Prólogo: La marcha de los esclavos
Día 201 Año X.
En la selva de Itceles.
Una gran jungla se extendía por todo el territorio decorando el lugar, y múltiples criaturas alborotadas se refugiaban de una tormenta que se aproximaba. El cielo gris opacaba la hermosura del lugar, y esta era la advertencia por parte de la naturaleza que indicaba la poderosa tempestad que se avecinaba, pese a ello, en medio de un camino fangoso, lentamente se aproximaba una caravana.
Una fila de hombres desnutridos marchaba en línea recta tirando de una cadena sin cesar, la misma estaba acoplada a una carroza enorme y pesada. Cada hombre que jalaba de ella estaba en pésimo estado y su único atuendo era un taparrabos que dejaba al descubierto su pálido y enflaquecido cuerpo. También, mostraban miradas vacías y las cicatrices en sus cuerpos eran la clara evidencia de su constante sufrimiento.
Cada metro que avanzaba la carrosa requería de muchísimo esfuerzo de cada uno de los hombres que tiraban de ella, y evidentemente cada jalón les restaba una parte de sus vidas.
La caravana estaba protegida por soldados montando a caballos y estos azotaban sin piedad a cualquier esclavo que realizara un trabajo ineficiente.
—¡Avancen, basuras! —exclamaba un soldado mientras flagelaba sin misericordia a uno de ellos.
—¡N-no puedo más! —dijo a duras penas ese mismo esclavo.
—¿Eh? ¿acabas de decir que no puedes más? —El soldado desenvainó su espada.
Las rodillas de aquel esclavo temblaron y contra su voluntad perdieron toda su fuerza. El esclavo cayó de rodillas y esto hizo que la caravana se detuviera.
—¡¡General!! —clamó el mismo soldado.
Entonces se acercó otro hombre montando a caballo; la armadura de este era más llamativa que la de los demás y la punta de su casco tenía una pluma roja, era el general.
—No nos sirve de nada este animal herido —dijo el general, quien miraba con desprecio al esclavo que yacía en el suelo—. Sólo nos va a retrasar y la tormenta ya está aquí. —Luego se dirigió al soldado que antes lo llamó—. Quítale los grilletes y mátalo, es una orden.
—¡Así será, señor! —Inmediatamente el soldado se bajó del caballo, le quitó los grilletes al esclavo y blandió su espada para decapitarlo...
"¿Otra vez?", pensó otro de los esclavos que observaba la escena. "Este ya es el tercero. Adiós, amigo".
Él observó como la cabeza de su "amigo" era separada de su cuerpo con el filo de aquella espada que oscilaba.
La cabeza cortada se perdió rodando entre la maleza y dejando una línea de sangre en el barro. En ese mismo instante empezó a caer un aguacero que limpió la sangre que fluctuaba por la tierra.
A los demás esclavos no parecían importarle lo que acababa de suceder; todos estaban callados y, más bien, aprovecharon para descansar debido a que la caravana se detuvo.
—¡La tormenta ya está aquí! —afirmó el general—. ¡Avancen más rápido, porquerías! —Empezó a azotar a los esclavos aún más.
Todos los esclavos siguieron tirando de la carroza, dejando atrás el cadáver de su compañero.
"¿Cuál es el sentido de la vida?", se preguntó el mismo esclavo de antes. "Cuando era niño, mi familia me vendió a un mercader y desde entonces solo he conocido el sufrimiento".
Sus rodillas le empezaron a temblar y las pesadas gotas de lluvia poco a poco enfriaban su cuerpo.
"Ya ni siquiera recuerdo mi nombre", sus pies desnudos y llenos de callos bajaron su frecuencia con la que avanzaban.
El general miró a aquel esclavo ineficiente y se le acercó.
—Número diez..., —dijo el general y desenvainó su espada— ya no sirves.
"¿Número diez? Ah, cierto, ese es mi nombre". Cayó de rodillas y nuevamente la caravana se detuvo.
El general se bajó de su caballo y desenvainó su espada.
"Llevo tanto tiempo esperando este momento. Al fin seré libre, adiós a las cadenas de la esclavitud, por fin ha llegado la hora de descansar". Lagrimas brotaron de los ojos de Número diez. Él miró al cielo y cerró sus parpados esperando su "liberación", la muerte.
—No necesitamos animales inservibles —insultó el general, quien levantó su espada y apuntó al cuello de Número diez.
"Así que este es el sentido de la vida... nacemos para sufrir y luego morir". Sonrió. "Al fin he hallado la respuesta a mi pregunta".
"Este no será tu fin". De pronto, una voz femenina y maligna resonó como un eco en la mente de Número diez. "Te mostraré el verdadero significado de la vida".
El esclavo abrió sus ojos confundido y miró a los lados tratando de comprender de dónde provino dicha voz.
De improviso, la tormenta se intensificó drásticamente y el viento se volvió tan fuerte que tambaleaba a los mismísimos robles de la jungla. Después empezaron a caer múltiples rayos justamente donde estaba la caravana.
El general se detuvo al notar el peligro al que se enfrentaba.
—¡¿Q-qué está pasando?! —gritó el general y se montó sobre su caballo.
—¡Señor, larguémonos de aquí! ¡Debemos buscar un refugio cuanto antes! —gritaron varios soldados.
Debido a los abundantes estruendos, los caballos se asustaron e intentaron huir; los soldados se dejaron llevar por estos y avanzaron por el camino, dejando atrás a todos los esclavos.
Sin embargo, mientras los soldados huían, la tierra empezó a temblar desequilibrando así su andar. Muchos cayeron o fueron aplastado por sus mismos caballos.
—¡Aléjense de los arboles! —exclamó el general con miedo.
"Observa como le doy sentido a tu vida", continuó resonando dicha voz macabra dentro de la mente de Número diez.
"¿Quién eres? ¿qué eres?", le respondió con sus pensamientos. Luego miró a lo lejos y observó como un rayo impactó con el tronco de un árbol, derribándolo instantáneamente. Este cayó justamente sobre los soldados que huían, aplastándolos y matándolos inmediatamente.
A número diez se le trazó una sonrisa en su rostro.
—Al fin se ha hecho justicia —comentó con orgullo.
"¿Quieres hacer más justicia? ¿Quieres abrir el camino y liberarlos a todos? ¿Quieres descubrir qué es la vida?", continuó resonando la voz macabra en su interior.
"¡Sí quiero hacer justicia, abrir el camino, liberarlos a todos y descubrir que es la vida!".
"Pasaste la prueba. ¡Eres mi Elegido! Entonces...".
El tronco que antes se derribó, empezó a rodar a la dirección en la que estaban todos los esclavos, estos se llenaron de miedo porque estaban a punto de ser aplastados; sin embargo, ellos estaban atados a esas cadenas y no podían huir, así que se quedaron a esperar su muerte segura.
El terremoto se intensificó y se abrió una grieta en el suelo. Cientos de árboles fueron tragados por la grieta y terminaron en un lago de lava.
Finalmente, la grieta y el tronco llegaron a donde estaban los esclavos. Algunos fueron aplastados, otros fueron devorados por la tierra.
"Te libro de las cadenas de la esclavitud y...". La voz diabólica retumbó.
Sobrenaturalmente, las cadenas y grilletes de Número diez se partieron en cientos de pedazos. Él se levantó e intentó huir, pero no tardó mucho en ser alcanzado por la grieta y empezó a caer directo una muerte innegable.
"Así que hoy sí voy a morir", pensó y suspiró. "Al menos viví para verlos morir".
Y cuando Número diez estaba a un segundo de caer en el lago de lava...
"Entonces... ¡Se Mío!". La voz maligna tronó,
***
Momentáneamente el terremoto acabó y la grieta se cerró. La tormenta se calmó y el cielo volvió a verse azul.
—¡Este es el comienzo del final! —afirmó el general, el cual, sorprendido, miró atrás y trató de comprender el fenómeno que acababa de ocurrir.
Luego observó al frente, se desplomó en el suelo y antes de darse cuenta, su cuerpo estalló en muchos de pedazos; su sangre regó la vegetación del lugar.
Lo último que escuchó fue:
—Ya no sirves para nada. —Resonó como eco una voz masculina que no logró identificar.
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