028 l La masacre
Una deidad sin control de sus habilidades era pesadilla para cualquiera que se cruzara en su camino.
La furia albergó su corazón, aún sosteniendo al cuerpo sin vida entre sus brazos. Las pupilas empezaron a tornarse en un color rojizo, limpió con fuerza las lágrimas con el dorso de sus palmas, dejando a su florecilla a un lado. Morfeo se levantó con firmeza, en un abrir y cerrar de ojos estuvo enfrente de la mujer que le respondió, sujetándola por el cuello en el aire con un vigor sobrenatural.
—¿Qué?, ¿qué? —balbuceó con miedo por el ser que tenía enfrente, intentó patear para librarse, pero no lo consiguió. Al contrario, la deidad apretó su agarre.
—Escúchame, ser despreciable ¿Quién os dijo que ella era una bruja? —rugió, esbozando una media sonrisa fría, levantando la barbilla.
—Fue Constantino, porque...
El miedo recorría a la aldeana la superó, orinándose encima, porque empezó el aire le faltaba en los pulmones. Morfeo la soltó, ella cayó en el suelo sobre las rodillas, tosiendo y acariciando su garganta con las manos temblorosas.
El dios se arrodilló en una pierna, recargando su codo sobre una. Mantenía esa sonrisa fanfarrona que helaba la piel.
—¿Por qué? —inquirió con tranquilidad, soltando un suspiro y dejando caer sus hombros hacia delante— ¿¡Por qué!? —exigió con fuerza.
—Es que el rey Francisco dijo que Elvira nos puso en la guerra —balbuceó, sin ser capaz de sostener la mirada.
—Pues ha desatado una guerra —aseveró, su piel pálida tenía más color.
La campesina mantenía los ojos en la tierra, rogaba al cielo que el demonio que tenía enfrente se marchara, pero no. Ese ser le quitó algunos mechones de la frente, su contacto era gélido.
—Vos me tenéis terror, ¿verdad? —se mofó, arrugando la punta de su respingada nariz— ¡Responde, mierda!
La mujer asintió con la cabeza lentamente, su cuerpo no dejaba de temblar ni un segundo.
—Pues así debió de sentirse Elvira.
Puso una de sus manos detrás de la nuca y la otra sobre el mentón, tronando su cuello y ella muriendo al instante. Por un segundo se sintió satisfecho, pero su venganza apenas estaba iniciando.
Y sabía quién sería su siguiente objetivo.
Un fuego empezó a expandirse por el perímetro de la aldea, los techos de las casas empezaban a incendiarse, tomando desprevenida a todo el pueblo, saliendo de sus moradas en busca de explicaciones. Debían de correr hacia el lago con grandes tinas para poder erradicar las llamas. Aunque quedaron perplejos al darse cuenta de que la casa de la bruja se encontraba en perfecto estado.
¿Es que eso era parte de un embrujo? ¡Cómo las brujas eran capaces de mentir! Pues la pelirroja era tan dulce.
—¡Pero no os quedéis quietos, esperando a que el incendio se extienda! —vociferó Constantino, tomando una tina, intentando cruzar el fuego arrojó una llama en su dirección, quemando la rodilla, parecía que tenía vida propia.
El hombre retrocedió un paso con sorpresa, cayendo al suelo, arrojando la tina hacia al frente y colocando las manos detrás.
—¿Qué está pasando?
—No sé, decidme vos —replicó Morfeo detrás de él, con tranquilidad, ignorando la lumbre empezaba a esparcirse por el perímetro—. Parece que el fuego quiere seguir terminando con vidas.
Todos los pueblerinos se quedaron congelados, el hombre tenía un aspecto aterrador, las venas resaltan en su cuello y brazo, sus ojos rojos daban en medio, y podía sentir cómo su cuerpo quemaba a larga distancia. Podrían jurar que él había sido el culpable de un incendio.
—¿Qué estáis diciendo? —titubeó Constantino, levantándose del suelo, aunque manteniendo una distancia, su estómago se revolvió—. No os podéis enojar, porque hemos curado al pueblo del embrujo.
—¡Que ella no era una bruja! —bramó con furia, al mismo tiempo las llamas iniciaron a hacer el círculo más pequeño, reuniendo a todos.
Aquello les confirmó a los mortales que él sí era el culpable del siniestro fuego.
—¡Vosotros la mataron! ¿Sienten pánico? ¡Pues ella lo debió de sentir peor! —añadió, acercándose al hombre que quería desposar a su florecilla, agachándose hasta estar a la altura de la mirada.
En ese momento, Morfeo podía leer a todos como un libro abierto. Las expresiones de inquietud que transmitía eran sorprendentes, lo llenaba de satisfacción.
—¿Qué es lo que está pasando? —preguntaron en un susurro.
—Queremos que Constantino nos diga la verdad —respondió con tranquilidad, caminando en círculos alrededor del hombre que había liderado la cacería.
—¿De qué verdad estáis hablando? —tartamudeó sin saber qué le aterraba más, que supieran la verdad o la presencia llena de brío de Morfeo.
—Vamos, sé lo que hiciste —insistió Morfeo sin conocer la verdad absoluta, pero sabía que, con un poco de presión, ese ser despreciable, lo escupiría.
Constantino pasó saliva una vez más, desviando la mirada y mordiendo el interior de la mejilla.
—Puede que os perdone la vida a todos aquí si tan solo vos me decís...
—¡Decidlo! —clamó un hombre con ira, intentando no estar cerca del fuego que cada vez se hacía más diminuto.
—¡Por favor!
—¿¡Quién os dio permiso de hablar!? —rugió, girando el cuello, fulminándolos con la mirada a cada uno.
Al instante, los labios de todo el mundo se quedaron sellados, agachando la mirada.
—¡Dilo! —refunfuñó Morfeo, avanzando hacia el hombre.
—¡Elvira no era una bruja y yo envenené a su padre! —Sus ojos estallaron en lágrimas, sin ser capaz de mirar a los aldeanos por la vergüenza— ¡Fue la culpa de Fausto, no quería que yo desposara a Elvira!
Los pueblerinos intercambiaron miradas con indignación, sin esperar ver aquel lado sombrío del hombre, que siempre se había demostrado tan gentil. Iban a abrir la boca, recriminándolo, con esperanza que la criatura que estaba al frente les perdonara la vida.
La deidad hizo ruidos de negación con la boca, tocando sus labios con el dedo índice, prohibiéndoles hablar. A él no le interesaba el arrepentimiento, porque no le iban a regresar a su amor.
—Yo no sé para qué intentéis arreglar sus acciones...
—¡Pero dijiste que perdonarías vuestras vidas! —refutó una voz masculina.
Morfeo chasqueó los dedos, disipando las llamas. Parecía que la tierra las había absorbido, todos soltaron un suspiro con alivio, abrazando a sus familiares.
—¡Quiero que todos estén en vuestras propias casas! —mandó con el entrecejo arrugado.
Las personas de la aldea se imaginaron que habían sido perdonados, por lo que sin decir ni una palabra, caminaron hacia sus moradas en sigilo. Tal vez podrían desaparecer y él los dejaría en paz.
—Vos no, Constantino. Te tengo una orden que debéis de hacer —decretó cuando el hombre del suelo se estaba levantando.
—¿Qué es lo que queréis? ¿Es que vais a acabar con mi vida?
—Es que esto apenas está comenzando.
Los ojos de la deidad tomaron un tono más intenso, hizo un extraño ademán con la mano. Constantino volvió a caer al suelo, retorciéndose de dolor sin poder respirar, sentía que los huesos de sus piernas se estaban rompiendo por la mitad. El grito fue como música para sus oídos.
—¿Os duele? —preguntó con cinismo, fingiendo preocupación al arrodillarse a un lado.
Con dificultad, Constantino asintió con la cabeza, estaba colorado, inflando los cachetes para evitar quejarse.
—Me da gusto.
El hombre apretó sus labios con solidez, queriendo gritarle, aunque estaba consciente que no era viable. Morfeo escudriñó las extremidades inferiores, se veían torcidas, pero no lo saciaban. Acarició las piernas por encima de la tela, dobló la mitad del muslo con tal fuerza que el hueso perforó la piel, y podía apreciarse.
—Pobre de vos, se ha salido un hueso —mofó Morfeo, encogiéndose de hombros—. Ahora quiero que escuchéis bien.
La deidad tomó un profundo suspiro antes de seguir con su venganza.
—Vais a llegar al castillo de vuestro rey, gritando por socorro. Asustándolo, que en cualquier momento una deidad fúrica iría por él, avisando ¿¡Escuchéis!? Porque cómo así os saque un hueso, puedo hacerlo uno por uno —Tocó la otra pierna con cuidado, aparentando que iba a sacar el otro hueso.
Y en el instante en que Constantino pensó que le iba a sacar el otro hueso, sintió como una abrupta sacudida, una ráfaga de viento azotó contra su rostro. Y al abrir los ojos, se encontraba fuera del castillo, atrayendo la atención de los guardias que gritaron horrorizados al verlo en tal estado, además, no les dio un buen presentimiento. A pesar de aquello, se acercaron a socorrerlo, colocando un brazo de él por encima del hombro del guardia, igual que del otro lado. Aunque al moverlo, el hombre soltó un grito, el que estaba ahorrando, porque no quería hacerlo frente al demonio que le había hecho tanto daño.
—¿Qué es lo que ha sucedido? —preguntó el guardia, entrando al castillo—. Vos necesitáis ayuda lo antes posible.
—¡El rey debe de esconderse, porque ahí viene un demonio, por la bruja! —habló con dificultad, pasando saliva.
Constantino volvió a gritar, el dolor no dejaba poner en orden sus pensamientos. Sus gemidos retumbaban casi en todo el castillo. Un guardia se alejó, no sabía qué hacer, tal vez debía echarlo de ahí, pues no tenía permiso de la máxima autoridad. Sus nervios incrementaron, y decidió subir por las escaleras de dos en dos hasta llegar al quinto piso, donde se encontraba el rey, que otros guardias le dijeron.
Para su fortuna, no se encontraba el que cuidaba el umbral, así que tocó con fuerza una y otra vez la entrada, perturbando la tranquilidad de Francisco que soltó un brinco en su silla.
—¡Qué osadía la vuestra! —exclamó el rey, levantándose y golpeando la mesa con los puños cerrados al ver al guardia que entró— ¿Quién os creéis que sois para entrar de esa manera?
—Disculpadme mi rey, es que tengo noticias, hay un hombre en deplorables condiciones, diciendo que un demonio viene por vos.
—¿Qué estáis diciendo? No os estoy entendiendo, explicaros.
—Hay un hombre abajo, diciendo que un demonio viene por vosotros, por una bruja, no entiendo.
El rey palideció por completo, estaba llegando de quemar a una bruja en una hoguera. Observó a los pueblerinos hacer todo el trabajo sucio en las sombras, montado en el caballo, asegurándose que la vida de Elvira se haya apagado.
—Vamos, vamos, que necesito oír qué es lo que está diciendo con exactitud —apresuró, rodeando el escritorio, dirigiéndose a la puerta a un paso veloz—. Pero ¿qué hacéis ahí quieto? ¡Vamos! —Chasqueó los dedos al ver que el guardia no se inmutaba.
El guardia dio largas zancadas hasta estar enfrente del rey, encaminado hacia el hombre que había aparecido de la nada. No tardó mucho en llegar a la entrada del castillo, pasando saliva al ver la agonía del desconocido.
—¡Vos! ¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Cómo es que llegasteis más rápido que yo?
—¡Escóndase, huya, viene un demonio que controla el fuego! —rugió con la voz entrecortada por falta de aire, las lágrimas caían por sus mejillas por el dolor insoportable— ¡Es que me urge la ayuda, por favor! —imploró, sujetando la rodilla.
—Necesito que seáis más claro.
Entretanto, Morfeo tenía las manos en los bolsillos de su pantalón, caminando lentamente por la orilla del pequeño pueblo. Las personas estaban refugiadas en sus moradas con los techos carcomidos, sin despegar la mirada de la ventana. Tenían miedo de que un paso en falso, la criatura los atacara, pero sabían que se iba a ir, dejándolos tranquilos.
Chasqueó sus dedos y la entrada de sus hogares empezó a arder, expandiéndose por el interior, provocando un sonoro grito uniforme de cada una de las personas, quienes intentaron escapar, mas se impactaron contra un campo magnético que no veían, dejándolos atrapados. Golpearon la puerta, intentando salir, pero no los conocían.
El peliblanco sonrió con cinismo, observando a los campesinos que seguían intentando salir. Él se aseguraría que ellos se sintieran de la misma manera en que ella se sintió. Arrastró sus pies hacia el centro de la aldea, justo donde estaba la pequeña capilla, arrugó su nariz y una nube del cielo nocturno descendió hasta su altura, él se sentó con las piernas cruzadas, sintiendo el calor de las llamas que estaban cerca sin dejar de escuchar sus gritos con desesperación.
No pasó mucho tiempo cuando las parcas llegaron a la aldea, estaban perplejos e incrédulos que debían recoger un colectivo de almas sin previo aviso, ya que las fechas de sus muertes marcaban otra cosa. Una de ellas analizó todo el lugar, sentía una mezcla entre la furia y el dolor de la magia.
Caminó por los alrededores de la casa, captando cada campo magnético, atrapando a las personas en el interior. Sabía que no debía interferir, tampoco contaban con habilidades para terminar aquello, así que lo más prudente era buscar el origen del problema.
Sus ojos se posaron en una deidad que no tenía brillo en ellos, lucía roto. Podía sentir una inmensurable magia sin control, donde si no se ponía límites, estallaría en una destrucción voraz.
—Morfeo, ¿qué es lo que está pasando? —preguntó la parca, parándose enfrente.
La deidad salió de su trance, parpadeando un par de veces, pues estaba sumido en sus recuerdos con su humana. La manera en que ella le regalaba una sonrisa cada vez que lo pillaba admirando su belleza.
—Sois un monstruo —musitó la parca sin separar los labios, arrugando el entrecejo y ocultando su rostro con la capucha, con pavor que la deidad se desquitaba con ella.
—¿Lo soy? —resopló Morfeo, rodando los ojos con pesadez.
—Ellos hacen cosas horrorosas a las personas —refutó la parca, retrocediendo un paso.
—Los humanos le hacen destruir los tesoros de otros, dejándome cicatrices en el alma ¡y pagarán todo el daño que han hecho! —bramó, levantándose de su nube gris, dando una zancada hasta estar delante del recolector de almas.
—Esto va a traeros serios problemas ¿es necesario hacer todo esto? —intentó razonar, aunque el dolor tenía nublado a la deidad— ¿En serio va a valer la pena vuestro castigo por hacer todo esto? Sabéis que no podemos matar a los humanos —advirtió con desesperación, esperando a que recapacitara, que detuviera la masacre que estaba ocurriendo.
Su corazón estaba hecho añicos, no tenía nada más que perder.
Dio un paso a un lado, empezó a caminar y dando una respuesta clara: los iba a dejar morir a todos, siendo lo mínimo que se merecen.
Las llamas los iban a consumir, justo como marchitaron a una flor.
La parca lo observó alejarse hacia la oscuridad, sabiendo que debían detenerlo, porque era capaz de destruir todo el mundo.
Morfeo arrugó su nariz, llamando su medio de transporte. Y unos gritos atrajeron su atención ¿¡Quién de esa aldea no estaba ahí!? Sus ojos se encendieron, mordiendo su labio inferior, aunque parpadeó al ver a su oveja negra que aún seguía en una forma humana. Asqueado, tronó los dedos, regresando a su original estructura ósea.
—Mi dios, ¿qué es todo este desastre? —habló con ese tono característico sin ser capaz de dejar ver atrás del hombro— ¡Elvira! ¿Dónde está ella? Perdón, intenté defenderla, pero no lo he conseguido...
Morfeo torció los labios, ordenándole que se detuviera, no quería escuchar ni una palabra más, aunque sabía que no le estaba mintiendo.
—¿Dónde está ella? Por favor dígame que todo está en orden.
—No, también vinieron por su alma. Y ahora yo voy a recoger una —aseveró, subiéndose a la nube que estaba a un lado.
Subió hasta arriba, empezó a volar en dirección hacia el castillo, él giró su cuello para corroborar que todo estaba en destrucción. Ahora iría por su más grande objetivo. No transcurrió mucho tiempo para cuando ya volaba por encima de la aldea que el la muralla protegía.
Observó a las personas que caminaban por las estrechas calles de piedras caminando. Todo estaba ligeramente alumbrado con lámparas de vela en cada esquina. Lucían tan inocentes, y eso le enfureció, porque ella lo era, aunque ellos no la hubieran matado, su sed iba incrementando.
Sonrió con descaro, sus ojos rojos se intensificaron, y por fin, el dolor que le recorría todo el cuerpo se apagó. Lo siguiente que haría solo sería divertirse. Mandó un pequeño fuego por el perímetro de la zona que era imperceptible por el momento.
Su nube empezó a descender poco a poco, justo enfrente de los guardias que vigilaban el lugar, parpadearon sin frenesí al ver eso, creían que alucinaron. Ese día estaba tan extraño, que quizás sus mentes les jugaban una broma.
—¿Estáis viendo lo que yo? —resopló uno, girando su cabeza al otro.
—Sí, este día no puede ir más raro.
—¿Queréis ver que sí? —desafió Morfeo, recargando su barbilla sobre la palma de su mano.
Sus piernas estaban cruzadas y el codo descansaba sobre la rodilla. Su mirada era frívola, que le causaba una sensación de cosquillas por todo el cuerpo.
—¿¡Quién sois!? —arrastraron sus palabras, horrorizados, sacando la espada de su cinturón, apuntándolo.
—Por favor, ¿creéis que un par de espadas me van a asustar? —inquirió, cerrando su mano y extendiendo el dedo del medio, manejando como juguetes, los cuerpos, rotándolos hasta estar frente a frente— ¿Les llegó mi regalo de hace un rato? Era un hombre al que el hueso de la pierna le había salido. Le ordené que debía de explicarle la situación a vuestro estúpido rey.
Los hombres abrieron los ojos de par en par, incapaces de mover los labios.
—Lo tomaré como un sí, abrid la puerta. —Meneó sus manos, los guardias obedecieron y empujaron las grandes puertas de madera.
—¡Fuego, fuego! —escuchó gritar a una mujer con desesperación al notar que la flama se estaba intensificando.
Por más que quisieran apagarlo, no lo iban a conseguir. Y tampoco lograrían escapar.
Los guardias en el interior del castillo estaban alertas, las puertas no se podían estar abriendo constantemente y sin avisar la llegada de la persona. Además, era peculiar ver a un hombre flotar, así que, sin pensarlo, sacaron sus espadas, corriendo hacia él. La deidad bostezó, dando pequeños golpes en su boca con las manos y cuando la espada estuvo casi rozando su pecho, volvió a apuntarlos con sus dedos.
—Los humanos son extraños, ¿por qué creen que pueden arreglar todo con la violencia? Solo dan ideas extrañas a los peligrosos —explicó, sacudiendo su otra mano—. Y tal vez, sea la mejor manera de arreglar un conflicto.
El guardia que tenía delante pasó saliva, pues no sabía qué era esa persona, y menos como debía de combatirlo. El extraño que llegó hace un rato tenía razón, parecía que iba a ser el final para todos.
—¿Es que apoco creéis que soy tan vil? ¿Dónde está vuestra reina y príncipe?
Los gritos en el exterior fueron como música para sus oídos, tocando la entrada con ferocidad, pidiendo entrar, parecía que estaban a punto de derrumbar la puerta.
—Vaya que estáis en problemas ¿Qué es lo que pensará vuestro rey cuando se dé cuenta que no son capaces de cuidar el castillo? —Negó con la cabeza.
La monumental puerta de madera azotó contra el suelo, los aldeanos entraron, corporificación, porque las llamas los estaban persiguiendo y no podían huir de ellos. El padre se le cayó la jarra que contenía agua bendita al examinar a un hombre que podía volar y parecía tener el control absoluto ante los guardias.
—¿¡Quién sois!? —exigió una voz titubeante y femenina— ¡Padre, hagáis algo! ¡Seguro es el causante del fuego!
Morfeo resopló, dejando caer los hombros hacia delante y riendo con ironía. Apuntó la entrada con la mirada, las flamas se iban adentrando. La temperatura subía, su piel empezó a arder, debilitando a la deidad un poco. Observó sus manos y unas extrañas marcas empezaron a brotar por su cuerpo, parecían ser llamas. Respiró con tranquilidad, olvidando el dolor físico.
—¡En el nombre del señor, os ordeno que nos dejes en paz y regreses al infierno, demonio! —declaró, tartamudeando, pasando saliva, levantando el rosario de oro que estaba colgando en su cuello— ¡Iros, os ordeno en el nombre del señor!
—Odio escucharos, no me voy a ir hasta terminar, porque soy peor que un demonio. Si dan un paso a mí, no tendré piedad —advirtió con semblante serio—. Llevadme con vuestro rey.
—¿Qué son todos esos gritos? —farfulló Francisco, caminando hacia la ventana, la luz era fuerte, el fuego parecía tener vida propia cuyo objetivo era destruir todo a su paso— ¿¡Qué es lo que está pasando!? ¡Mi reino!
—Ya está aquí —susurró Constantino, golpeando sus nudillos contra el piso que seguía en el suelo de la oficina—. Tomad a vuestra esposa e hijo, ¡huid antes que llegue! ¡Le he dicho que viene a vengar a la bruja! —Apretó los ojos, ya había dejado de sentir sus piernas.
El rey Francisco escuchó más gritos cerca, parecían que estaban entrando a su castillo. Rodeó al plebeyo, dejándolo tirado ahí, lucía cada vez más cansado y le costaba mantener los ojos abiertos, estaba sufriendo de dolor y tendría una muerte lenta.
No le interesó, salió de la oficina, subiendo las escaleras en forma de caracol, donde suponía que se encontraba su mujer con su hijo. Al abrir la puerta de la habitación del príncipe, no estaban ahí y una preocupación albergó su pecho. Aunque al examinar el lugar, se percató de la larga melena de Afrodisia, debajo de la cama.
—¿Afrodisia? —murmuró, doblando su espalda para ver mejor.
—¿Francisco? ¿Sois vos?
La reina salió debajo de la cama, arrastrando a su hijo con ella, cubriéndole los ojos con la mano. Por la gran ventana se podía observar como el fuego estaba tomando la vida de los campesinos.
—¿Qué es lo que está pasando? —preguntó con desesperación, caminando hacia él.
—Alguien viene por mí —confesó, mordiendo el interior de su mejilla, acariciando el cabello de su hijo.
—¿Es el otro rey? ¿Va a venir por vuestras tierras? —vociferó, soltando a su hijo y golpeando el pecho de su esposo con fuerza— ¡Sois todo un idiota! ¿Qué es lo que vamos a hacer? ¡Necesito respuestas! ¿Vais a dejar que el fuego entre o qué?
—¡Callaros la boca, mujer! ¿¡No veis que no me dejáis pensar!? —Cubrió su rostro con las manos y echando para atrás la cabeza—. Primero debemos irnos de acá.
Caminó hasta estar detrás de su esposa, empujándola a la salida, y cuando estaba su mano por tocar la perilla, la puerta fue abierta. Francisco dio un paso hacia delante, cubriendo a su familia al estar él al frente.
—¿A dónde vais? Parece que tenían mucha prisa —mofó la deidad del sueño, bajando de la nube.
Dio pasos cortos, pero firmes hasta adentrarse en la habitación. Cruzó los brazos sobre el pecho y sonrió con ineficiencia, posando sus ojos en el niño. La reina estaba perpleja, pues reconocía a ese hombre, ¡Él era el esposo de la mujer que curó a su hijo!
—Parece que me recuerda —escupió, arqueando sus dos cejas—. Y mi deber es devolver el favor, ¿no cree?
—¿De qué estáis hablando? —irrumpió Francisco, intercalando la mirada entre su esposa y la criatura que tenía enfrente— ¿De dónde os conocéis?
—Él, él... estaba con Elvira el día que atendió a Eiden.
—Así es, mi humana atendió a vuestro hijo y vosotros le pagaron con muerte —cortó la deidad, recargando su mano en el marco de la puerta—. Creo que es el momento de pagar el precio.
—¿No veis que ya quemaste todo mi reino? ¡El precio ya está cubierto! —gritó con frustración el rey, señalando la ventana.
—¡El precio no lo ponéis vosotros, lo hago yo! Y los intereses son altos.
Francisco pasó saliva, arrugando la punta de su nariz. No sabía qué argumentar, ya había perdido de lo que él más quería, no estaba dispuesto a perder lo que ahora tiene que es su familia.
—Id a sentaros en las sillas. Hay uno para cada uno —ordenó, señalando con el mentón la parte trasera.
Soltó un suspiro al darse cuenta de que ellos no se iban a mover por voluntad propia, por lo que juntó sus dedos del medio e índice, obligándolos a girarse para sentarse en los respectivos lugares. El rey intentaba controlar su propio cuerpo, pero era inútil. Ni siquiera era necesario atarlos con una soga para que permanecieran quietos. La deidad empezó a caminar en círculo, alrededor de los tres, acarició el rostro pálido del niño, quien apretó los ojos con fuerza al instante.
—¡No toquéis a mi hijo! —gritó Afrodisia, sacudiéndose, girando el cuello en su dirección.
Morfeo volvió a ordenar con los dedos, las sillas de los padres, ellos debían tener lugares más exclusivos ante tal espectáculo.
—¿¡Qué es lo que estáis haciendo!? —bramó la madre al ver que las lágrimas se derramaban por los ojos de su hijo.
—¿Quién sois? —farfulló Francisco para sí mismo, aunque la deidad fue capaz de escucharlo.
—Vuestra peor pesadilla. —Sonrío fanfarrón, caminando por detrás de la silla de Eiden.
El rey tragó en seco, toda su piel estaba erizada. Sabía que no tenía escapatoria, porque ni todos sus guardias fueron capaz de detenerlo, habían sido las marionetas de la deidad que de enfrente.
—¿Qué queréis? —musitó Francisco, sus manos temblando—. Os puedo dar todo lo que quisiste, mis lingotes de oro, los caballos, yo. Pero, dejad ir a mi familia.
—La vida de Elvira no es algo que puedas traer de vuelta, ¿o sí?
—¡Ella era una bruja! —escupió con furia, intentando librarse del embrujo que tenía sobre su cuerpo.
—No, ella era una flor que esperaba florecer. En cambio, yo, yo soy peor.
Al finalizar la oración, Morfeo tronó la columna vertebral del infante sin previo aviso, el niño no tuvo tiempo de reaccionar, por lo que solo dejó caer hacia delante con los ojos cerrados. Afrodisia gritó de dolor al ver a su adorado hijo en el suelo, muerto.
—Decidme, ¿qué se siente no poder proteger a quienes amas? —refunfuñó con odio, inhalando con profundidad e intercalando la mirada entre los reyes.
Se sentó en la silla en la que anterior Eiden se encontraba, empujó con el pie el cuerpo sin vida del mortal, observando con regocijo el dolor de los padres.
—¡Os voy a destruir! —prometió Afrodisia, su rostro estaba empapado de lágrimas.
—Suerte para escapar de las llamas. —Apuntó detrás de ellos, el fuego tórrido que se adentraba con rapidez en el cuarto.
Las flamas iban directo a las sillas de manera donde se encontraban los padres, Afrodisia permanecía quieta, pues pensaba que la muerte era la mejor opción, ya que no quería vivir si su hijo no lo hacía. Por otra parte, Francisco aún quería vivir, no se imaginaba que su vida terminaría con aquello.
—Me quedaría a verlos arder, pero tengo que seguir destruyendo el mundo.
El dolor era tan profundo que sentía que el único alivio era ver el mundo arder.
Se dirigió hacia la salida, atravesando el fuego que continuaban marcando su piel, camino con tranquilidad, metiendo la mano en el cinturón que llevaba puesto, bajando por las escaleras. Al final de estas se encontraba la gran bruja con los dioses del Olimpo que lo miraba de desaprobación, negando con la cabeza. Tritón esparció su agua para apagar las llamas, pero no era suficiente, porque Morfeo no estaba dispuesto a ceder.
—¡Morfeo, os ordeno que detengáis esta masacre! — ordenaron a coro, apuntándolo.
—Claro, cuando el mundo desaparezca, yo voy a estar en paz —río sin cordura, cruzando los brazos sobre el pecho— ¡Ellos no se detuvieron, me han quitado lo que más amaba!
La gran bruja joven comenzó a mover los labios, murmurando un poderoso conjuro que absorbía mucha energía, provocándole que saliera un hilo de sangre por la nariz. Ares empezó a acercarse a él, con lentitud, brincando encima, derribándolo.
Oportunidad que todos aprovecharon para lanzarse encima del peliblanco, sometiéndolo a permanecer de rodillas, sujetándole los dos brazos mientras la bruja terminaba de recitar.
Los labios de la mujer negra fueron sellados, Morfeo gritó con fuerza, ahora su nariz era la que estaba sangrando, perdiendo la conciencia y cayendo hacia el frente.
Parecía que el tiempo se había detenido, el dios del presente sintió el odio que el Morfeo del pasado sintió en ese instante, su corazón latía con fuerza e intentaba regular sus emociones, porque había recordado todo su pasado.
—¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó con confusión, aún sintiendo rastros de odio por su cuerpo, desbloqueando por completo sus sentimientos.
—Lo que sucedió fue que te borré tu memoria, fue un duro conjuro, yo era principiante y caí en un profundo sueño por una década más o menos. No realicé bien, porque a pesar de borrar tus recuerdos, te puse un ojo blanco y el odio que tenía en tu corazón se minimizó, pero no terminaron de agradar ahora.
Morfeo vio a Nicoletta, quien continuaba estupefacta por lo que había pasado, era una historia dolorosa, aunque no era la de ella, era como una espectadora en el cine. En cambio, él se sentía afortunado, porque le habían devuelto lo que él más amó. Sin pensarlo dos veces, se acercó a ella, aprisionándola en un abrazo, olfateando su cuello, el olor ya no era flores como en aquel entonces, pero seguía dulce, y le agradaba.
Finalmente estaba en su hogar.
Nicoletta palmeó un par de veces la espalda del dios, porque ella no se sentía de la misma manera que el peliblanco.
—Te amo, Elvira.
—El problema es que yo soy Nicoletta; no Elvira.
n/a*
holiii luuvsss, como andan? qué se esperaban? esto o neel? que piensan? qué onda? lamento haber tardado un poquito, es que no me terminaba de gustar, pero aquí estoy, gracias por esperar.
Ahora que conocen el pasado de morfeo, qué es lo que creen que sigue? quería hacerles una preguntica, qué piensan sobre la extensión de los capítulos y el desarrollo de la historia
en fiiiin, gracias por leer y nos leemos printico, recuerden que podemo ser mutual en redes <3 aquí les dejo las mías <3<3
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