla, se comportó de una manera grosera con ella a pesar de que esa nunca fue su intención. Annie les sirvió un plato con comida, Baaya se sentó en el lugar cerca de Suzie que le estaba mostrando fotografías de algo en su celular y sostenían una conversación sobre Italia. Miharu estaba con los demás niños y parecía estarla pasando de maravilla, al igual que todos en el resto de la mesa a excepción de Sarah. James se sentó al lado de ella. La rubia se removió incómoda en su lugar y se negaba a hacer contacto visual con él, pero de cierta manera le alegraba que se hubiera sentado junto a ella.
Después de comer y a medida que el cielo se teñía de colores anaranjados y rojizos, la mayoría disfrutaba de la piscina, incluso Baaya que estaba descansando en el jacuzzi junto con Annie y Suzie, James se alegró al ver que se había llevado bien con sus amigos pues las risas no dejaban de escucharse en aquella bañera burbujeante. Sarah estaba descansando en uno de los sillones colgantes que daban hacia el calor de la chimenea de ladrillos rojos, podías escuchar cómo crujía la madera consumida por las llamas y ver la danza de las chispas.
—¿Te molesta si te acompaño? —tomó asiento en el sillón de al lado mientras veía con ojos tiernos a la rubia en cuyo rostro se dibujó una pequeña sonrisa. Sus ojos verdes veían las llamas de la chimenea, inconscientemente relacionó eso con una melodía de guitarra y una canción acapella. De reojo pudo notar la mirada triste en el rostro de Sarah— Sobre lo que pasó antes...
—Perdóname —respondió sin dejar de ver el fuego—, sé que no debí de haberlo hecho... pero, James... tú me gustas. Me gustas en serio...
El castaño se quedó sin palabras, la rubia cubrió un poco más su cuerpo con la frazada al sentir una corriente fría. Sus mejillas se coloraron y siguió hablando.
—Aunque después de lo pasó hoy seguro no querrás volver a verme...
—Sarah... yo... —soltó un suspiró y decidió ser sincero con ella— Estos últimos años no me he sentido bien del todo, mi hija sigue diciéndome que necesito un tipo de amor diferente al que ella y Baaya me dan, ¿sabes? Un tipo de amor que no sea del tipo familiar... lo he estado evitando desde hace tanto tiempo y... Mira, tú no eres una mala persona y realmente me agradas, eres inteligente, divertida, simpática y una buena madre —Sarah le veía de reojo, James estaba quedándose sin palabras y pudo notarlo—. Lo que trato de decir es que te mentiría si te dijera qué lo que pasó antes estuvo lejos de desagradarme... Entonces, supongo que podríamos intentarlo... ¿no?
Una sonrisa se asomó tímidamente en sus rostros, sus ojos se conectaron, James vio aquellos ojos marrones brillar con la luz del fuego y la sonrisa en sus labios rosados le pareció linda.
—James —llamó Annie—, Miharu se quedó dormida con los demás mientras veían televisión y Baaya hizo té, ¿quieren entrar? Está comenzando a hacer frío.
—Ya vamos —respondió sonriente. Ayudó a Sarah a levantarse y entraron a la casa de los Smith.
Pasadas un par de horas, Miharu ya estaba dormida en el asiento trasero del auto con una cálida frazada sobre ella que Annie insistió que conservaran; se despidieron de los anfitriones y del resto de los invitados, James y Sarah quedaron en salir después terminando con un beso en la mejilla por parte del castaño. Hayes se quedó viendo cómo las luces del auto desaparecían en la carretera.
Suzie terminaba de ponerle una chaqueta a su hijo cuando percibió la mirada de la rubia, mezcla de felicidad y perversión.
—Ve a la camioneta, Clint, iré en un segundo —el niño asintió e hizo lo que su madre le indicó. La morena veía con reproche a Sarah—. A juzgar por tu sonrisa diría que lo engatusaste, ¿estoy en lo correcto?
—Y me tomó menos de una semana.
—Sarah, te digo esto porque eres mi amiga y te aprecio, pero no puedes seguir haciendo esto. Te estás dañando a ti y a tu hija.
—No metas a Elizabeth en esto. Hago lo que hago por ella —dijo con enojo.
—Sólo porque no estás haciéndolo en las calles no quiere decir que sea menos degradante —espetó para después subir a su vehículo y marcharse en dirección contraria a la que tomó el castaño.
Sarah regresó al interior de la casa, en la cocina se encontró con Annie que le sirvió una taza de té. El calor de la bebida y su delicioso sabor a miel le hizo pasar por alto el mal rato que tuvo con Suzie en el pórtico. La mayor le miró notando que no se encontraba del todo bien así que decidió ahorrarse el sermón y lo reemplazó por una sonrisa maternal.
—¿Sabes? Elizabeth se quedó dormida con las niñas, ¿por qué no se quedan hasta mañana? —el rostro de Sarah se iluminó y agradeció a su amiga pues no tenía ánimos de conducir hasta su apartamento. Annie le acercó un rol de canela que olía delicioso y se recargó en la isla de la cocina quedando frente a frente con Sarah y su rostro semi lloroso— Discutiste con Suzie, ¿no?
—Sigue diciéndome que no está bien lo hago y realmente me molesta, Annie.
—No voy a decirte lo que te he estado diciendo desde la universidad, Sarah, pero sí sé que deberías tener más cuidado en cómo tratas a este chico. Estuve hablando con Baaya y parece que tampoco la ha tenido fácil los últimos años, así que, si quieres lograr algo con él, piénsalo bien.
—¿Me dices esto aún sabiendo que no es lo correcto?
—En algo tienes razón, Sarah, y es en que no podemos decirte qué hacer o qué no. Ya eres una mujer adulta y en algún momento deberás comenzar a tomar responsabilidad de tus acciones. Buenas noches —salió de la cocina dejándola sola, con el sonido de los grillos como única compañía.
Su celular vibró, era un correo que tenía como emisor a «Erick H.»
❀ ❀ ❀
Los días pasaron, James y Sarah seguían saliendo después de llevar a las niñas a la escuela. Ese miércoles comenzó con el cielo gris y lluvia que provocaba charcos en el patio de la escuela, los cristales tenían gotas que caían como si compitieran para ver cuál llegaba más rápido al marco de la ventana; los niños más grandes vestían brillantes impermeables y botas de lluvia con diseños divertidos, pero el sol no daba señal de querer abrirse paso por entre las densas nubes. La profesora había encendido la calefacción pues era demasiado friolenta y los niños no pusieron resistencia alguna; la campana sonó marcando el inicio del periodo libre. Todos salieron del aula vistiendo sus impermeables y otros llevaban sus paraguas, Miharu estaba con la mirada perdida hacia el paisaje lluvioso y no parecía tener ánimos de saltar en los charcos con sus amigos.
—¡Miharuuu! —April se acercó a la nipona con voz cantarina sacándola de sus pensamientos, llevaba un impermeable de un rosa brillante y sus botas tenían un bonito estampado de cupcakes— Ven, salgamos a jugar.
—¡Será divertido!, haremos pasteles de lodo y escuché que en los jardines se aparece un sapo que tiene el tamaño de una ardilla —dijo Phoebe emocionada—, o si no te gusta eso, hay un estanque en la parte trasera que tiene unos patitos.
—¿Pasteles de lodo? ¿No es algo poco higiénico? —Noah se acercó acomodándose las gafas.
—Vamos hermanito —Santiago puso su abrazo en el hombro del menor—, Phoebe tiene razón, será divertido. Podemos jugar soccer con Clint y los demás si no quieres estar con las niñas.
—Puede que tengan razón —dijo tímido—, ¿qué dices, Miharu?
La niña vio los rostros de sus amigos, todos tenían una gran sonrisa en el rostro esperando ansiosos por su respuesta mas su padre le enseñó a ser sincera cuando no tenía ánimos de hacer algo.
—Lo siento, pero creo que paso esta vez —dijo con algo de tristeza—, iré al salón de música a practicar un poco.
—Está bien, corazón. Pero al regresar te traeremos algo de la cafetería para el frío —dijo Phoebe con una sonrisa, Miharu asintió.
Los niños terminaron de ponerse sus impermeables y botas para salir a disfrutar de la lluvia. Miharu veía cómo resaltaban sus colores vibrantes del clima lluvioso, sonrió una última vez.
Tomó el estuche de su violín del armario, salió del aula y caminó rumbo al salón de música; había muchos instrumentos y tres pizarras largas con pentagramas que tenían distintas notas, la primera vez que Miharu las vio llegó a la conclusión que no era más que una canción simple y carente de corazón. Abrió su estuche, afinó el instrumento y poco después se encontraba tocando aquella canción que tantos problemas le causaba. Tocaba las notas de memoria e intentaba visualizar los colores apropiados que se relacionaran con la melodía, los recuerdos que le traía, los escenarios que pintaba con acuarelas; debía encontrar algo que hiciera de aquella canción algo más personal.
Desafinó.
Una mueca de frustración apareció en su rostro seguido de un pesado suspiro. Dejó el instrumento en su estuche y tomó asiento en una de las sillas color naranja en las que solía practicar la banda escolar; sacó su celular del bolsillo de su jersey y fue al último correo que Masahiro le envió, decía que estaba mejorando rápidamente con la trompeta para que, al regresar, pudieran tocar juntos aquella melodía que dejaron inconclusa; había adjuntado una fotografía suya con su Hadzuki, su hermana, y el resto de sus amigos, estaban en el jardín de la escuela y sostenían un pequeño letrero que decía:
「みんなあなたに会いたがっている♡」(Te extrañamos ♡)
Sus ojos verdes se cristalizaron mas conservaba una sonrisa consigo. El tiempo en Boston estaba pasando más rápido de lo que creía, y si todo salía bien con el proyecto de su padre, pronto estaría de nuevo con sus mejores amigos y podría cumplir esa promesa que le hizo a Masahiro antes de irse.
—Si tan sólo pudiera tocar correctamente...
La puerta se abrió, Miharu guardó rápidamente su celular al ver a Elizabeth en la puerta, su pequeño cuerpo se tensó, pero intentó verse calmada ante la presencia de la rubia que, a juzgar por su expresión, no esperaba encontrarse con la nipona en el salón.
—H-Hola, Elizabeth.
—Creí que estarías jugando con los demás en el lodo y todo eso —dijo con claro desagrado.
—Me invitaron, pero quería practicar un poco —la niña de tez blanca cerró la puerta tras de sí y se acercó a uno de los armarios, tomó una guitarra que la hacía ver pequeña y tomó asiento lejos de la nipona.
Elizabeth cruzó su pierna, colocó la guitarra apropiadamente y comenzó a tocar una canción que tenía tintes de tristeza, Miharu creyó ver por un segundo un fondo color azul oscuro rodeando a Elizabeth y fue cuando se dio cuenta que la rubia estaba tocando desde el corazón, no era una canción simple y carente de sentimientos. Masahiro y Hadzuki le dijeron algo la primera vez que tocó con ellos "Una canción puede ser el mejor medio de expresarse si tocas desde el corazón..."
Elizabeth estaba triste.
—Uh, Elizabeth —llamó en voz baja, la niña dejó de tocar y le miró severa.
—¿Qué quieres?
—T-Tu canción... me preguntaba si tú... estás bien... —la menor frunció el ceño, no sabía lo que aquella niña estaba insinuando, pero definitivamente no le gustaba.
—¡Estoy bien! —exclamó— No intentes meterte en asuntos que no te incumben, suficiente tengo con que tu padre se besuquee con mi mamá. Sólo eres otra niña mimada, Auclair —empujó a la castaña haciéndola caer al suelo frío— ¡No te quiero cerca de mí!
Dejó la guitarra en uno de los atriles y de un portazo salió del salón.
Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas y comenzó a sentirse tan confundida; quería que su padre se enamorara nuevamente, pero nunca esperó que fuera con la madre de Elizabeth. Normalmente no sentía algún tipo de desagrado hacia las personas, pero algo había en esa niña que la hacía sentir tan triste y dolida, pero no sabía el motivo por el cual la odiaba tanto, desde el primer día Elizabeth comenzó a molestarla, tiraba de su cabello, le ponía el pie para que tropezara e incluso la empujaba. Lloró, esa niña la trataba mal y por más que intentara acercarse a ella o saber el motivo de su molestia, nunca lograba nada. Y ahora con mayor razón no podía decirle a su padre cómo se sentía. Abrazó sus rodillas e ignoró el ardor que había en las palmas de sus manos, quería irse de ahí, quería regresar a Japón.
Había terminado el periodo libre, regresaba de lavarse los raspones que le dejó la caída y se sentó en su pupitre.
—¡Miharu! —April se acercó con una gran sonrisa, dejó un cartoncito de jugo y otro de leche con sabor a fresa sobre su escritorio— No estábamos seguros sobre cuál te gustaba más así que te trajimos los dos, oh, y también te compramos una mini tarta de frambuesa.
—Era la última que quedaba, pero entenderemos si no la quieres —dijo Noah con una sonrisita.
Miharu les sonrió y les agradeció sinceramente que se hayan tomado la molestia de comprarle algo para desayunar, ya que su almuerzo desapareció "misteriosamente".
Comieron juntos a la hora del almuerzo y ella realmente intentaba poner su mejor cara, aunque lo único que quería era llorar por el ardor que le seguían produciendo los raspones y también por el dolor que crecía poco a poco en su pequeño y tierno corazón. Intentaba ignorar todo lo que sentía conforme fue pasando el día o al menos hasta que la campana marcara el final de las clases, ese era el momento en el cual tenía un poco de tiempo en lo que despedía a sus amigos y comenzaba su taller.
Tomó su paraguas, se puso las botas de lluvia y fue hacia el patio de juegos. Aún llovía.
Se sentó en uno de los columpios rojos, sin importarle mucho que se mojara. Comenzó a balancearse en el columpio con ayuda de su pierna. El estampado de rosas resaltaba del patio lluvioso, las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas se disfrazaban con las gotas de lluvia que le caían en su rostro infantil.
Su taller comenzó un par de minutos después, secó sus pies y durante dos horas se dedicó únicamente a seguir las indicaciones que daba el profesor, no tenía muchos ánimos de tocar. La mayoría de los talleres se habían cancelado y por tanto la escuela estaba casi vacía, el clima lluvioso daba la sensación de que había oscurecido más temprano de lo usual. Sus compañeros se despedían sonrientes e iban con sus padres, probablemente les prepararían chocolate caliente y les ayudarían a hacer sus tareas frente a las chimeneas o en la mesa del comedor mientras comían galletas. El clima lo ameritaba.
Su padre no llegaba y comenzaba a tener mucho frío.
—Miharu —escuchó la voz de su profesora, que también estaba encargada del taller de arte—, creí que ya habrían venido por ti. Tu padre siempre llega puntual.
—No debe de tardar, tal vez hay tráfico por el clima —dijo con una pequeña sonrisa.
—¿Quieres que me quede contigo hasta que llegue?
—No se preocupe, profesora, estaré bien —la mujer se abotonó el abrigo al sentir una corriente fría, los cabellos castaños y el lazo rosado de Miharu se agitaron un poco.
—Si necesitas cualquier cosa llámame de inmediato, ¿sí? Vivo a un par de calles de aquí —dijo con la más pura de las intenciones, Miharu asintió y se despidió de su profesora.
Se abrazó a sí misma, tenía frío y su padre aún no llegaba. Por normal le escribía o llamaba avisándole que se retrasaría un poco, pero esta vez fue la excepción. Muchas personas transitaban la acera, tenían paraguas de diferentes tamaños y colores; algunas iban en pareja y otras iban solas.
Con sus manitas temblorosas marcó el número de alguien. Contestó después del segundo tono.
—Miharu, ¿qué pasa?
—Señor Orsen, mi papá aún no viene por mi a la escuela. Tengo mucho frío —dijo intentando no sollozar— ¿Podría llevarme a casa?
—Llego en cinco minutos, no te muevas de ahí.
Colgó la llamada, sentía que su naricita estaba fría y la cabeza comenzaba a dolerle. Sus manos y piernas le temblaban, aquel grueso abrigo que su padre le puso en la mañana comenzó a sentirlo como una simple frazada hecha con la tela más delgada.
Un automóvil negro aparcó frente a la escuela, Blake bajó de él e inmediatamente se acercó a la niña dándole un poco de calor con su abrazo. Miharu lloró en silencio mientras el azabache la cargó hasta el asiento trasero y durante todo el camino de regreso al Radian. El mayor no lo pasó por alto. Al llegar al estacionamiento, Blake le pidió que aún no se bajara. Abrió el portaequipaje y de ahí sacó un abrigo seco que la niña reemplazó por el que llevaba puesto, que estaba empapado, le dio las gracias al Señor Orsen antes de estornudar. El azabache se puso a su altura, vio cómo su rostro estaba enrojecido y una capa de sudor cubría su frente, con el dorso de su mano confirmó lo que temía. Se quitó el abrigo, tomó a la niña en brazos, la cubrió con este, en su brazo libre colgaba la mochila húmeda de las correas y rápidamente se dirigió al ascensor que lo llevó al último piso. Baaya los esperaba en la puerta y una expresión de preocupación se hizo presente en ella al ver el estado de la niña.
—Hay que darle un baño con agua tibia —dijo la mujer recibiéndola, Blake asintió y fue rápidamente a preparar la bañera, una vez listo, Baaya se quedó con Miharu en el baño tranquilizando al azabache y pidiéndole que preparase un té de manzana y pusiera frazadas calentitas en la cama de la menor.
Pasada la hora, Miharu ya se encontraba descansando en cama, tenía un pañuelo húmedo en la frente para que su temperatura se normalizara; al lado de su cama había una bandeja con té, jugo caliente y unos botecitos de medicina. Los dos adultos se quedaron con ella hasta que se quedó dormida. Apagaron la luz y le cerraron la puerta para que se mantuviera la temperatura cálida en la habitación.
—Hiciste bien en cambiarle el abrigo, si no lo hubieras hecho su fiebre habría empeorado —decía mientras servía un poco de té—. ¿Cómo fue que terminaste con ella?
—Me llamó, dijo que su padre aún no llegaba y que tenía mucho frío.
—Alguna explicación deberá tener James para esto —sopló un poco en la taza antes de darle un sorbo.
❀ ❀ ❀
Cutting Crew sonaba en al auto, las calles seguían lluviosas y la mano de Sarah acariciaba la de James, este le veía de soslayo y se encontraba con una sonrisa en aquellos suaves y rosados labios. La calefacción del auto era perfecta, casi tan perfecta como la cita que habían tenido esa tarde. En una luz roja, Sarah se acercó para besar la comisura de los labios del castaño, susurrándole lo feliz que se sentía por estar con él. Y él con ella.
—Ha sido una cita encantadora, James, gracias por la cena y por llevarme a ver el proyecto en el que estás trabajando, aunque creo que no llevaba los zapatos apropiados.
—Debo decir que el amarillo es definitivamente tu color, el casco se te veía muy bien.
—¿Sabes? Normalmente no veo los espacios a decorar hasta que están construidos, pero fue interesante verlos, parecían un lienzo en blanco esperando a que alguien ponga algo de color en esos muros grises.
—Por ese mismo motivo quería que fueras hoy, le he estado hablando al ingeniero sobre tu trabajo como diseñadora de interiores y creo que podemos llegar a un acuerdo para que trabajes con nosotros —dijo con una sonrisa.
—Cariño, eso es música para mis oídos —dijo besando su mejilla, dejándole una marca de labios.
Su ceño cambió de repente.
Música.
—¡Oh por Dios, Miharu! —exclamó preocupado, Sarah le veía confundida, sus ojos se fijaron en el reloj del auto que marcaban las 21:30— Debí de haber pasado por ella hace cuatro horas.
Cambió el rumbo por el que conducía para poder llegar a la escuela Eliot lo más pronto posible, aparcó, y sin importarle que la lluvía era ahora más fuerte, salió y corrió hacia la entrada. No estaba, su hija no estaba ahí. Un sentimiento de pesadez y dolor creció dentro de él, comenzó a imaginarse lo peor, Sarah salió del auto con un abrigo marrón puesto y un paraguas con el que cubría a James de la lluvia. El castaño marcó rápidamente su celular, su hija no contestaba.
—Sarah, debes irte a casa —dijo con seriedad.
—No voy a dejarte solo en esta situación, James, no me iré.
—Sarah, por favor —dijo con voz fuerte—. Necesito lidiar con esto. Te pediré un Uber.
En pocos minutos la rubia ya estaba arriba del vehículo, James se acercó a la ventanilla para despedirse de su novia. Sarah acarició su mejilla y antes de irse le besó.
—Si necesitas ayuda llámame de inmediato, ¿sí?
—Lo haré.
—Te quiero, James —dijo con una sonrisa.
El automóvil arrancó y James regresó al interior de su auto, no sabía cómo sentirse con eso último que le había dicho la rubia pero era más importante para él saber dónde estaba su hija. Marcó al departamento esperando que alguien contestara.
—¿Hola? —escuchó la voz de Baaya al otro lado de la línea, no sabía cómo decirle que Miharu no estaba.
—Baaya, Miharu no está la escuela —dijo con voz frágil.
—Lo sé —respondió tranquila—, está aquí.
James sintió como si el mayor peso del mundo se le quitara de los hombros, quería llorar pero esta vez de alivio y felicidad. Su hija estaba a salvo. Avisó que iba en camino y colgó la llamada. En poco más de diez minutos ya estaba llegando al Radian, saludó a Abigail y subió por el ascensor. Su corazón estaba mucho más tranquilo al estar frente a la puerta del apartamento; Baaya estaba sentada en las sillas altas de barra de la cocina y no había rastro alguno del azabache.
—¿Dónde está?
—En su habitación, pero no abras la puerta, no quiero que le entre el aire frío —James la miró confundido.
—¿Fuiste por ella?
—Blake lo hizo, y antes de que digas algo, fue ella quien lo llamó.
—¿Por qué no me marcó? Ella siempre me... oh —revisó todas las llamadas y mensajes que Miharu le había hecho llegar pero que no escuchó porque tenía el teléfono en silencio durante su cita. Se sentía la peor persona del mundo en ese momento.
—James —llamó severa—, no me molesta que estés saliendo con alguien. Me molesta que descuides lo que tanto dices es lo más importante en tu vida, a tu hija.
—Esto no volverá a pasar —dijo cabizbajo.
—Tienes suerte de que sólo haya pescado un resfriado, de no haber llegado Blake sólo Dios sabe lo que le hubiera pasado —James se quedó inmóvil al ver la actitud de Baaya, estaba molesta, eso era algo demasiado raro de ver en ella.
La mujer se retiró a su habitación. No estaba Yuki para hacerle compañía, probablemente estaba con Miharu. Se dejó caer en el sofá y se pasó las manos por el cabello sintiéndose frustrado, molesto, triste, impotente, pero sobretodo, sintiéndose como un mal padre. No tenía ánimos de nada, ni siquiera contestaba los mensajes de Sarah, sólo se quedó viendo el cielo oscuro y la incesante lluvia caer sobre Boston. Apenas y podía reconocerse, no podía verse como el sujeto que deja a su hija sola bajo la lluvia helada en una ciudad que apenas conoce.
—Ugh, no puede ser... soy una mierda —murmuró molesto.
—No seas tan duro contigo —se viró un poco para ver al azabache dejar las llaves en el pequeño recipiente que estaba en el mueble del recibidor, vestía un conjunto azul marino casi negro—. No eres tan mal padre, cometiste un error, a todos nos pasa —decía sin aparente emoción—. Sécate. Me voy a dormir.
Cruzó la sala de estar, James lo llamó titubeante haciendo que detuviera su andar. Blake le miró severo.
—Gracias.
El azabache asintió, se dio media vuelta y se encerró en su habitación.
James Auclair se sentía como un mal padre.
• ❀ ❀ ❀ •
¡Hola, amigos! ¿Cómo han estado? Espero que estén bien, acá en México no tarda en llegar el otoño.
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Haciendo uno poco de spam, los invito a unirse a nuestro grupo de Facebook, podrán encontrar el link en mi perfil. Ya estamos compartiendo el primer contenido y hay un meme jiji.
También, cuéntenme, ¿qué les pareció el capítulo de hoy? ¿Alguien se esperaba lo que sucedió? He estado leyendo que quieren un macho estadounidense para James peeeero creo que ese "macho" es "hembra" ajsjsjs. Anyway, déjenme sus comentarios y también regalen una estrellita.
Nos leemos en la siguiente actualización.
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