Pausa 1: AU Vampiro

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Día 12

AU Vampiros

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La oscuridad invadía París. Desde la muerte del Rey Gabriel I, el pequeño poblado no había vuelto a ver la luz del sol, provocando que la mayoría de la gente muriera de hambre.

Se rumoreaba por los callejones que todo era culpa del difunto Rey quien, al no haber podido superar la muerte de su esposa al momento de dar a luz a Adrien, su único heredero, había soltado con su último aliento, una maldición sobre el pueblo y sobre su hijo.

Nadie había vuelto a ver el príncipe a lo largo de un año, por lo que los rumores de la maldición puesta por su padre, cobraban más sentido entre los aldeanos.

Hasta que un día, un anciano se paró en la fuente de la calle principal y leyó un comunicado:

"Se solicita, en nombre del príncipe Adrien, la presencia de todas las doncellas del pueblo en el castillo. Se enviará una notificación escrita a cada familia, determinando el día en que deben presentarse ante su majestad"

El pueblo se revolucionó. Algunos estaban entusiasmados con la posibilidad de que su hija se convirtiera en la nueva reina de Francia, mientras otros, querían esconder a sus muchachas de una muerte segura.

—¿Por qué dicen que será una muerte segura? —preguntó una joven, sacudiéndose la harina de la ropa. Su padre, quien le doblaba la estatura, lucía preocupado.

—Se dice que el Rey convirtió a su hijo en un vampiro y que solo la sangre de una doncella puede liberarlo.

—Padre, ¿no cree que está exagerando?

—Exagerado o no, no voy a correr el riesgo contigo —miró a su esposa, y afirmaron con la cabeza. En segundos, la chica fue cubierta por su capa y una capucha, y sacada por una puerta escondida detrás de un estante de madera apolillada.

—Eres mi única hija y no me arriesgaré —el hombre le dio un leve empujón a su hija y a su esposa, y ambas avanzaron por el pasadizo que las llevaría lejos de él.

El hombre movió el estante y cayó arrodillado al suelo, con sus ojos verdes cubiertos por las lágrimas.

Prefería mil veces perder a su hija y que fuera libre, a que se convierta en un cadáver del príncipe.

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En las tres semanas siguientes, tres muchachas habían sido enviadas al palacio real, pero ninguna de ellas había regresado. Los rumores empezaron a extenderse con mayor rapidez y la gente estaba cada vez más convencida de que la leyenda era verdad. Los titulares de la prensa local, aludían que el príncipe había bebido toda la sangre de las doncellas, pero que aún su hechizo no se había roto, por lo que la caza de jóvenes solteras empezaría otra vez.

Sí, el diario hablaba de caza, como si ellas fueran la presa del despiadado príncipe. ¿Pero qué podían esperar de la sangre real, si el Rey había sido cruel y despiadado? ¿Por qué su hijo iba a ser diferente? Era igual que él, incluso peor.

Días después, el carruaje real se detuvo en la pequeña panadería del pueblo. Al verlo, el panadero salió, tomándose el sombrero que tenía sobre su corta cabellera castaña y lo apretó.

—Necesitamos que la señorita Marinette, se presente al castillo, pues ha sido seleccionada como la candidata de la semana.

—Mi hija no está —indicó—. Hace un mes fue por harina de maíz a otra ciudad y aun no vuelve. De hecho, estoy muy preocupado.

—Sabe que es una orden real, ¿verdad? —protestó el guardia de máscara negra—. Si está escondiendo a su hija, perderá la cabeza.

—Pues la perderé, entonces —respondió, sin quitarle la mirada al hombre frente a él.

—Guardias —llamó para que tomaran al hombre y con un simple gesto de su cabeza, tres rodearon al pobre panadero y se lo llevaron con él.

Las personas observaban la escena, aterrados, ¿y ahora quien les haría el pan? ¡Morirían de hambre sin el panadero!

Lo encerraron en el carruaje y el hombre de máscara negra se paró sobre él y exclamó.

—Esta es una advertencia. Si no quieren terminar como él, no nieguen a sus hijas, es un pueblo chico y conocemos muy bien a las jóvenes que nacieron el mismo año que el príncipe, así que no podrán escapar de él... Si la hija del panadero se presenta hoy a medianoche en el castillo, quizás mañana puedan volver a comer pan caliente.

Y tras aquella frase, la carroza empezó a moverse nuevamente. Ahora la gente en el pueblo solo tenía una cosa en mente: Encontrar a Marinette.

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Sabine junto a su hija, habían estado en una pequeña cabaña perdida en el bosque y aunque estaba bastante destruida, ambas, que eran bastante habilosas, se las ingeniaron para arreglar el agujero del techo y las tablas de las paredes que estaban caídas.

Se podía decir que estaban seguras en aquel sitio, pero era imposible evitar sentirse preocupadas por el hombre que habían dejado atrás.

—¿Y si es mi turno? —preguntó Marinette, caminando frente a su madre—. ¿Y si castigan a mi padre por eso?

—Pero tú estarás a salvo, hija —dijo Sabine, palmeando la tela junto a ella para que se sentara. Marinette la observó, pero no tomó asiento y siguió paseándose de un lado a otro. Tenía como un presentimiento y estaba muy pero muy inquieta.

—¿Y si voy a verlo? —exclamó de pronto, haciendo que su madre se pusiera de pie.

—¡No!

—¡Necesito saber si mi padre está bien! —se llevó las manos a su rostro, perdiendo los dedos entre sus cabellos oscuros—. No puedo estar tranquila si él se sacrifica por mí.

—Eso es lo que hace un padre —le dijo Sabine, tomándola por los hombros—. Los padres se sacrifican por los hijos, no al revés.

—Mamá...

—¡Nada! —la silenció.

Marinette no insistió y se fueron a descansar. Más tarde, esa noche, mientras Sabine dormía profundamente, La muchacha tomó su capa y salió de la cabaña en busca del sendero que la llevaría a la ciudad. Quería mucho a su madre, pero adoraba aún más a su padre, así que no lo pensó dos veces, sin embargo, ni siquiera pudo acercarse al lugar, ya que fue capturada por los aldeanos.

—¿Qué pasa? —dijo, asustada.

—Pasa que no nos quedaremos sin pan, solo porque tu padre te esté protegiendo.

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Cuando Marinette volvió a abrir los ojos, estaba en una cama acolchonada y calentita. Fue tomando conciencia lentamente, preguntándose si las últimas semanas solo habían sido un mal sueño, después de todo, esa cama se sentía acogedora, tanto como la que sus padres le habían conseguido a base de esfuerzo.

Aunque algo hacía falta en la cama: el olor a pan recién horneado. Olfateó un poco, notando que el olor era de jazmines y rosas, y se sentó de golpe, dándose cuenta de que no estaba en su pequeña habitación, ni en la cabaña con su madre, sino que estaba en una majestuosa habitación de brillantes colores y una cama rodeada de cojines.

—Veo que finalmente despierta —sin poder terminar de procesar lo que pasaba, movió sus ojos azules en busca del dueño de aquella voz, encontrándolo sentado en un sillón frente a la cama. Era un joven de cabellos rubios con una máscara negra que cubría la mitad de su rostro, pero que aun así no ocultaba la mirada verde esmeralda que hiciera tan famoso al príncipe, antes de la muerte del rey.

—¡El príncipe! —exclamó, apegándose contra la cabecera de la cama—. ¿Qué hace aquí?

—Observó a quien es mi salvadora —respondió.

—¿Salvadora?

—Así es —con gran elegancia, el hombre vestido de negro se acercó a la muchacha, poniendo su dedo índice en el cuello de la joven, enviándole una descarga eléctrica a todo el cuerpo—. Solo mi salvadora evitará que yo tomé una gota de su sangre, sin su permiso.

—¿Cómo? —automáticamente llevó ambas manos a su cuello, cubriéndoselo. El chico solo se río por aquella acción.

—Se supone que debo tomar la sangre de mi salvadora para poder finalmente quitarme esto y volver a ser el príncipe que era —le explicó, enseñándole sus manos enguantadas.

—Si lo han convertido en un vampiro, ¿por qué parece más un Chat Noir? —el príncipe sonrió nuevamente.

—Mi padre creía que la gente se alejaría de un gato negro, así que helo aquí —dijo, dándole una leve reverencia—. Soy como un príncipe vampiro versión Chat Noir.

Marinette sabía que debía estar asustada, pero no podía evitar que aquellas payasadas del príncipe la hicieran sonreír.

—Entonces, si yo no le doy permiso, ¿no puede tomar mi sangre?

—No —dijo, ocultando sus manos detrás de él—. Tiene un hechizo que hace que no pueda afilar mis colmillos cerca de tu cuello.

—Oh...

—Así que déjeme hacerlo —le ordenó.

—Ese tono no me gusta —respondió, pues de pronto se sentía valiente, aunque sabía que tenía las de perder, o tal vez no.

—¡Pero necesito liberarme!

—Ese no es mi problema —contestó, elevando las manos, las cuales hizo sonar en un aplauso.

—Me va a hacer enojar —le advirtió. Marinette frunció los hombros como si aquello no le preocupara.

—Sigue sin ser asunto mío.

Vio al príncipe apretar el puño frente a él, para luego bajarlo y acercarse a la puerta para marcharse.

—¡Espere! —exclamó, haciéndolo detenerse— ¿Y mi padre?

—Ese no es asunto mío —respondió, regresándole las palabras que ella habia pronunciado anteriormente y sin más, se retiró.

—¡Estúpido gato! —farfulló, yendo y viniendo al costado de la cama. Se veía y sentía tan cómoda, y estaba con muchas ganas de probarla de nuevo, pero necesitaba saber qué había pasado con su padre.

Abrió las puertas de la habitación con ambas manos y se topó de frente con una muchacha de cabellos castaños y piel dorada.

—¿A dónde va? —le dijo, avanzando los pasos para que Marinette volviera a entrar—. Nuestra majestad nos ha pedido que no salga de este cuarto hasta que no se cambie y no haya comido adecuadamente.

Marinette observó que, tras ella, entraban varias personas con jarras y una de ellas llevaba una bandeja con comida. Como no había comido bien en semanas, de solo verla, sintió que su estómago rugía.

—¿Comerá o se vestirá primero?

—Comeré —dijo. Le dejaron la bandeja junto a la toilette que había en la habitación y Marinette caminó hacia ella, para empezar a comer con ansia.

—Parece que no come hace tiempo —soltó la mujer, mientras colgaba un hermoso vestido rosa pastel en la marquesa de la cama, para evitar que se arrugara.

—Llevo tres semanas oculta en el bosque —respondió—. Obviamente tengo hambre.

—Así que es la hija del panadero —ante la mención de su padre, Marinette dejó de comer y caminó hacia la muchacha, tomándola por los hombros.

—¿Sabe algo de mi padre? —le consultó.

—Su padre fue liberado ayer cuando la gente del pueblo la trajo —le informó.

—La gente del pueblo... —de pronto, una ira interna la invadió completamente—... son unos traidores.

—Las personas quieren lo mejor para sí mismos —respondió y tras olfatear a la joven, la mujer empezó a preparar la tina para que pudiera darse un baño—. Piénselo, usted es la elegida y si ayuda a nuestro príncipe, el sol volverá a salir sobre París, ¿no sería estupendo eso?

—Sí —pensó en voz alta, tomando otro bocadillo—, pero, ¿se lo merecerá? —se miró al espejo, su cabello estaba algo tieso por la tierra y el barro del bosque, y sabía que su ropa no estaba mejor.

—Claro que se lo merece —respondió, acercándose a ella para que dejara de comer y se quitara la ropa para ayudarla a bañarse—. Ni se imagina la vida que llevábamos antes de que el difunto tirano muriera, así que ahora solo esperamos volver a ver a nuestro rayo de sol, brillando nuevamente.

—¿Y qué hay de las mujeres? —preguntó, elevando los brazos para que le quitara el vestido—, ¿no ha matado a tres? —al menos eso había escuchado de las personas que la habían traído al castillo.

—¿Matado a tres? —la joven sirvienta hizo sonar sus labios— ¿Qué disparates son esos? Las tres jóvenes viven en el castillo —le informó—. Luego de ver los lujos del lugar, no quisieron irse y el príncipe ansiaba tanto tener compañía, que las invitó a vivir con él.

—Como un harem —respondió, entrecerrando los ojos.

—¿Harem? —volvió a reírse—. El príncipe, que ni siquiera ha dado su primer beso, ¿pensando en un harem? —volvió a reírse— Ese muchacho espera el verdadero amor, como si fuera una princesa de cuento que espera ser rescatada... En este caso, usted sería como el príncipe salvador.

Marinette la miró y no dijo nada, metió con cuidado el pie dentro de la tina y espero a que se aclimatara antes de entrar completamente al agua.

La sirvienta miró a unas de las señoras que había entrado con las jarras y señaló la cama.

—Hay que cambiarlas completamente.

Marinette se dejó bañar sin poner resistencia, pues no tenía ganas de nada. El saber que su padre estaba bien, era suficiente para ella y esperaba que su madre, pronto estuviera con él.

«Espero que no me odien por mi egoísmo»

Fue su último pensamiento, antes de relajarse por completo.

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A Marinette le caía bien Alya, la mujer que fue puesta a su disposición. Era ágil para vestirla y peinarla, y no solo para contarle los chismes que quería oír. También le había hablado tantas maravillas del Príncipe, que estaba pensando en que no debería ser tan mala con él, después de todo, solo serían dos pinchazos y un sorbo de su sangre, y siendo ella tan torpe, los cortes y las heridas que sangraban, eran cosa de todos los días. No le haría nada malo, compartirle un poco al príncipe, si con eso podía volver a ver sus flores favoritas florecer en la próxima primavera.

Lo consideraría como una donación.

—Quizás lo ayude —le dijo a Alya, mientras le ayudaba a terminar de colocarse el vestido rosa pastel, sintiéndose encantada con la sensación de la tela sobre su cuerpo. Tenía un escote redondo adornado con encaje blanco y las mangas se ajustaban a sus brazos hasta los codos, antes de abrirse en forma acampanada por sobre la muñeca; el faldón acampanado era delicado y ligero, haciendo que fuera muy fácil de caminar con él. Estaba maravillada, pues llevaba tiempo deseando poder vestir algo como eso.

—¿Quiere salir a caminar?

—¿Puedo hacerlo?

—Usted, M' lady, ahora que está cambiada y ha comido, puede ir a donde quiera, incluso entrar en la habitación del fondo del corredor —sin entender la frase de la mujer, la vio irse junto a las otras sirvientas con las que llegó y luego observó la cama, que lucía aún más cómoda ahora que la veía armada y llena de cojines.

Envió a lo profundo de su ser sus ganas de echarse a dormir y, tras comer lo que le quedaba en el plato, salió a recorrer el palacio. Alguien de su condición, nunca había tenido la oportunidad de recorrer aquel lugar tan magnifico y esperaba tener una grata experiencia.

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Debió imaginarse que dos de las tres chicas que llegaron al palacio, antes que ella, eran la hija del duque y del conde. La estrafalaria hija del conde vestía un traje anaranjado mientras que la preciosa hija del duque un vestido color oro, y supuso que era parte de la amabilidad del príncipe heredero.

Iba a ignorarlas, pero fueron más rápidas que ella y la alcanzaron, pues estaban acostumbradas a esos trajes vaporosos.

—Pero miren quién apareció —dijo la de ojos celestes, Chloé, la hija del Duque, que tenía su cabellera dorada llena de bucles—. Ya decía yo que, de pronto, había olor a pan rancio.

Marinette solo puso sus ojos en blanco y dio un paso para alejarse, pero Lila, la chica de largos cabellos castaños y brillantes ojos oliva, le cortó el paso.

—Escuchamos que eres la elegida, la que le quitará la maldición al príncipe.

—Ni siquiera sé si eso es cierto —se defendió.

—¿Y cómo va a ser cierto? —se burló Chloé, riéndose detrás de su abanico blanco— Él ni siquiera puede tocarte...

—Mientras que a nosotras, el príncipe puede tocarnos y mordernos más que el cuello —se burló Lila, también ocultando su sonrisa de hiena tras su abanico color beige.

—Vaya, qué interesante —respondió, como si aquello no le afectara en lo más mínimo—. O sea que son queridas del príncipe —al ver la cara de sorpresa de ambas, se dio cuenta de que ninguna de las dos pensó bien sus palabras—. Entonces debo agradecer que este extraño poder que tengo, me proteja de él. Vaya a saber que bichos se les pega al compartirlo.

Chloé estaba a punto de levantar la mano contra la chica cuando la voz del príncipe retumbo en todo el lugar.

—¡Príncipe! —tanto Lila como Chloé, bajaron la mirada, pero Marinette no, observándolo fijamente, como si lo estuviera retando con la mirada.

—Chat Noir —dijo con burla la de cabellos oscuros, haciendo una exagerada reverencia.

Éste se acercó en unas cuantas zancadas, poniéndose frente a Marinette. Si ella lo retaba con la mirada, él no se iba a quedar quieto y aceptaría con gusto el reto.

—Déjennos a solas —ordenó, pero las hijas de los nobles no se movieron, así que éste las miró y con la voz controlada y dura, volvió a repetir— Déjennos a solas.

Ambas retrocedieron y se alejaron del lugar para dejarlos a solas, pero solo se escondieron tras unas columnas a ver el show.

—¡Aun sé que están ahí! —bramó, haciéndolas sobresaltar, por lo que ambas se alejaron corriendo del lugar.

—No debería tratarlas así —exclamó Marinette, mirándolo enojada—. Imagínese que en este momento, alguna de ellas cargara a su hijo en su vientre.

—¿De qué demonios habla?

—De que pensaba dejar caer mi escudo protector y ayudarlo, pero ahora no se me da la gana —respondió, retrocediendo unos pasos para acercarse a un ventanal.

El príncipe enmascarado se quedó quieto, sin poder entender qué le pasaba, pero la dejo marcharse. Realmente no entendía nada.

—¡Alya! —vociferó, y en unos cuentos segundos, tuvo a la mujer a su lado.

—M' lord.

—Dijiste que ella iba a cooperar —señaló el ventanal con el dedo índice derecho—, y eso no se ve como si quisiera hacerlo.

Observó a su alrededor y al no ver a nadie, la mujer se relajó y se cruzó de brazos.

—Es verdad —respondió—, pero todo esto es tu culpa.

—¿Mi culpa?

—¡Te dije que mandaras a esas chicas a sus casas! —le recordó, rompiendo todos los protocolos de niveles—. Son unas arpías y seguro le dijeron cosas a Marinette para dejarte mal parado. Ella confiaba en mis palabras e iba a ayudarte.

Adrien se sacudió el cabello con frustración.

—Prepara un carruaje para que las lleven.

—Será un placer —con una reverencia, acató la orden de su majestad—. Y con respecto a la doncella, debes convencerla de que, lo que sea que le hayan dicho, es mentira.

—No queda de otra, Alya... Ya no aguanto más esta maldición, quiero ver la luz del sol sobre la ciudad nuevamente.

—Todos... —respondió—, pero sobre todas las cosas, queremos ver a nuestro sol particular —el príncipe miró a la mujer con una sonrisa.

—Me distraigo un minuto y ustedes ya me están engañando —la voz de un joven sonó tras ellos, haciéndolos sonreír. Alya tomó el brazo del príncipe y sonrió—. ¡Y encima lo tomas!

—Solo lo estoy sujetando —dijo Alya con un guiño de su ojo derecho—, porque apuesto que se te había escapado.

Nino observó a los dos y negó con la cabeza.

—¡Tiene papeleo que terminar! —le recordó.

—Sí, papá —protestó Adrien, haciendo que los chicos se rieran con él.

—Vaya, mijo —dijo Alya, palmeándole la espalda—, veremos como arreglamos todo con esa niña, después.

Adrien miró a sus amigos y resopló molesto.

Ahora que veía su salvación tan cerca, no podía tranquilizarse.

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Marinette recorrió lo que parecía ser un pequeño jardín, encontró unas bancas de mármol, se sentó en una de ellas y elevó la mirada hacia el cielo plomizo. ¿Realmente tenía el poder para volver a ver el sol? ¿Tendría el poder de salvar a todo el reino?

—¿Es Lady Marinette? —la voz la sobresaltó y giró a ver detrás de ella. Una muchacha de cabellos cortos y un brillante vestido rojo la veía con curiosidad. Traía un libro en su mano derecha y un abanico en la izquierda.

—Sí —se puso de pie y le hizo una reverencia corta—, Lady Kagami, buenos días.

—Veo que me conoce...

—He oído de usted —respondió con una sonrisa, miró la banca y cuando ésta se lo permitió, volvió a tomar asiento—. Es la flamante prometida del príncipe.

—Era, es el tiempo más adecuado —respondió, moviéndose hasta llegar junto a ella y sentarse a su lado—. Con esto de la maldición ya nos quedó claro que lo nuestro no va a funcionar, pues en realidad, siempre fuimos más como hermanos que una pareja amorosa. El que pudiera acercar sus colmillos a mi cuello, fue la prueba más grande.

—Oh —se llevó la mano a sus labios— ¿Y la mordida duele?

—El príncipe no me mordió —le dijo, sintiéndose un poco ofendida de que tuviera esa visión de su amigo—, solo acercó sus colmillos y al ver que sí le crecían, se alejó. Pasó lo mismo con las otras dos mujeres —respondió,

—No puedo creer eso —negó con la cabeza—. ¿Me dirá que tampoco las mordió o hizo otra cosa con ellas? —exclamó, sorprendida— ¿No será que como usted lo aprecia, no ve las cosas malas de él?

—¿Qué le han contado? — Kagami no pudo evitar reírse, incrédula de su imaginación—. Lo tiene como un villano y es el ser más puro del mundo. Parece que la que tiene una idea errónea de él, no soy yo sino usted.

—¿De verdad? —preguntó, sorprendida.

—Diría que soy la que más lo conoce —le informó—, pero eso sería quitarle el crédito a Nino y a Alya. Ellos han sido sus pilares y lo conocen más que nadie en todo este castillo.

—O sea que esas víboras me mintieron.

—Probablemente —Kagami bajó su mirada castaña a su libro e hizo una mueca—. Él no es así y no merecía ese odio de su padre, tampoco esta maldición.

—¿Puede contarme más sobre él? —Kagami observó la curiosidad en los ojos celestes de la chica junto a ella y afirmó.

Ella ayudaría a Adrien, de alguna forma.

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Marinette se debatió entre entrar o no, dio un par de idas y vueltas ante la puerta, hasta que ésta se abrió de golpe. Sus ojos se cruzaron con los verdes del príncipe y por primera vez, corrió la mirada.

—¿Puede hacer algo por mí? —le preguntó.

—¿Y qué es lo que necesita?

—Pase el día conmigo —le pidió—, y cuando suenen las campanadas de la medianoche, le daré mi respuesta.

Adrien cerró las puertas detrás de él y automáticamente le extendió el brazo.

—Bien, M' lady, la convenceré de que soy un gato-vampiro confiable —Marinette no pudo evitar sonreír y se tomó del brazo del chico.

—Chat Noir me gusta más.

—Entonces, seré su Chat Noir.

Kagami no le había mentido cuando le contó que el chico era bastante divertido, además de una persona culta, capaz de manejar cualquier tipo de conversación. Hablaron de flores, de las demandas que tenía con el reino y cómo, si no acababa con esa maldición, la pobreza y la muerte seguiría bailando junto a sus súbditos.

Marinette lo entendía muy bien. Como hija de panaderos, era consciente de cómo su padre tenía que recorrer días en carreta para poder conseguir la harina que usaba toda la semana y de cómo había empezado a reducir el tamaño de los panes para que alcanzara para todos y pudieran costearlo, pues algunos solo contaban con agua caliente y un trozo de pan para alimentarse.

Los tiempos del rey Gabriel habían sido horribles, pero al menos la luz del sol les permitía cultivar sus alimentos y criar animales. Ahora todo estaba totalmente perdido por la maldición que también golpeó al pueblo y con mucha más violencia.

Marinette pensó nuevamente en sus padres y aspiró profundamente. Tenía que hacerlo por ellos.

Aunque nuevamente ya estaba decidida a colaborar, siguió pasando la tarde con el príncipe, sorprendiéndose gratamente cuando le informaron que tanto Chloé como Lila habían sido echadas del palacio por insultar al príncipe heredero y que sus padres tendrían un castigo considerable.

Almorzó con él, mientras conversaban sobre la vida en el pueblo, las dificultades, del taller de costura que tenía con su madre y lo preocupada que estaba de haberla dejado sola en el bosque.

—Su madre está con su padre en la panadería —le respondió, enseñándole un trozo de pan—. Ellos saben que está bien, así que no se preocupe.

—Eso tranquiliza mi corazón —dijo, llevando ambas manos a su pecho—. Me sentía tan mal por haberme escapado de ella aquella noche.

—¿Y por escaparse de mí, también?

—No sabía que iba detrás de mí, M' lord —respondió con esa misma chispa con la que le había hablado en la mañana y el chico tras la máscara negra solo pudo sonreír. Realmente estaba cautivado por su viveza, sin menospreciar su intelecto para responderle siempre y su belleza. Sabía que podía perderse en el azul cielo de su mirada si solo lo dejara.

Durante la tarde, hicieron un recorrido por los extensos jardines del palacio. La chica observó con tristeza los rosedales marchitos y los árboles que parecían frutales, completamente apagados.

—Increíble como la falta de sol acaba con la vida.

—Agradezco que solo sea sobre París... Al menos, mi maldición no afecta a todo el reino —se lamentó el joven de cabellos rubios. Apoyándose en una columna de un pequeño patio, miró las ramas muertas que envolvían cada una de las columnas y suspiró agotado, recordando cómo jugaba allí con Kagami, Alya y Nino cuando eran unos niños pequeños. Amaba ese lugar porque le habían contado que era el favorito de su madre, el cual siempre había estado rodeado de sus flores favoritas, así que ansiaba poder volver a verlo otra vez de esa manera.

—¡Ya no lo soporto más! —exclamó de pronto, Marinette, sentándose en una banca de piedra, sobresaltando a Adrien.

—¿Qué pasó?

—¡Venga! —le indicó con la mano derecha y extendió su cuello, quitando sus cabellos oscuros con la mano izquierda—. Hagamos esto de una vez.

—No creo que funcioné así —exclamó el príncipe, confundido por su acción tan repentina y cambiante.

—Quiero ayudarlo y quiero volver a ver la luz del sol. ¿No ve mi tamaño? —protestó— ¡Quedé a medio crecer por falta de vitamina D!

—Yo creo que tiene un tamaño adorable.

Marinette decidió omitir ese comentario y volvió a extender su cuello.

—Quiero hacer esto por todos, y por usted también...

—¿De verdad?

—Sí —afirmó—. Ahora, si quiere que me arrepienta...

—No, no, no —en dos pasos estaba junto a ella.

—Entonces apúrese o voy a quedar con el cuello torcido.

Adrien no pudo evitar reírse por aquellas frases y no podía negar que la risa era algo que faltaba tanto en su vida, así como la calidez y frescura que le entregaba, sin darse cuenta, la mujer junto a él. Aspiró profundamente, se acercó a su cuello lentamente y sus colmillos crecieron, chocando con un campo protector color rosado.

Marinette aspiró profundo y se fue relajando lentamente, mientras él atravesaba el campo. Sintió el ardor cuando los filosos colmillos se clavaron en su piel y su sangre era drenada de un sorbo, perdiendo rápidamente el conocimiento.

El príncipe la envolvió en sus brazos, observando como su mano enguantada volvía a la normalidad. Abrió y extendió su mano derecha y se la llevó al rostro, notando que la máscara también había desaparecido, así como las orejas de gato.

Miró a la chica desmayada en sus brazos y acarició su mejilla con cuidado, admirando lo suave que se sentía a su tacto. La acomodó y se puso de pie, volviendo con ella al palacio.

Con cada paso que daba, el cielo en tonos naranja, rojos y violetas se abría paso entre el cielo plomizo, indicando que la noche estrellada pronto cubriría París, y por la mañana, el sol volvería a sonreírle a todos.

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Marinette apretó los ojos, llevando el cobertor de la cama sobre su cabeza, con la intención de cubrirse el rostro de los fuertes rayos de sol que entraban por la ventana.

Al darse cuenta, rápidamente se volvió a destapar y se sentó en la cama. La pesada cortina estaba abierta, mostrando un hermoso cielo azulado y un brillante sol en él.

Inmediatamente se puso de pie, acercándose a la ventana.

—¡Lo ha logrado! —Marinette se sobresaltó cuando escuchó la voz de Alya y no podía negar que se desilusionó un poco. Aspiró profundamente y soltó el aire por la nariz, observando cómo la gente del palacio, salía a trabajar en los jardines, muy animados— ¿Qué pasa? No se ve feliz.

—Lo estoy —dijo, con una sonrisa para nada sincera— ¿Sabe si podré irme?

—No creo que eso sea posible, pero mire... —le indicó el vestido que traía una muchacha tras ella, uno de un hermoso color azul noche—. Vamos, venga y cámbiese.

Marinette no protestó y se acercó al espejo de la toilette para revisar si había alguna cicatriz, pero se sorprendió al ver que no tenía nada. ¿Él realmente lo había hecho?

Se dejó cambiar, confundida. El sol indicaba que sí, que había roto la maldición, pero ¿por qué no tenía ninguna marca? Era extraño aunque sinceramente, lo agradecía.

—Le he traído un caldillo de pescado —le dijo, señalando la tapa metálica—. Es buena fuente de vitaminas y las necesita para recuperarse de la extracción de sangre. ¿Se siente mareada?

—No, estoy bien —dijo, olfateando la comida—. Estoy acostumbrada a sangrar, no es nada nuevo.

Alya la miró, pensando que se refería a su ciclo, lo dejo pasar.

Cuando Marinette termino de comer, salió de la habitación, encontrando más gente de la que había visto el día anterior.

Cuando encontró a Adrien, el chico estaba dando órdenes a los pies de la escalera. Sabía que el príncipe era guapo, pero ninguna de las referencias que había escuchado de él en el pueblo le hacían justicia, pues simplemente quedó prendida de los ojos verdes que la miraban con profundidad y le extendían la mano para ayudarla a bajar las escaleras sin tropezarse.

—Buenos días, M' lady.

—Buenos días M' lord —terminó de bajar el último escalón, pero el príncipe no le soltó la mano— ¿Prepara algo?

—El pueblo está de fiesta porque el sol ha vuelto a salir sobre París, así que invite a algunas personas a comer —y cuando Marinette notó la sonrisa en los labios del príncipe, escucho la voz de sus padres detrás de ella.

Giró sobre sus pies y se le humedecieron los ojos, mientras corría al encuentro de estos.

El príncipe solo los observó, entendiendo por qué tenía esa calidez en su interior, pues sus padres eran igual que ella. Recordó la fiereza con la que el hombre robusto defendió a su hija cuando él mismo la fue a buscar aquella vez, y nunca imagino que un padre pudiera defender a un hijo con tanta vehemencia.

Sonrió y se acercó a la familia.

Ahora que la maldición se había acabado, tenía que ocupar el trono como rey de Francia y ya tenía su candidata a reina...

Y conociéndola, sabía que iba a darle una buena batalla...

Pero esa, es otra historia.

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¡Y al fin!

No terminaba más de escribir jajaja Realmente iba a ser una historia muy cortita, a lo más, dos mil palabras, pero me pasé por tres mil xD

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¡Mañana retomamos la historia principal!

Pero antes, ¿qué tal esta idea loca que se me ocurrió?

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¡Gracias a Kary por echarle un ojito antes de publicarlo!

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¡Y gracias a todos por leer!

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Aquatic~

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12 de Mayo de 2022

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