Reencuentro

Estaba en frente de mi casa, no lo podía creer, el destino me había hecho una mala jugada. ¿Por qué ahora? ¿Por qué precisamente él tenía que mudarse aquí?

Me deslicé de rodillas hacia la puerta, no quería que me viera, de nuevo.

Bajé hasta la sala, escuché unas voces que extrañamente se me hacían conocidas, ¿Pero de dónde?. Lo averiguaré.

—¡Oh, hija, has bajado! —habló Videl con una sonrisa.

—Sí... —susurré apenas.

—¡Buenas tardes Videl! —mencionó una voz.

Esa voz... ¡Esa voz! ¿Qué hace aquí?. Una mujer alta, con el rostro bien cuidado a pesar de su edad. Hermosa. Parecía una actriz de las películas de cine mudo. Sólo aquellas mujeres que cuidaran su belleza muchísimo, podrían verse como ella... Pero la belleza por fuera, no es la misma que la que está dentro.

—¡Suegra! —corrió Videl hacia ella y le besó ambas mejillas.

—¿Qué hace ella aquí? —preguntó mirándome con indiferencia.

—Vive aquí —se detuvo un momento —de nuevo —Videl estaba segura de sus palabras. Podía notarsele.

—¡Qué descarada eres muchachita! —se aproximó a mí. Yo sólo alcé la mirada.

—Milk —dijo mamá —Milk, cálmese —Videl la detenía del brazo.

—No. No puedo hacerlo Videl —habló seria —¿Cómo permitiste que regresara a esta casa? ¿No recuerdas que todo fue para mejor cuando se fue?

Las preguntas le invadían a la ojiazul.

¿Por qué no me defendía? ¿Le tenía miedo? ¡NO! Ya no soy una niña. ¡No lo soy!

—Le recuerdo señora... —hablé por fin —que esta también es mi casa, y yo puedo entrar, salir, hacer, deshacer, vender o comprar. Es mi casa, y es usted quien no debería estar aquí, para mí, la única hija de Son Gohan, usted no es bienvenida —me acerqué a ella desafiante.

—¿Cómo puedes siquiera pronunciar el nombre de mi hijo cuando fuiste tú quien lo puso en nuestra contra?

—No, no fui yo —recalqué —fue usted vieja metiche. Le recuerdo que fue usted quien habló y me trató mal desde el primer momento en que yo llegué aquí. ¿Qué le había hecho? —ella iba a hablar pero no la dejé —¡Nada!, lo único que tuvo fue envidia, al saber que había una nueva heredera de toda la fortuna de su hijo, no me negará que la quería para usted, gracias a eso me hizo la vida de cuadritos cuando estuve aquí. Pero ya regresé, soy mayor y puedo defenderme cuando y como pueda, ni usted ni nadie será quien me humille como una vez lo hizo.

Ella no sabía que decir, pero eso sí, estaba que explotaba de rabia, mis palabras le habían llegado a lo más profundo de su ser.

—La verdad duele señora, pero acéptelo.

—Milk... —pronunció hasta ahora mi mamá —Pan tiene razón, ella ya es mayor, se manda sola y le duela a quien le duela —pausó —esta es su casa.
—Creo que mejor me voy... —tomó su bolsa de mano —hablaremos después Videl —hablaba mientras se dirigía a la puerta —estar cerca de gente sin clase, me da alergia.

Quería salir a donde estaba ella y arrancarle los pelos uno a uno, sacarle los ojos y ponerle limón. De por sí el limón se queda dulce a su lado. ¡Vieja hija de vieja! ¡Ahg! La odio. La edad no la cambió para nada. Literalmente.

—Creo que no debí haber bajado —hablé.

—Yo creo que sí —sonrió burlona —la has dejado callada —hizo una risita, que yo respondí.

—Saldré un rato... —le dije —creo que me hará bien un poco de aire fresco.

Mi madre sólo asintió y yo salí.

La tarde se había tornado bastante fría, diciembre estaba cerca, la nieve pronto haría acto de presencia.

Con mi bufanda en el cuello, guantes en las manos y bolsa en estas mismas, emprendí camino a la plaza más cercana.

Cerca de allí había un café, debido al frío que había no me resistí a pedir un expreso.

Me senté en la mesa más alejada que podía estar, me sentía bien por hoy, a pesar del mal trago que me hizo pasar mi «abuela» me siento bastante bien.

—¿Sola? —preguntó un mesero.

—Sí. —le contesté cortante.

—¿Puedo sentarme contigo? —cuestionó y yo me quedé sorprendida.

—¿Que no tienes trabajo? —no quería estar sola, lo acepto, pero tampoco quería estar con el mesero.

—Sí, pero si se trata de ti puedo hacer una excepción, Pan —dijo sonriendo.

—¿Cómo sabes mi nombre? —¿Cómo lo sabía? ¿Nos vimos alguna vez? No lo creo.

—Eres la viuda del luchador ¿No? —preguntó y yo asentí, ya había caído en cuenta, me reconocía por Kurota.

—¿Entonces me siento o no, contigo? —preguntó burlón.

No sabía que contestarle, aunque no parezca, no quería ser grosera, de buena manera me preguntó si quería sentarse conmigo, era la primera vez que me lo decía un chico mesero.

—Yo... Cla... —gracias a la interrupción de otra voz no pude terminar mi respuesta, positiva.

—Está conmigo, campeón.

—Trunks...

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Continuará...

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