¡Con un demonio, Liesel!

Maratón de Año Nuevo 3/4

Llego al aeropuerto apresurado, pero en lugar de buscar a Aramis busco a Liesel, ella prometió estar aquí para venir a recogerlo conmigo; me paro de puntas para buscarla pero no la veo llegar y eso me estresa, saco mi teléfono con intención de llamarla, pero en eso, una mano en mi espalda me sobresalta.

—¿Buscas a alguien? —pregunta una voz aumentando mi espanto, y doy la vuelta de un salto.

—¡Aramis! —reclamo —Me asustaste

—¿Tan mal me veo? —cuestiona y tengo que morderme la lengua para evitar responderle.

Si en las llamadas se veía pálido en persona puedo decir que estoy viendo al verdadero fantasma de Canterville, las ojeras en sus ojos los hacen ver hinchados y oscuros pero de forma nada saludable, su cabello está muy revuelto y sus pómulos se marcan de forma excesiva y casi podría jurar que debajo de la gruesa chamarra de borrego que trae puesta se deben marcar algunos de sus huesos.

—No —respondo finalmente.

—¿A quién buscabas? —interroga y yo hago una mueca.

—A ti —contesto obvio y él frunce el ceño.

—¿En la entrada? —inquiere de nuevo.

—Llegué tarde, pensé que tal vez ya habrías salido —explico rápidamente y el frunce el ceño antes de darme un asentimiento.

—¿Vamos por mi maleta? —propone y yo asiento.

Ambos avanzamos en un silencio incómodo, Aramis un poco perdido en sus pensamientos y yo nervioso buscando con la mirada de forma discreta a Liesel; en el camino veo a Aramis frotándose los brazos con sus manos y frunzo el ceño.

—¿Todo bien? —pregunto y él voltea la mirada hacia mí.

—Sí, solo tengo un poco de frío —contesta pasando saliva y yo asiento.

—Hace la misma temperatura que las últimas dos veces —comento llegando a dónde las maletas.

—Las últimas dos veces pesaba cinco kilos más —repone y yo inclino la cabeza tomándolo como un punto válido.

Esperamos un momento hasta que veo pasar una maleta roja y me acerco a tomarla pero Aramis me detiene.

—Es esa —dice señalando una maleta color mezclilla que sale más atrás.

—¿Esta? —pregunto tomándola y él asiente —Es algo grande

—Por si no regreso —responde y yo hago una mueca.

—Aramis... —murmuro pero él me interrumpe.

—No ahora Edvard, ¿sí?

—Está bien —accedo exhalando un suspiro y bajo la maleta para arrastrarla hacia la salida.

Durante el trayecto veo que Aramis empieza a temblar y frunzo el ceño; me detengo un momento y me saco mi chamarra para ponérsela en los hombros, él me sonríe suavemente y asiente.

—Gracias —susurra titiritando.   

Asiento y empiezo a avanzar más rápido para llegar a mi camioneta; al salir volteo hacia Aramis y lo veo temblando, me giro para encararlo y lo tomo por la barbilla, sin embargo, aparto rápidamente la mano.

Preocupado, tomo su cabello y le doy un pequeño tirón para levantarle la cabeza dejando ver sus labios poniéndose azules por las comisuras, aún así, sus mejillas están sonrojadas; pongo mi otra mano en su frente y la siento ardiendo.

—Aramis, ¿qué te pasa? —pregunto preocupado.

—No me siento bien —murmura aturdido.

—Espera aquí —ordeno y salgo corriendo por mi camioneta.

Veo a Edvard salir corriendo con un poco de cogera, pero me encojo de hombros, me siento demasiado mal como para pensar en ello.

Por la cara de preocupación que puso Edvard y el frío que tengo pese a ser verano asumo que tengo fiebre, y que no debe ser inferior a los 40 grados.

Aparto la mirada y veo mi maleta algo alejada de mí, a pasos lentos me acerco estirando el brazo hacia ella y la jalo hacia mí con cuidado; espero un momento y veo que se acerca la camioneta verde de Edvard.

Se detiene frente a mi y escucho cómo se bota el seguro de la cajuela, agarro mi maleta y me dispongo a guardarla, pero Edvard llega a mi lado y me la arrebata de un jalón.

—Yo la guardo, tú súbete —ordena viéndome y yo asiento —¡Rápido!

Edvard se aleja para guardar la maleta en la cajuela y yo me dirijo al asiento del copiloto que fue el que dejó en la orilla.

Intento abrir la puerta, pero la poca fuerza que tengo hace que deba intentarlo unas tres veces antes de conseguirlo; apenas consigo dar el jalón para abrirla, siento como todo da vueltas y empieza a ponerse borroso, me sostengo de la puerta antes de perder fuerzas definitivamente.

—¡Aramis! —escucho antes de desmayarme.

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Chan chan chan, ¿qué le habrá pasado a nuestro mosquetero?

Espero les guste.
Atte: Ale Bautista

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