031 l Los bolos
Según la investigación de los detectives, esos canallas habían atacado a más mujeres, no sabían exactamente cuántas eran, debido al el mismo modo operandi: cinco hombres que vestían de negro con capuchas parecían conocer a la perfección donde se encontraban las cámaras, porque las evitaban, era extraño y parecía que querían que todo el mundo se enterará de las atrocidades, debido a que siempre buscaban lugares públicos a altas horas de la noche.
—Me dan asco esos hombres. —Infló Nicoletta las mejillas, sintiendo las náuseas en su estómago.
—¿Qué fue lo que te dijo? —cuestionó Stella, torciendo los labios en una mueca.
—Que no soy la primera, pero que están poniendo más recursos para dar con ellos, algo que no he entendido del todo. —Cubrió toda su frente con la palma de su mano, cerrando los ojos por un instante.
Stella iba a abrir sus labios otra vez, pero alguien estaba tocando la puerta, por lo que se levantó del cómodo sofá para abrirla. Del otro lado se encontraba Pía, quien había ido para entregarle unos libros a su compañera, enseguida estaban Franco y Enzo.
Nicoletta se extrañó que Enzo estuviera ahí, pues no sabía que iba a ir a visitarlas. Se sentía tan aturdida con otras cuestiones, que ni siquiera era capaz de concentrarse en los mensajes de su celular. Cuando el hombre posó sus ojos en la hermosa mujer y pelo rojo, dio dos largos pasos hasta llegar a ella.
Stella arrugó el entrecejo e intercambió una mirada fugaz con Pía, quien se encogió de hombros, ella no había avisado que iba hasta ahí. Franco era invitado de la rubia, por lo que meneó la mano y dejó caer todo el peso en el sillón.
—¿Qué es lo que vamos a hacer hoy? —preguntó Franco en general, pero prestando más atención a Stella.
—Podemos ver una película —sugirió Enzo, separándose con lentitud de su amiga—. Puedo ir a la tienda rápido para comprar unas golosinas, me lo debes, porque no me has respondido los mensajes —protestó, mordiendo el labio inferior.
—Sí, Nico. Al rato estudiamos.
—Voy a terminar por mudarme sola, porque todos ustedes son malas influencias. —Apuntó con el dedo a cada una de las personas que se encontraban ahí —. Y no les pienso pasar la nueva dirección.
En ese preciso momento, por el umbral atravesó Morfeo quien tenía las manos en los bolsillos, no le apeteció tanto la idea de ver a muchas personas en un lugar no tan grande. Rodó los ojos, pues sentía que su cabeza iba a estallar por tantos flashes.
—Hola —saludó sin ganas, pero sus ojos se desviaron hacia la humana y no pudo evitar sonreír— ¿Acaso hay una fiesta aquí y no me entere?
—Casi, yo estaba pensando que podíamos ir a ver una película o hacer algo... —inició Enzo, observando al hombre que acababa de llegar, pues nunca lo había visto en su vida—. Disculpa, ¿quién eres tú?
—Es amigo de Nico de toda la infancia y está en Milán por unos días —contestó Stella con naturalidad luego que se haya formado un incómodo silencio que se podía cortar con tijeras.
—Ah, ¿y es que te estás quedando aquí o en un hotel...? —insistió Enzo, cruzando los dedos detrás de su espalda, tratando de que la respuesta fuera la que él quería escuchar.
—No, me estoy quedando ahí. —Apuntó la habitación de Nicoletta sin inhibición.
—Y yo me estoy quedando en el cuarto de Stella, o a veces, Morfeo se queda en la sala —apresuró a aclarar las ideas la pelirroja soltando un profundo suspiro con pesadez—. Vamos, que ver una película no me hará daño.
—De hecho, yo opino que vayamos al boliche. —Levantó la mano Franco—. Soy muy bueno tirando la bola con los pinos —agregó con una sonrisa, intentando alivianar la pesada atmósfera que los rodeaba.
—Ay, sí. Yo estoy de acuerdo con eso —sucumbió Pía, también levantando la mano.
—Yo apoyo esa noción, las películas las podemos ver cualquier otro día —suplicó la rubia, agarrando su corta melena en una cola de caballo—. Yo también soy muy buena haciendo chuzas.
—Yo no —continuó Nicoletta—. Tengo un excelente don para no darle a ningún mugroso pino sin ayuda de las barras para niños —farfulló con irritación.
—Supongo que eso es un sí, pues vamos. —Morfeo tronó los huesos de sus dedos, caminando hacia la salida.
—Hay un lugar en el centro comercial para no pedir taxi ni irnos en carro, podemos caminar todos juntos —sugirió Morfeo—. Vengo de allá, precisamente.
El grupo de personas accedieron, por lo que tomaron pertenencias esenciales antes de salir del apartamento en dirección al centro comercial. Enzo se aseguró de estar a un lado de la pelirroja, parecía que estaba marcando territorio, Nicoletta ni siquiera se percató de ello, pero la deidad sí, así que se coló del otro costado y enredó su brazo con el de ella, que, al sentir el tacto, hizo una mueca.
—¿Qué estás haciendo? —Arrugó el entrecejo, señalando sus brazos unidos.
—Nada, humana. Vamos —replicó, tirando de ella para cruzar por la avenida.
Al llegar al centro comercial, subieron por el elevador hasta el piso más alto, donde al fondo se encontraba la atracción. Desde lejos se podían notar las luces centellantes, con un gran cartel de un pino que parecía estar inclinado, del otro extremo había una bola de boliche color negro. Quien estaba más entusiasmada era Pía, dio un pequeño brinco como una niña pequeña y corrió hacia la entrada, sin esperar a nadie. Stella carcajeó, aplaudiendo con las manos antes de seguirla.
Nicoletta carcajeó, inflando sus mejillas y apresurando su paso. Los chicos imitaron su acción, igual Enzo estaba más concentrado fulminando al hombre de peliblanco, no le gustaba la manera en que la tocaba con sutileza, aunque ella al percatarse del tacto, daba unos azotes con la mano. El que parecía más divertido con la situación era Franco, quien conocía a la perfección los sentimientos del chico de la bicicleta, pues se notaba desde lejos que estaba perdidamente enamorado de la pelirroja, pero no se enteró por su propia cuenta, si no por el comportamiento.
Al cruzar por la entrada, se quedó atónita al ver a Pía pálida, todas sus ganas de divertirse se habían esfumado, por lo que alteró a la pelirroja.
—¿Qué es lo que le pasa? —se dirigió a la rubia que estaba a un lado, arrugando la punta de su nariz— ¿Qué es lo que te sucede? —Se volteó hacia Pía—. Parece que has visto un fantasma.
—Ha visto algo peor —informó Stella.
—Vi al cacas, el perro desgraciado infiel está con su nueva noviecilla por allá. —Empujó la cabeza hacia atrás, donde se encontraba la pareja en un bolo palma.
—Es que yo a ese idiota lo mato, lo hago mierda —afirmó fúrica Stella, tomando aire para ir a golpear a ese hombre.
Nicoletta reaccionó a tiempo, y la sujetó por la cadera, ya que podía tener más firmeza sobre ella. Stella achicó los ojos, esperando una respuesta coherente ante tal intervención.
—Debes de pensar con la cabeza fría, tú eres muy impulsiva. Si vas a hacerle un espectáculo, solo se va a sentir orgulloso, ya que va a saber que todavía le causa dolor a Pía.
—Sí, pero es que me sigue doliendo —añadió ella, con los ojos grandes.
—Sí, ya sé. Pero, quien no debe de saber eso, es ese animal de allá. La mejor manera de herir el orgullo de un hombre es demostrarle que estás con alguien excelente. —Sus ojos verdes se posaron en el dios pálido que no entendía lo que estaba pasando, debido a que acaba de llegar.
—¿Por qué me están viendo así? —preguntó la deidad con confusión—. Les prometo que yo no he hecho nada.
—No, nada de eso. Solo queremos que seas el novio de Pía por este rato, fingir que sin pareja —explicó su humana con una sonrisa malévola.
—¿¡Qué!? —vociferó con sorpresa, Stella al instante cubrió su boca con su mano.
—Cállate, por el momento no queremos llamar la atención del cacas.
Morfeo retiró la mano de su boca, seguía sin entender lo que estaban pensando, así que bufó, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Ahí está el ex de Pía, quien la engañó. Lo que queremos ahora es herir el ego con un hombre mejor que él; tú —expresó la rubia en un tono de voz bajo—. Necesitamos que pretendas ser pareja de Pía, hacer todas esas cosas que un auténtico caballero haría, solo eso.
Morfeo no se encontraba muy convencido de aquello, ¿por qué iba a pretender ser novio de una persona que no estaba interesado?
—Si lo haces, yo puedo darte un chocolate —ofreció Nicoletta con una sonrisa forzada.
Enzo frunció el ceño al notar la emoción de ese hombre pálido. Sabía que tenía competencia.
—Lo voy a hacer, pero no quiero un chocolate, te diré después qué es lo que deseo. —Guiñó su ojo blanco con picardía.
—Bien. —Apretó los labios en un hilo—. Ya estamos perdiendo mucho tiempo aquí, vamos a pedir un juego junto con los tenis.
Las personas se acercaron al cajero, él les regaló una sonrisa, preguntando el nombre de cada jugador en lo que programaba su computadora. Para su fortuna, no les tocó cerca del cacas, sino había como seis puestos vacíos en medio de ellos. El hombre preguntó por la talla de los zapatos, entregó los pares a cada jugador y les informó que podían empezar el juego tan pronto la primera bola fuera arrojada.
Enzo siguió los pasos de la pelirroja que se había apresurado a tomar asiento en una de las sillas de plástico color naranja. Ella se deshizo de sus tenis, colocando las que el lugar le había prestado para no resbalarse a la hora de jugar. Su compañero imitó su acción, y atrajeron la atención del infiel quien al ver a Nicoletta, buscó por los lados hasta encontrarse con su exnovia. Pía al sentir esa intensa mirada sobre ella lo que hizo fue obligar a Morfeo a colocar su brazo alrededor de su cadera, él era más alto, por lo que recargó su cabeza en su pecho, debían de lucir como una pareja enamorada, aunque la deidad no lo entendió, ya que rodó sus ojos.
El hombre frunció el ceño, su ex novia se veía feliz, no parecía que su rompimiento le había dolido cómo él esperaba ¿Es que ya andaba con ese otro sujeto antes de terminar su relación? Esa idea lo había hecho rabiar, por lo que no se dio cuenta que estaba apretando las manos en puño. Así que no le quitó los ojos de encima.
Pía tomó asiento en la silla que estaba al frente de Nicoletta, le dio los tenis a Morfeo y con sus ojos apuntó sus pies.
—¿Qué? —inquirió Morfeo, haciendo una mueca.
—Tienes que ponérmelos —habló Pía con los labios apretados.
—¿No tienes manos o qué?
—Tienes que pretender ser mi novio, y eso hacen los novios —añadió.
—Tienes que ser romántico, Morfeo —musitó Stella a un lado de Enzo, justo enfrente estaba Franco.
—Cada vez los humanos son más inútiles —refutó, rodando los ojos.
—Ay, Morfeo. Solo hazlo que el cacas nos está viendo —ordenó la pelirroja.
Al instante Morfeo se arrodilló enfrente de la castaña, quitándole los dos tenis. La expareja nunca se inclinó hacia ella ni siquiera para atarle los cordones, ese hombre era más agraciado que él, pero no sería más exitoso ¿Quién iba a perder el tiempo con una mujer cuya universidad la consume?
—¿Qué tanto ves por allá? —inquirió la novia, chasqueando los dedos, solo hace unos momentos los dos se encontraban tranquilos, y él se notaba tenso, lo cual odio aquel cambio tan repentino, ella no sabía que había sido la amante de su novio.
Las mentiras tenían un precio alto para todo el mundo.
—Nada, Molly discúlpame.
—Es tu ex novia, ¿verdad? ¿Quieres que vayamos a saludar? —Ató su corta melena en una cola de caballo en bajo.
—No, no, no —repitió, sacudiendo la cabeza—. No quiero que te preocupes, después vamos a jugar, que me estás ganando, amor.
—¿Sigue viendo para acá? —Resopló Morfeo, terminando de atar con fuerza los cordones.
—No —contestó Franco, frotando sus manos, listo para tomar una bola negra—. Soy el primer turno, mi nombre está en la pantalla.
Franco metió los tres dedos en los hoyos correspondientes de la bola, caminó a la zona de tiro, observando todos los pinos del fondo, se apoyó con la otra mano, entrecerrando los ojos para tener un mejor cálculo. Soltó un suspiró, dio uno pasos con una velocidad, y cuando fue el momento correcto, lanzó la bola negra, al instante, esperando que esté siguiera la ruta recta.
La primera chuza de la tarde.
Stella fue la que inició en gritar con fuerza en lo que aplaudía y se aceraba a su amigo para estrecharlo con firmeza. Todos se unieron en el aplauso, había sido un perfecto tino. La siguiente en tirar fue la rubia, quien no había sido un tiro, pues la primera vez que arrojó la bola derribó cuatro pinos y en la segunda oportunidad, solo una, no fue capaz de derribar todas.
—No importa, lo hiciste muy bien —animó Enzo, quien fue su siguiente turno—. No quiero ser presumido, pero soy también muy bueno.
—No es que quiera presumir, pero yo aquí voy a ganar. —Alzó las manos sin soberbia Franco.
—Pues yo estoy segura de que no voy a ganar —carcajeó la pelirroja.
Era el turno de Pía, tomó una bola verde, pulida, levantó el mentón y carraspeó la garganta al dios, quien miraba hacia los lados con confusión ¿qué se supone que tenía que hacer?
—Creo que debes ponerte detrás de ella, rodearla con los brazos y ayudarle con la bola —sugirió Franco con inocencia.
Inhaló profundamente, caminando hacia Pía, movió el cuello, abriendo los ojos con fuerza para que él se colocara detrás de ella, rodeándola con sus brazos, y sus manos estaban sobre la bola. Morfeo le daba la espalda al ex novio, quien no dejaba de observar a la pareja con los labios fruncidos. La deidad ayudó a la castaña a arrojarla a los pinos, tan pronto dejó de tocar el objeto, él la soltó con lentitud, pero apresurado.
—Solo te faltaba empujarla, porque no la querías tocar —acusó Stella con los labios apretados, pero forzando una sonrisa.
—Bueno, es mi turno —interrumpió la pelirroja, frotó sus manos para quitar los restos del sudor antes de tomar una bola más pequeña. Achicó los ojos, observando los pinos apilados que la máquina que ya había acomodado.
—Espera, espera —repitió Morfeo, acercándose a ella, ganándose una mirada de odio de Enzo.
El peliblanco se arrodilló, y empezó a atar los cordones de los tenis. La pelirroja agachó la mirada, no las había atado bien. Aunque al sentir los ojos burlonones del cacas, por aparentemente no preocuparse tanto con Pía como con ella, por lo que empujó a Morfeo con la otra pierna, él se desequilibró, posó su mano sobre el suelo de madera encerado.
—¿Qué sucede?
—Pues que no es correcto que te estés preocupando tanto por otras chicas que no son tu novia. —Se inclinó hacia delante, dejando la bola a un lado para terminar de atar bien el otro cordón—. Igual, gracias. —Guiñó su ojo izquierdo antes de levantarse, volviendo a enfocarse en su tiro.
Nicoletta tomó un bocado de aire antes de dar unos pasos hacia delante y arrojar la bola que volvió a sostener, para su mala suerte, está rodó por un costado, cayendo a un lado, y sin tirar ni un pino. No importaba, al menos tenía otra oportunidad para tumbar aunque sea uno.
Solo uno, no pedía más.
Una vez más, tomó la misma bola, cerró los ojos por un segundo, volvió a calcular mentalmente, tal vez si daba un pequeño paso a la izquierda, rodaría del lado derecho. Sin pensar más, la aventó, cruzó los dedos detrás de sus manos, y gritó con emoción cuando tiró dos pinos. Los puntos se añadieron a la pantalla, iba quedando en último lugar, pero en realidad no le interesaba.
—Sabía que no era tan mala —alardeó, caminando hacia las sillas, donde el resto de las personas estaban esperando el turno.
Era el turno de Morfeo, tomó la bola. Pía se paró a un lado de él, para darle el apoyo que una novia le daría. El primer tiro derribó un poco más de la mitad, y en el segundo, solo le faltaron dos. La castaña gritó a todo pulmón, atrayendo la atención de todas las personas que estaban en el boliche, aplaudió y dio un brinco directo a los brazos de la deidad.
—Da una vuelta conmigo —musitó Pía sobre su oído al no sentir los brazos de él, rodeándola.
El peliblanco parecía ser como un robot, la sostuvo de las caderas con una sola mano en lo que giraba con una humana en los brazos.
—Ahora para el otro lado —suplicó ella.
Morfeo dio otra media vuelta del lado contrario y bajó a Pía. Echó una vistazo detrás del hombro de ella, el cacas tenía el rostro rojizo de la furia, por lo que tomó la cara de su novia con pelo afro y plantó un beso sobre los labios con pasión.
Ella se sintió insatisfecha, pues se sentía expuesta con tremendo beso, por lo que mordió el labio con fuerza para que la liberará, terminó golpeando su hombro con el puño cerrado.
—¿¡Qué es lo que te pasa, idiota!? ¿Por qué me estás besando así? ¡No me gusta!
—Perdón —farfulló, pasando la lengua por su labio—. Es que eres hermosa y sabes que no me puedo contener.
—Ni que fueras un animal para no lograr controlarte. —Masajeó sus sienes con las yemas de sus dedos—. Es por tu ex, ¿verdad? Yo creía que habían terminado en buenos términos.
La siguiente ronda, Pía fue quien tuvo la mayor puntuación, pero Franco se mantenía en el primer lugar. Mientras seguía el turno de la pelirroja, fue a pedir unas botellas de agua, al regresar, repartió todo y cuando se lo entregó a Morfeo, él sonrió.
—¿Le gustas, rojita? —refunfuñó directo Enzo, cerrando su botella de agua, señalando al hombre que acababa de conocer.
Nicoletta se atragantó con su propia saliva, limpió la comisura de sus el dorso de la mano, era una respuesta complicada que no quería contestar.
—No, solo somos... Amigos —refutó con naturalidad, encogiéndose de hombros— ¿Por qué preguntas?
—Solo es curiosidad, no me pongas atención. —Esbozó una sonrisa—. Es mi turno.
Se levantó de la silla, yendo hacia zona de tinos, donde solo logró derribar cuatro de los diez pinos. Nicoletta no le interesó mucho la pregunta de su amigo, pero le prestó atención cuando Pía depositó un casto beso en la mejilla pálida del peliblanco y él intentaba limpiarse los restos de baba sobre su hombro.
Era un pésimo novio falso.
Al menos, el enojo del cacas no lo dejaba ver la realidad y los pequeños detalles. Enzo prestaba atención a cada movimiento del desconocido, como observaba a la pelirroja al tomar la bola, y con cuidado que no se resbalará, ya que cuando estuvo a punto de hacerlo, el peliblanco fue el primero en reaccionar, aunque ella se pudo equilibrarse, era capaz de darse cuenta de la necesidad instintiva de protegerla de cualquier daño.
Nicoletta nunca lograba notar cuando un hombre estaría interesado en ella, por lo que sabía que no sabía de Morfeo, por lo que decidió acercarse a la rubia, para averiguar por lo que la pelirroja no era capaz de percatarse.
—Entonces... ¿Tú crees que Morfeo gusta de Nico? —inquirió Enzo, jugueteando con las manos.
—Sí, a ese hombre lo único que le falta es un megáfono para gritarlo. —Alzó la mano en el aire—. Hasta hace unas noches, se tatuó un garabato de unas nubes y una luna en la muñeca que Nico le rayó cuando no la dejaba molestar cuando estaba estudiando. También le prepara té para que ella no se ahogué en información —explicó, detallando cada acción que Morfeo hacía para que Nicoletta estuviera tranquila—. Anoche se quedó dormida en la mesa, y él la llevó a su cama, al final se quedó en el sofá.
Enzo no le agradó escuchar aquellas palabras, la pelirroja siempre le había parecido que era una mujer preciosa, no tan solo en el exterior, si no que en el interior también, aunque él en ningún momento se animó a confesar sus sentimientos por miedo a perderla, no le importaría que ella fuera feliz con cualquier otra persona. Podía sentirse aliviado, porque podía notar el desinterés de su parte.
—Vamos a saludar a los chicos, pareces un puto psicópata desde acá, ni siquiera has prestado atención a nuestro juego —sugirió Molly, preparada para caminar hacia el grupo de amigos que yacían a unos pocos metros lejos.
Sin embargo, una mano grande le sostuvo la muñeca, evitando que diera un paso más.
—No, Molly. No quiero molestarlos, mejor dejamos el juego hasta acá y te invitó por un café ¿Qué es lo que piensas de ello? —insistió el hombre sin quitarle la mano de la muñeca.
Molly movió su mano hasta conseguir zafarse, iniciando una corta caminata hacia los chicos.
—Hola. —Sacudió su mano al detenerse a un lado de Franco, quien estaba por tirar.
Y por primera vez en mucho tiempo, no tumbó ni un solo pino. Fue como una puñalada a su orgullo.
—Hola. —Stella fue la primera en saludar, tenía una mano en la cadera con los labios hinchados, parecía intimidante.
—Molly, pero es que te he dicho que... —apresuró su novio.
—Ya, me cansaste —habló Molly, disgustada.
—Ah, mira, el cacas ha llegado —continuó Stella con desdén.
Pía se acercó a un lado de la rubia, tomando con fuerza la mano del peliblanco, tirando de él hasta que colocó las suyas encima de sus caderas.
—¿El cacas? —preguntó Molly, incrédula.
—Así es como se les debe hablar a un idiota infiel que terminó conmigo, porque no cogíamos tanto —explicó Pía con naturalidad.
Molly sintió su rostro hirviendo, sin poder creer lo que estaba escuchando, pues había visto el dolor que su padre le causó a su madre cuando tuvo múltiples amantes durante todo su matrimonio hasta que ella murió, y se juró a no ser la causa de sufrimiento de otra mujer.
Y, no obstante, ella fue la causa de Pía.
Sintió un inmenso dolor establecerse sobre su pecho, parpadeó frenéticamente para evitar que estos se llenaran de agua. Se giró hacia su novio, exigiendo una explicación.
—Molly, no es cierto... Está loca.
—Oh, Pía, siento mucho haber estado con tu novio, te juro que no era mi intención —imploró con la voz cortada, avergonzada—. Y tú y yo hasta aquí quedamos, mentiroso de mierda. —Apuntó a su ahora, exnovio, y caminó hacia su zona de juego, quitándose los zapatos que tenía prestados, poniéndose sus tenis para marcharse de ahí lo más pronto posible.
Nadie fue capaz de separar sus ojos de la pareja que iba peleando hasta llegar a la salida, Stella empezó a toser, por lo que cubrió sus labios con sus manos, se giró para intercambiar miradas con el resto de las personas.
—Eso sí que estuvo intenso —comentó, rompiendo ese silencio que se produjo.
—Ahora me siento mal, porque creía que ella sabía. Creo que le debo una disculpa por lo perra que fui —agregó Pía más para ella misma—. Se ve que no estaba enterada nada.
—Sí, tal vez la puedas encontrar en redes sociales —dijo Franco, sacando su celular para buscar a Molly en el perfil del ex.
—Te lo agradezco.
—¿Alguien quiere que traiga unos dulces o chocolates? Creo que se nos ha bajado la presión.
Nicoletta se dirigió hacia la dulcería, seguida de Morfeo quien estudiaba que los dos avanzaron con la misma pierna.
—¿Tú también quieres un chocolate? Porque lo más que te puedo dar es una paleta —inició la pelirroja.
—¿Y por qué no un chocolate? ¡Tú me lo has prometido! —lloriqueó, echando la cabeza para atrás.
—Acuérdate que tu me dijiste que no querías. Además, eres un pésimo novio de mentiras. —espetó, hizo una cruz con los brazos.
—En ningún momento me dijiste que tenía que parecer excelente novio —refutó Morfeo.
—En teoría, deberías de causarle celos al hombre ese, no darle lástima.
—Pues creo que funcionó, porque su pareja ya sabe la basura de hombre que es y lo ha dejado —culminó satisfecho.
—Sí, tienes razón, entonces te debo un chocolate —accedió, llegando a la cajera.
—Pero es que yo no te he pedido ningún chocolate, Nicoletta. —Se paró a un lado de la pelirroja, colocando su mano encima de ella.
—¿Quieres unas palomitas? —ofreció, en lo que la cajera tomaba lo que había pedido.
—No; yo quiero conocerte... —farfulló, carraspeando su garganta.
Morfeo todavía se encontraba un poco ofuscado por la revelación de sus tormentos, no había sido capaz de controlarlos del todo. Al ser consciente de su verdad, entendió que el odio inexplicable hacia los humanos era más que nada, porque le arrebataron su mundo. Asimismo, sabía que muchos de ellos eran capaces de cometer actos despiadados para cumplir sus propios deseos.
Al menos, no todos los humanos eran así.
Ahora intentaba comprender sus sentimientos sin perder del todo el dios que era en esos momentos, una tarea complicada, pero creía que lo estaba sobrellevando con calma. Y la culpa lo sucumbía por completo, si él no hubiera insistido en que Elvira curara al príncipe, ella no habría sido sentenciada a la hoguera y nada de aquello hubiera sucedido.
En ese entonces, ¿cómo iba a saber él de que los humanos podrían ser capaces gracias a sus prejuicios?
Había asimilado un hecho; Nicoletta no era Elvira, y tampoco esperaba que lo fuera. En estos días pudo ser más consciente de ello, la manera en que se movía, cómo hablaba y sus acciones, aunque seguían compartiendo una cualidad que lo mantenía cautivado: su pasión por ayudar a los enfermos.
Nicoletta se había quedado inmóvil, abriendo una barra de chocolate con el ceño fruncido, su petición la tomó desprevenida.
—Yo...
—No permitas que mi pasado frustre tu presente y arruine mi futuro —cortó en seco Morfeo, mordiendo el interior de su moflete—. Déjame conocerte a ti; Nicoletta; a la chica que le robé el sueño, porque me hizo enojar.
n/a*
holaaaa luvvvs, cómo están? ya comieron? se lavaron las manitos? yo ando muy bien n.n
¿que les pareció el capítulo? ustedescompartanme todas sus dudas, frustraciones, teorías que tengan, que amo leerlos, muchas gracias por todo el apoyo, hace poquito llegamos a nuestras primeras 100k y eso me hace muuuuuuuuy muy feliz <3 gracias por todo.
recuerden que pueden seguirme en:
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