Ego
Los introvertidos tienen un mundo en la cabeza.
- Asesino te pregunta si vas a ir al ensayo de teatro - le avisó Sandman a León al ver la notificación de su celular, el castaño estaba guardando sus cuadernos en la sala.
- Oh, contéstale que sí iré - León volvió al sillón, donde se dejó caer, rendido por tanta tarea.
- Listo - Envió el mensaje intentando imitar la perfecta ortografía y redacción de su novio - ¿Quién es? - una peculiaridad de León era que guardaba todos sus contactos con apodos chistosos y extraños, algo que le provocaba risa.
- Es Edgar.
Todo atisbo de diversión desapareció. La sonrisa de su rostro se borró de inmediato de su boca y el mundo de su cabeza comenzó a trabajar en hacerle imposible la vida.
- ¿Aún hablas con Edgar?
- Pues también está en el club de teatro, debo hablar con él sí o sí.
Se tragó sus celos, su desconfianza. "Es sólo un amigo, sólo son amigos".
- Entiendo, está bien.
Una persona que no interactúa tanto con el entorno es porque un simple vistazo le da suficiente qué pensar. Las personas calladas y tranquilas se pierden en la infinidad del universo con sus pensamientos, sobre pensando y repensando cualquier minúscula cuestión.
Sandman era así. En su cabeza yacía un cúmulo de galaxias enorme, lleno de miles de desenlaces a una simple situación, desde las más maravillosas hasta las más catastróficas. Una mente extremadamente activa no es divertida, pues muchas veces juega en tu contra.
La época de cierre de calificaciones estaba a la vuelta de la esquina. Las entregas eran un desastre en todo el instituto, los cuadernos y los libros volaban por todas partes. La escuela había querido experimentar osadamente con un proyecto transversal que comprendía las cuatro materias ejes de os tres grados, pero aquella desición estuvo tan mal planeada por parte de los directivos, que desembocó en una terrible organización en todos los maestros docentes, y eso conllevó una mala coordinación en los alumnos. Un terrible efecto domino. Tan mal había sido la planeación de ese proyecto que incluso los alumnos más reconocidos: León Piepequeño, Jessica Junker, Carl Gipfel y Belinda Abeille se encontraban en apuros con la elaboración de aquel proyecto.
El de ojos sol era un perfeccionista empedernido, por lo que había estado muy consumido en elaborar a la perfección aquel revoltoso proyecto. Sandman no se preocupaba en demasía, lo realizaba con pereza y vagamente, lo suficiente como para que pareciera un proyecto de investigación en formato APA. Este guapo ojirrosa se encontraba aburrido en su sala, intentando rankear en Apex Leguends, pero su concentración estaba totalmente enfocada en querer pasar tiempo con su novio, pues desde hacía dos semanas no habían podido tener una tarde tranquila, donde el mundo no existiera más allá de esas cuatro paredes, donde sólo fueran ellos dos. El mundo era cruel y había hecho coincidir el cierre de semestre con las vacaciones de su compañero de turno, por lo que tuvo que extender su horario unas tres horas más, y así obtendría al menos un 20% más de sueldo. Su tiempo extra en el trabajo y el empeño de León en la escuela habían reducido a su tiempo como pareja a cero. Pero incluso así lograba encontrar pequeños momentos en los que podía interactuar con el más bajito. Tomó su celular, se metió a la reconocida aplicación verde con un celular blanco y entró al chat fijado de su tierno amor: estaba en línea. Podía mandarle un mensaje.
- Cómo va tu tarea, mi vida?
Solía recibir una respuesta al instante. Su mente comenzó a pensar al ver que seguía en línea y no respondía, pues eso significaba que estaba en otra conversación.
Está hablando con Edgar
¡No! Vio que León se desconectó, dejando su mensaje cruelmente ignorado. Soltó un suspiro, sería mejor no molestarlo. Eliminó el mensaje y apagó el celular, dispuesto a despejar su mente y dedicar la tarde de su día libre de trabajo en jugar videojuegos,
Sandman tenía inseguridades. La más fuerte: no ser suficiente. León era una persona extraordinaria, el alumno con las mejores calificaciones del primer año, el mejor actor del club de teatro, el orador y presentador oficial de la escuela, sociable y bien querido, todo un dios con esos ojazos de oro, esas tiernas pecas, su ondulado cabello, su piel canela, ese delgado y curvo cuerpo, el cual devoraba con conjuntos de ropa que le favorecían en todo el sentido de la palabra. Era perfecto. ¿Y él? Apenas con las calificaciones suficientes para pasar, no era espléndidamente bueno en algo que no fuera pelear, y eso no era algo honorable a su parecer. ¿Cómo fue que una maravilla como León se fijara en un pobre idiota como él?. Se esforzaba, se desvivía por ser una persona digna de Piepequeño, por ser merecedor de todas esas buenas cualidades, ser esa persona que lo amaría como nadie y lo haría más feliz que cualquier otro miserable. Creía que lo hacía bien, pero su malvada mente, él mismo, se autosaboteaba al remarcarse que nunca sería suficiente, que no tenía las cualidades para ser el novio perfecto de León. ¿Y Edgar? ese patético imbécil era mucho peor que él. Si Sandman era una basura, incluso era mejor que esa mierda de Edgar La Prime. ¿Ego? claro que era ególatra.
Su horario de sueño estaba completamente de cabeza gracias a esas tres horas añadidas a su jornada laboral: ahora debía trabajar desde las 4:00 pm. hasta las doce de la noche, por lo que terminaba llegando de madrugada a su solitario departamento. Su día a día era funcionar con cinco horas de sueño. Explicación de las monstruosas ojeras que le combinaban con sus ojos rosas.
El día anterior había sido una completa patada en los testículos para nuestro somnoliento pelimorado: un domingo en su trabajo significaba tener que soportar a personas de la tercera edad cascarrabias y seniles, a bebés ensuciando todo a su alrededor y a adolescentes pidiendo cosas exageradamente extrañas para ordenar. Un completo dolor de cabeza para un tranquilo moreno, quien salió derrotado de Sugar and Spice a la una de la mañana, y pudo dormir hasta dos horas después, ya que entre bañarse, preparar sus cosas para una nueva jornada escolar y esperar por una respuesta de su novio, lo hicieron velar hasta las tres de la madrugada. No podía terminar un día sin saber cómo estuvo el de León, si comió bien, si su tarea fue estresante, si se dio un baño antes de dormir para descansar mejor, si por lo menos pensó en él en algún momento. ¿Dependencia emocional? completamente. Esperaba algo de consuelo de un día tan duro por parte de su castaño, pues siempre tenía unas correctas y lindas palabras de afecto para dedicarle, lo que hacía que ese pequeño momento a su lado hiciera que todas esas tortuosas horas laborales valieran completamente la pena.
Aquella semana de evaluación fue un caos. A penas fue el receso de lunes cuando León le dijo que estaría en la biblioteca haciendo tarea. Sería mejor no interrumpirlo. Volvió a su habitual rutina de estar sentado en su butaca toda la media hora de descanso, escuchando música y luchando por no caer dormido.
León estaba a tan sólo cien metros de él y lo sentía tan lejos. Para él, su mundo y primera prioridad siempre fue la escuela, y a Mamluk era algo que le encantaba, adoraba ver esa entrega y dedicación a su educación, en cierta parte le ponía contento que León fuera tan perseverante con su historial académico, pues a pesar de no querer entrar a la prestigiosa Universidad de las Rosas, la admisión al Conservatorio de Bellas Artes del Arcade tampoco era una tontería.
Sintiendo la sed en su paladar, creyó que sería un lindo detalle llevarle algo de comer a su tierno amor. Contento con su idea, se dirigió a la cafetería, compró la rebanada de pastel más colorida y glamurosa que había, y para él sólo una bolsa de papas picantes. Alegre, fue a la biblioteca del instituto, se metió todas sus compras debajo de su gran sudadera, pues estaba más que claro que el reglamento no permitía el ingreso de alimentos a la estancia.
- Buenos días - saludó a la bibliotecaria, quien le devolvió el saludo con una sonrisa.
Con pasos veloces, buscó las mesas de la sección de Economía, pues sabía que ahí se encontraba su novio. Escuchó risas. Escuchó murmullos. Encontró las mesas, y ahí estaba su adorable pecoso, acompañado de un chico de extraño cabello rosa, con una gorra del mismo color, riendo sin parar, intentando no hacer ruido con sus risas. Retrocedió, se escondió detrás de los estantes, escuchando atento.
- No debes sentirte mal por ello, Spike - hablaba el de pecas en susurros - Luces guapísimo con el cabello sonrosado, eres todo un galán -
No escuchó respuesta por parte del llamado Spike. Asomó su cabeza ligeramente, divisando que ambos estaban abrazados. León es una persona cariñosa, siempre lo supo. Vio cómo le daba un beso en la cabeza, mientras le acariciaba la espalda con dulzura.
Algo explotó dentro de Sandman. La campana invadió todo el bachillerato. Todos empezaron a entrar a sus respectivos salones. Una sudadera negra estaba escondida entre los arbustos de los jardines. Sollozaba, lloraba, se deprimía. Con una triste rebanada de pastel en su mano derecha. Pensaba. Repensaba. Sobre pensaba.
Para mi no tiene tiempo, pero para un completo extraño sí.
A mi no me ha besado desde hace días y un desconocido ya sintió uno.
No le importo.
No soy prioridad.
No me quiere, por algo hizo lo de Edgar.
No soy digno de él.
¿Por qué llegué a pensar que podía merecerlo?
Siempre fue impulsivo, se dejaba llevar por el fuego de las emociones que lo consumían despiadadamente, pero a pesar de su repentino actuar,
Mamluk era una persona suave, su corazón, sus sentimientos eran extremadamente sensibles, cualquier mínimo comentario lo hacía sentir mil sensaciones, algo de lo que muchas personas se aprovecharon durante mucho tiempo. Por eso su ego surgió. Un escudo, una armadura que lo mantendrían protegido de sentir cualquier insulto hacia su persona, y así podría mantener intacta su consciencia de los demás. Nunca dejaría que nadie supiera que le hicieron daño, nunca dejaría que alguien supiera que logró derrumbarlo. Y esta ocasión no fue la excepción. Con el ceño fruncido, el odio empezó a surgir. Su ego se hizo presente.
León no me merece.
Trabajo, tengo mi dinero, nadie más sería capaz de mantener mi ritmo de vida.
Nadie soportaría por lo que yo pasé.
Piepequeño es un desagradecido.
Un hipócrita, un desalmado.
Un infiel de mierda.
Lo odio. Lo odio. Lo odio.
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La escuela por fin había terminado. León salió del bachillerato con prisa. Iba ya a veinte metros del bachillerato cuando detuvo sus pasos repentinamente.
- Joder, debo esperar a Sandy - presuroso, le envió un mensaje preguntándole dónde estaba, que él ya había salido y que lo esperaba para volver juntos. Una llamada obtuvo de respuesta. La contestó.
- Ay, hola.
- Hola - creyó que era ilusión suya, pero la voz del de ojos rosas sonaba ronca y cansada; sería e insípida.
- ¿Dónde estás? yo estoy fuera del bach... - lo interrumpió abruptamente, parando en seco su habla.
- Terminamos.
Se quedó congelado. No había escuchado mal, fue muy claro el mensaje. Pero aún así cayó en duda de haber captado mal el mensaje.
- ¿Cómo?
- Terminamos, León.
Su corazón se oprimió. Su voz sonaba tan dura, tan filosa. No era ningún juego. Iba muy en serio.
- ¿Por qué?.
- No confío en ti. Desde lo que pasó con Edgar sigo creyendo que lo harás en con cualquier persona.
Una apuñalada directo a su corazón. Entendía que restaurar la confianza era algo olímpicamente difícil. Esta era la consecuencia de su error y no huiría. La aceptaría tan cruel y abrupta como venía.
- Está bien. Entiendo.
- Qué bueno que lo entiendas.
Silencio. Quería llorar. Sentía que la fuerza en sus pies se iba y que caería en cualquier momento.
- Gracias por estar conmigo y lamento todo mal que te hice.
La respuesta de Mamluk tardó unos segundos más - Gracias y también lo siento -
Ya no había anda más qué decir. La llamada debía terminar. Ambos sabían que en cuanto colgaran ya nada los uniría, ya no debían buscarse más, volverían a ser completos desconocidos, ya no habría nada que los relacionara más allá de ser compañeros de escuela y vecinos.
- Bueno... Adiós -
Nunca se despedían con un "adiós", pues siempre se iban a volver a reencontrar y es a palabra sellaba una separación definitiva. Pronunciar aquella sentencia dividió el corazón de León en dos.
- Adiós...
Y colgaron.
Había pasado. Había ocurrido.
Habían terminado.
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