16
Esa mañana, cuando iba de camino al colegio terminé metido en medio de una manifestación. No supe en qué rayos estaba pensando cuando comencé a caminar entre medio de la gente que estaba cerrando la calle. Eran tantos que apenas se podía pasar por entre medio de ellos, casi todos sostenían carteles y gritaban cosas que no lograba comprender del todo bien.
Quizá de forma inconsciente quise ser parte de aquella manifestación. Pero en ese momento entendí que había que tener demasiadas agallas como para salir a manifestarse aun sabiendo que la policía llegaba y disparaba sin ningún tipo de miramiento. El gobierno decía que eran balas de goma, que las armas con balas de verdad las llevaban los propios manifestantes. La gente quería creer en esa excusa ridícula para justificar el accionar salvaje de la policía, pero quienes teníamos al menos dos dedos de frente sabíamos cuál era la realidad.
En un momento la gente comenzó a moverse y yo me vi obligado a moverme con ellos. Por lo que pude escuchar, la policía estaba llegando y habían comenzado a tirar gas lacrimógeno para dispersarlos. No supe bien qué fue lo que sucedió después de eso. Comencé a escuchar gritos y disparos y las personas comenzaron a volverse completamente locas. Todos huían en direcciones distintas y yo no sabía ni para dónde correr. De repente, una nube densa de color gris me envolvió y comencé a sentir que me ardían terriblemente los ojos. Caí de rodillas al piso mientras intentaba tomar un poco de aire, pero cada vez que inhalaba, el gas lacrimógeno se metía por mi boca y por mi nariz.
Yo ni siquiera sabía qué tenía que hacer en esos casos, así que me tiré al piso porque comencé a escuchar un tiroteo muy cerca de donde estaba. No podía ver, no podía respirar, lo único que podía hacer era quedarme allí y esperar a que todo pasara.
De repente, sentí que alguien me tomaba de un brazo y me colocaba algo en la nariz. Por un momento creí que esa persona estaba intentando lastimarme, pero de repente, escuché que trataba de decirme algo que me costó entender debido al bullicio.
—¡Sostenlo en tu boca! —gritaba una y otra vez—. ¡No respires el humo!
Tomé el pañuelo con ambas manos y lo apreté contra mi rostro. Tenía un olor fuertísimo, pero me ayudó a respirar un poco mejor, así que supuse que ese chico no estaba intentando hacerme daño.
Corrimos hacia un callejón y nos ocultamos allí. Yo sentía que había tragado una bola de fuego; me ardían muchísimo los ojos y todavía me costaba respirar.
—Oye, tú.
Miré al chico sin quitarme el pañuelo de la cara. Tenía una pañoleta negra que usaba como cubrebocas y una capucha puesta del mismo color. Había otro chico con él que parecía de mi misma edad.
—¿Estabas en la manifestación o te perdiste? No pareces ser de esta zona.
—Me... me perdí —contesté con la voz ronca, luego comencé a toser.
—Supongo que estabas yendo al colegio. Jamás te metas en una manifestación, los polis le disparan a cualquiera. Necesitas ver a un médico, inhalaste mucho gas.
—Me arde el pecho —dije con la voz ahogada—. No puedo respirar bien.
—Ese pañuelo tiene vinagre. Ayuda un poco a aminorar los daños del gas. Ven, voy a llevarte a un hospital.
Me ayudó a levantarme y caminamos juntos hacia la calle. La policía ya había disipado a los manifestantes pero el humo gris todavía seguía allí. Cruzamos hacia la vereda de enfrente y en ese momento, un par de policías nos detuvieron. Escuché tres disparos y lo primero que atiné a hacer fue tirarme al suelo. Lo primero que vi fue al muchacho más joven tumbado boca abajo sobre un charco de sangre. En ese preciso instante sentí que el corazón se me detuvo.
—¡Levántense! —nos gritó uno de los policías.
Cuando me puse de pie me di cuenta de que el chico que me había ayudado estaba parado junto a mí. Miró el cuerpo del otro chico de reojo y bajó la cabeza de inmediato.
—¿A dónde mierda iban? —preguntó uno de los policías.
—No somos parte de la manifestación, señor, estábamos de camino al colegio —dijo—. Mi amigo necesita ir a un hospital con urgencia, inhaló gas lacrimógeno y no puede respirar.
El oficial, que había disparado nos estaba apuntando a los dos con el arma.
—Levanta las manos—me ordenó.
Yo obedecí de inmediato. El chico me hizo una seña para que colocara las manos cruzadas detrás de mi cabeza y así lo hice. Mientras uno de los policías me revisaba, el otro se acercó al cuerpo del chico y lo tocó con la punta del pie.
—Espósalos y súbelos al patrullero— le dijo el que nos estaba revisando al otro—. Están limpios.
Nos metieron al patrullero a la fuerza y esperamos allí durante un rato. Yo estaba tan shockeado que ni siquiera podía pensar con claridad. Me lloraban los ojos pero no tenía claro si estaba llorando o era debido a la irritación por el gas.
Cuando llegó la ambulancia para llevarse al chico, los policías se subieron al patrullero y emprendieron marcha. Quise hablar pero la tos me atacó de nuevo y comencé a sentir mucha dificultad para respirar.
—Necesitamos ir a un hospital —repitió el chico que estaba sentado junto a mí.
Ninguno de los dos policías contestó una sola palabra.
Nos llevaron a la comisaría más cercana y antes de que me bajaran del patrullero, me desmayé.
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