El Caso Coppola
Tomando en cuenta las terribles condiciones en la que esta carta está siendo redactada yo espero que usted, su señoría, me perdone por la precariedad e informalidad de la misma.
Espero que entienda que yo, Augusto Manuel Cortés, jefe de la comisaría local de Oro Viejo, no soy la persona más adecuada para escribirla.
Soy un hombre viejo, pueblerino y humilde. No soy un genio de las letras, ni pretenderé serlo. No tengo gracia y elocuencia al hablar, mucho menos al escribir. Tampoco estoy acostumbrado a dirigirme directamente a autoridades tan importantes y honrosas como usted, siendo yo un mero comisario de una ciudad tan pequeña como la mía.
Por eso, le aseguro que no le escribiría en lo absoluto si esto si no fuera un asunto de extrema urgencia.
Y por eso le pido que, pese a la informalidad de mis líneas y a la torpeza de mi caligrafía, usted las lea con toda la seriedad y el respeto que se merecen.
Sé que a estas alturas el excelentísimo ya ha leído el informe del detective Tomás Belgrano. Él me dijo que usted lo recibió, al menos.
Pues lamento traerle malas noticias al respecto, pero decirle la verdad: todo en ese informe es erróneo. Todo es una gran mentira. Todo es falso.
Me explico:
Hace algunos días, en una fría noche de invierno, yo y el detective Belgrano fuimos llamados a inspeccionar un accidente automovilístico, ocurrido en la carretera HG-120, que cruza el norte del distrito de Chirihue. El vehículo que protagonizó la tragedia era un Lamborghini - Huracán Coupé, que había sobrepasado el guardarraíl de la vía y chocado a toda velocidad en contra de un árbol.
Yo, habiendo visto este tipo de accidente múltiples veces a lo largo de mi carrera, lo reducí a un simple error por parte del chofer; debía estar manejando a alta velocidad por la carretera, y como el asfalto durante el invierno siempre está recubierto por una fina capa de hielo, producto de las bajas temperaturas, él acabó perdiendo el control sobre el vehículo por su displicencia. ¿Resultado? Terminó su viaje ensangrentado y muerto, bajo las luces blanquecinas de nuestras linternas.
Belgrano, no obstante, decidió discordar conmigo sobre este veredicto. Y en vez de declarar este caso como un mero accidente y dejarnos irnos a casa de una vez, afirmó que quería liderar una pericia de inmediato.
Mi primer instinto fue negar sus órdenes, si soy sincero. Ya era tarde, el frío era inhumano, y esta escena ya se había repetido tantas veces al frente de mis ojos, que yo ya sabía cuál sería el resultado final: infracción de las leyes de tránsito por parte del chofer y una muerte accidental. Nada más.
Pero reconsideré mi postura luego de alumbrar el asiento del conductor y darme cuenta de quién realmente era el individuo detrás del volante:
Cássio Coppola.
Él, un multimillonario de descendencia italiana, era dueño de la fábrica de textiles más grande de nuestro poblado, y probablemente de nuestro país. Además, era conocido por ser un gran apostador y frecuentador del Hipódromo de La Espada. Lo identifiqué gracias a sus lentes negros, cuadrados, sus vibrantes ojos verdes y por su cabeza calva y redonda, que por alguna razón siempre lograba aparecer en las portadas de la revista del Club Hípico. Sabiendo que él poseía una inmensa fortuna, y conociendo también su complicada situación familiar - por ser un ávido lector de la revista previamente mencionada-, yo comencé a concordar con Belgrano. Este accidente pudo muy bien haber sido premeditado. Había que investigarlo.
Así que ambos lo hicimos.
Lo primero que Belgrano y yo nos concentramos en hacer, fue reunir a los nombres de los sospechosos del crimen. Por razones desconocidas a mí, el detective en cuestión se concentró más en los miembros de su familia y en los empleados de su casa, dejando de lado sus demás círculos sociales forjados en el Hipódromo. Yo soy un mero gendarme, así que me quedé callado al respecto y lo dejé hacer lo suyo. Él era el experto, a final de cuentas.
Belgrano elaboró una lista de los posibles culpables y la colgó con un par de alfileres en el tablón de anuncios que tenemos en nuestra comisaría. En ella, estaban presentes:
- Victor Alférez, el mayordomo de la residencia Coppola.
-Juan Fuentes Pizarro, el chofer del señor Coppola.
-María de las Rosas Padetti, la mucama de la señora Coppola.
-Magda Coppola, la esposa del fallecido.
- Pedro, su hijo mayor.
- Rebbeca, su hija menor.
Luego, durante la semana que prosiguió el accidente, yo lo ayudé a recolectar evidencias claves para la resolución del crimen, y para entender el proceder de cada uno de estos sospechosos. Estas serían:
-Las grabaciones de las cámaras de seguridad de la casa de los Coppola.
-Una carta erótica de origen desconocido, encontrada en la guantera al interior del vehículo destrozado.
-La ausencia del anillo de matrimonio en la mano del cadáver del señor Coppola.
- La desaparición de su usual chofer.
-La manipulación de una pieza fundamental de los frenos del automóvil (que confirmó la hipotesis de que esto no era un mero accidente, sino un asesinato).
Al revisar las cintas de las cámaras de seguridad, fue cuando todos estos elementos dispersos comenzaron a conectarse y ahacer sentido.
Y para su comodidad, intentaré resumir aquí todo lo que descubrimos en esos registros, en vez de enviarle un pendrive con más de 40 horas de contenido:
El día de su asesinato, Cassio Coppola abandonó su casa en un taxi, a las 6:35 a.m. Aunque esto parezca algo raro al inicio, será explicado después.
Alrededor del mediodía, en la cámara de la suite principal de la residencia, se aprecia a la mucama de la señora Coppola hurgando entre las pertenencias del señor Cássio, como si estuviese buscando algún objeto en específico entre ellas, mientras el hombre se encuentra ausente. Al no encontrar lo que quiere, ella baja al piso inferior, revisa todos los muebles que hay allí también, y a seguir camina al garaje. Mira de un lado al otro, asegurándose de que no hay nadie en sus cercanías, abre la puerta del vehículo de Coppola, examina con cuidado sus interiores, y luego de minutos palpando toda la superficie del auto, al fin halla lo que busca en el guantero.
En ese momento es cuando aparece la carta erótica sin remitente, que encontramos en la escena del crimen, por primera vez.
La mucama la sostiene en una mano, mientras la otra sujeta a su celular. Ella fotografía la evidencia, vuelve a meter el sobre en su debido lugar, cierra la puerta del auto y abandona el recinto.
Cinco minutos después, en ese mismo garaje, el chofer del señor Coppola, Juan Fuentes Pizarro, es visto conversando con la hija de su patrón, Rebecca Coppola. Una cámara adicional, de la calle, muestra el vehículo rojo de Rebecca abandonando el local junto a Pizarro.
Esto explicaría por qué el automóvil de Cássio había sido conducido por él mismo aquella noche y no por su chofer. No estaba presente en la residencia; se había ido de allí con la muchacha.
Media hora más tarde, en la suite principal de la residencia, la señora Coppola es vista hablando con la mucama de antes. La funcionaria le muestra su celular a la patrona, posiblemente revelándole la fotografía que tomó de la carta.
La señora Coppola llora desconsoladamente por un buen tiempo.
Alrededor de las 2:15 p.m., el mayordomo de la casa entra a la habitación de los Coppola. Magda se levanta de la cama y lo besa de manera intrépida, desesperada y excitada. Su comportamiento es extraño, considerando lo afectada que ella se veía al descubrir la infidelidad de su marido.
Pero ella no es la parte importante de este fragmento de la grabación, sino su hijo.
Resulta que, al analizar el registro de la cámara del pasillo superior de la casa, encontramos a Pedro Coppola escondido detrás de la puerta, espiando a su madre y al mayordomo mientras este beso ocurre.
Al verlos juntos, el joven no golpea la puerta, ni la abre para demandar repuestas. Simplemente corre por la casa completa hasta llegar al garaje, se sube su vehículo y abandona la escena.
Por alguna razón, la cámara del garaje dejó de funcionar a las 6:07 p.m. Pero de la calle demustra que el señor Coppola llegó a casa una hora después, en el mismo taxi que tomó por la mañana.
Luego, él entró a su propiedad, subió las escaleras y trotó a su habitación, encontrando a Magda y Victor juntos, in flagranti.
Una enorme confusión ocurre a seguir en la casa de la familia Coppola. Cássio retira su anillo de matrimonio y lo lanza en dirección de su esposa. Furioso, vuelve a bajar las escaleras. Sale corriendo al garaje antes de que alguien lo pueda detener. Agarra su vehículo y se va, para jamás volver.
Una vez analizadas estas grabaciones , es tiempo de estudiar y descartar la evidencia. La ausencia del chofer se explica. El porqué de la desaparición del anillo de matrimonio también. Pero nuevas preguntas aparecen: ¿Cuál fue la intención de la mucama de Magda Coppola al hallar la carta? ¿Por qué Pedro no se enoja con su madre al descubrir su caso con el mayordomo? ¿Adónde fue Rebbeca? ¿Por qué huyó de la casa su hermano? ¿Qué ocurrió en el tiempo en que la cámara del garaje dejó de funcionar?
Es aquí en donde la investigación de Belgrano se queda corta. Si ha leído la carta del detective su señoría, usted entiende lo estúpida que llega a ser su teoría principal sobre el asesinato. Decir que Victor Alférez, de todos los sospechosos, es el verdadero culpable del crímen es ignorar las evidencias y su obviedad.
Si bien el hombre puede carecer de carácter moral y de profesionalismo como mayordomo, estas son visiones personales que no deberían entrar en un informe como este. Alférez en ningún momento es visto en el garaje, no al menos en el día del crimen. El acusado en sí pasa toda la tarde al lado de su amante, ¡y las cintas lo comprueban!...
Esto no fue un plan maestro parte de Magda tampoco. Los análisis psicológicos la apoyan. La evidencia de las grabaciones la apoyan.
Magda solo pensó que su marido la estaba traicionando y decidió pagarle en la misma moneda. Ya tenía cierta atracción por Victor a meses, sentirse traicionada fue lo que la motivó a actuar sobre sus deseos al fin.
Y su mucama, María de las Rosas Padetti, dijo que la señora Coppola le había pedido que fisgoneara en las cosas de su marido en búsqueda de pruebas sobre el posible amorío que él estaba teniendo. Al encontrar la carta, sin nombre, en el guantero del vehículo del multimillonario, la mujer concluyó erróneamente que su patrón sí poseía una amante y lo delató a su esposa.
Ambas no son culpables de nada, apenas de dejar que su curiosidad y desconfianza desmedida las arruinara.
Su señoría... Si tiene usted la paciencia de revisar una a una las declaraciones prestadas por los empleados, se dará cuenta de que Rebecca Coppola revela, por accidente, ser la dueña real de la carta erótica:
" Mi padre se había peleado conmigo algunos días antes del accidente. Descubrió algo que no debía meterse en asuntos que no eran suyos. Siempre le dije que no metiese su nariz en mi correspondencia, algo que él hacía a menudo. En fin, discutimos y ya casi no hablamos."
Si Cássio había husmeado entre sus cartas y encontrado algo que no debía, algo tan grave como para hacer con que él perdiera su compostura y se peleara con su propia hija, es muy posible que ese algo fuera la carta, ¿no?
Esto también explicaría la ausencia de Rebecca ese día; había salido con su amante.
Y Cássio había dejado su cada por la mañana para encontrarse con ella y charlar al respecto.
Pero, ¿qué hay de Pedro? ¿Por qué no armó un escándalo cuando vio a su madre engañando a su padre con el mayordomo? ¿Y hacia dónde había huido? Puede ser difícil de creer, pero yo pienso que él huyó hacia el lugar donde su hermana se encontraba con su novio, en secreto.
Al investigar un poco la vida privada de Pedro y al confiscar su celular, yo encontré un mensaje de texto enviado por un número anónimo, con una calle, edificio y departamento. Con la cooperación del equipo de la comisaría del distrito bajo, ubiqué la dirección.
Luego, visité el área y recolecté declaraciones de los habitantes de la calle en cuestión, quienes afirmaban haber visto un Lamborghini negro aparcado cerca de la esquina, en la misma noche del asesinato de Cássio. Era el automóvil de Pedro.
Junto al comisario Enrique Martínez, entré al departamento alquilado del desconocido, decidido encontrar la evidencia clave que me permitiera ponerle fin a la tesis sin pie ni cabeza de Belgrano.
Y evidencias encontré. Muchas.
Huellas digitales. Cabello. Ropas. Cartas. Un par de pistolas. Y algo, su excelencia, que convirtió mi sangre en lava, volvió blanco mis nudillos, y desesperó mi consciencia.
Una credencial, que solo miembros de mi comisaría portaban y que servía para abrir y cerrar las puertas en el área de la administración. La tomé entre mis dedos, la volteé, y obtuve la confirmación de algo que necesitaba ver para creer:
Era la foto en blanco y negro de su dueño, el detective Tomás Belgrano.
De pronto, toda la información previamente mencionada empezó a unirse en mi cabeza, mientras mis neuronas explotaban al hacer sinapsis, y todas las piezas de este extraño rompecabezas se unían.
El interés de Belgrano en el caso no era ocasional. Él era el novio de Rebecca y el hombre que inspiró la tan controversial carta hallada en la escena del crimen.
Él accidentalmente causó un drama romántico en la familia Coppola.
Él fue a quien Pedro había ido a visitar y hablar sobre lo visto.
Él fue el hombre que desarmó la cámara del garaje, entrando por un punto ciego de las cámaras de la casa: una ventana cercana a la misma.
Él fue también quién le cortó los frenos del vehículo de Coppola.
Él trató de manipular este caso a su favor, y de moldear la información hasta que se volviera incomprensible, inculpando al mayordomo y a la esposa de la víctima por este nefasto crimen.
Porque resulta que, con la muerte del señor Cássio, el encierro de su viuda esposa y del amante de la dicha, la fortuna del multimillonario empresario descendería hacía las ambiciosas manos de sus hijos, y a juzgar por la ambición ciega de Belgrano, con el jalar de un gatillo el dinero caería en las suyas también.
Así que sí... para resumir, Pedro, Rebbeca y el detective son los culpables.
Ahora usted ve, su señoría, el porqué de mi urgencia y la precariedad de este documento. Porqué yo le escribo con líneas chuecas y con palabras poco ornamentadas.
Tenemos bajo nuestras narices al asesino más frío, más despiadado, y probablemente más inteligente que yo he visto en todos mis años como comisario. Y debemos detenerlo con urgencia.
Supongo que ya estaré muerto para cuando usted reciba esto, pero si lo hace, le pido, por todo lo que es más sagrado, que encierre a este bastardo, proteja a los parientes de la víctima, salve el dinero de Coppola, y pague mis deudas en el Hipódromo con él.
PD: Lo último no es broma.
-Augusto Manuel Cortés
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