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Todavía me late el corazón con fuerza cuando recuerdo aquel momento en el que ese sobre llegó a mis manos. Revisaba el buzón todos los días antes de irme al colegio y cuando regresaba. Precisamente ese día, un mes después de haber regresado, ahí estaba, entre todas las facturas y los papeles de mi padre.

Era un sobre blanco, sellado con cera de vela y unas pequeñas paniculatas secas encapsuladas. En el dorso solo decía que era para mí en letra imprenta, sin ningún otro detalle.

Entré corriendo a mi casa y cuando estuve en la privacidad de mi habitación, abrí el sobre sin mucho cuidado, sin siquiera quitarme la mochila. La carta estaba doblada en tres partes, en el centro tenía otra flor seca que todavía conservaba un dejo de su aroma. Supe de inmediato que era un jazmín porque su perfume me recordaba muchísimo a Francisco.

"Querido Joaquín:

No tuve la oportunidad de decirte lo mucho que disfruté de nuestra velada. Me atrevo a decir que fue el mejor cumpleaños de mi vida. Mejor incluso que las fogatas con mis amigos, que cualquier cena deliciosa o cualquier amanecer en la orilla de la playa. Es la primera vez que me siento tan vivo, tan yo.

Todas las noches, cuando me acuesto, rememoro ese preciso momento en el que nos besamos para que no se borre ni un instante de nuestro encuentro. Aunque, debo decir, que el sabor de tus besos es algo que me costará muchísimo trabajo olvidar.

Me alegra que por fin hayamos dado ese primer paso. No sabía si tú estabas sintiendo lo mismo que yo, pero, para serte honesto, me moría por tener un acercamiento contigo, aunque debo admitir que me supo a poco. Me gustaste desde el primer día en que te vi, supongo que eso es lo que la gente llama "amor a primera vista", ¿verdad? 

No tengo mucho más que decir. Voy a estar esperando tu respuesta. Espero que pienses en mí tanto como yo pienso en ti.

Hasta la siguiente carta.

F."

Aplasté la carta contra mi pecho cuando acabé de leerla. Mi cuerpo se desplomó sobre la cama y poco me importó que la mochila todavía estuviera colgada en mi espalda. No podía dejar de sonreír.

Me tomé unos momentos para respirar antes de quitarme la mochila y revolver dentro de ella en busca de una lapicera y un papel. De inmediato comencé a escribir la respuesta. Mi mano bailaba sobre el papel como si se adelantara a las órdenes que le daba mi mente. Estaba ansioso por dejarle saber a Francisco lo que sentía. Yo no era bueno hablando, pero sí era bueno escribiendo.

Cuando terminé la carta, revolví el cajón de mi escritorio en busca de un sobre y la guardé. Mi idea era esperar hasta la última hora de la noche para dejarla en el buzón y que el cartero la recogiera a primera hora de la mañana. De esa forma evitaría cualquier tipo de cuestionamientos, porque sí, yo nunca enviaba cartas, ni siquiera a mis parientes.

Esa misma noche, cuando todos se acostaron, me escabullí hacia la entrada de mi casa y metí la carta en el buzón. Antes de sellarla, guardé dentro del sobre una pequeña rama de lavanda del jardín de mi madre.

No sabía exactamente porqué, pero me sentía muy nervioso. Mi secreto más profundo estaba escrito en esa carta, supongo que, de alguna manera, me había puesto en una posición vulnerable. Pero aquello era un trato mutuo; una confidencia que compartíamos Francisco y yo.

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