No preguntes (2)
Sigo buscando la llave en el closet, pero tengo mucha curiosidad por lo que acaba de pasar.
—Edvard — lo llamo.
—Mande — responde.
—¿Por qué si tocas la guitarra y vienes de una familia que se dedica a las Bellas Artes no te dedicas a eso? — pregunto confundido y obtengo como respuesta un silencio tenso.
—Porque no me hace feliz — responde después de un momento —Me gusta, pero como un pasatiempo, no un trabajo
No creo que ese comentario necesite una respuesta así que simplemente asiento comprendiendo y sigo buscando.
—¡La encontré! — grita de pronto Edvard y yo me asomo —Sí es esta, ¿no?
Me muestra el juego de llaves que tiene; una llave de plata larga y redonda y una corta de placa cuadrada con un diseño... peculiar.
—Sí, son esas — respondo asintiendo y él sonríe.
—Bueno, vámonos — dice y cierra el cajón.
—Oye, ¿por qué no te vienes conmigo? — sugiero mordiéndome el labio —No me gusta estar solo
—Déjame pensarlo — responde con una mueca.
—Ten en cuenta que si aceptas tendrás que ponerte mi ropa y hasta donde recuerdo, no te queda muy bien — digo bromeando y él ríe.
—Me arriesgaré — contesta y salimos de su habitación.
Caminamos por el pasillo, directo a las escaleras, pero a la mitad, Edvard se detiene de la nada completamente aterrado, giro la vista al frente y veo a un hombre alto, robusto, de piel semi-morena y cabello negro acercándose.
—Hola hijo — saluda cuando está más cerca.
—Hola papá — responde Edvard encogiéndose en su lugar.
—¿Quién es él? — pregunta el señor viéndome.
—Oh, claro. Papá, él es mi amigo Aramis — dice Edvard rápidamente — Aramis, él es mi padre, Leonardo Dumas
—Un gusto señor — digo tendiéndole la mano.
—El gusto es mío — responde estrechando mi mano —¿A dónde van?
—Voy a dejarlo a su casa — responde Edvard y da un paso hacia atrás —¿Me esperas un momento? Olvidé algo — pide viéndome.
Sale corriendo hacia su cuarto antes de que pueda responderle algo y frunzo el ceño confundido.
—Es normal que se ponga así, acostumbrate — dice el señor y yo asiento —Fue un placer conocerte
—Igualmente — respondo y se aleja.
A los pocos segundos sale Edvard con una mochila y me hace una seña para que lo siga, empieza a avanzar rápidamente hasta llegar a su camioneta y ambos nos subimos.
—No preguntes — pide y yo asiento suponiendo que se refiere a lo que acaba de pasar.
—¿Para qué la mochila? — pregunto.
—Me quedo contigo — responde y yo sonrío —¿No hay problema?
—En absoluto — respondo.
Lo miro jalando aire para poder conducir y noto que sus brazos se sacuden en pequeños espasmos producto del nerviosismo que tiene.
—¿Quieres que yo conduzca? — pregunto y él me mira.
—Por favor — responde asintiendo y hacemos cambio de lugar.
Conduzco rumbo a mi casa, en el camino Edvard se queda dormido sobre el tablero; cuando llego a casa, estaciono la camioneta y lo sacudo suavemente para despertarlo.
—Edvard — lo llamo y empieza a despertar
—¿Qué pasó? — pregunta frotándose los ojos.
—Ya llegamos — aviso y él asiente.
—Vale, gracias por conducir — responde con una mueca.
—No hay de que — contesto —¿Puedo preguntarte algo?
—Supongo — responde incómodo.
—¿Te sientes bien?— cuestiono y me observa confundido —Te ves... nervioso
—Lo estoy un poco — responde —Siempre me pone nervioso hablar con mi padre
—¿Recuerdas el cuento que te regalé en Navidad? — pregunto y él me mira con una sonrisa pero confundido.
—Claro, "Canario entre azulejos" — responde —Me representaba muy bien por cierto, gracias.
—Claro — respondo con una mueca —¿Sabes por qué puse esas aves?
—Mmm... no — contesta.
—El canario es el único tipo de ave "doméstica" que vive más tiempo en cautiverio que en estado salvaje — explico —Por otro lado los azulejos son unas de las aves más agresivas, se defienden muy bien entre ellas, pero atacan a cualquier intruso en su hábitat.
—¿Y eso qué tiene que ver? — pregunta Edvard.
—Que así te ves con tu familia Ed — respondo —Eres un chico hogareño, se te nota, el problema es que no tienes un hogar, lo buscas en tus amigos, pero no lo tienes, y lo necesitas Edvard, te hará daño a la larga, tienes que salir de ahí.
—No puedo — responde al borde del llanto —Si lo hago no podré seguir ayudando a Khaled y Auguste
—Lo entenderán, además son mayores — digo tratando de calmarlo —Edvard, no puedes seguir ayudándonos a todos y dejarte de lado, te estás lastimando.
Edvard se acerca a darme un abrazo y así nos quedamos hasta que se calma.
—Gracias Aramis — dice soltándome
—No hay de que, amigo — respondo y ambos reímos antes de bajar de la camioneta.
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Más lo escribo y más lo diré, adoro la amistad de este par.
Espero les guste
Atte: Ale Bautista
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