12
Las cosas pasaron demasiado rápido ese día. Solo reaccioné sin pensar demasiado en lo que estaba haciendo, o en las consecuencias que podría traerme el actuar de forma tan impulsiva. Cuando comencé a escuchar esos comentarios me sentí de la misma manera que con mi padre. Hasta ese momento siempre había guardado silencio, siempre fui cómplice de la basura que consumían y repetían mis compañeros, pero ese día tomé una decisión y lógicamente, esa decisión me trajo consecuencias.
—¡Le rompió la nariz de un puñetazo!
La mujer estaba completamente histérica.
Mi compañero en cuestión, Rodrigo Jiménez, se sostenía un pañuelo contra la nariz ensangrentada mientras su madre le acariciaba la cabeza y gritaba como loca. Su esposo solo intentaba calmarla, sin mucho éxito.
Mi padre estaba sentado junto a mí, con las manos cruzadas sobre una de sus rodillas y la mirada al frente. Yo sabía que estaba metido en un problema gordísimo, pero mi padre jamás demostraría absolutamente ninguna emoción en público. No era su estilo mostrarse alterado; solía decir que eso ponía en evidencia sus debilidades.
—Estoy seguro de que Joaquín tiene una explicación lógica para actuar de esa manera. Principalmente porque es la primera vez que tenemos un incidente de este tamaño.
—¿Está justificando la agresión de su hijo? —preguntó el padre de Jiménez—. ¿Qué considera usted que es justificación para hacer algo tan terrible?
—Esa es una pregunta que solo ellos pueden responder, señor Jiménez —respondió mi padre.
La directora, que observaba toda la situación desde su lugar, hizo un leve gesto afirmativo con la cabeza.
—Desde luego, no creo que exista ninguna justificación para actuar de esa manera. Pero te voy a dar el beneficio de la duda, Joaquín, porque realmente me muero por escuchar qué es lo que tienes para decir —dijo ella.
—Ellos estaban haciendo comentarios despectivos y burlones —contesté a secas, sin dar muchos detalles, cruzando los brazos sobre el pecho—. Les pedí que pararan en varias ocasiones pero empezaron a insultarme a mí. Sé que no debí actuar de esa manera pero fui impulsivo y me dejé llevar por la rabia del momento.
Vi a mi padre asentir con la cabeza. Sabía perfectamente que esa clase de respuestas diplomáticas le encantaban. A él en realidad no le importaba mucho que yo peleara en clase, lo que más quería era quedar bien parado, lucirse por tener un hijo educado que sabía responder con calma y asertividad.
Las formas. Las malditas formas.
—Mi hijo jamás haría una cosa así —aseguró el padre de Rodrigo.
—Su hijo es un patán que abusa de su posición socioeconómica para meterse con todo el mundo, señor Jiménez.
Mi padre estiró la mano para apretarme la rodilla con suavidad cuando vio la cara de horror del hombre.
—Esto no es más que un pleito de muchachos—dijo mi padre— Creo que podríamos solucionarlo de forma pacífica como los adultos civilizados que somos. Por mi parte, me disculpo por la actitud de mi hijo y me ofrezco a correr con los gastos médicos. Es más, si están de acuerdo, podría encargarme yo mismo de él.
Los padres de Rodrigo se lanzaron una mirada. Supongo que en el fondo sabían que su hijo no era ningún santo y que seguir escarbando en su historial tampoco era buena idea. Además, mi padre era bastante conocido en el colegio por las generosas donaciones que daba cada tanto y por su intento de convertirse en accionista para ganar un poco más de terreno. Él estaba acostumbrado a comprar a la gente, si no era con su encanto, era con dinero.
Al final, salimos de la dirección con un acuerdo. Mi padre se hacía cargo de los gastos de Jimenez y a mí no me ponían ninguna sanción. Rodrigo me miró de soslayo cuando nos cruzamos, el pañuelo manchado de sangre sobre su nariz y la amenaza implícita en sus ojos.
"A esos malditos maricones habría que prenderlos fuego uno por uno. Si tú los defiendes mereces morir igual que ellos".
Esas habían sido sus palabras.
Yo nunca usaba la imagen de mi padre para librarme de ningún problema. Estaba completamente seguro de que si él hubiese sabido el motivo de la pelea las cosas no hubiesen resultado así, sin embargo, a pesar de que no me sentía orgulloso en absoluto por haberme rebajado al nivel de ese payaso, sabía que, a partir de ahora, pensaría dos veces las cosas antes de decirlas.
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