Tu primer trago

Cuando empieza a atardecer Edvard propone que "nos mezclemos con el ambiente", traducción, que vayamos a un bar.

Ya que ésta vez todos somos mayores de edad, la peor restricción que tenemos es la capacidad de nuestras tarjetas de crédito... Aunque los gemelos Dumas hayan afirmado que ellos iban a pagar por todos.

El ambiente es bastante agradable, aunque evidentemente ruidoso pero no tanto como la última vez, supongo que porque aún no era tan tarde en primera y en segunda por la zona dónde nos encontrábamos; apenas damos un par de pasos, Edvard me toma por la muñeca con firmeza y tira de mí hacia la barra, escucho a Auguste y Khaled reír mientras nos siguen.

Los cuatro nos sentamos justo frente a la barra, "¿Qué rayos traman estos tres?" Me pregunto mientras los veo intercambiar miradas cómplices.

—Creo recordar que dije que no me moriría sin haberte invitado tu primer trago antes —exclama Edvard haciendo que lo mire con molestia.

—Yo no tomo —reclamo al verlo llamar al bar tender.

—No me importa, tienes veintiún años, vas a tomar un trago con nosotros

—Y uno bien, refresco con limón no cuenta —sentencia Auguste.

—Con tequila lo habría dejado pasar, pero con limón, nunca —afirma Khaled y yo ruedo los ojos.

—Pues ya que —murmuro desganado apoyando mi cabeza en la barra haciéndolos reír.

—Cuatro de tequila por favor —pide Edvard con una sonrisa y yo volteó a verlo —No es tan fuerte, tranquilo. Tampoco planeo emborracharte con tu primer trago

Hago una mueca de inconformidad breve antes de que nos pasen una pequeña charola con cuatro vasos pequeños llenos de tequila; cada uno toma uno y nos miramos entre todos.

—Que nunca muera el club de los nombres ridículos —exclama levantando su trago

—Que nunca muera el club de los nombres ridículos —respondemos todos chocando los vasos.

—Hasta el fondo —advierte Auguste y todos damos el trago.

El limón baja un poco la intensidad del sabor, pero aún así el alcohol me quema la garganta; aprieto los ojos y saco la lengua haciendo caras de inconformidad ante la cuál mis amigos se ríen.

—Ya tomé un trago, denme mi refresco —reclamo dejando el vasito en la barra.

—Lo que digas, princesa —se burla Edvard y vuelve a llamar al hombre que sirve los tragos —No estuvo tan mal, ¿o sí?

—No, pero no es algo que volvería a hacer, no por gusto al menos —repongo tomando la rodaja del limón y chupándola con cuidado.

Hago a Kathleen dar una vuelta rápida para apretarla a mi cuerpo con mis brazos mientras las últimas notas de la canción suenan, su risa dulce inunda mis oídos mientras sola veo cerrar los ojos como si fuera un pequeño gatito en busca de cariño.

—Eres hermosa —murmuro bajo acunando su rostro con mi mano.

—Quiero pasar contigo el resto de mi vida —responde ella en el mismo tono mirándome con sus cálidos ojos brillando de esperanza.

—Será el resto de mi vida, amor

—No es justo —reclama ella pegando su cabeza a mi pecho.

—Lo sé, pero si la hay, te buscaré en mi siguiente vida —aseguro y busco algo que hace muchos meses llevo en mis bolsillos —Mientras tanto, déjame decir que soy el futuro esposo de la chica perfecta

Kathleen me mira confundida hasta que le muestro el pequeño anillo de compromiso entre mis dedos haciéndola soltar un grito de emoción.

—Me habría arrodillado, pero no estoy en condiciones —excuso risueño y ella me toma por el cuello para besarme.

—No importa, es perfecto —asegura y toma el anillo para colocárselo ella —Vamos a casarnos

—En cuánto me mejore lo suficiente como para caminar sin ayuda te llevaré al altar, lo prometo —aseguro besando el dorso de su mano —Ahora si me disculpas, necesito sentarme

—Baila otra canción conmigo, por favor —suplica haciendo un puchero.

—Lo haría amor, de verdad, pero estoy un poco cansado. Dame un par de canciones

Kathleen me mira con reproche y Auguste se acerca a nosotros tomando a mi novia por el hombro con ligereza.

—Yo bailo contigo en su nombre —exclama con una sonrisa tímida que hace que mi novia me cuestione con la mirada.

—Sin pasarte Auguste —advierto soltándola para que vaya con él.

—¿Yo? Ni que fuera Khaled —refuta bromista apuntando al aludido con la cabeza; el moreno baila con mi hermana entre besos nada inocentes.

—Aún debo hablar con él sobre eso —afirmo antes de dirigirme a la barra para sentarme.

Miro a mi alrededor con una sonrisa, mi mirada vaga entre rostros aunque sin buscar nada en específico; los lentes púrpura y los ojos miel de Liesel entran en mi campo mientras se acerca casi espectral.

—¿Qué tal todo? —pregunta al verme.

—Bien, cansado —respondo exhalando un suspiro —¿Dónde está Aramis?

—Afuera, tomando aire, este no es su ambiente —explica ella apuntando a las puertas cerradas del balcón.

—Iré a verlo —informo y ella asiente —Diviértete

—Gracias

Camino con cuidado y un poco de dolor hasta las puertas y las abro con cuidado, mi mejor amigo se encuentra apoyado en la barandilla con una mirada nostálgica perdida en el horizonte o en el tiempo.

—Dejà vú —exclamo haciéndolo voltear la vista y sonreírme.

—Creo recordar que la última vez fue al revés —repone él, siguiendo mi broma.

—Recuerdas bien —afirmo sentándome en una de las sillas cerca de él —¿Te diviertes mosquetero?

—Un poco, no es mi ambiente

—Lo sé, Liesel me dijo —anuncio y él asiente —Por cierto, ¿cómo va todo con ella?

—Podría ir mejor, pero parece que todo vuelve a la normalidad —acepta cerrando los ojos en una de sus típicas sonrisas soñadoras —¿Tú cómo vas con tu novia?

—Es mi prometida ahora

—Enhorabuena, aunque solo como comentario, ¿no te parece un poco egoísta?

—Demasiado de hecho, no iba a hacerlo, pero quiero vivir el tiempo que me queda unido al amor de mi vida 

—Espero estar invitado a la boda

—No sabía que el padrino tenía que recibir invitación

—No sé si sabes, pero el padrino debe estar casado —refuta —Pero gracias por la consideración

—Es mi boda, yo escojo como yo quiera —sentencio sacándole una risa —¿Qué tal llevas las cosas con tu hija?

—Bien, mi niña es un amor

—Eso si es tuya —murmuro ganándome una mirada de reproche —Perdón amigo, pero debes admitir que la niña no se parece a ti

—Lo sé, pero confío en Liesel, y adoro a Winter, así sea mi hija o no —asegura alegre y lo veo jalar aire con fuerza antes de mirar hacia adentro —Parece que a Auguste le gusta Kathleen

—Sí, le gusta desde hace un par de años —admito mirando como el rubio no aparta la vista de ella.

—¿No te molesta?

—Él puede enamorarse de quién sea, no puedo impedirlo; y cuando me vaya, alguien debe cuidar de ella, sé que no puedo esperar que él lo haga, ni que ella lo ame, pero desearía eso, así ambos estarían bien y a salvo

—¿Y cómo tomaste lo de Khaled y Juno? 

—Una sola cosa le dije a ese cabrón que no hiciera, y esa fue salir con mi hermana y le valió; todavía tengo que hablar muy seriamente con él

Escucho las carcajadas de Aramis y giro hacia él para verlo echar su cabeza hacia atrás mientras ríe y se da golpes suaves en el pecho, sobre su corazón.

—Parece que no eres el único que no sabe cumplir una promesa

—¡Hey!

—¡Me prometiste que me avisarías si la encontrabas!

—¡Ella me hizo prometer que no lo haría!

—¿Y su promesa vale más que la mía?

—Tenía un buen argumento —me defiendo mientras lo veo cruzarse de brazos —No te irías si hubieras llegado a ver cómo vivían, no las habrías dejado... ¿Lo harás esta vez? Falta un año

—No, vendrán conmigo

—¿Qué?

—Le pedí a Liesel que se fueran las dos conmigo a España, dijo que lo pensaría, ya es un avance

—Definitivamente, suerte —exclamo y lo veo repetir su gesto con su pecho —¿Estás bien?

—Sí, tú tranquilo —contesta rápidamente antes de jalar aire profundamente.

Nos quedamos en silencio un momento, disfrutando de la noche y de la simple presencia el uno del otro cuando lo escucho aclararse la garganta, al voltear lo veo sacudir el brazo izquierdo y verme con una sonrisa.

—Considerando que me obligaste a celebrar mi cumpleaños, ¿puedo obligarte a festejar el tuyo? —cuestiona bromista.

—No, no vas a estar aquí cundo sea —repongo sarcástico ganándome una mirada de reproche.

—Bueno, el próximo año, ¿cuántos cumples?

—Este año, veinticuatro. Y sí, claro —me quedó pensando un momento, mi edad no me pesa tanto por los años que llevo vivo, si no por los que restan para mí muerte —No quiero cumplir años, desearía quedarme eternamente de veintitrés

—¿Por qué?

—Desde niño supe que mi tiempo era aún más limitado que el del promedio, pero fue muy claro "la esperanza de vida promedio oscila entre los veinte y veinticinco años, nadie vive más de treinta", puedo ser del grupo que supera el rango pero, veinticinco es... Mi momento, no quiero llegar a ese punto de cuenta regresiva en el que cada segundo cuenta y todo se vuelve ganancia

—Entiendo el punto, querer detener el tiempo, vivir eternamente aquí, pero, no puedes; el Edvard de este punto tiene metas que cumplir

—Y el Edvard del futuro no puede cumplirlas —interrumpo —Soy realista Aramis, sé que un día no me levantaré de la cama, un día me volveré una carga, y eso es lo que no quiero

—No serás una carga

—¡Lo seré! Sin poder moverme, atado a una silla de ruedas y después a una camilla. Preferiría darme un balazo antes de dejarme morir en una habitación de hospital como un maldito vegetal consciente, evitarme los años de penas, y de ver cómo solo empeoro y todo se va deteriorando, tanto para mí como para los que me ven, y sufrir porque ni siquiera podré tener una muerte tranquila; después de todo lo que he pasado aún así estoy condenado a asfixiarme lentamente porque mis pulmones ya no se mueven o mi corazón dejará de latir correctamente —hago una pequeña pausa mientras pienso en eso, Aramis aprieta su brazo izquierdo con su mano contraria —Mi muerte es la única parte de mi vida que no puedo controlar, y es la única que de verdad quiero controlar, no quiero morir así

—No morirás así Edvard —asegura Aramis —Tendrás un final digno de ti, valdrá la pena, lo prometo

Lo dulce del comentario queda interrumpido por una brusca bocanada de aire y una mueca de dolor de parte de mi amigo, frunzo el ceño y me levanto con cuidado; los nudillos de su mano derecha están blancos del esfuerzo de apretar su brazo.

—Aramis, ¿qué te pasa? —murmuro y entonces se escucha un pitido extraño, su marcapasos —¿Qué pasa con tu marcapasos?

—Se queda sin batería —exhala con dolor y trabajo sujetándose del barandal —Me está dando un infarto

Busco apresurado mi teléfono en mis bolsillos y no lo encuentro, o lo dejé en la barra o se quedó en el auto, volteo la vista hacia el interior y veo rápido al club.

—Resiste Aramis, por favor —suplico y me lanzo hacia adentro —¡Auguste! ¡Ayuda!

Llamo al rubio mientras corro, el dolor en mis piernas termina tirándome al suelo y Khaled escucha el golpe, acercándose a mí, el resto lo nota.

—¡Edvard! —grita Khaled acercándose —Edvard que pasa

—Estoy bien, estoy bien, Auguste —murmuro alejando sus manos que intentan levantarme.

—Aquí estoy, Ed, ¿qué pasa? —pregunta Auguste agachándose.

—¡No! ¡No! Yo estoy bien, Aramis, le está dando un infarto

—¡¿Qué?! —Auguste alza la vista y yo apunto hacia afuera, preocupado se levanta corriendo y va hacia allá, Liesel lo sigue de cerca.

—Edvard, ven —murmura Khaled intentando levantarme.

—Estoy bien, estoy bien 

Intento levantarme por mi cuenta, pero Khaled no me lo permite y me jala con él hasta la barra donde me empuja para que me siente, hago girar la silla intentando ubicarme, siento todo borroso y el mundo me da vueltas, mis oídos están algo tapados pero la adrenalina está a mil.

—Edvard, cálmate, necesito que te calmes —exclama Khaled parándose frente a mí.

—¡No puedo calmarme! —grito desesperado buscando la puerta —Aramis...

—Estará bien, Auguste ya está con él y sabrá que hacer. Y si no sabe estoy seguro de que ya llamó a una ambulancia —me relajo un poco al escucharlo pero mi respiración sigue errática —Necesito que te calmes, tienes un problema en el sistema nervioso, no puedes alterar te así

—¿Kathleen? —pregunto buscándola y lo veo levantar las comisuras de sus labios más tranquilo.

—Juno fue por ella, te pediré un vaso de agua

Mi estado mental mejora, pero mi estado físico no puede decir lo mismo, siento cómo mi corazón sigue acelerado y pronto mi cabeza empieza a punzar, cuando escucho el silbido en mis oídos sé que estoy acabado, mi cabeza empieza a dar vueltas y las cosas se difuminan cada vez más.

—Edvard, Edvard

—¡Edvard! 

Es lo último que escucho antes de desmayarme

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