033 l Cerecita
Stella acarició su mentón con la yema de los dedos, achicando sus ojos sobre el peliblanco.
—¿Por qué me estás viendo de esa manera? —protestó Morfeo, arrugando el entrecejo.
—Es que la verdad no creo que sea una muy buena idea —contestó la rubia, encogiéndose de hombros—. Rojita es la mujer más testaruda, directa con las metas en claro, que rara vez se distrae.
—Por eso te estoy pidiendo ayuda, Stella. —Resopló, cruzando los brazos—. Sé cómo es, y no creo que tirase todo un día por su propia voluntad.
—Bien, yo le digo, pero te hubiera agradecido que me hubieras dicho con unos días de antelación para planearlo en mi mente. —Meneó las manos a los costados de su cabeza—. Déjamelo a mí, igual te va a salir un poco caro, porque yo también quiero ir a pasear.
—Sí, Stella. La próxima vez te llevo a ti también —prometió un poco fastidiado con la mano en el pecho.
—Perfecto. —Extendió su mano hacia él para cerrar el trato—. Buenas noches.
Nicoletta salió de la ducha en pijamas justo en ese preciso momento mientras que con una toalla secaba su cabello, pero se detuvo al ver a su amiga apretando amigablemente la mano del dios, al instante, separaron las manos, lo cual era sospechoso.
—¿Pues que pecado estaban cometiendo?
—Nada, rojita. Yo estoy un poco cansada e iré a dormir ahora, ¿vamos?
La pelirroja asintió con la cabeza ceñuda y no muy convencida. Le regaló una sonrisa a Morfeo como despedida antes de ir al cuarto de Stella, preparada para ir a dormir. Se acostó del otro lado, y segundos más tarde llegó la rubia, dejando caer su espalda en el espacio libre, sin ver a su amiga.
—Nicoletta... —inició Stella más como una súplica.
De la garganta de la otra chica salió un ruido, haciéndole saber que estaba prestando atención.
—Estoy segura de que vas a querer matarme, es que... Necesito un gran favor —carraspeó su garganta con una evidente inquietud.
—¿Un favor? Claro que sí, todo lo que tú quieras. —Se giró sobre su lugar, tocando con el dedo índice el hombro de la otra chica para que se girara, pero ella no se voltea—. Te estás comportando raro...
—¿Yo? No, claro que no —respondió con rapidez para estar cara a cara.
—Entonces, ¿por qué tanto misterio sobre lo que me quieres pedir?
—Es que creo que me vas a matar —confesó sin ser capaz de sostenerle la mirada.
—Haz hecho demasiado por mí, que nunca podría matarte ¿Qué es eso que me tienes que pedir? Ni que fuera algo tan grave, no es como si me pidieras que me fuera a España o algo por el estilo —carcajeó con humor, pero se detuvo en seco cuando Stella no continúo— ¿Quieres que vaya a España?
—Algo como el estilo, pero no tan lejos. Lo que sucede es que tengo un material que debo recoger en Venecia...
—¿Y por qué no pides que te lo manden por paquetería? Seguro si lo encargas en expreso te llega en menos de tres días.
—El asunto es que lo ocupo para el siguiente día, y mañana tengo un trabajo importante para una grabación, necesito prestarle atención a los modelos y los maquilladores, no tengo tiempo. Y sé que sales temprano de la universidad, le pregunté a Pía, y tampoco tienes guardia... —balbuceó, esquivando las miradas represivas de su amiga.
—Stella... —advirtió Nicoletta con una voz grave—. No me puedes desviar de mi día, tengo tareas pendientes e ir hasta Venecia en tren, y de regreso.
—Ya sé, perdóname, pero es que hubo problemas de la paquetería. Sabes que hay cosas que a veces se nos sale de las manos, Nico. —Su labio inferior tembló por los nervios, ya que eran solo mentiras.
—Está bien, si me estás diciendo que ese material es importante para tus proyectos, yo voy a ir —accedió, soltando todo el aire contenido en los pulmones—. Me voy a ir temprano.
—Los billetes están sobre la mesa para mañana, salen a las siete.
Nicoletta asintió con la cabeza, cerrando sus ojos con cansancio, ya que se encontraba cansada y fastidiaba. La rubia tampoco tardó mucho tiempo para caer en un profundo sueño.
A la mañana siguiente, la alarma del celular de la pelirroja empezó a sonar con fuerza, ella se quejó disgustada y extendió su brazo para apagarla. Al ver la hora en la pantalla, se levantó, haciendo pequeños ruidos. Salió del cuarto de Stella para ir al baño a lavarse la cara. Cuando abrió la puerta, se encontró con Morfeo quien estaba agarrando los boletos sobre la mesa, lucía tan fresco y despierto, todo lo contrario a ella.
—¿Qué estás haciendo despierta?
—Estoy preparando todo para nuestro viaje —respondió con simpleza, terminando de preparar los emparedados de jamón.
—¿Qué dices? No te entiendo —respondió, pasando los dedos por su cabello para desenredarlo.
—Vamos a ir a Venecia, no te pienso dejar ir sola; si eso crees, estás demente —dijo firme, sacudiendo los boletos de la mesa.
Unas preguntas atravesaron los pensamientos de la humana ¿Es que Stella había comprado más tickets? Le parecía ridículo, porque era como dinero desperdiciado. Su cabeza no procesaba todavía bien la información, y tampoco tenía ganas de debatir.
—¿Es que hoy no trabajas?
Morfeo sacudió la cabeza como respuesta a modo de negación.
—Bien, solo deja me aplico un poco de maquillaje y nos vamos —ordenó, regresando al baño.
—Tú eres preciosa sin maquillaje. —Esbozó una sonrisa con ternura, sin quitarle los ojos de ella.
—Ya lo sé, pero lo hago para sentirme más bonita —replicó, cerrando la puerta cuando ella ingresó.
Morfeo río, terminando de alistar las cosas en lo que tomaba el celular de su humana, desbloqueándolo y pidiendo un taxi que los llevaría a la estación de tren. Su ida a la otra ciudad, rompiendo con una vida cotidiana.
No pasó mucho tiempo para que la mortal saliera con una cola de cabello en alto, unos mechones cubrían su frente y su maquillaje era sutil. Nicoletta tomó una pequeña mochila con lo básico, él le pidió que guardará el desayuno y ella lo hizo así. Su celular vibró, avisando que el vehículo se encontraba enfrente del edificio.
Los dos salieron del apartamento, ella sentía que algo importante se le estaba olvidando, pero no le prestó atención cuando se sentó en la parte trasera del taxi color amarillo, donde Morfeo abrió la puerta y la esperó para que subiera primero. El taxista inició su trayecto hacia la estación del tren. La música del radio era arrulladora y la pelirroja tenía sus ojos fijos sobre las hermosas calles de su propia ciudad.
Tratando de recordar qué era lo que se le olvidó, se abofeteó mentalmente ¿Cómo se supone que iba a recoger el material de Stella y con quién si no tenía la información? Vaya que a veces podía ser muy bruta.
Al arribar a la estación, se apreciaban las personas que parecían tener prisa. Los pasajeros se despidieron del conductor antes de bajarse y caminar hacia el tren que estaba enfrente, pues solo faltaban minutos para emprender su viaje. La pelirroja dio largas zancadas para llegar a un vagón, donde había un señor que revisaba los tickets, dejándolos abordar.
Caminaron por el vagón hasta tomar asiento, ella dejó su mochila sobre su regazo, sacando la comida que la deidad había preparado. Le ofreció uno en lo que ella desenvolvió el suyo, pues se estaba muriendo de hambre, por lo que no supo si el delicioso sabor era porque él era un excelente fabricador de sándwiches o sentía que moría si no le daba algo a su estómago.
—¿Morfeo? —habló, limpiando la comisura de sus labios con ayuda de una servilleta.
El peliblanco iba a responder, pero la voz del megáfono femenina la interrumpió, informando que ya estaban a punto de emprender. El recorrido era de casi tres horas, todavía no agregaba las de regreso. Es que iba a perder mucho tiempo solo en la trayectoria, ¿por qué había aceptado?
—¿Morfeo? —repitió cuando la voz femenina terminó de dar las instrucciones sobre el camino— ¿Sabes a dónde vamos y con quién? Yo no le pregunté, y no se me ocurrió, es que como no traía comida en mi estómago, a veces no funcionó bien —protestó, rascando la nuca de su cabeza.
—Sí, humanita gruñona.
—Bueno, confío en ti. —Tomó su celular, desbloqueando y poniendo atención en un archivo que Pía le había mandado.
—¿Qué es lo que estás haciendo? —inquirió la deidad, echando un vistazo a la pantalla de su celular.
—Voy a leer un archivo de...
No le alcanzó el tiempo para responder, debido a que Morfeo le había arrebatado el celular de las manos. Nicoletta tardó unos segundos extras para reaccionar, demandando que le devolviera el aparato, extendiendo la palma de su mano, esperando que la deidad se lo entregará por voluntad.
—No, no, no y no —vedó él, sacudiendo la cabeza, bloqueando el celular y guardándolo en el bolsillo de su pantalón negro—. Disfruta de este día, no te puedes estar exigiendo todo.
—Pues es el único modo en que yo voy a cumplir con mis sueños, así que te pido de la manera más amable posible que me devuelvas el móvil.
—Estoy seguro de que conseguirás obtener todo lo que desees en esta vida, pero da pequeños pasos. No me gusta ver como a veces te sobrecargas de todos tus pendientes y las ojeras debajo de tus bonitos ojos verdes estarán de acuerdo conmigo —manifestó, arrugando su nariz.
—Pero, lo necesito. Mi abuelita dice que descansar para el panteón —lloriqueó, echando la cabeza para atrás.
Morfeo estudió el perfil de Nicoletta, tenía unas largas rizadas pestañas negras, una nariz pequeña, y mayonesa en la comisura de los labios, por lo que tomó su servilleta, pasándola con delicadeza para retirar la mancha. Ella se estremeció ante el tacto y la cercanía.
—¿Qué estás haciendo...? —balbuceó, abriendo los ojos de golpe.
—Solo tenías un poco de mayonesa sobre tus labios, nada que no se pueda arreglar —respondió con tranquilidad, regresando a su asiento.
Nicoletta maldijo para sus adentros, cerrando los ojos para descansar un poco. Disfrutaba a veces pelear más con Morfeo aunque él esté demasiado preocupado por ella.
El tiempo transcurrió, para cuando la voz femenina habló por los megáfonos, avisando que estaban a diez minutos de llegar a su destino, así como dándole la cálida bienvenida a la espectacular ciudad.
—Stella no me ha respondido sobre qué materiales necesito recoger y en dónde —farfulló en voz baja, prestando atención a la pantalla de su celular—. A ti te debió de haber dicho algo, ¿qué te dijo?
—Que iba a ser un poco más en la tarde, porque esas personas estaban ocupadas, debido a que trabajaban y no tendrían oportunidad, pero podemos hacer otras cosas —mintió con tranquilidad, curvando sus labios con una sonrisa.
—Entonces... Si esas personas no iban a poder llegar más temprano, ¿por qué estamos nosotros aquí? Es que voy a ahorcar a Stella llegando —refunfuñó, haciendo ademanes con sus manos como si estuviera asfixiándola.
—No te preocupes, lo importante aquí es que debes de disfrutar el día donde estés —sugirió él.
—¿Es que te has dado cuenta de que he tirado a la borda todo un día de universidad y la oportunidad de adelantar mis pendientes? —reprochó, mordiendo su labio inferior.
Morfeo desvió los ojos hacia su boca, parecía una invitación muy tentadora para...
—Y tú también me has quitado el celular —continuó ella con evidente disgusto.
—La vida es demasiado corta para no disfrutar de una hermosa ciudad con un magnífico dios. —Apuntó a la ventana y luego a él—. Confía en mí y relájate un poco.
—Que tengas siglos más que yo no significa que seas más sabio que yo —refutó con una sonrisa burlona.
—Pero lo soy. —Palmeó con dulzura la parte superior de la cabeza—. Todavía no has vivido lo que yo.
—Pero se te había olvidado —mofó, detallando el color diferente de sus ojos— ¿Por qué sigues teniendo un ojo blanco?
—Porque es parte de mí ahora, rojita.
—Rojita es como mis amigos me dicen.
—Tienes razón, entonces... —Acarició su mentón con ambas manos, en busca de una solución—. Yo te diré cerecita, porque no quiero ser tu amigo.
Nicoletta sintió todo su rostro tornarse rojo sin explicación.
—Así pareces una cereza.
—Pero no soy comida —tartamudeó con nerviosismo, era ella o ¿Morfeo se estaba acercando?
—Y yo podría comerte sin problema alguno. —Estampó sus labios contra su mejilla en un sonoro beso.
El corazón de la humana se disparó, su garganta se secó, y colocó su mano sobre el rostro del dios griego, empujándolo.
—Ya debemos bajaros —avisó, levantándose y colgando la pequeña mochila sobre la espalda.
Caminó por el pasillo del vagón con su compañero pisándole los talones. Al colocar un pie sobre el suelo de la hermosa ciudad, sintió que se estaba desequilibrando, Morfeo rodeó su cintura con un brazo para evitar la caída.
—¿Qué es lo que quieres hacer? —preguntó Nicoletta, observando como la poca gente iba saliendo también.
Por lo que dio unos pasos hasta llegar a un banco.
—Podría buscar en mi celular...
—No, yo tengo una idea de lo que podemos hacer —improvisó Morfeo, cortándola en seco— ¿Has estado en esta ciudad? Porque antes, veía que los humanos iban a un parque a rentar unas bicis y a mí me gustaría...
—Sí, está bien ¿Sabes cómo se llama el lugar?
—Sí, está como a diez cuadras lejos de aquí, me parece mejor ir caminando que en taxi. Ves que las calles no son tan largas —sugirió, emprendiendo una caminata.
Nicoletta no alcanzó a escuchar lo último, y se apresuró a llegar a un lado de él, no fue tan complicado, debido a que eran casi de la misma estatura. Las personas que eran guías turísticas se acercaron a ellos en distintas ocasiones para ofrecerles un plan, que Morfeo rechazó con gentileza.
—¿Has estado aquí antes? —inquirió Nicoletta.
—Sí, he estado en todo el mundo, pero tenía mucho que no me detenía a apreciar algunas maravillas, cerecita —respondió con una intensa mirada sobre ella—... Desde que... Bueno, tú sabes...
—¿Mataron a Elvira?
—Sí, y tampoco lo recordaba. Este ojo era como un bloqueo de mis recuerdos, pero me he dado cuenta que el Morfeo de antes no es el que me representa ahorita. —Señaló el blanco.
—¿Entonces porque aún lo sigues teniendo?
—Es parte de mí, ahora. Admito que era muy guapo con los dos ojos azules, pero me gusta más así —confesó con tranquilidad—. Según tengo entendido, eso era lo que reflejaba el ojo, pero me gusta así. En cuanto a las cicatrices, pues son eso... Cicatrices.
—También me gusta tu ojo blanco —halagó, curvando sus labios en una sonrisa sin detener su andar.
—Gracias.
Cuando llegaron al parque, ella se tomó el tiempo para estudiarlo, era precioso. Muchos paisajes verdes con gigantes y frondosos árboles. Había un camino de piedras por el contorno, donde las personas podían andar sin destruir las otras zonas. El olor a agua llegó a su nariz, escuchando los graznidos de los patos, pues del otro lado había un pequeño lago.
Se quedó quieta, apreciando los pequeños detalles, sonrió para sus adentros que no se percató al momento en que el peliblanco le sujetó la muñeca, tirando de ella hacia un pequeño local, donde rentaban bicicletas.
—Me da dos, por favor —pidió a la cajera.
Ella le entregó dos llaves para retirar el candado donde estaban las hileras de las bicicletas. Morfeo quitó una y se la pasó a Nicoletta quien la sujetó por los manubrios y regresó al camino, evitando estorbar en el pasillo. Él terminó de sacar la otra bicicleta y la condujo hasta estar a un lado de su humana.
Nicoletta ya se había montado para avanzar, tenía sus ojos puestos en su compañero, que parecía examinar la bicicleta de dos llantas como si fuera un complejo aparato, relamiendo su labio inferior.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó ella con el entrecejo fruncido.
—Creo que no fue muy inteligente de mi parte ofrecer ir en bicicleta si no sé andar —confesó con seriedad.
La humana se ahogó en una carcajada, pero se detuvo al ver la mirada de reproche del dios, pensó que había sido una broma insignificante, mas entendió que no.
¿No se supone que vuela en nubes? Una bicicleta debe de ser pan comido para él.
Se bajó de su transporte, le pidió el candado a Morfeo y la regresó al sitio. No podría ir con tranquilidad sin que él se esté cayendo a cada momento. Se colocó detrás de la bicicleta, sujetando el asiento.
—¿Qué es lo que hiciste? —refunfuñó Morfeo, sosteniendo el manubrio de la bicicleta, girando un poco la cabeza hacia atrás.
—Entregué la bicicleta, no me sirve si te voy a estar ayudando a ti para que aprendas a andar. No va a ser tan complicado. —Esbozó una sonrisa.
—No debe de ser tan difícil, muchos humanos lo hacen —replicó, cruzando la pierna por un lado de la bicicleta, colocando un pie sobre el pedal.
—No creo, si tienes mucha habilidad volando.
Morfeo apretó con fuerza el manubrio, pasó saliva antes de tomar impulso y que las llantas empezaron a moverse. La bicicleta tambaleó un poco de un lado, él tomaba más velocidad y Nicoletta con la espalda inclinada, incrementaba sus pasos.
Sin decir ni una palabra, soltó el asiento, observando al dios que estaba muy enfocado en su manejo.
—¿Me ves? ¿Estás viendo lo que estoy haciendo, cerecita? —exclamó con felicidad, sintiendo como el aire fresco se impacta sobre su rostro.
Él volteó hacia detrás, esperando a encontrarse a la pelirroja, pero ella ya se había quedado unos metros atrás, por lo que perdió el equilibrio y aumentó el ritmo.
—¡Hay un árbol enfrente! —clamó, rodeando su boca para que fuera más fuerte el sonido.
Morfeo regresó la mirada delante, sin reaccionar todavía, la llanta de enfrente colisionó contra el gran tronco, levantando la parte trasera y arrojando a su conductor. Al caerse, él no alcanzó a poner las manos sobre el suelo, sus dientes capturaron su labio inferior y se hizo una ligera cortada. Nicoletta gritó con agudeza, viendo la escena y corriendo hacia allá.
—Morfeo. —Se arrodilló a un lado del cuerpo, colocando su mano sobre sus hombros para girarlo hasta encontrar el rostro de la deidad— ¿Morfeo? —Apretó las mejillas de la deidad, esperando a que él abriera sus ojos— ¿Hola? —Tragó con dificultad, ¿por qué ese hombre no reaccionaba si el golpe no estuvo tan feo?
—Estoy esperando —murmuró con los labios apretados.
—¿A qué?
—A que me despiertes con un beso en los labios, es la manera correcta de romper un hechizo, según Disney.
Nicoletta se ahogó en una estruendosa risa.
—No, porque la princesa nunca da el consentimiento para ser besada.
—... Yo si te doy mi consentimiento para ser besado, mi cerecita —irrumpió en un hilo de voz.
La pelirroja se inclinó hacia delante, depositando un casto beso sobre su frente.
—... ¿Qué es eso? En los labios. —Hizo un mohín con la boca.
—Vamos, que todavía no has aprendido a andar en bicicleta.
Se levantó, sacudiendo su retaguardia y esperando a que el dios se levantara del suelo, quien abrió solo un ojo, ya que ella le entregará un beso. Musitando palabras altisonantes, se paró.
—Este paciente tuyo está herido, y mi única medicina son tus labios y tú no quieres...
—Te está saliendo un poco de sangre en la boca. —Se quitó la mochila de la espalda, abriéndola y sacando unas toallitas húmedas que la pasó con lentitud por su labio.
Él se inmutó, conteniendo la respiración, apreciando el largo de sus pestañas gruesas y negras. Él posó sus manos sobre su cadera, tirando de ella hasta que sus pechos chocaron contra su torso.
—Listo, ya puedes soltarme —carraspeó su garganta, metiendo el pedazo de papel en sus jeans.
Morfeo alejó sus manos, le dolía no poder seguir tocándola.
—Vamos a intentar otra vez que conduzcas una bicicleta, pero esta vez, no vayas a quitar la mirada de enfrente —dijo, caminando hacia el aparato y levantándolo.
—Esta vez no se te vaya a ocurrir soltar el asiento —advirtió berrinchudo un dios, subiéndose.
—Ese no es el punto de andar en bicicleta, porque...
—... Si lo haces me voy a caer.
—Pero...
—Me voy a caer, dije —puntualizó Morfeo con seriedad, y colocando un pie sobre su pedal.
Los dos empezaron a andar, Nicoletta lo soltó al primer metro, solo iba caminando detrás de él, quien poseía mucha destreza para el manejo, por lo que creyó que la caída pudo ser una mentira. Morfeo se detuvo justo enfrente de un carrito de algodones de azúcar. Era muy colorido, rojo y verde. Había vidrio, y parecía que el señor los estaba haciendo al instante.
—¿Por qué no estás detrás de mí? —farfulló, fingiendo irritación cuando Nicoletta se paró a un lado de él.
—No, tú estás loco si crees que te iba a seguir como una sombra.
El señor los miró con ternura, parecía una pareja que tenían discusiones absurdas. Por lo que le dio la bienvenida a su ciudad, preguntando qué les gustaría ordenar.
—Si me permiten sugerirles, me sale un hermoso corazón rojo y esponjoso para las parejas...
—Lo queremos.
—No somos... —replicó al unísono que Morfeo, girándose para mirarlo.
—Es un poco tímida —intervino Morfeo, apretando la mejilla derecha de ella.
El señor con guantes y un mandil vertió dos cucharadas de azúcar teñidas de rojo en medio del artefacto. Encendió el aparato, y con un palito de madera empezó a girar alrededor de la máquina, capturando el producto hasta formar la mitad de un corazón, sacó otro palito, uniéndolo con el otro y formando la otra parte.
Al terminar, se las entregó a Morfeo quien pagó por ello. Se la brindó a la pelirroja, solo un palillo. Los dos empezaron a caminar a la par, del otro lado del dios estaba la bicicleta y cuando se sentaron en una banca sin respaldo.
—No creo que tenga buena idea la de un corazón —musitó Nicoletta, tirando su mitad—. Al final, el corazón termina roto.
—Puede que sí... —asintió él, observando ahora su corazón—. Tal vez no fue buena idea comprarlo, mejor un corazón para cada uno.
—No, no te preocupes, en serio. Igual, es azúcar.
Para ese punto, ella se olvidó por completo el motivo principal de su visita a Venecia, ya que estaba disfrutando la compañía del peliblanco.
Morfeo apreció como se estaba poniendo el sol, por lo que saltó de golpe, girando sobre sus talones, extendiendo su mano para que ella la tomará.
—¿Qué es lo que estás haciendo?
—Cerca de aquí hay una góndola que es maravillosa, donde se pasea por el gran canal y se logra apreciar más de cerca esta bonita ciudad. Se ve espectacular bajo las estrellas.
Morfeo subió a la bicicleta y señaló con los ojos unos tubos extras que estaban en la llanta trasera. Ella entendió la indicación, y se negó.
—Tú estás loco si crees que me voy a subir ahí...
—Sé a la perfección que me has dejado tan pronto, estoy seguro de que voy a poder contigo ahí ¿No ves que soy un hombre muy fuerte? —Dobló su brazo, sacando el músculo—. Vamos, que no nos deben de ganar la góndola.
La pelirroja accedió, pisó el lado de un tubo, apoyando sus manos sobre los hombros, cruzó la pierna hasta pisar la otra parte. Oró mentalmente que no debían de caerse, y funcionó, ya que regresaron en una pieza al lugar donde rentaron la bicicleta.
Morfeo guió a la humana por unas estrechas calles hasta que llegaron al inicio de un canal de agua que conectaba por toda la ciudad. No había góndolas en el lugar, parecían pequeños barcos largos con remos con suficientemente longitud para tocar el fondo. Al lado de una había un hombre con una vestimenta muy casual, sonrió al mirar al dios.
—Hola, lamento la tardanza, es que nos quedamos comiendo, pero ya estamos acá.
—Si gustan subir, yo soy una guía muy divertida.
—No, gracias. Yo en dos horas me encargo de devolvérsela en perfecto estado —indicó Morfeo.
El hombre dueño de la góndola rascó su nuca evidente confusión, ese joven que tenía delante estaba completamente loco si creía que le iba a dar el remo. Cuando Morfeo notó aquella inquietud, por lo que colocó sus dos manos sobre los hombros y los estrujo, abriendo sus ojos, parecía que estaba hipnotizándolo.
—¿Sabes qué? Está bien, puedes tomarla y regresar en un rato que voy a estar esperando aquí —accedió el hombre en un tono robótico, entregándole el remo sin rechistar—. Solo ten cuidado, por favor.
—¿Cómo es que no voy a saber manejar un barco largo? —refunfuñó, arrugando la nariz.
—Es una góndola —corrigió el dueño de esta.
Morfeo señaló a Nicoletta con la mirada que subiera a esta, quien todavía se encontraba estupefacta, ¿cómo es que él logró hacer que el hombre accediera en un parpadeo?
—Cerecita —insistió Morfeo al verla inmóvil.
Él se puso rígido, extendiendo una mano para que su humana pisara la superficie que flotaba en el agua. Ella volvió a dudar por unos segundos antes de acercarse a él y con cuidado se sube, sentándose al instante. Morfeo quitó las sogas en el pequeño póster, y con ayuda del remo empezó a empujar el barco.
Las venas de su cuello y brazos sobresalen al aplicar la fuerza de empuje. Por un poco de nervios, desvió la mirada hacia el cielo que ya estaba oscuro, decorado por una luna llena y estrellas. Morfeo continuaba impulsando hasta tener una leve velocidad, por ser mediados de semana, en realidad no había muchos turistas.
—El cielo es espectacular —aseveró ella, doblando las rodillas hasta juntarlas con su pecho— ¿Te han regresado tus poderes o como hiciste para que él nos dejará su barco?
—Supongo que es el encanto de dios —replicó, aunque en realidad él tampoco entendía cómo había conseguido aquello.
Morfeo dejó el remo a un lado de la cola, caminó hasta llegar detrás de la mortal, sentándose con las piernas abiertas. Deslizó sus manos por los hombros de la chica, deteniéndolas en su pecho, justo arriba de sus senos, empujándola hacia atrás para que recargara su espalda contra su tórax.
—Gracias por estar aquí —inició Nicoletta, y pronto a su mente azotó que estaba ahí para recoger unas pertenencias de su mejor amiga.
Así que enderezó su espalda, parecía que Morfeo podía deducir los pensamientos, por lo que sostuvo el mentón de ella y la obligó a girar la cabeza, capturando sus labios en un profundo beso. Nicoletta abrió sus ojos al instante, poniendo sus manos contra su pecho para empujarlo con la razón, porque no aplicaba la suficiente fuerza y él no la sujetaba con firmeza.
La mano de Morfeo empezó a descender por la curva de sus senos, ella ahogó un gemido.
—Espera —gimoteó con la respiración entrecortada—. Alguien puede descubrirnos...
El peliblanco le robó unos cuantos besos de su boca entreabierta, y después, empezó a trazarlos sobre su cuello.
—Esto no está bien —chilló en un doloroso grito, se sentía perfecto.
En un ágil movimiento, Morfeo la tomó por las caderas, girándola hasta que la acurrucó contra su pecho, mirando detenidamente sus ojos verdes esmeralda, siempre llenos de inteligencia. En ese instante, lucían vulnerables.
La excitación había hecho que el corazón le latiera desenfrenado, su pulso enloquecido se le concentra justo en las ingles, provocándole una erección súbita con deseos de hundirse en su humana.
Una vez más, fundió sus labios contra los de ella en un beso ardiente, buscando su lengua para probar su delicioso sabor. Se sorprendió al ver la reacción, dejando que la besara, arqueando su cuerpo hacia él, y estar a punto de perder el sentido común.
—Morfeo... —Suspiró ella—. Esto...
Ni siquiera era capaz de formular una oración coherente, ¿qué era lo que estaba intentando decir?
No se había dado cuenta que estaban muy cerca de un pequeño puente que les podría brindarles un poco de privacidad. Él extendió su brazo hasta alcanzar el remo y detener la góndola contra la pared.
Morfeo tomó el borde de la blusa y la alzó, su piel era tersa y suave ante su tacto. Se detuvo en seco cuando llegó a la altura de sus pechos e intercambió una fugaz mirada con ella.
—Sí... —permitió Nicoletta, para que él continuará.
La deidad le retiró el sostén, sacando los pequeños pechos que eran perfectos para él, quien apresó con sus labios uno de sus pezones hinchados, lamió y mordisqueó con suavidad. Aquel suave botón rosado se endureció en su boca. Con cada ardiente caricia de su lengua, ahogó una exclamación del profundo de la garganta de Nicoletta.
—Morfeo. —Ella apenas podía hablar entre jadeos cuando él hundió su boca en el valle de los senos que separaba—. Oh, dios.
Sus ávidos labios encontraron una vez más su pezón, la lengua trazaba círculos al perímetro de la punta que parecía ser de seda. La fragancia que emanaba su cuerpo generaba una reacción primitiva, que terminó perdiendo toda conciencia del mundo fuera de la góndola.
Tiró de la humana una vez más, separando sus piernas, a modo que quedó a horcajadas sobre él. Ella respondía con pasión cada uno de los besos y sus manos recorrían con urgencia su pecho, hasta meterlas por debajo de la playera.
—Me gusta tocarte —murmuró con picardía.
—Me gusta que me toques. Pero, todavía podemos parar...
Nicoletta lo interrumpió estampando sus labios contra los de él. Bajó sus manos hasta la dura forma que pugnaba bajo los pantalones, por lo que Morfeo dio un brinco, ella le regaló una sonrisa, asintiendo con la cabeza y sintiendo como la barca se balanceaba de un lado a otro.
Ella era tan adorable en su actitud apasionada, que el peliblanco sintió cómo se le contrae el corazón en un sentimiento que había experimentado con menor intensidad, pero era peligroso para examinarlo.
La pelirroja bajó el cierre con destreza. Su erección saltó al exterior al bajar el bóxer. Apretó los dientes al sentir que ambas manos calientes posarse encima de su duro miembro, acariciando la piel sedosa, mientras depositaba castos besos sobre su cuello y meneaba las caderas en círculos. Él suspiraba con satisfacción, cerrando los ojos, reteniendo sus jadeos.
Morfeo volvió la cara a un lado, con la respiración irregular. Ella había pegado su mejilla a la tersa de su humana.
—No, cerecita —dijo entre un gemido ronco—. Es agradable, me estás matando.
La sostuvo de la muñeca, apartándole la mano e ingresando la suya entre los pantalones de la mortal, donde ella estaba húmeda. Estiró su brazo, chupando su pulgar, volviendo a buscar entre sus pliegues ardientes, moviendo la ropa interior a un lado. Entonces introdujo su dedo y acarició la mata de rizos mojada.
—Es mi turno —murmuró, besando su cara acalorada, al mismo tiempo que deslizaba el dedo en el interior de la hendidura oculta, repitiendo el movimiento hasta que los labios femeninos se sintieron hinchados.
Sintió como los muslos de ella se apretaban a su alrededor, por lo que sus piernas le permitieron mantener separadas las de ella, dejando su cuerpo indefenso ante su tacto.
Nicoletta jadeó y presionó el vientre contra su mano, anhelando la estimulación, que Morfeo complació con lentitud desesperante, apoyando su dedo justo encima de la delicada protuberancia femenina sensible. Ella tembló y se retorció cuando Morfeo trazó círculos sinuosos. Con su otro brazo, tiró hacia abajo los pantalones, descubriéndola.
Con delicadeza, juntó su pelvis a la de ella, sin penetrarla, sólo para que la parte inferior de su pene frotarse contra la humedad de entre las piernas. Aunque con cada sacudida del agua instaba a que sus cuerpos se aproximan más.
Morfeo cerró los ojos al notar cómo la sensación incrementada hasta hacerse insoportable. El placer lo tenía paralizado. Pronto iba a ser invadido por el clímax.
—Morfeo —jadeó ella—. Te necesito ahora, no me hagas esperar.
Sus palabras se dispersaron en un grave gemido al sentir una vez más el pulgar de Morfeo acariciándola. Él miró fijamente su rostro, sus mejillas estaban rojizas por la pasión. Ella tenía sus manos aferradas sobre sus hombros, atrayéndolo hacía sí.
La boca del dios buscó la suya, y lo besó tan profundamente, hundiendo su lengua muy despacio, sincronizándose con el dedo que la penetraba. Ella dejó escapar un sonido gutural y se aferró a Morfeo con todas sus fuerzas cuando el orgasmo avisaba que iba a llegar.
Se estremeció contra él, susurrando palabras incomprensibles. Morfeo retiró el dedo y la colocó encima de su pene adolorido. Rozó su húmeda abertura de su cuerpo con la punta de su sexo, acariciando en círculos. Nicoletta presionó hacia abajo, conteniendo la respiración hasta que por fin la penetró con una única y eficaz embestida.
El dios inclinó su cabeza hacia atrás, con la frente arrugada, sintiendo el peso de su mortal en sus muslos, y su cuerpo se cerraba sobre el suyo en un estrecho abrazo.
El placer que le producía era grande para soportarlo, pues era incapaz de pensar, lo único que podía hacer era permanecer quieto en lo que las sensaciones flotaban en él en implacables oleadas.
Nicoletta se inclinó hacia al frente y sus labios entreabiertos rozaban su cuello, donde el pulso le latía bajo del mentón. Ella alzó la cadera, buscando hundir su sexo a mayor profundidad y su vagina reaccionó, cerrándose aún más.
Escuchó su propio grito fuerte cuando arremetió en la última acometida, tensa y temblorosa por el orgasmo. Dejó caer su frente en el hombro de Morfeo, recobrando la respiración, y él le sostuvo el rostro para devorar su boca, pasó su brazo por la cadera y la juntó más a él antes de salir de su cavidad caliente y acomodar su ropa de la parte superior.
Ella levantó la cadera para subir sus pantalones e intentó quitarse, pero Morfeo no la dejó, volviendo hacer que se sentara en su regazo y depositando un beso en la frente. Carcajeó, negando con la cabeza e inclinando su cuerpo más a la izquierda. Las vibraciones del canal jugaron en su contra, perdieron el equilibrio y el agua les dio una fría bienvenida.
Al sacar la cabeza del agua, quitando las gotas sobre sus ojos intercambiaron una fugaz mirada y se ahogaron en una estruendosa carcajada, Morfeo dio unos brinquitos para estar más cerca de ella, sacándole unos cabellos empapados del rostro.
—Eres preciosa, cerecita.
n/a*
y yo Ya me enculeee, che vato hermoso precioso amor de mi vida y de mi almaaaa, ayyy, me gustó mucho escribir este cap. lamento los errores que sé que tengo
como estaaaaaaaaan? ya comieron y se lavaron las manitas?
que les pareciooo? que creen o quee? oigan, no me vayan a odiar, pero creo queeeee el siguiente capítulo es el final ayyy, no sé como sentirme, y tal vez sea un poquitin lrgo, igual cuaalquier cosa ya saben que pueden encontrarme en:
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