21
Le había dicho a mis padres que me reuniría con unos compañeros después de clases, así que no necesitaba que fueran por mí. No sé por qué no me sentí a gusto con decirles la verdad, supongo que presentí que no me dejarían juntarme con ese chico, más allá del favor que le haya hecho mi padre.
Cuando terminaron las clases, salí caminando hacia la plazoleta.
Ese chico estaba allí, esperándome. Llevaba puesto un jersey gris, un par de tallas más que la suya, y unos pantalones de mezclilla.
—Vaya, qué chico más puntual.
Estaba sentado en un mesón de piedra, así que me senté frente a él.
—Ayer no te pregunté tu nombre.
—Román. Me llamo Román —respondió él—. ¿Y tú eres?
—Joaquín.
—¿Qué estabas haciendo en la manifestación ese día, Joaquín?
—Solo iba de camino al colegio, no sabía que estaban manifestándose. Acabé allí por error.
Román me estudiaba con sus inexpresivos ojos pardos.
—¿Eres gay?
La repentina pregunta no solo me tomó por sorpresa, sino que me resultó un tanto intimidante, por no decir agresiva.
La única persona que conocía mis preferencias era Francisco, no estaba seguro de querer compartirlo con alguien más. Aunque, por otro lado, le debía mucho a Román. No me sentía bien con la idea de mentir acerca de quién era yo.
—Tranquilo —contestó él, como si fuera capaz de leer mis pensamientos—, no voy a decirte nada si lo eres. Ya tenemos a mucha gente que opina al respecto, ¿verdad?
—Yo creo que son más que nosotros —respondí, ambos nos reímos.
—¿Cuántos años tienes, Joaquín? —preguntó Román.
—Tengo dieciséis.
—¿Tienes novio?
—Bueno, Francisco es mi... —comencé, pero me detuve de inmediato. Hasta ese momento no me había detenido a pensar que Francisco y yo nunca habíamos formalizado lo nuestro—. Bueno, digamos que algo así.
Román comenzó a reírse. En ese momento me sentí como un niñito tonto.
—Déjame adivinar, ¿se gustan pero no se lo dijeron? ¿O ambos lo saben pero no quieren admitirlo?
—Nada de eso. Hasta nos besamos.
—¿Y entonces?
Me encogí de hombros.
—Él vive lejos de aquí. Nos mantenemos en contacto mediante cartas.
—Imagino que tu familia no lo sabe —continuó indagando Román.
Yo hice un gesto negativo con la cabeza.
—Mi padre es... Bueno, a él no le gusta mucho ese tema.
—Es homofóbico —concluyó él.
Yo asentí, con algo de vergüenza.
—Mis padres también lo son. Cuando mi padre se enteró de que yo era gay me pegó una paliza y me echó de casa. Eso fue cuando tenía quince. Estuve viviendo en la calle durante algún tiempo y luego conocí a unos amigos que me dieron un lugar en su casa. Ellos son travestis. ¿Sabes lo que es un travesti?
—No...
—Hombres que se visten de mujer. La gran mayoría son trabajadores sexuales. Mis amigos lo son. Ambos tienen SIDA. También lucho por ellos, ¿sabes? son como mi familia. Me angustia el hecho de que puedan morir en cualquier momento.
—Entiendo. ¿Y tú...?
Roman me dio la respuesta que buscaba antes de que yo terminara mi pregunta.
—No, yo no soy travesti, ni prostituto, ni tengo SIDA. Trabajo en una hamburguesería. Oye, alguna vez te invitaré a casa para que conozcas a mis amigos. Ellos son geniales.
—Me encantaría conocerlos.
El frío calaba los huesos cuando decidimos dar por finalizada nuestra reunión. Román me dijo que iría verme pronto y que concretaríamos esa visita a su casa.
Tenía un montón de sentimientos mezclados cuando regresé a casa.
Salir del clóset con otra persona había sido liberador y aterrador al mismo tiempo. El miedo al rechazo siempre estaba allí, sentado junto a mí, siguiendo mis pasos en todo momento. Pero yo sabía que si quería ser feliz, no podría pasar toda mi vida escondido. Estos pequeños grandes pasos eran muy importantes para mí.
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