027 I La cacería

El rey Francisco había escrito con algunos carteles que se debían de poner en la aldea del castillo, sabía que debía de ir a cazar a la bruja que embrujó su reino sin darle un previo aviso para que se defendiera. El padre dijo que la mejor solución para salvar su trono era la hoguera, quemando cualquier ritual que realizó en el pasado, y con ello, la guerra que lo amenazaba.

—Colgad los carteles en el pueblo, necesito los hombres más fuertes para cazar a una bruja —ordenó Francisco, mirando a su caballero.

Aunque, si lo pensaba, eso crearía caos en su pueblo y los rumores se intensificaron, por lo que se llevaría a sus propios caballeros, y los hombres de la aldea estarían dispuestos a obedecer sus peticiones.

—Mejor no, no queremos causar más bulla dentro del reino. Mejor solo de la aldea que reside esta bruja, es mi deber como rey desenmascararla.

El caballero se detuvo en seco, asintiendo con la cabeza. El rey pidió su armadura de hierro que anteriormente fue bendecida con agua por el mismo padre. Estaba nervioso, jamás creyó que viviría para lidiar con una bruja.

Afrodisia veía que su hijo estaba más vivo, podía levantarse de la cama y caminar en distintas direcciones, se sentía tan culpable por no interferir, pero cuando una idea se le metía a su esposo, esta no salía hasta que la llevaba a cabo.

Sin embargo, al ver a su hijo se daba cuenta que no le importaba sacrificar a alguien con tal que él estuviera perfecto.

Apretó los ojos con fuerza al ver por la ventana que su marido salía del castillo a caballo y una extensión donde había instrumentos de hierro. Los aldeanos se hacían a un lado, inclinando la cabeza, mostrando el respeto para que su rey pasará. Aunque les parecía extraño lo que llevaba detrás de los caballos. El líder caballero que llevó a la reina a la aldea trotó hasta estar al frente, pues era quien iba a trazar la ruta. Ahora podían entrar más rápido por la velocidad de los caballos, y si tenían suerte, podían llegar en la noche.

Elvira no paraba de carcajear con las ocurrencias de Erick, quien contaba algunas aventuras acerca de Morfeo, siempre ridiculizándolo.

—¿Entonces no fue la primera vez que una serpiente lo mordió? —preguntó entre risas.

La oveja convertida en humano sacudió la cabeza, estaba sentado. Apenas había pasado un día de su transición y necesitaba acostumbrarse a las piernas que no tenían un buen equilibrio.

—Pero ¿cómo es que se curaba las heridas? —inquirió con preocupación, supondría que debería de tener cicatrices, mas su piel se encontraba perfecta.

La oveja iba a confesar que en realidad no era un problema, pues era un dios, pero mantuvo sus labios sellados.

—¿Vos tenéis mucho tiempo conociéndole? —evadió el tema.

—No tanto, aunque la conexión que tengo es como de hace años. —Sus mejillas tomaron un tono rojizo por los nervios—. De hecho, me gustaría acomodar el cuarto de ahí antes de volver. No quería hacerlo, por mi papá. Pero, sé que odiaría verme aún en la sala ¿Podéis ayudarme a llevar las sábanas al lago para lavarlas?

Erick asintió con la cabeza, podía apreciar cuán difícil era para la mortal cruzar por la puerta hacia el cuarto, donde encontró a su padre sin vida. Movió la cama en la que Elvira dormía, pues había sacado la de su papá, y con ayuda de la oveja, empezó a acomodar unas tablas de madera que con anterioridad trajo el dios, para que su humana estuviera más cómoda. Aunque en el día ella ayudaba a los aldeanos, en la noche era otra historia.

—¿Dónde queréis que ponga la cama? —preguntó Erick, soltando un suspiro y terminando de colocar la última tabla en el piso.

—En el centro, por favor. Dejadme ayudaros.

Elvira tomó la esquina de la base de madera, moviéndola hasta el centro del cuarto. Dejó caer todo su peso en la cama, dentro de su pecho se encontraba un revoltijo de sentimientos que las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos no sabían si era por su papá o por el futuro que ella quería construir a un lado de Morfeo.

—¿Estáis bien? —preguntó Erick, sentándose a un lado de ella, viendo los ojos cristalizados de la humana.

—Sí, Erick. Solo recuerdos. —Limpió sus ojos con el dorso de la mano, levantándose de la cama—. Vamos al lago, después cuelgo todo en el tendedero.

Erick sabía que ella necesitaba un poco de tiempo para respirar, por lo que siguió sus pasos en silencio. La pelirroja levantó una cesta grande, donde tenía las sábanas, caminando hacia la salida.

—Esperadme —habló Erick, caminando hacia a un lado de la humano, ayudándole a sujetar un extremo de la cesta— ¿El lago está lejos de aquí?

Elvira sacudió la cabeza como respuesta, esbozando una sonrisa temblorosa.

Caminaron a la par, llegando al lago. Elvira dejó caer el cesto, se arremangó las mangas de su vestido, sacando las sábanas del canasta.

—Se ve que es una carga pesada para el jabón —comentó Erick, sujetando la esquina, extendiéndola, remojándola en el lago—. Estoy seguro de que cuando Morfeo regrese, él va a estar muy feliz, por todo lo que estás haciendo.

—Solo una morada mejor, porque él es mi hogar.

El rey Francisco tiró de las correas del caballo, frenando, apreciando el atardecer que se veía por el horizonte. Silbó al caballero que era el líder, quien obligó al suyo a dar una media vuelta, verificando que todos estuvieran en orden.

—¿Cuánto queda para llegar a la aldea?

—Muy poco, calculo que, con paso constante, podríamos llegar en veinte minutos cuánto mucho.

—Perfecto —refutó el rey, frotando sus manos—. Vamos.

Los diez caballeros que estaban siguiendo a su rey, emprendieron su camino una vez más con una mayor velocidad. Francisco sonrió de lado al ver unas casas que tenían algunas lámparas de vela que alumbraba el lugar.

Los aldeanos se sintieron incómodos al ver una presencia con ímpetu, se preguntaron si era otra vez algo relacionado con el rey, pues hace no mucho habían ido en busca de Elvira para que sanará al príncipe. Los rumores se esparcen con velocidad.

El caballero que estaba detrás del rey, quien siempre cuidaron que se mantuviera al centro de todos, protegiéndolo de cualquier peligro que podía aparecer. Uno de los escoltas se bajó de su animal, quitándose el casco y caminando hacia el frente con el pergamino que iba a leer, pues ellos no sabían sobre la lectura.

Otra persona silbó con fuerza con los dedos en la mano, atrayendo la atención de las personas, pidiendo que se reúnan en el centro. Los murmullos de la muchedumbre empezaron a inundar todo el lugar con preguntas unos a los otros.

El hombre carraspeó su garganta con fuerza, atrayendo la atención de todos. Cuando estuvieron en silencio se dedicó a leer el comunicado:

—Vuestro reino corre peligro por una malvada bruja que lo embrujó al curar al príncipe Eiden. La guerra se avecina, y la única manera de romper el embrujo es destruyéndola.

Los susurros de la inquietud volvieron a inundar el lugar, los campesinos se miraban entre sí con preocupación ¿Había dicho guerra? ¿Quién fue la bruja que hizo eso? Creían que quien había atendido al príncipe era Elvira.

—¿Elvira? —inquirieron al unísono con confusión, seguro era un error.

—Sí, aquella bruja fue quien nos mandó a la guerra. Si no nos deshacemos de ella lo más pronto posible, grandes tragedias nos sucumbirán.

Entre la multitud se encontraba Constantino, quien aún sentía cólera en todo su ser, porque Fausto no le permitió desposar a su hija, y cuando la tenía en sus manos, llegó ese hombre de pelo blanco y cejas oscuras que la enamoró al instante.

Y ella, cual puta, había caído ante los encantos del pastor que tenía tres ovejas.

—¡El guardia tiene razón! —clamó, empuñando las manos y arrugando la punta de su ancha nariz, caminando entre las personas hasta llegar al frente, a un lado del hombre—. Yo la vi con estos ojos ¿Apoco creéis que Fausto murió por causas naturales? ¡No, Elvira fue la que lo mató! —aseveró, sus ojos marrones se cristalizaron—. Es que ahora todo tiene sentido.

—¿¡Cómo que mató a su padre!? —exigió el rey, descubriendo su rostro y bajándose del caballo.

Todos se quedaron perplejos de estar frente al rey, inclinaron sus cabezas de inmediato en una reverencia. Francisco los observaba con orgullo, ellos sabían quién era él, pero solo estaba concentrado en el hombre que proclamó lo anterior.

—Habla —ordenó con seriedad Francisco—. Necesito conocer más de esa bruja.

Constantino pasó saliva por su garganta con un poco de nerviosismo, pues era el único que conocía la verdad.

—Sí, Fausto era el curandero de esta aldea. Era un hombre que todos amábamos.

—¡Sí! —vociferaban a coro el resto de los aldeanos.

—Siempre quería lo mejor para todos nosotros —continuó una mujer con voz débil, pues no creía que Elvira hubiera sido capaz de matar a su propio padre.

—Él un día se enfermó y cayó en cama, todos creíamos que iba a mejorar, pero pasó lo contrario; Fausto se sentía cada vez peor conforme a los días estaban pasando, hasta que ya no despertó —narró, dejando caer una lágrima de su mejilla izquierda, fingiendo sufrir—. Ahora todo me parece lógico, Elvira era la única persona que estaba con él, ella quería hacer sus hechizos sin que su padre lo supiera ¿Alguien se ha atendido con ella?

—¡Sí, yo! —contestó al fondo la voz de un hombre— ¡Un día después, tres de mis cinco gallinas desaparecieron!

—¡El techo de mi casa empezó a caerse! —continuó una voz femenina.

—¡Me atacaron unos lobos! —añadió tres segundos después.

Los aldeanos empezaron a gritar, relacionando sus malas experiencias con haber ido con Elvira. Si ella fue capaz de asesinar a manos frías a su propio padre, ¿qué les esperaba a ellos? ¿Qué la aldea quedará en ruinas? Su comportamiento estaba siendo rígido por el miedo, seguros que debían de terminar con la bruja.

—¡Bruja, atrápenla! —exigieron varias voces.

—¡Alto! —pidió el rey con elegancia—. Debemos de ir por ella con cautela, porque ahora que sabemos vuestro secreto nos puede hacer daño.

Una vez más, gritaron horrorizados, buscando alguna arma para defenderse de la bruja con la que estaban viviendo.

—Aquí traigo armas para defendernos, porque unidos seremos más fuertes que una bruja —exclamó el rey.

Los hombres se acercaron a la carreta que estaba tirando un caballo, empezando a repartir los instrumentos de cacería, pero se podían notar su nervios, porque no eran capaces de sostenerlo con firmeza.

—¡Vamos por la bruja!

Empezaron a caminar en dirección hacia la casa más alejada, donde vivía Elvira. Constantino liderando los movimientos de todos en lo que el rey Francisco volvía a colocarse el casco de acero, manteniendo la distancia. Al ver la furia de los campesinos se dio cuenta que no iba a ser necesario que él participara en el ataque. Y menos con un hombre que parecía estar dolido con la muerte de Fausto.

Cuando llegaron, Constantino esclareció su garganta antes de exigir enfrente de la puerta que fuera abierta. Pero, al no obtener respuesta, la empujó con su pie. Desde la entrada se podía notar que la chica no se encontraba en casa, aunque el hombre vio el cuaderno de Fausto sobre la mesa, por lo que entró, levantando las hojas.

—¡Mirad, aquí está el cuaderno de la bruja con sus embrujos!

Los hombres entraron sin frenesí a la morada de la chica, revolcando los pocos muebles, tirando el caldero con la comida en el interior, en busca de explicaciones. Pero, no encontraron nada más que algunas flores, hierbas y ramas que mantenía en frascos, una clara respuesta a su brujería, sin tener rastros de dudas salieron, gritando con desesperación.

—¡Lo mejor es deshacernos de todo lo que la bruja ha tocado! —sugirió el líder de la cacería, encendiendo una antorcha que el rey trajo, colocando un poco de paja en la entrada, encendiéndola y dejando que se consumiera.

—¿Dónde está la bruja? —gritaron con frustración, pues no sabían que debían de hacer.

—Ella debe de estar en el lago, desde pequeña le ha encantado pisar aquellas tierras. Nos vamos a dividir, necesito que algunos hombres se queden aquí y con ayuda de las mujeres preparen una hoguera en frente de la iglesia, en lo que los demás traemos a la bruja, no debemos de darle la oportunidad de un ataque.

Gritaron a coro, algunos hombres se alejaron de la multitud, corriendo a la iglesia, y algunas mujeres se unieron a la cacería. No iban a permitir que una bruja lastimaran a sus hijos. Todos emprendieron un recorrido hacia el lago, donde una dulce pelirroja se encontraba exprimiendo las sábanas.

—Esto es un poco complicado, Elvira —se quejó Erick, echando la cabeza para atrás.

—Ya os dije que todo debe de estar impecable para cuando vuelva Morfeo, dijo que solo iban a ser tres días.

—Oye... Me da curiosidad, ¿cómo aprendiste a leer y escribir?

—Mi papá me enseñó todo, cuando mi mamá murió al yo nacer, fue mi todo. Siempre quiso que resalta entre la multitud y que fuera capaz de tomar las decisiones en mi propio beneficio —explicó, sonriendo con tristeza—. Sé que no es normal, las personas no leen ni escriben, que solo lo hacen los de la realeza o con altos rangos, pero... No sé, es interesante ¿Vos sabéis leer?

La oveja sacudió la cabeza en negación.

—Es fácil, cuando regresemos a la casa, yo le voy a enseñar —prometió, regalándole una sonrisa—. Es mi manera de agradeceros que estáis a mi lado y que ayudáis con las sábanas, aunque ya debemos de irnos ya que el sol se está ocultando. Allá colgaré las ropas de la cama.

Elvira tomó las sábanas, enredándolas sobre sí mismas para dejarlas en el cesto, por lo que se quedó quieta al ver a lo lejos una multitud con lo que parecían algunas velas, porque desprendían fuego para alumbrar. Aquello la habían dejado con confusión, pues no sabía si venían a tomar agua para sus casas o lavar algo, aunque creía que eran muchas personas.

Algo dentro de la oveja negra no le gustó, tomó la muñeca de la humana con preocupación, pero no era capaz de pronunciar una palabra.

—¿Os sentéis bien? —preguntó ella, arrugando el entrecejo—, estás extraño.

—¡Bruja!

La pelirroja escuchó cómo repetían la palabra una y otra vez, dejándola perpleja ¿Qué era lo que sucedía?

En un parpadear de ojos, los aldeanos estaban enfrente de ella, apuntándola con las armas. Todos sus rostros se podían notar la molestia, sobre todo en quién se encontraba al frente, Constantino.

—¿Qué está pasando? —preguntó Elvira, mordiendo el interior de su mejilla.

—¡Sabemos que sois una bruja y que mataste a vuestro padre! —acusó Constantino, con el rostro rojo del coraje.

—¿Qué estáis diciendo? —Resopló estupefacta, sintiendo un nudo en la garganta— ¡Yo amo a mi padre, jamás le haría algo!

—¡Falacias! ¡Vimos vuestro cuaderno en la casa, tienes todo apuntado ahí! —vociferó alguien en el fondo.

—¡No es cierto, eso lo escribió mi padre!

—¡Ella no es ninguna bruja! —interfirió la oveja, tirando de la humana detrás de él, intentando protegerla.

—¡Ahora tiene a un esclavo!

—¡Seguro se lo dejó como pago el hombre de pelo blanco! —especularon, horrorizados, sin creer todo lo que estaban descubriendo.

—¡Yo no fui el pago de nadie! ¡Ella solo ha curado vuestros males! —refunfuñó el hombre, empujando a la humana hacia atrás, pero el lago les impidió retroceder más.

—¡Con hierbas, nos estaba embrujando!

—¡Pagaréis lo que nos has hecho y a vuestro padre también! —decretó Constantino, mirándolos con desprecio.

—¡Atrápenla! —exclamó a pulmón una mujer.

Constantino le pegó con la antorcha al hombre fuerte en la cabeza, noqueándolo por completo y esté cayendo al suelo de cara. Elvira se preocupó y probó agacharse para ver si estaba bien, pero alguien la sostuvo del brazo, desequilibrándola y quedando de rodillas. El pavor se adueñó de su cuerpo e intentó patear hacia al frente, intentando librarse del hombre. Aunque veía que Erick no se movía, eso era lo que le preocupaba más.

Elvira intentó mover su mano hacia atrás, estirando el cabello del hombre, pero no obtuvo nada. Otro ser se acercó para tomarla de los brazos, dejándola inmóvil. Y por más que ella se sacudía, no era capaz de debilitar a los tres hombres que le dieron un puñetazo en el rostro, justo en la nariz donde un hilo de sangre empezó a escurrir.

La pelirroja estaba indefensa, y el golpe la entorpecido, por lo que no se dio cuenta que con la brusquedad la azotaron contra la tierra, doblaron sus piernas, atándolas. De igual manera con sus brazos detrás de la espalda, por más que gemía y susurraba que ella no era una bruja no la escucharon.

Por las ataduras de sus piernas y brazos pasaron un palo ancho de madera que levantaron, así como a Elvira. Entre dos hombres la cargaron, ella sintió como la circulación se cortaba por estar colgada, cargando su propio peso.

—Pagarás por haber matado a mi mejor amigo —musitó con fuerza Constantino, para que todos escucharan— ¡Esta bruja ya no nos hará daño!

—Yo no maté a mi padre —recolectó fuerzas, escupiéndole en el rostro al hombre que la odiaba.

—Esto no estaría pasando si os hubieras casado conmigo —refutó con odio, volviendo a estrellar su puño contra su rostro, haciéndola perder la conciencia.

Morfeo sentía el fresco viento chocar contra su rostro. Él se encontraba del otro lado del mundo, cumpliendo con sus obligaciones de deidad. Aunque tomó un breve descanso para buscar el anillo de compromiso. No pediría permiso al Olimpo, solo lo haría y ya estaba decidido.

—Saberos que nos vais a meter en graves problemas —regañó la oveja blanca.

Aunque la deidad no la escuchaba, pues estaba analizando las ramas que estaban en el suelo. Él había pensado en darle un anillo de oro, pero eso no la identificaba a ella. Sería uno hecho de ramas flexibles con algunos pétalos que no se iban a marchar nunca, de eso él se iba a encargar.

—¿Por qué os preocupáis mucho? Elvira es perfecta.

—¿No viste lo que pasó la última vez que un dios se enamoró de una humana?

—Eso fue porque ella sabía lo que él era, Elvira piensa que solo soy otro hombre más —respondió con tranquilidad.

—¿Hasta cuándo? ¿O vais a guardar el secreto para siempre? Porque ese anillo lo estáis haciendo con magia. —Apuntó con su hocico.

—Yo me voy a morir de los nervios un día de estos, se siente raro estar sin la negra —titubeó la oveja café, cambiando en tema, pues estaba hastiado de escucharlos discutir—. Yo opino que después hay que ver el asunto sobre los poderes y esas cosas.

La deidad iba a replicar, pero sintió como alguien se impacta contra su hombro, desbalanceándolo, por lo que extiende sus brazos a los costados para evitar caerse. La otra criatura detiene su veloz andar, sacudiendo su ropa oscura, que al darse cuenta quien estaba al frente, se inclinó en una reverencia.

—¿Quién sois vos?

—Perdón, mi dios. Lo que sucede es que soy un nuevo recolector de Hades, todavía no me acostumbro al trabajo y estar viajando por todo el mundo, rápido, para que las almas que recojo coincidan con la hora. Debo un montón de pergaminos —escupió un vómito verbal, sacando de sus bolsillos los documentos—. Fue un placer conoceros, dios. Pero me tengo que ir. —Guardó los papeles otra vez, dejando caer uno en los pies de Morfeo.

—¡Parca, se te ha caído...! —dejó de gritar al darse cuenta de que él ya no se encontraba cerca.

—Ya no os preocupéis, quizás se regrese cuando se dé cuenta que le falta uno —ordenó la oveja blanca.

—Sí, creo que tenéis razón. Ya no debo de distraerme si quiero llegar cuanto antes con mi florecilla. —Guardó el rollo en su pantalón para continuar con sus responsabilidades de comprobar que todo estaba en orden en el mundo de los sueños.

Elvira sintió un chorro de agua sobre su rostro, obligándola a despertarse en medio de la noche. Examinó su panorama, estaba atada a un palo de madera en el centro de la aldea, enfrente de la iglesia. También había muchas ramas a todo su alrededor que le cubrían hasta las rodillas, su corazón se aceleró, ella no quería morir en la hoguera.

Todos los aldeanos gritaban cosas que ella no lograba descifrar, solo veía rostros de las personas que ella ayudó durante esas semanas, y sintió su corazón quebrarse hasta que los gritos con ira lo derrumbó. Las lágrimas escurrían por sus mejillas, pero no podía decir nada, porque no tenía la suficiente fuerza.

Y había entendido que, por más que explicará la situación, ellos ya tenían un veredicto.

—Esta mujer ha sido acusada de brujería —inició Constantino, alzando su antorcha— ¿Qué es lo que dicen vosotros? —preguntó, girando su cabeza, animando a que todos respondieran.

—¡Culpable! ¡Culpable! —repetían al unísono con odio, levantando sus armas con orgullo.

—¡Quemen a la bruja!

—El pueblo ha hablado —dijo Constantino, esbozando una media sonrisa con maldad—¡Esta presencia maligna debe de ser destruida para salvar a vuestro reino! —gritó, arrojando la antorcha con fuego al inicio de las ramas en el suelo.

Elvira no dejaba de ver que la multitud enfurecida gritaba que muriera, y que sus embrujos desaparecieran. Todos parecían disfrutar verla arder. Sus pies empezaron a sentir el fuego abrasador, ella gritó con desesperación, llenando sus ojos de lágrimas.

Odiaba aquella sensación que su piel empezaba a consumirse en lo que la llamas subían, cubriendo su visión. Su cuerpo temblaba, su cuerpo se tornaba rojiza, abriendo heridas por sus piernas. Su vestido estaba convirtiéndose en cenizas.

Solo quería cerrar los ojos y dejar de sentir, aunque no lo conseguía. Podía sentir cada flama envolver su cuerpo, como estas subían por sus brazos a su cuello hasta estar en frente de su rostro. Empezó a toser por el humo, pero ni un lamento fue suficiente para ganarse el perdón de la aldea.

Veía como poco a poco su vida se apagaba conforme las llamas se hacían más voraces, quemando toda su piel. Apretaba los ojos con fuerza, intentando ser capaz de desconectarse con su propio cuerpo, porque quería dejar de sentir dolor.

Aunque el dolor que en realidad la estaba consumiendo era que ni todo el amor y atención que le brindó a las personas fuera suficiente para ellos.

La deidad frunció sus cejas con confusión al notar que la parca no había regresado por su pergamino. Y pasó un tiempo desde que lo había dejado, tal vez no lo necesitaba.

—¿Por qué no llega? —musitó para el mismo, sacando el rollo de sus pantalones.

—No sé ni nos interesa —replicó la oveja blanca—. Todavía no hemos terminado de hacer eso.

—Tal vez deberías de abrirlo y entregárselo ¿No es uno de esos papeles que dice a quién debe de recoger su alma con hora y lugar? —sugirió nerviosa la oveja café.

La blanca resopló, fulminándola con la mirada. Creía que podía estar tranquila sin tener una idea extravagante de la oveja negra, pero estaba equivocada.

—Considero que eso es una pérdida de tiempo —aseveró la blanca, soltando un suspiro.

—¿No veis que vuestro dios no puede terminar de trabajar si está pensando en el rollo?

—Creo que la café tiene razón —añadió el dios, pasando sus dedos por su melena.

—Y como siempre, soy yo la que está equivocada —refunfuño la oveja blanca.

Sin una palabra más, Morfeo empezó a desenrollar el papel, leyendo su contenido. Lo primero que apreció fue el nombre de su preciosa humana. Algo dentro de él se cuarteó, lo que sucedió después fue en cámara lenta. La lámina se resbaló de las manos.

—¿Qué es lo que...?

La oveja café se quedó a media pregunta, porque su dios había desaparecido.

Morfeo no podía ni respirar, su cuerpo se sacudía por el nerviosismo, sintiendo un nudo en su garganta, esperaba que fuera una broma de mal gusto, pero por más que intentaba buscar una explicación lógica, muy en su interior sabía que era verdad.

Cuando llegó al pueblo en la que había vivido en las últimas semanas, su corazón se quebró al ver humo proveniente de lo que parecía ser la iglesia. Los campesinos no estaban en los alrededores. Corrió hasta el centro de la aldea, las personas se estaban esparciendo, y enfrente de ella se encontraba su pequeña florecilla marchita.

Un desgarrador grito inundó toda la aldea, caminando hacia la hoguera, donde todavía había fuego, y sin importarle, rompió las sogas de sus muñecas. El cuerpo sin vida cayó sobre su hombro, él se agachó para soltar las piernas.

—Florecilla, por favor... —suplicaba con los ojos llenos de lágrimas, acunando en sus brazos a Elvira.

Dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre sus rodillas, le dolía ver a su humana con la piel quemada, tenía ronchas en el su rostro que mantenía los ojos abiertos, sin vida. Pasó las yemas de sus dedos, cerrando sus párpados, las lágrimas escurrían por sus mejillas, atrayendo el cuerpo sin vida y caliente hacia el de él, a pesar de no tener una alma, dándose cuenta todo el dolor atravesó ella sola, así que volvió a gritar, intentando apaciguar la sed de venganza que le recorría en las venas.

—Perdóname por no llegar a tiempo —refunfuñó, posando sus secos labios sobre la frente de la humana, depositando besos salados.

Los aldeanos lo observaban con pena, porque él no sabía que era una bruja.

—¿¡Qué es lo que pasó!? —exigió con furia, el dolor crecía más y más sobre su pecho, observando a los aldeanos que tenía enfrente— ¡Díganme!

—Fue acusada de bruja por matar a su padre.

Y el dolor cegó a la deidad.

En ese momento, el Morfeo del presente se fundió con el del pasado, sintiendo la explosión de tortura estallado en su interior, porque rompió su promesa de estar siempre para ella.

n/a*

holaaaa luvvs, perdón, yo ya sabía que ustedes sabían esta situación y estoy sin palabras, no se que decir, porque yo no dejo de llorar. Pero, espero que estén bien (:

Constantino  está un poquitito inspirado en Gaston 😳😳😳

lamento los errores si es que encuentran uno, aqui lo intentamos, ya saben que pueden ir a stalkearme en las redes, yo encantada que lo hagan <3

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