029 l La denuncia
Nicoletta posó sus ojos sobre la bruja, sintiendo ela intensidad de Morfeo. Él estaba confundido, sus sentimientos estaban descontrolados, pues los del del dios de ojos azules se instalan en su pecho, y por más que observaba a la humana, ella no era su humana.
Ahora se encontraban de vuelta en su época, usando las mismas ropas cómodas, en un cielo nocturno. Estaban caminando en círculos de la calle del hospital de la estudiante donde hacía sus prácticas, parecía que no se habían movido del lugar antes de despertar en el otro tiempo. Ella se olvidó por completo del acoso sexual que sufrió, pero los cobardes huyeron.
—¿Qué es lo que pasó después? —preguntó Nicoletta carraspeando la garganta con un poco de incomodidad, caminando del otro lado de la mujer para que ella estuviera en el medio de los tres—. Después de que derribaron a Morfeo.
—Pues los dioses se lo llevaron a su castillo para que descansara, igual que a mí. Luego de eso, el Olimpo se encargó de limpiar la memoria de los reinos, nunca existió el que Morfeo destruyó, así como las personas de la aldea. Fue como nunca hubieran existido. —Soltó un suspiro profundo, arrugando su nariz ancha—. Tú... Tú no querías reencarnar, habías quedado tan herida con tu pasado, que estabas muy feliz en la paz eterna.
Nicoletta frunció el entrecejo con confusión, mordió el interior de su mejilla y la gran bruja se percató de ello.
—Tuve que enseñarte que el mundo ya no era tan cruel como antes, y tuve que prometer que está vez no ibas a morir quemada —culminó la bruja.
—¿Y ahora? ¿Qué se supone que debe de seguir?¿Por qué nos has mostrado esto a nosotros? —preguntó Nicoletta, pues no sabía en qué le podría agregar el hecho de conocer su trágica historia del pasado.
—Bueno, pues el Olimpo y yo pensamos que Morfeo podría dejar de odiar a los humanos sin alguna razón, porque podría verte que eres una persona con metas y está cumpliendo sueños que se le impidieron antes —explicó la bruja, haciendo extraños ademanes con las manos—. Aunque parece que los sentimientos del pasado y los de ahora están un poco confundidos, entonces no sé también estoy como en el limbo.
—Supongo que Morfeo podría irse a su castillo, y ya no se quedaría en mi casa, ¿verdad?
—No, corazón. Que le hayamos mostrado su pasado no significa que se le haya removido su castigo. Todavía tiene cosas que aprender —respondió con sutileza.
—Pero, pero... Es que eso no es mi responsabilidad, yo quiero regresar a la normalidad.
—Lo normal es aburrido, cariño. —Guiñó su ojo con picardía, girando sobre sus propios talones, dando largos pasos antes de desaparecer.
—Creo que hemos quedado solos —musitó la deidad, sin saber qué decir, solo quería tener todo en orden—. Tal vez debemos de ir a casa, Elv... Nicoletta.
La pelirroja bufó, dando un paso hacia delante, colocando sus manos sobre los hombros de Morfeo, apretándolos con firmeza, pues él debía de entender que ella no era Elvira, no más.
—Debes de entender que no me puedes decir Elvira, porque ese no es mi nombre. Quizás fue mi pasado, pero no define la persona que soy ahora, así que no esperes que ella viva en mí, porque nunca lo será, y debes aprender a vivir con ello.
Morfeo sentía como si alguien estuviera sujetando su corazón y lo estaba apretando con fuerza, pues le dolía. De igual manera seguía resentido con la humanidad por haberle arrebatado de la peor forma lo que él alguna vez amó con pasión.
Pero su tacto sobre su cuerpo se sentía tan dulce.
—Sí, Nicoletta. Solo que por el momento estoy procesando la información todavía. Entender mi odio hacia los humanos era más complejo de lo que imaginaba, pero, aunque lo intenté, ya no puedo odiarte.
La humana retiró sus manos de los hombros, iniciando una caminata hacia la parada de autobús. No pasó mucho tiempo para que pasara, ella pagó los pases, sacando dinero de su mochila, luego buscó unos lugares libres al dar unos pasos por el estrecho pasillo. Tomó uno al lado de una mujer que estaba escuchando música con los audífonos. La deidad había entendido que también ella necesitaba su espacio para reflexionar sobre los hechos.
La trayectoria hacia el apartamento de Nicoletta le parecía una eternidad, ella lo veía de vez en cuando por el reflejo de la ventana. En su mente hacía eco las últimas palabras: ya no la podía odiar. Carraspeó su garganta antes de bajar, atrayendo la atención del dios, quien siguió sus pasos.
Ella se adelantó, y él respetó su espacio. Sus ojos estaban fijos en su espalda, pero sintió la tensión cuando los dos quedaron en el elevador, solos. La música de ambiente era incómoda, y este parecía subir con lentitud. La humana golpeaba el piso con ritmo, cruzando los brazos sobre su pecho, intentando no darle una mirada a la deidad, ya que sabía que no dejaba de mirarla.
La puerta se deslizó en su piso, así que ambos salieron caminando hasta la entrada. Nicoletta sacó las llaves de su mochila, introduciéndolas y girando el pomo. Arrojó sus pertenencias en el sillón antes de ir al cuarto de Stella, quien entreabrió los ojos al escuchar ruidos.
—Ya estás aquí, Nico. Perdón que no te haya esperado, es que me enteré de que tu extraño amigo iba a ir por ti —dijo en una voz ronca, girando de lado de la cama—. Si quieres dormir aquí, ahí hay un espacio.
—Gracias, hoy tuve un día muy largo —comentó antes que Stella cayera en un profundo sueño.
Nicoletta se deshizo de sus pantalones, su sujetador, y se arrojó del otro lado de la cama para caer en un profundo sueño tan pronto su cara tocó la almohada. Por otra parte, Morfeo se quedó quieto hasta descifrar que ella le dejó su habitación, al cual se adentró al cuarto. Se quitó los jeans de mezclilla junto con la camisa, aventándose al colchón. Sin poder dormir, él observaba el techo blanco de la pieza, tiró de las sábanas, cubriendo su cuerpo. Los sentimientos del Morfeo anterior seguían despiertos, pues todavía no entendía que Elvira se había marchado.
—¿Cómo estás? —preguntó una voz profunda desde el borde de la cama.
Morfeo dio un pequeño brinco en la cama, levantó un poco para ver a la parca, que giró su cuello en su dirección.
—Me enteré de que ya sabes la razón de todo el odio inexplicable que tenías hacia los humanos, supongo que sigues confundido, intentar comprenderte.
—¿Todo el mundo conocía mi situación? —gruñó el peliblanco, sentándose en la cama, recargando su espalda en la pared.
—Un poco, solo los dioses, algunas parcas. El resto de las criaturas preferían no conocer, de igual manera tampoco es que lidiará mucho con ellos.
—Tú fuiste la parca que chocó conmigo hace años —aseveró, sin quitarle los ojos.
La parca giró un poco su cuerpo y asintió con la cabeza una vez. Era un novato, no tenía orden y siempre llegaba tarde a todas partes. Ahora era veloz, y sabía cómo realizar un óptimo trabajo.
—Sí... Si quieres saber, no dejé que toda su piel se consumiera. —Relamió sus labios, pasando saliva.
—Es complicado, porque ahora está en otra habitación, pero en realidad no es.
—Sí, no veas un pasado trágico. Mejor velo como que ella cambio. —Le regaló una cálida sonrisa—. Bueno, Morfeo, tengo que seguir recolectando almas.
La deidad parpadeó y la parca ya no estaba, por lo que volvió a acostarse. Empezó a dar vueltas por todo el colchón, se encontraba incómodo. Tal vez si mirará la televisión de la sala podría estar más tranquilo. Pensando que esa sería la mejor opción, se colocó el jean antes de salir.
La pelirroja abría el refrigerador, sacando una jarra de agua, estaba sedienta. Morfeo carraspeó su garganta, para no la tome desprevenida por su presencia.
Toda la cocina se encontraba oscura, a excepción de la luz del refrigerador. Ella se estremeció por el asombro y no dijo ni una palabra. Soltó la jarra en el interior, sacando el vaso. Por no querer mirar al dios, posó sus ojos sobre el lavamanos, donde para su ingrata sorpresa, había una cucaracha en el borde. La pelirroja gritó con una voz aguda que pudo romper el cristal de las ventanas, el vaso se resbaló de sus manos y dio un brinco hacia la deidad.
Nicoletta tenía sus piernas enredadas en la cadera de Morfeo, sus manos en su cuello y el pecho sobre sus costillas, por lo que él podía sentir el bombardeo de su corazón con su respiración irregular, ella ocultó su rostro en el hueco que había entre el mentón y el hombro.
—¿Le tienes fobia a las cucarachas? —Infló sus mejillas para evitar reír, rodeó la cintura de la chica con el brazo, ofreciéndole firmeza.
—Sí, no te estés riendo —refunfuñó con los dientes apretados.
—Yo no me estoy riendo.
—Estoy sintiendo tus pulmones.
—Es que creo que eres capaz de rajar a otro ser humano, meter tus manos en su interior. Pero ¿una cucaracha te da miedo? —Explotó en carcajadas.
—Es algo que yo tampoco entiendo —refunfuñó con resentimiento, echando la cabeza para atrás, percatándose que estaba medio desnuda, sintió sus mejillas arder, deslizando las piernas hacia abajo y retrocediendo un paso—. Ya me voy.
Se agachó, levantando los cristales del suelo, Morfeo tiró de ella, colocando su brazo detrás de su rodilla y la otra en la espalda, levantándola. La mortal soltó otro grito, ya que no se lo esperaba. Alzó su mentón, observando las exquisitas facciones del dios.
—¿Por qué me cargas? —Resopló, cruzando los brazos sobre el pecho, removiéndose.
—No quiero que te cortes los pies con los vidrios —respondió con tranquilidad, dando pasos hacia atrás.
—Pero es que tú también estás descalzo. —Se inclinó hacia delante, asegurándose que él tampoco llevaba zapatos.
—¿Es que se te olvida que soy un dios? —Arqueó una de sus cejas, presuntuoso.
—Creía que seguías siendo una humana.
—Sí, pero supongamos que no —aceptó, bajando las piernas de la chica, al estar seguro de que no habría más cristales, sobre todo porque el lugar seguía oscuro—. Ve a descansar que mañana te debes despertar temprano, Nicoletta.
La humana sin decir ni una palabra asintió con la cabeza, regresando a la habitación de Stella, dándose cuenta Morfeo estaba siendo amable con ella, le provocaba confusión, ya que sabía que era porque todavía veía la imagen de su amada en ella. Se recostó una vez más al lado de su mejor amiga, cayendo en un sueño casi al instante.
El dios encendió el interruptor, alumbrando el lugar. Tomó la escoba que estaba en el pequeño cuarto donde mantenían todo lo de la limpieza junto a un recogedor. Juntó los diminutos trozos y al ponerla en la basura, se dio cuenta que uno cortó un poco de la planta de su pie, causándole ardor.
Maldijo en su interior antes de brincar con un solo pie hacia el sillón, se sentó y con cuidado se aseguró que no hubiera nada, solo era una pequeña cortada que no le prestó atención. Agarrró el control remoto de la mesita de enfrente, encendiendo la televisión. Tal vez un poco del entretenimiento humano no le iba a causar tanta repulsión.
Perdió la noción del tiempo, cuando se percató, el sol empezaba a saludar por la ventana. La puerta del cuarto se abrió, mostrando a una Stella con los ojos hinchados y su corta melena despeinada, terminó bostezando, cubriendo la boca con la mano al darse cuenta de que Morfeo estaba en la sala.
—Hola —saludó, estirando su cuerpo.
El dios alzó la mano en un saludo, tomando por sorpresa a la rubia, ya que no esperaba algo como eso, Morfeo era un poco grosero, de acuerdo, muy grosero, que entre menos palabras cruzara con ella, mejor para él.
Stella arrastró sus pies hacia el refrigerador, sacando la jarra de agua y sirviéndose un vaso. Recargó su trasero en el mueble de al lado sin dejar de prestar atención al improvisado inquilino.
—¿Por qué me estás mirando así? —inquirió él, frunciendo el ceño.
—Tienes buen cuerpo, pero la verdad me sigue gustando las mujeres —respondió sin pudor— ¿Quieres algo para desayunar o lo vas a hacer tú?
—No, no he podido pegar un ojo durante la noche, así que si me gustaría.
Un poco después, Nicoletta salió cubierta, sacudió la mano con pereza, yendo directo hacia al baño para tomar una refrescante ducha. Stella preparando la comida para los tres, sintiendo una mirada intensa sobre ella, es como si demostrara interés, ¿es que él había terminado con su papel de ser un dios déspota?
Nicoletta salió con una muda de ropa, el cabello húmedo y tenía un poco de maquillaje, aspiró con fuerza el aroma de comida recién hecha. Arrastró sus pies al lado de la estufa, sirviendo una porción en un plato para Morfeo, Stella y otro a ella. Debía de estar yendo para tomar el camión hacia su universidad.
—Primero desayuna antes de irte a la facultad —sugirió, metiendo un poco de comida a la boca.
—Sí, mejor, ahorita que está calientita.
Stella tomó el plato que su mejor amiga le ofreció, pasó el de Morfeo y se sentaron en la mesa circular de madera.
—Stella necesito tu opinión —inició Morfeo, metiendo un bocado a su boca.
—Dime —ofreció, pestañeando por la sorpresa, limpió la comisura de sus labios.
—No he podido dormir en la noche, tengo trabajo en la tarde. Pero, es que ayer... En la noche Nicoletta sufrió un percance, la acosaron —farfulló con un semblante serio, masticando la comida.
La rubia se atragantó con la comida que tenía en la boca, empezó a toser. Extendió su brazo hasta alcanzar un vaso de agua y beberlo.
—¿Qué es lo que dijo? —Giró su cabeza hacia su amiga pelirroja— ¿Qué dijiste? —Volvió a girar, exigiendo explicaciones a Morfeo— ¿Estás bien? ¿Cómo es que te sientes? ¿Necesitas que te ayude en algo?
Nicoletta se quedó quieta, observando a su mejor amiga que sus piel se estaba tornando rojiza por la furia del hecho que acosaron, es que eran unos idiotas.
—Estoy bien, Morfeo me ayudó.
—Es que el acoso estuvo mal, porque la sujetaron, la verdad es que me da un poco de miedo, y voy a ir por ella después el hospital —prometió, inflando su pecho de aire—. Pero, igual hay que tomar otras medidas de precaución, tratando de evitar a esos animales.
—Bueno... —Arrastró su brazo por encima de la mesa hasta alcanzar la mano de su amiga, como soporte—. Yo creo que deberíamos de... denunciar, para que no estén sueltos y darles su merecido, eso solo si tú estás segura de hacer eso. Sea cual sea la decisión, estoy aquí para apoyarte.
—Gracias, Stella. Déjame pensar, por el momento tengo que irme a la universidad —apresuró sus palabras, levantándose de la mesa, corriendo hacia el baño para cepillar sus dientes.
Tomó la mochila del suelo, colgándola en el hombro y sacudiendo su mano como despedida, saliendo del apartamento.
—¿Qué es eso de una denuncia? —preguntó Morfeo con curiosidad.
—Esto es una broma, ¿verdad? —resopló Stella, anonada, soltando una risilla de los nervios al ver la seriedad del dios.
—En mi mundo no nos manejamos así, y yo sigo odiando a los humanos —retomó su papel de deidad prepotente, enderezando la espalda.
—Y hemos regresado a esa actitud de todos los días, pero necesito que me des los detalles de lo que sufrió ayer Nico.
Nicoletta llegó a la facultad, en la entrada observó a su amiga, que todavía lucía un poco cansada por su rompimiento con su expareja. Pía enredó su brazo con el de la pelirroja para ir hacia su primera clase.
—¿Qué es lo que puedo hacer por ti? Odio verte con esa carita desganada.
—Estúpido luto, altas ganas de enterrar todos mis sentimientos y que queden ahí —refunfuñó Pía, inflando sus cachetes.
—Con los días va a seguir doliendo menos, por el momento hay que ocupar tu cerebro e ir a nuestra primera clase —animó Nicoletta, sacando una barra de chocolate de la mochila.
—El chocolate para curar mi mal de amor.
Juntas fueron hacia el primera clase, tomaron asiento en el centro del salón, con Pía en el banco de atrás. Las clases transcurrieron con tranquilidad, Nicoletta estaba enfocada en cada uno de los temas del profesor hasta que le pidió a su compañera que le cuidara el celular en lo que iba al baño.
El celular vibró en la mano de Pía, la pantalla se encendió y ella leyó el mensaje acerca de una denuncia.
—¿Por qué Stella te está poniendo si ya decidir si vas a ir a denunciar? ¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó, arrastrando sus preguntas, pues estaba inundada de dudas.
—Es que... Ayer sufrí un percance, para mi suerte, llegó Morfeo y me pudo salvar. Pero, luego tuve un extraño sueño, donde en mi vida pasada fui quemada en la hoguera por practicar la medicina en la edad media y ellos pensaron que era una bruja —explicó, presionando la palanca del inodoro con el pie. Abrió el seguro de la puerta, y salió directo al lavamanos.
—¿Te lastimaron esos hijos de puta? ¿En dónde fue? —Pía dio una zancada hasta estar a un lado de ella, acunó su rostro en busca de una herida, pero sabía que las más profundas eran las que no eran visibles.
—Al terminar mi turno de la guardia, andaba sola, y me acorralaron. Pero, ahorita voy a tener que hacer guardia en el hospital.
—Eso no es tan importante, si perdemos estas dos últimas clases podemos ir, yo te acompaño. Estoy cansada que los hombres acosan y violan, y no se les castiga por miedo. Pero, entiendo si no te sientes tan segura hacerlo por el momento.
—Sí, también estoy cansada de eso. Pero, tengo miedo, porque creo que me habían estado acechando, y saben en dónde estoy trabajando por el momento. —Observó su reflejo en el espejo, recordando las asquerosas manos de los hombres su cuerpo sintiendo un revoltijo sobre su estómago—. Tal vez...
—... Ni digas que es tu culpa —irrumpió Pía, inflando los cachetes—. No fue tu culpa, ni porque ibas sola, ni cómo vestías. Ellos decidieron atacarte por sus pendejadas y la mierda en su inexistente cerebro. Igual creo que merecen un castigo, tal vez el hospital tenga las cámaras de seguridad, y te vas a sentir más segura ir al hospital, porque van a ver que tendremos cuidado.
—Tal vez ya no se presenten por ahí... —Agachó la cabeza y dejó de hablar.
—Sí, pero puede que no paren, y sigan con esas estupideces. Pero, al final eres tú la que tiene la última palabra.
Pía se sintió impotencia, pero sabía que la última decisión la tenía la pelirroja, y sea cual sea, ella la iba a apoyar. Nicoletta suspiró, tratando de evaluar sus condiciones, podrían ir por ella a terminar lo que estaban buscando, y quizás Morfeo ya no llegaría a tiempo.
—Sí, tienes razón. No creo que haya problema si nos saltamos las dos últimas clases —titubeó, humedeciendo sus manos otra vez para refrescar sus ojos.
Pía le devolvió el mensaje a Stella, avisándole que iban a tomar un taxi en la aplicación para ir hacia la comisaría y si los alcanzaban allá.
Mientras tanto, Stella estaba sorprendida con la actitud amable de Morfeo, pensó por un segundo que le habían quitado su papel del dios, por lo que desconectó de eso. Tronó los dedos para atraer su atención cuando recibió el mensaje de Nico, informándole que ya estaban en camino.
—Que se te haga tarde para ir a tu facultad, no es problema mío —farfulló, con la mirada puesta en el televisor.
—No. O sea, sí se me hizo tarde y creo que ya no voy a ir, pero Nico ha dicho que va a hacer la denuncia de los criminales que la asaltaron en la noche anterior.
Aquella información provocó que la deidad diera un brinco del sofá, dando largos pasos hacia la salida.
—¿Por qué vas tan lento? —inquirió, colocando su mano en el pomo—. Vamos, humana, andando.
—Stella, mi nombre es Stella —repitió, colgando su bolso en el hombro, sacando las llaves para cerrar el apartamento—. Idiota —añadió, caminando hacia el elevador, sería más rápido conseguir un taxi.
Las manos de Nicoletta temblaban, su corazón palpitaba sin frenesí, sentía que había hecho horas de ejercicio. Su frente estaba cubierta por una ligera capa de sudor. Pía apretó con fuerza su mano y le dio una sonrisa sin mostrar los dientes. Ella observó la puerta de cristal de la comisaría del edificio azul, lograba ver a las personas detrás de sus escritorios, y otras caminando de un lado a otro.
Stella abrió la puerta del taxi, saliendo apresurada del vehículo. Morfeo le dio unos billetes al conductor antes de arrastrar su retaguardia hasta estar del lado de la rubia. Sus ojos se fijaron en la preciosa humana, y dio una media sonrisa, todavía estaba confundido ante sus sentimientos.
Debía de grabarse en su mente que amaba a Elvira, y por más que Nicoletta lucía exactamente igual, no era ella.
Pía notó aquello, arrugó el entrecejo, pero optó por no decir nada, ya que debían culminar con temas más importantes. Stella dio pasos hasta ellas, y le regaló una cálida sonrisa.
—¿Te sientes segura? —preguntó Pía, tomando la mochila de la pelirroja.
—¿Estás lista? —dijo al mismo tiempo Stella.
Nicoletta asintió con la cabeza antes de armarse de valor, empujando la puerta de cristal. Un timbre sonó por todo el lugar, y todos los policías se giraron a observarlos. Una voz aguda los llamó, pidiéndoles que se acercaran a su escritorio. Ella usaba gafas rectangulares, llevaba un conjunto de color azul marino, pero no era un uniforme, por lo que se imaginaron
—Buenas tardes, ¿en qué puedo hacer por ustedes?
Todas las miradas se posaron en la pelirroja.
—Este... Vengo a levantar una denuncia por intento de violación, que sufrí ayer, después de mi guardia en el hospital —murmuró, pasando saliva. Sintió un nudo en su garganta, se escuchaba más horrible cuando lo decía en voz alta.
—Sí, está bien. Espérame un segundo, voy a ir con alguien en esa área para que pueda atenderlos. —Les regaló una sonrisa antes de arrastrar las llantitas de su silla hacia atrás, caminando por los escritorios hasta desaparecer del primer plan.
—Aquí estamos, tranquila. —Pía apretó con firmeza el hombro izquierdo de su amiga—. Nada en el mundo nos va a separar de ti.
—Nada nos va a separar —confirmó Stella.
La secretaria no tardó mucho tiempo en regresar, pidiéndole a la pelirroja que la acompañe, aunque al ver al resto de sus amigos moverse, los detuvo con la palma de la mano.
—El oficial que va a llevar el caso solo quiere hablar con la afectada —explicó—. Quiere saber con exactitud todos los hechos.
—Yo fui testigo de los agresores, me gustaría añadir mi versión —agregó Morfeo, alzando el brazo—. No me imagino que hubiera sido de Nico si no hubiera llegado a tiempo.
—¿Es tu novio? —preguntó la señora a Nicoletta.
—No, somos amigos —aseveró Morfeo, arrugando la punta de la nariz.
La secretaria accedió y pidió a ambos que siguieran sus pasos. Morfeo esperó a que la humana caminara primero, siguiendo a la mujer por los pasillos, llegando a una oficina. Golpeó con los nudillos un par de veces hasta que una voz profunda autorizó la entrada.
—Detective Castle, aquí está la mujer que fue atacada afuera de un hospital en la noche —presentó ella.
El hombre de tez morena, un peinado corto, ojos marrones, de unos cincuenta año por las arrugas en su rostro sonrió, señalando las sillas con las manos que tenía enfrente de su escritorio.
—Buenas, soy el detective Castle de delitos sexuales, ¿podrías decirme quién eres? ¿Y contarme la historia? —Los miró de reojo, y arrugó su nariz, pues creía que había dejado en claro que solo quería a la víctima ahí—. Perdón, solo me gustaría escucharla.
—Fui testigo de lo que ocurrió, yo me aseguré de que estuviera bien, creo que no dejaré de asegurarme que ella siempre esté bien.
—Está bien, pero primero quiero escuchar la versión de...
—Nicoletta Russo —complementó ella, sus manos descansaron sobre su regazo.
—Nicoletta Russo —repitió, presionando las teclas, escribiendo algo en el computador—. Está bien, te voy a escuchar. —Entrelazó sus dedos por encima del escritorio.
—Salí de mi turno, alrededor de media noche, hacía frío. Esta vez me tocó ir sola, porque nadie de mis compañeros tenía salida igual, así que fui. A la siguiente cuadra me acorralaron. Eran cinco, todos usaban capuchas negras, cubriendo muy bien su rostro. Había uno más bajo que yo, uno muy gordo, que era el que no me dejaba escapar. Los otros tres no eran flacos, pero tampoco gordos. —Tomó un bocado de aire.
—¿No consideraste esperar en el hospital hasta que él fuera por ti? —Señaló con el mentón al hombre que estaba a un lado.
Nicoletta se atragantó con su propia saliva, cubrió su mano con el puño, empezando a toser. Los recuerdos empezaron a distorsionarse, las palmas de sus manos sudaron frío. Su talón izquierdo empezó a golpear el piso. Morfeo, al notarlo, mordió el interior de su mejilla, fulminando al detective que parecía tomar un papel de juez. Deslizó su mano a la de la humana, para que intentara estar un poco más relajado.
Tal vez le falló a Elvira, pero esta vez sería diferente.
—Este... No estaba planeado que él fuera a mí, llegó por casualidad —tartamudeó, mordiendo el labio inferior.
—¿Qué ropa era la que usabas?
—Unos jeans.
—¿Ajustados?
Ella asintió con la cabeza, enojando a Morfeo, quien soltó la mano de la humana para estrellarlas contra el escritorio, al mismo tiempo se levantaba del asiento. Su respiración era irregular, y su pecho se inflaba, intimidante.
—¿Es usted un detective o su verdugo?
—¿Por qué me estás hablando así? ¡Irrespetarme es un delito! —gritó con furia, levantándose también, no se iba a dejar amedrentar por un joven inexperto.
—Delito debería ser juzgar a alguien que pasó una trágica situación —refutó firme.
—Solo quiero conocer los detalles.
—Me parece que la está asustando.
—Si no te sientas a la de tres, vas a quedar bajo arresto por molestar a la ley —aseguró.
Morfeo alzó la barbilla, demostrando que no sentía ni una pizca de miedo.
—¡Uno!
Morfeo le dio una media sonrisa.
—¡Dos!
—Ni mi madre me contaba para hacer lo que ella quería, ¿quién te crees tú?
La puerta fue abierta de golpe por una niña de unos doce años, con dos trenzas en su pelo negro, usaba lentes color morado.
—Jim, ¿has visto a mi papi? —inquirió, girando su cabeza al detective, pero fue olvidado cuando su atención fue atraída por el hombre que tenía enfrente— ¿¡Eres Morfeo!? —preguntó, extasiada, sacando su celular de la bolsa, encendiendo la pantalla y enseñándole la imagen de él, de las que circulaban en las redes sociales.
—Ese soy yo. —Sonrió escéptico sin mostrar los dientes.
—¡Ay, te amo! ¿Qué necesitas? Puedo decirle a mi papi que te atienda, me gusta mucho tu cara de malote, ¿puedes tomarte una foto conmigo? —habló rápido, colocando sus manos como súplicas.
—Sí, sí...
—Cariño, Jim está ocupado... —Un hombre con barba y bigote con canas quedó sin palabras al ver como su hija le entregaba su celular a la chica, pidiendo que le tomara una fotografía—. Rosie... —advirtió.
—Papi, mira es Morfeo —chilló, extasiada y dando un aplauso, extendiendo sus brazos hacia él para que la alzara—. Mi papi es el Sargento Mcvey, jefe de Jim —explicó ella—. Pero ya no importa, porque mi papi te va a atender, ¿verdad?
El sargento sonrió como afirmación, esperando a que Nicoletta tomaría la foto.
—Jim, por favor, ve y dale a Rosie una rosquilla, yo me termino de ayudarlos —ordenó.
Rosie depositó un sonoro beso sobre la mejilla del dios antes de bajarla, él con disimulo limpió el resto de saliva con su hombro, volviendo a tomar asiento.
—No es necesario, Tom, yo puedo...
—Tal vez solo voy a decir lo que ha pasado ahorita —escupió con odio, observando al hombre que la niña tiraba de la mano hacia la salida.
Tom no entendió la razón por la que Jim parecía nervioso antes de cerrar la puerta.
—Esta vez, voy a cumplir mis promesas —murmuró Morfeo a Nicoletta con dulzura.
n/a*
holaaaaaa, que ondiiii? como estan? ya tomaron aguita y se lavaron las manos?
aquiiiii les traigo un new capítulo, muy contenta, porque espero que atrapen a los malditos y le den su merecido a jim, ash, me caen gordos, ojala a ellos si les prendan en la hoguera
en fiiiin, diculpen los errores, muchas gracias por su apoyo, me hace muy feliz y pues darle las bienvenidas a las nuevas, ya casi somos 100 k y eso me pone muuuuy emocionada.
para estar mas en contacto, aquí estan mis redes, espero verlx spor alla, besos <3
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