Miel amarga

- Hablemos.

Era la madrugada del sábado, exactamente la una de la mañana. León se había colado de su habitación hasta la salida de su departamento para encontrarse con su vecino, quien le había pedido un encuentro para poder platicar bien la situación. No quería extender ese sufrimiento por más días, prefería darle fin de una vez por todas.

- ¿Empiezo yo? - la voz de León era pequeña, tímida, asustada y triste.

- Para poder responder necesito saber la cuestión - el menor soltó un suspiro.

La luna era el título del negro firmamento, ninguna nube opacaba su tenue brillar, otorgándoles una agradable manta de luz blanquita. Ambos estaban en pijamas, León con una camisa beige y un pantalón café oscuro, Sandman con una camisa de botones negra y un pantalón del mismo tono. Estaban sentados en el suelo, recargados contra la pared de los departamentos para poder contemplar el espléndido cielo. 

- Fue en abril. Edgar me envió una foto de su abdomen enseñándome su tatuaje, me preguntó si quería ver más y... - Se tronó sus diez dedos con nerviosismo - Le dije que sí. Me envió unas fotos más, dijimos algunas cosas subidas de tono y acordamos no volver a hacerlo -

- ¿Te gusta? - la mirada de León pidiendo más información sobre su pregunta fue lo que obtuvo. Aclaró su garganta y volvió a preguntar - ¿Te gusta Edgar? -

- No.

- ¿Entonces por qué lo hiciste? 

Aquella pregunta le retumbó en la consciencia como una épica trompeta que anunciaba el final. Las espinas que envolvían a su corazón le apretaron más, le oprimieron dolorosamente el pecho.

- No lo sé.

Esa respuesta no le gustó a Sandman. Se sentía traicionado, un idiota e ingenuo. El corazón le dolía, sentía unas terribles ganas de partirse en llanto, de perdonar a León, de hacer como que eso nunca ocurrió y seguir con la bonita historia de amor que empezaba a tener con ese tonto castaño. Pero Edgar La prime invadía sus pensamientos como un bandido, robándole todo atisbo de tranquilidad que quisiera nacer en su consciencia. Ese feo cabello negro, esas asquerosas perforaciones, esa ridícula ropa de emo a la moda. Él era mucho mejor, pero su poca autoestima le apuñalaba la espalda con una dolorosa daga que no lo dejaba descansar.

¿Acaso no era suficiente para León? 

- ¿De verdad no lo sabes?

León sabía que debía responder, que tenía que dar explicaciones, que debía recuperar la confianza que Mamluk había perdido, que había hecho algo imperdonable y que era la peor persona del mundo. León jamás supo afrontar los errores, jamás supo hacerles frente, siempre se la pasaba evadiendo los problemas, por eso era una buena persona, por eso era tan flexible y moldeable. Le daba miedo decepcionar a los demás. Le daba miedo la soledad. 

- Se me hizo fácil hacerlo - Esa respuesta tampoco le había gustado - Esperaba llevármelo a la tumba y que nunca lo supieras -

- ¿Y volverías a hacerlo? - la voz de Sandman comenzaba a tener filo, comenzaba a quemar y a doler.

- No.

El silencio reinó. La luna contemplaba triste cómo aquellos dos afrontaban una situación tan peligrosa, cómo la luz que emitía era la única que les permitía verse el uno al otro.

 El amor que se tenían era sincero, no cabía duda en eso. Pero eran tan jóvenes que no sabían cómo amar. ¿Qué significa amar?. ¿Darle chocolates y besos a alguien?, ¿Cuidarlo, procurarlo, ver por su bien a pesar de todo?, ¿Tenerle una gran estima?. ¿Y qué pasaba si tenían diferentes formas de interpretar el amor?. ¿Cuál era el método operándum de una infidelidad?. ¿Al menos eso se consideraba infidelidad? Estaban en una terrible crisis.

Sandman sabía que León solía poner miles de almohadas en sus palabras para no decir cosas hirientes, y eso en cierta forma le generaba desconfianza en esta situación. Tal vez en verdad ya no lo quería, pero para no hacerlo sentir mal le decía que sí. Pero eso desembocaría en un daño mucho peor, y León jamás buscaba hacer daño. ¿Entonces qué debía hacer?, ¿En qué debía creer?, ¿Cuál era el camino adecuado?. Sandman tenía la mala cualidad de ser impulsivo. 

- Terminamos.

Disparó el arma. La bala salió, impactó en el corazón de León y Sandy también sintió toda la fuerza del culetazo en el suyo.

- No, por favor no - León se derrumbó en lágrimas, no quería terminar una relación tan bonita por un error tan estúpido.

- Si lo hiciste una vez, volverás a hacerlo - Ese cuento que creyó jamás volver a vivir, de nuevo lo atrapaba en su repetida trama de creer encontrar luz en su vida y terminar decepcionado y desamparado. Debió haberse matado ese 31 de diciembre.

- ¡No lo haré de nuevo, lo juro! - la voz de León se rompía a pedazos, se le había formado un terrible nudo en la garganta que le imposibilitaba el habla - Por favor, confía en mi -

- Ya confié y me traicionaste.

- No volverá a pasar.

- Ya no te creo - León lloró en silencio.

Sandman amaba a León. Lo adoraba como las flores al sol, como un cactus a un día de lluvia, como una abeja a la primavera. Joder, claro que lo amaba con locura. Pero no sabía qué hacer en casos como estos. No sabía si tenía que tomar alguna clase de papel donde se empoderara y lo terminara, o si debía escuchar a su corazón y perdonarlo, o si debía ignorar este problema y seguir como si nada. Oh, demonios, no sabía qué hacer. El silencio volvió a instalarse entre los dos, escuchándose únicamente los carros pasar en aquella cercana avenida, el viento soplando y moviendo las hojas de los numerosos árboles que habían al rededor, incluso el sollozo y jadear del castaño eran apenas audibles, tal vez también pudo haber sido evidente el crujir del corazón de Sandman al escuchar llorar a su amado pecoso. 

Sandman y León eran demasiado diferentes, pero lo único que compartían con la misma intensidad era su eterno compromiso a no hacer sentir mal a quienes amaban, pues coincidían en esa ley de no hacer llorar a quien provoca tus sonrisas. En este momento ambos la habían violado irremediablemente. Estaban perdidos, sus criterios nublados por la tristeza y la pura intensidad de las emociones, algo muy impropio de Piepequeño, quien siempre mantenía la calma en situaciones de vida o muerte. El de ojos rosas lo notó, pero debía corroborar aquella suposición.

- León.

- Dime.

- Si te acuestas conmigo, te perdono - aquella propuesta le cayó como un balde de agua fría en la espalda. Sabía que había sido su culpa, cargaba con toda la culpa, él debía adecuarse a las peticiones que le diera Sandman. Asintió con pesar.

- Está bien.

- ¿Cómo que está bien? - Esa respuesta lo había molestado. ¿Cómo demonios iba a acceder a algo tan esúpido? En definitiva no estaba en sus cinco sentidos. Entendió que su menor no estaba completamente consciente de lo que hacía o decía, pues estaba consumido en la desesperación. Soltó un suspiro donde dejó ir todos sus pesares y aclaró su mente. No podía cederle la responsabilidad de pensar en una relación al más bajito cuando se encontraba en un estado tan deplorable e impulsivo como ese. Era su momento de ser el maduro. 

- Confío en ti, León - El mayor dejó que su corazón hablara, tan solo esperaba no arrepentirse de haberle cedido la palabra - Este tiempo que hemos estado juntos me he esforzado por mejorar, por intentar salir de ese gran hoyo en el que estaba metido... - entonces le dio rienda suelta a sus palabras - Desde que apareciste en mi vida me has ayudado a superar muchos obstáculos, me ayudaste a no cometer errores abominables, incluso sin que te dieras cuenta... Me enseñaste que no todos son un trozo de mierda, que aún hay buenos corazones esparcidos en el mundo. Confié y me dejé guiar por ti. Sé que todos cometemos errores, pero es que estabas consciente que traicionabas mi confianza y aún así lo hiciste. Sabías que Edgar no tenía ninguna buena intención con esa amistad e incluso le diste paso libre a hacer lo que quiera. Sé que tu no pediste fotos ni lo alentaste a hacerlo, pero es que tampoco hiciste nada para impedirlo - Lo volteó a ver de reojo, notando que el castaño estaba abrazando sus rodillas hacia su pecho, con la mirada clavada en el suelo, seguramente ensimismado en sus pensamientos. Suspiró con pesar - León - vio cómo saltaba ante la impresión de haber sido llamado sin previo aviso, pero rápidamente le dirigía la mirada y le ponía su total atención. Sabía que León era intensamente complaciente. 

- Dime.

- Hablemos claros, ¿sí? Digamos la verdad sin almohadas - Piepequeño desvió la mirada, asintiendo ante la petición del mayor - De verdad necesito saber qué sientes realmente -

- Pero no he mentido, he dicho la verdad.

- ¿Me amas?.

- Te amo.

- ¿Te atraigo físicamente?.

- Sí.

- ¿Te gusta Edgar?.

- No.

- ¿Me juras que no volverás a hacer algo así?.

- Lo juro.

Sandman lo tomó de la barbilla, guiando su mirada hasta sus ojos, observando sus almas a través de esas coloridas ventanas - Quiero que seas sincero contigo, León. Si ahora me amas y quieres estar conmigo, está bien y podemos volver a intentarlo; pero si en un futuro tus sentimientos cambiaron y ya no quieres estar a mi lado, puedes irte, no quiero que te sientas atado a mi -

- Pero no quiero sentir que le alejas por mi error.

- No me iré, sigo endemoniadamente enamorado de ti, pero no quiero que te sientas obligado a corresponderme de la misma forma.

- Te amo.

- Y yo a ti.

Se abrazaron.

León volvió a desmoronarse al momento en que sintió de nuevo aquellos brazos estrujándolo justo cuando había creído no volver a sentirlos. Sandman se dedicó a brindarle caricias en la espalda, sobando su espeso cabello, peinándolo y jugando con sus rizos, drogándose con el tan acostumbrado aroma a suavizante de ropa que siempre desprendía, disfrutando de su calor corporal. Embriagándose de él.

++     ++

En cuanto dieron las tres de la madrugada, ambos morenos se despidieron, ingresando cada quien a su respectivo departamento. Piepequeño entró de puntitas, con pasos lentos y sigilosos atravesó la sala, recorrió el pasillo y entró con cautela a su habitación. Tomó su celular, conectó sus audífonos inalámbricos al dispositivo y comenzó a armar una lista de reproducción con la fecha del once de mayo, agregando las canciones que más lágrimas le provocaban. Necesitaba llorar. El problema se había solucionado, había logrado saldar su error y tener una oportunidad de construir la mejor relación de su vida. Pero el corazón le dolía. Aún se sentía decepcionado de sí mismo. Necesitaba apuñalarse él mismo un rato. 

Se dejó caer en su puff azul, empezó a escuchar las canciones y las lágrimas se le escaparon de los ojos irremediablemente. León Piepequeño amaba hacer felices a los demás, adoraba interactuar con las personas, saber de ellas e involucrarse en contextos sociales. A sus catorce años había llegado a la conclusión que él existía para los demás, que su papel en esta obra de teatro del mundo no era ni más ni menos que el del personaje que ayuda a los demás a superar las dificultades, ese que apoya y abraza, ese que de verlo en escena te alegras. Y estaba feliz por ser ese personaje, le encantaba sentirse querido, sentir que su presencia era deseada y esperada. Nada lo llenaba más que las sonrisas de los demás. A partir de esa reflexión había comenzado a construir su personalidad de acuerdo a la imagen que quería dar: su ropa comenzó a ser colorida y llamativa, sus gustos eran dulces y suaves, su olor era a caramelo y por suerte la vida ya le había puesto dos soles en la mirada. Siempre evitó los conflictos, siempre procuró adherirse a las expectativas que los demás tenían de él, y le hacía feliz cumplirlas. 

Pero esta vez no había logrado su cometido, había hecho pasar un mal rato a quién amaba, quien ya había pasado por suficientes tormentos como para empeorarlo. Él había prometido ser alguien diferente, ser quien le diera esperanza y aliento, pero había cometido un error tan tonto, ahora nada lo diferenciaba de las demás personas que le habían hecho daño, ahora también se sumaba a la lista de personas de mierda que habían hecho soltar lágrimas a esos preciosos ojos rosas. Se sentía miserable, se había arrebatado de él mismo una gran parte del valor que se estimaba. 

Lloraba, lloraba con amargura y pesar haberse decepcionado tan olímpicamente, haber faltado a sus principios de la forma más estúpida posible. Se odiaba. No entendía cómo Sandman lo había perdonado tan fácilmente. ¿Es que acaso no entendía que le había sido infiel?, ¿Por qué le dio otra oportunidad?, ¿Por qué no le gritó y lo hizo hacerse sentir mal?. Estaba contento de poder tener otra oportunidad, claro, pero su error le pesaba como una montaña en la espalda. 

Se sentía mal. Se sentía triste y decepcionado. Estaba mal. Su mente jugaba en su contra, convenciéndolo que era la peor persona del mundo, que ya no era digno de ninguna muestra de afecto hasta que se superara a un nivel inhumano. Estaba desesperado. Estaba ansioso. Así como experimentaba una alegría abundante, también se ahogaba con la misma intensidad en la tristeza. Sus uñas volvieron a servirle de pincel en su piel, marcando unos terribles zarpazos en sus muslos. Sus dientes volvieron a servirle de tinta, dibujando dolorosas mordidas en sus brazos. 

Si le dolía el corazón, también debía dolerle la piel. 

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