026 l El anillo
El rey Francisco se levantó de golpe de su silla en su oficina, azotando los puños contra su escritorio, anonadado al escuchar las palabras del mensajero, emitidas por el rey Alessandro del reino vecino. Era absurdo que los estuviera acusando de ladrones cuando su pueblo llevaba grandes cantidades de verdura, y ellos recibían fruta.
Además, se rumorea que Francisco estaba cansado de compartir los frutos de sus tierras, por lo que planeaba armar un ejército para someter a su reino vecino, un hecho que Alessandro no iba a permitir, o al menos, no sucumbiría mientras respira.
—¡Eso no es cierto! —insistió el rey Francisco, rojo de la cólera—. Estoy muy satisfecho con vuestro tratado, no tengo interés en formar una guerra con vosotros ¿De dónde os llegó ese ridículo rumor?
—Rey Francisco, yo solo soy el mensajero. Toda esa información la desconozco por completo —explicó por enésima vez, jugando con sus dedos que estaban entrelazados al frente sin posar sus ojos en el rey.
—Él tiene una hija unos cuantos años más grande que el mío... Si ellos se casan, el reino se unificaría. Es que esos rumores son ¡tontos! —Infló sus mejillas, intentando dejar de rugir, pero no lo conseguía.
Respiró hondo, recobrando la compostura, si seguía en esa actitud, estaría confirmando que estaba buscando la guerra.
—Necesito un hombre y un pergamino para redactar una disculpa, si es que puede llevarlo. Mi hombre os acompañará a vuestro reino, esperando la respuesta, y vendrá a mí —ordenó al guardia que estaba sujetando la puerta de madera—. Es un viaje de un día y medio, ahorraremos tiempo para arreglar este malentendido.
El mensajero del otro reino estaba exhausto y nervioso, por lo que se mantuvo callado, escuchando la versión de este rey, en lo que el mensajero de aquí lo escribía con una pluma de pavorreal con tinta negra.
—Querido Rey Alessandro —inició el hombre que escribió, carraspeando su garganta, intentando sonar profundo—. Lamento y no comprendo de dónde os llegó dicho rumor que yo estoy preparando un lío en vuestra contra...
Francisco arrugó la nariz con frustración, aquel comienzo no le gustaba en lo absoluto, por lo que ordenó un nuevo papel y pluma. Él lo iba a escribir sin decirlo a la voz alta. Tardó alrededor de una hora, y cuando quedó satisfecho, pidió a su mensajero que moviera una hoja por encima, para que la tinta secará más rápido.
—Espero que todo esto mejore —musitó para sí mismo, respirando con profundidad, sin dejar de prestar atención como todas las personas lo dejaban solo por fin.
La puerta se cerró, el rey volvió a levantarse y empezó a tirar todo lo que tenía encima de su escritorio, tomando la almohada de su asiento, hundiendo su rostro y soltando un grito, liberando un poco de su furia.
Necesitaba relajarse, por lo que salió de su oficina, caminando con largas zancadas por el extenso pasillo hasta llegar al fondo. Subiendo las escaleras en forma de caracol tres pisos hacia arriba, buscando el cuarto de su hijo.
Eiden tenía varios días desde que llegaron de la aldea que su mujer llevó, fue una sorpresa para bien que su hijo estuviera mejorando conforme a los días, ni porque el mejor médico de la zona logró hacer lo que ese curandero.
Al entrar a la pieza del príncipe lo primero que examinó fueron las plantas que tenía su mujer en las mesitas de noche. Ella se encontraba sentada en el borde de la cama, mezclando unas fusiones con unas plantas, carraspeó su garganta, advirtiendo que estaba ahí, haciendo estremecer a la reina por la sorpresa.
—Ah... Hola —saludó, dándole una mirada fugaz, colocando la pasta pegajosa en las manos, frotándolas hasta que tuviera la temperatura adecuada.
—¿Cómo os sentís, Eiden? —preguntó, acercándose a un lado de su esposa, posando sus ojos en su hijo.
Un niño que ya no se encontraba pálido, parecía más vivo y hasta tenía un poco de color en las mejillas. Además, su rostro en su rostro dibujaba una sonrisa de oreja a oreja.
—Bien, papi. Estoy mejor que nunca.
—Ese curandero parece que hace maravillas, ¿cómo era su nombre?
—Elvira, papi. Para mí, fue como un ángel para mí, me ha hecho sentir bien al instante. —Suspiró a modo de agradecimiento.
—¿Elvira? Qué extraño nombre para un hombre. —Arrugó su poblado entrecejo con confusión.
—Elvira no es un hombre, papá —aclaró Eiden, tosiendo un poco, cubriendo su boca con el puño.
Al instante, Francisco se atragantó con su propia saliva. Tal vez con la amenaza de guerra que tenía con el reino y estaba delirando con la información de su hijo.
—¿Puedes repetir lo que has dicho? —inquirió, examinando cada flor que estaba encima de la mesa.
Había varios tipos de flores y ramas de todos los colores, tamaños y olores. Aunque una en especial le atrajo su atención. Eran unas ramas pequeñas con algunas tonalidades verdes.
Ramas que se encontraban fuera de temporada, ¿por qué una "mujer" tendría aquellos objetos?
—Elvira es la hija del curandero, pero falleció hace unas semanas atrás, aunque todos sus conocimientos se los transfirió a su única hija —explicó la madre con tranquilidad, descubriendo el pecho de su hijo, untándole la plasta.
—¿Acaso vos sabéis lo que significa que una mujer haga eso? Necesitamos hablar afuera. Ahora —ordenó con un semblante serio, chasqueando los dedos en lo que emprendía su salida, esperando a su esposa.
Afrodisia limpió sus manos con una tina llena de agua limpia, levantándose de la cama e inclinándose hacia al frente hasta posar sus labios en la mejilla de su hijo. Acomodó las sábanas a su alrededor y le regaló una sonrisa antes de seguir los pasos de su marido.
Al cerrar la puerta detrás de él, cruzando los brazos sobre su pecho y soltando el aire contenido en los pulmones.
—¿Por qué lo hiciste? —rugió con desesperación Francisco, sus fosas nasales se expandían y contraían sin frenesí.
—¿De qué hablas?
—Afrodisia, sois todo menos ignorante. Vos sabéis lo que hiciste ¿Por qué dejaste que aquella "mujer" tocara a mi hijo? Si el otro se murió, pues te venías sin más —recriminó, dando un paso hacia delante, obligando a su esposa a retroceder.
La espalda de Afrodisia chocó contra la puerta de madera, contuvo la respiración por unos instantes. El sudor empezaba a resbalar por su frente.
—Sabéis a la perfección que las mujeres no tienen la capacidad para la medicina —decretó en una explosión, seguro de sus propias palabras—. Las mujeres que intentan replicarlo son brujas... Bujas.
La última palabra resonó en la cabeza del rey, ahora todo estaba cobrando sentido. No era una coincidencia que los rumores se dispararon cuando llegó su esposa con su hijo, después de la visita de la aldea. Es que todo era claro para él.
Aquella bruja le había enviado un hechizo por medio de su hijo.
Todo su cuerpo se estremeció al concluir lo anterior.
—¡Dejaste que mi hijo fuera atendido por una ruin bruja! —escupió con odio, oscureciendo la mirada— ¡Y tus acciones han puesto en peligro a mi reino!
Afrodisia se encogió en su lugar, agachando la mirada. Lo único que veía eran las mangas amplias del atuendo de su esposo. No era una buena idea haberle dicho que una mujer atendió al niño. Ella era preciosa con un rostro angelical y una voz dulce. No era vieja ni fea como una real bruja.
Si Elvira fuera o no una bruja, ella hubiera sacrificado todo el reino con tal de salvar a su hijo. Sin embargo, sabía que Francisco sacrificaría a su hijo por un bienestar mayor.
—No sé a qué os refieres con que ella ha puesto en peligro a vuestro reino —musitó en voz baja, mordiendo el interior de su mejilla sin ser capaz de levantar la mirada.
—El otro reino cree que quiero apoderarme de vuestras tierras para no compartir las siembras, y todo por un rumor ¿Estáis dispuesta a pagar el precio por vuestro hijo?
—¡No solo es mío! —titubeó, pasando la saliva por la garganta.
—No respondiste lo que pregunté.
—Ella no era bruja —insistió Elvira en voz baja—. Era una mujer muy dulce, hermosa y cordial
—¡Carajo Afrodisia, las brujas te engañan! —Estrelló su puño con ira a un lado de la cabeza de su esposa—. Esto no se va a quedar así, yo voy a buscar una solución para salvarnos del problema en el que vos me metiste, ¡y a nuestro reino!
Se retiró de golpe, respirando irregularmente, gritando a los guardias, pidiendo que busquen al padre de la iglesia, el único que sabría cómo se rompería un embrujo de una bruja.
Por la histeria que transmitía, el personal corría por todo el castillo en dirección a la salida, en busca de la aldea más cercana al padre del lugar. Un hombre que estaba de rodillas en la pequeña iglesia, orando mentalmente con las manos en forma de súplica. El guardia que fue a buscarlo se quitó el casco de acero tan pronto cruzó por la puerta, caminó por el estrecho pasillo hacia delante, en una de las bancas de madera, quedándose a un lado. Pues era una falta de respeto interrumpir a alguien cuando se encontraba rezando.
El padre cruzó su pulgar y dedo índice, tocando su frente, pecho y los hombros, formando una cruz al terminar su oración al darse cuenta de la presencia de un guardia de los del rey. Tomó su tiempo levantándose, acomodando su gran vestido blanco con una imagen plasmada, unió sus manos adelante.
—¿En qué os puedo ayudar, hijo?
—El rey lo está buscando, padre. Solicita vuestra presencia con urgencia en el castillo, si gusta acompañarme, sería más rápido.
El padre asintió con la cabeza, siguiendo al guardia, dejando la iglesia con llave, pues no era una persona que se fía de los campesinos alrededor. Caminaron entre las calles hasta llegar a la entrada del castillo. Una mujer de la tercera edad hizo una breve reverencia ante el padre antes de encaminarlo hacia los pisos de arriba, donde estaba la oficina del rey. Otro hombre que custodiaba el lugar tocó la puerta, anunciando la llegada.
—¿En qué os puedo ayudar, mi rey? —El padre dio pasos lentos hasta llegar enfrente del gran escritorio de roble, sentándose en la silla.
—Estamos en grandes problemas, padre —tartamudeó, pasando saliva en un intento de tranquilizarse, porque lo único que quería hacer era gritar.
—Necesito que os expliquéis, por favor.
—Hoy llegó un mensajero del reino de al lado, informando que estaban preparándose para una guerra contra nosotros. —Se quedó sin aire en esa oración, es que sentía que se iba a desvanecer.
Ni en sus peores pesadillas sucedían cosas como esas.
—¿Una guerra? —El padre abrió sus ojos marrones de par en par, esas bromas eran de mal gusto.
Además, se sabía que, ante una guerra, ellos no saldrían victoriosos, pues no contaban con muchos caballeros o un ejército, por eso se rumoraba que se estaban reclutando personas para formar uno.
—Y siento que es mi culpa, padre —tartamudeó con la mano temblando, estirándose hacia al frente hasta tocar una de las del padre, en busca de su perdón.
—¿Por qué os creéis que esta amenaza es de vuestra culpa? —inquirió con curiosidad, estrechando la mano del rey en consuelo.
—Mi hijo estaba enfermo, los inútiles de los médicos de acá no daban una respuesta favorable. Mi esposa escuchó de una sirvienta que ella, en su aldea, que está como a medio día de viaje a caballo, había un curandero que era excelente. Y yo accedí a dejarla ir, desde que llegaron el niño ha tenido una mejoría evidente, cuando los médicos lo daban por muerto. —Tomó un gran bocado de aire antes de continuar, porque era difícil—. Hoy me llegó la carta, y también me enteré de que ese curandero no era ningún hombre, murió. Ahora quien ocupó ese lugar fue su hija.
—¿Ha dicho hija, mi rey? ¿Una mujer? —tosió con fuerza, quedando perplejo.
Su corazón empezó a latir con fuerza y sentía que le faltaba el aire. Al instante, Francisco tomó un vaso limpió y vertió agua de la jarra, brindándosele al hombre de enfrente con un pedazo de tela.
—Sí, quedé igual que vos, y lo mismo pensé...
—Una bruja —mencionaron al unísono.
—Estoy desesperado, yo no soy acreedor de un ejército voraz ¿Hay manera que podéis bendecir a mi hijo y tal vez quitarnos del hechizo? —imploró en un hilo de voz.
—Estáis diciendo que vuestro hijo mejoró evidentemente, estaba al borde de la muerte y ya no, ¿sabéis qué ritual ha utilizado?
—Mi mujer prepara como dos mezclas, una para que se la beba y la otra se la unta en el pecho. —Achicó los ojos, recordando las acciones.
—¿Y sabéis cómo es que lo prepara? ¿Algo creéis que no es normal?
—Había unas ramas color verde que no están en temporada, y lucían muy frescas.
El padre de la iglesia acarició su mentón lentamente con curiosidad, atando cabos de lo que estaba escuchando. Definitivamente algo no era normal ahí. Si un hombre médico que había estudiado no logró lo que ella, es porque cobró el favor con un embrujo que tomaría la vida de muchos inocentes.
El reino peligraba.
—¿Qué es lo que debemos de hacer padre? —interrumpió dentro de sus pensamientos con inquietud— ¿Si va a poder sacar el demonio que tiene mi hijo y el embrujo se va a terminar?
El padre negó con la cabeza lentamente.
—No, debemos aniquilar a la bruja antes que vuestro mensajero llegué al otro reino.
El rey Francisco optó que, en lugar de prepararse para una posible guerra, se prepararía para cazar una bruja.
Entretanto, Morfeo envolvió con sus brazos el cuerpo cálido de su humana por la espalda hasta entrelazar los dedos con ella. Recargó su mentón en el hombro, aspirando con fuerza el delicioso aroma de Elvira que estaba preparando un almuerzo para los dos.
—No sé qué quiero comer si a vos o vuestra comida —canturreó, acariciando el lóbulo de la oreja con la punta de la nariz.
—Os propongo un trato, primero comamos y luego me coméis a mí —sugirió con una voz sensual.
Dejó la cuchara de madera a un lado, girando sobre sus propios talones, envolviendo el cuello del dios con los brazos, y acariciando los mechones blancos. Las manos del hombre viajaron por sus caderas hasta llegar hacia su trasero, apretando con fuerza. Elvira soltó un pequeño brinco por la sorpresa, dándole oportunidad a Morfeo de fundir sus labios con los de ella, reuniendo su lengua en una danza dulce.
La pelirroja sintió un calor en su ingle, por lo que apretó las piernas, deslizando sus manos hasta el pecho de su hombre, empujándolo, pues ya no sabía si se sentía caliente por el fuego del caldero, por él o una mezcla de ambos.
La deidad dibujó en sus labios una sonrisa y tal vez la comida podría esperar, sería mejor iniciar por el postre. Pero, fue interrumpido cuando escuchó que alguien estaba llamando a la puerta, él refunfuñó después que Elvira fuera a abrir la entrada.
Su humana era tan generosa y bondadosa, tenía un don para tratar con las personas y curar sus enfermedades, pues justo llegó un señor de la tercera edad informando que no había dejado de vomitar desde la noche. Elvira lo sujetó del brazo, ayudándolo a caminar hacia el sofá.
—Morfeo, ¿podéis estar al pendiente de la sopa? Estoy atendiendo a Don Arthur.
—Sí, florecilla.
El hombre esbozó una sonrisa con ternura, era maravilloso ver a un joven matrimonio juntos, aunque ni siquiera sabía que la hija de Fausto se había casado ni tampoco había visto al hombre de la cocina. Fausto fue muy reservado con el estado de Elvira, él sabía que nadie podía preguntarle, ya que, de lo contrario, sería perseguido por un palo.
Sea cual sea la situación, le alegraba que ella fuera feliz.
Lástima que Fausto ya no estuviera ahí para verla.
Elvira preguntó todos los síntomas, el periodo del tiempo y otros datos que necesitaba para hacerle una fusión. Revisó los apuntes de su padre, yendo a la cocina y tomando en una pequeña olla para ponerle los productos en un chorro de leche de cabra.
—Sois tan buena como vuestro padre —halagó Arthur, tomando un sorbo de la bebida.
—Si todo lo que aprendí fue gracias a él, ¿gustaros quedarse a comer? Tal vez se sentiría mejor en su estómago.
Arthur asintió con la cabeza en lo que conocía un poco más al hombre de nombre Morfeo, quien sirvió un plato y la colocó en frente de él.
—Me alegro de que Elvira haya encontrado un buen marido.
—Y a mí me alegra que me haya aceptado —concordó, acercándose a ella y depositando un casto beso en la sien.
Cuando se terminó la comida, Arthur tomó el vaso y dio unas peras antes de marcharse del lugar. Aunque la humana le regresó una, pues era un hombre que ya no trabajaba, y ella no iba a abusar de eso.
—¿Así que soy vuestra esposa? —preguntó ella, sentándose en el borde de la mesa de madera.
Morfeo que estaba dejando los platos sucios sobre el mueble a un lado del caldero se giró para verla.
Es que su humana era insaciable.
—Si, vos sois mía. Así como yo soy de vos.
Dio una zancada hasta llegar a ella, abriéndole las piernas con la mano y acercando su anatomía con la de su humana.
—Pero vos y yo no nos hemos casado... —alargó ella, rodeándole la cadera con sus largas piernas, tirando más de él y eso era posible.
La mortal deslizó sus manos por encima de la mesa hacia atrás, dejando caer un peso.
—Hemos hecho cosas de marido y mujer. —Frotó su pelvis contra la de ella, para que ella sintiera la manera en la que lo desquiciaba.
Morfeo se inclinó hacia delante, depositando cortos besos en el cuello de su florecilla.
—¿Quieres casaros conmigo? Vamos a donde queréis.
Elvira abrió sus ojos de par en par incorporándose, la había tomado desprevenida. Ella sabía que él la amaba, se lo había dicho cada noche que la tomaba. Y lo más importante, lo demostraba con las pequeñas acciones día a día.
—¿Qué os sucede? ¿Es que acaso no...? —inició desanimado, agachando la cabeza.
Fue entonces cuando Elvira salió de su trance, capturando los labios de Morfeo en un apasionado beso que fue correspondido al instante.
—¡Sí, sí quiero casarme con vos!
Las manos del peligro la tomó del trasero, levantándola del asiento y girando con ella en círculos, aunque se tropezó con la silla, lo cual los dos estallaron en carcajadas.
—Gracias por hacerme el dios más feliz del mundo —musitó, pegando su frente con la de ella.
—¿Dios? —preguntó ella con el ceño fruncido— ¿Qué estáis hablando?
—Que dios me ha unido con vos, a eso me refería, florecilla —mintió con tranquilidad, capturando la boca en un beso sediento de sus caricias.
Se estremecieron al escuchar como la oveja blanca parecía que se estaba ahogando justo en la ventana de la cocina. Elvira podía jurar que la oveja tenía una expresión de espanto.
—Dejadme ir, florecilla. Ahorita regreso a vos.
Elvira hizo un puchero con la boca en lo que sus piernas se paraban, alejándose de Morfeo. El hombre al abrir la puerta se encontró con una mujer, que venía a ser atendida por su humana, dándole oportunidad de hablar con su rebaño. Silbó con los dedos en la mano, atrayendo a las tres ovejas. Lo siguieron hasta estar suficientemente lejos para que los humanos no escucharan platicar, la oveja blanca iba bufando, quería olvidar que estaba en el mundo humano y los animales no hablaban.
—¿Estáis loco? ¿Cómo que te vais a casar con una humana? —reprochó la blanca— ¿Es que os olvidaste lo que pasó con Cupido? Los humanos y los dioses, ¡no pueden estar juntos!
—Me estoy volviendo loca, yo —tartamudeó la café, moviéndose en círculos.
—¿Es que nunca has estado enamorada? —refutó la negra.
—Él es un dios, que ha olvidado sus responsabilidades de monitorear a todo el mundo. No se ha movido de aquí en semanas, si no reportas pronto que te has movido, vais a estar en graves problemas.
—Está delirando, Morfeo. No os la escuches —irrumpió la negra con tranquilidad.
—¡Yo no sé porque tienes a esta inútil aquí! —vociferó con frustración, bajando el volumen de voz.
—Porque yo sí disfruto de la vida.
—Por favor, ya no peléis, por favor.
—¡Basta! —bramó Morfeo con un tono de voz firme—. Por mucho que nos pese darle la razón a la blanca. —Posó sus ojos en la oveja negra—. Tengo que decir que, en realidad, tiene razón. Entonces haremos un corto viaje, que no durará más de tres días por el mundo, relajarnos al Olimpo, y después me caso con mi humana.
—¿¡Qué!?
—Necesito que cuides a mi humana —dijo, dirigiéndose a la negra—. Todavía he visto a ese hombre... Constantino, asechándonos, yo creo que está esperando a tener una oportunidad, pero no lo voy a permitir...
—¿Y cómo suponéis que voy a defenderla de un hombre?
Morfeo al instante chasqueó los dedos, la oveja se había convertido en un desnudo hombre. Sus piernas no contaban con la estabilidad adecuada, por lo que no lograba levantarse del suelo. El peliblanco le tendió la mano.
La oveja negra no le gustaba ese sentimiento, su cuerpo sin mucho vello. Ni siquiera tenía una melena, poseía una piel oscura con una nariz ancha y ojos profundos. Morfeo volvió a tronar los dedos, y prendas de color negro cubrieron su anatomía.
—Dudo que ese estúpido se acerque siquiera a la casa al ver un hombre tan fuerte como vos.
—Sí, mi dios. Verá que no lo defraudaré y protegeré a su humana —aseveró, y un extraño
—No tengo dudas, solo necesito que vos camines así... Como amenazante —ordenó Morfeo.
—Es que vamos a estar en un caos grave. —Resopló la oveja blanca, dejando caer su cabeza hacia al frente— ¿Por qué no me dejaron con otro dios?
—Callaros, ¿no ves que estoy practicando? —inquirió la oveja negra, inflando su pecho, siendo más grande— ¿Cómo es que vosotros caminan en dos piernas?
—Colocando una en frente de la otra y empujando el cuerpo —replicó Morfeo—. Tenemos que irnos, así os voy a presentar con mi florecilla para que os quedes con ella.
Las ovejas y el dios regresaron a la aldea, Morfeo observó por la ventana que Elvira estaba haciendo reír a un niño, su bondad lo había cautivado. La manera en que ofrecía ayuda a todo el mundo sin esperar nada a cambio.
La deidad soltó un suspiro, ideando un plan en su cabeza que fuera lógico para desaparecer de su vida por un breve tiempo. Entró a la casa cuando el niño salió, detrás de él la oveja negra que estaba nerviosa, aun sentía el vibrato de la melodía de un animal en su garganta.
—Hola, florecilla —saludó Morfeo, dando unas zancadas hacia ella, estrechándola con fuerza entre sus brazos.
Era incapaz de mantener sus manos lejos de ella.
—¿Quién es él? —inquirió, soltándose, acercándose al hombre que parecía cohibido, supuso ella que había sido un esclavo.
Detestaba que las personas con exceso de dinero podrían poner en sus manos la vida de alguien más y hacer lo que quisieran.
—Erick, un amigo mío que vine a quedarse aquí por unos días —respondió Morfeo, dándole una sonrisa a su humana—. Elvira, tengo unos pendientes que hacer en otras aldeas, pero os prometo que me vais a tener de regreso muy pronto —añadió con tristeza.
—Hola, Erick ¿Gustaros un poco de la comida que tengo ahí? —ignoró lo último de Morfeo, sintiendo un pinchazo en su corazón, pues ya no veía una vida en la que él ya no fuera parte.
Erick asintió con la cabeza, Elvira se acercó a servir un tazón, dejándola sobre la mesa, aún procesando la información, y aquello lo notó la deidad. Por lo que tomó su mano tirando de ella hacia afuera de la casa.
—Serán pocos días, florecilla —prometió, uniendo su frente con la de ella, acunando su rostro entre sus manos y depositando besos en sus mejillas.
Los ojos de la humana se cristalizaron y mordió el interior de su mejilla, evitando sollozar.
—No lloréis, os suplico. Odio veros así, mi amor. Sois todo mi querer, por favor, florecilla. — Depositó otros besos en sus ojos cerrados, robándole las lágrimas, atrayéndola más hacia él, aprisionándola entre sus brazos, demostrándole que también le era complicado alejarse de ella.
—¿En serio es necesario iros?
—Si os quiero traer un bonito anillo para tu dedo, sí.
—¿Qué has dicho?
—Que os quiero daros el mejor anillo, quería que fuera sorpresa, pero no puedo contenerme si te vais a quedar llorando.
—¿Cuándo os irías? Es que yo no necesito un anillo, yo os necesito a ti. —Su labio inferior tembló
—Ahorita, antes que oscurezca. Veréis que muy pronto vamos a estar de nuevo, yo quiero daros lo mejor, y un anillo de matrimonio que adorne vuestro dedo es la mejor opción.
—¿Os prometéis?
—Sí, florecilla. —Fundió sus labios en un beso de despedida, ella mordió su labio inferior, intentando retenerlo—. Prometo que estaré muy pronto de regreso, y yo nunca.... —alargó la última palabra, invitándola a completarla.
—¿Rompes vuestras promesas?
El Morfeo con heterocromía se sacudió con desesperación, había sido una blasfemia todas las escenas anteriores. La maldita bruja continuaba manteniendo sus labios sellados. El nunca estaría con una mortal, él siempre seguía los consejos de la oveja blanca, ¡y mucho menos se arriesgaría por una humana inmunda!
La bruja movió la nariz, dándole oportunidad a la deidad que hablara.
—¡Esto es una mentira! Yo no me acuerdo nada de eso, además yo no estaría con ella. —Apuntó a Nicoletta que estaba a un lado de él, prestando atención a las escenas que veía— ¡Y menos me acostaría con una humana inmunda!
—¿Y quién te hace creer que yo me acostaría contigo, idiota? —recriminó la pelirroja con indignación, cruzando los brazos sobre el pecho—. Puede que ella sea mi vida pasada, pero ahora soy otra persona.
—¡Bruja, te exijo que me digas lo que tú y el Olimpo tienen entre manos, porque todo esto son mentiras!
—Tu historia con Elvira todavía no ha terminado.
n/a*
holaaaa luuvs, cómo estáaaaaaaaaaan? se han lavado sus manitos y todo bien? ando full de inspirada, aquí seguimos con las actualizaciones constantes, sus bonitos comentarios y todo me hacen muy feliz <3
gracias a little_azul08 por la sugerencia que la oveja negra fuera una persona, me resono así durante estos días y seguí tu consejo, muchas gracias <3
ahora qué es lo ue piensan o qué? los leoo, amo sus teorías.
les agradecería mucho que me siguieran acá, así les comparto más contenido y adelantos, gracias por todo y pues la hope y ustedes nos leemos prontito
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