7

Francisco estaba trabajando en el jardín esa mañana.

Me lo encontré en el patio trasero de la casa. Estaba con la cabeza metida en el matorral de jazmines que estaba contra el muro. Se asustó cuando lo saludé, pronunciando su nombre con entusiasmo.

—¡Joaquín!—Me llamó. Se le había quedado el sombrero dentro del matorral y su cabello tenía algunas hojitas enganchadas.

—¿Qué estás haciendo?

Él se rascó la nuca.

—Estaba podando los jazmines y se me quedó el sombrero atorado en una rama. Ahora no puedo quitarlo.

—¿Me permites echar un vistazo? Tal vez pueda ayudarte.

Francisco se abrió paso y ahora era yo quien tenía la cabeza enterrada dentro del matorral. Estuvimos un rato tratando de desatascar el cordón del sombrero sin romper ninguna rama importante, hasta que por fin, gracias a las herramientas de Francisco, lo conseguimos.

—Si me hubiese pasado a mí, arrancaba el sombrero con todo y jazmines.

Francisco soltó una sonora carcajada.

—Yo quiero conservar mi trabajo, señor Hernández. Además sería una lástima estropear estos jazmines. Son preciosos.

Estiré la mano para quitarle las hojitas del cabello cuando él hizo el amague de colocarse el sombrero.

Recuerdo exactamente lo que sentí en el instante en que las yemas de mis dedos tocaron sus mechones rebeldes. Comenzó como un suave cosquilleo que se extendió por todo mi brazo y cuando llegó hasta mis hombros se extendió hasta mi pecho y explotó.

Sentía taquicardias.

Tomé una generosa bocanada de aire para tratar de recomponerme pero la sonrisa de Francisco, los hoyuelos en sus mejillas y sus ojos de caramelo consiguieron ponerme todavía más nervioso.

Era simplemente precioso.

—Mi cabello debe oler a los jazmines de tu mamá —comentó en voz baja, sin perder aquella sonrisa.

Entrecerré los ojos y aspiré con ganas. El aroma de las flores se sentía por todos lados, pero yo quise imaginar que tenía la nariz enterrada en aquella melena despeinada que tanto me gustaba.

El vozarrón de mi padre rompió aquel momento. Nos sobresaltamos al escuchar que gritaba mi nombre desde la entrada, luego escuchamos sus pasos aplastando la gravilla.

Instintivamente nos alejamos. Francisco comenzó a recoger sus herramientas y yo caminé en dirección a la entrada para reunirme con mi padre.

Ese pequeño momento fue lo único que me hacía falta para entender lo que realmente me pasaba con Francisco. Descubrirlo fue algo realmente aterrador.

Mi hermana se metió en mi habitación esa noche.

—¿Sigues hablando con él?

—¿A qué te refieres?

—Te vi hablando con Franciso en el patio trasero esta mañana.

Sentí que el corazón se me subía hasta la garganta.

—Solo estábamos conversando.

—¿Después de lo que pasó en la playa?

—Fuiste tú la que se peleó con ellos, Josefa. Yo no tuve nada que ver.

Ella hizo un mohín.

Mi hermana pensaba que yo debía enemistarme con todo aquel que tuviera un problema con ella. De hecho, yo también lo creía hasta que comencé a tener un poco más de pensamiento crítico y decidí crear mis propios círculos sociales. A menudo discutíamos por eso, pero yo había aprendido a endurecer mi corazón y no permitir que sus manipulaciones me afectaran. Aunque sabía que Josefa no se iba a quedar con mi respuesta vaga y desinteresada. Así que debía tener mucha cautela.

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