025 l Fuera de temporada

​​Morfeo brincaba con un pie al ponerse el pantalón de pijama ¿Qué era lo que hacía la realeza ahí? Terminó de colocarse la parte superior para salir a indagar un poco más, en lo que Elvira terminaba de arreglarse. Él abrió la puerta. A los costados había tres caballeros a caballo de cada lado, sujetaban con firmeza la bandera del reino, y al fondo estaba una lujosa carroza de terciopelo color morado.

Se veían tan enormes a comparación de la morada y del espacio... ¿¡Dónde se encontraban las ovejas!? ¿Es que las han aplastado?

El hombre de corta estatura con una postura firme carraspeó su garganta, atrayendo la atención del aldeano, aunque parecía que estaba más ocupado buscando algo:

—Estamos...

—¿¡Dónde están mis ovejas!? —irrumpió la deidad, dejando boquiabierto al anunciante de enfrente.

Las ovejas se movieron detrás de los caballos, sacando la cabeza y Morfeo sintió que por fin pudo respirar con tranquilidad, su postura se relajó, dejando caer los hombros hacia al frente.

—Disculpe, joven. Estamos frente a la realeza, y necesito, aunque seáis un poco, respeto a vuestra reina. —Giró su cabeza hacia atrás, señalando la carroza con la barbilla, abriendo sus ojos cansados.

—Sí, os siento ¿Qué es lo que necesitéis? —preguntó con naturalidad, sin prestarle atención.

La jerarquización de los humanos todavía no le interesaba comprenderla, pero sabía que ella era de las figuras a las que se debían de respetar más, de lo contrario, lo tomaban como un insulto, mas no pensaba en eso cuando no encontró a las ovejas.

—Bueno... En eso estaba, pero vos me interrumpiste —inició otra vez el hombre pequeño, desenroscando el pergamino que llevaba en las manos—. Vuestra reina Afrodisia y el príncipe están aquí en busca de Fausto, necesitan hacer negocios.

La información la estuvo procesando, debido a que ya no se encontraba el humano que estaban buscando, por lo que no supo qué responder. En ese instante, Elvira salió, estaba despeinada, pero tenía una sonrisa contagiosa.

Morfeo no le importaban todos los humanos a su alrededor, así que le pasó los dedos por sus cabellos, intentando arreglar el desastre.

—Hola, ¿en qué os puedo ayudar a vuestra reina? —preguntó con respeto y curiosidad, intercaló la mirada entre el hombre bajo y en Morfeo.

—Estamos buscando a Fausto, ¿dónde puedo encontrarlo? —Enrolló otra vez el pergamino, colocándolo debajo de la axila.

La sonrisa que ella tenía se esfumó al segundo, agachando la mirada con pesadumbre, mordiendo el interior de su mejilla.

—Este... —titubeó, jugando con sus dedos un poco nervioso—. El señor Fausto es mi padre que, por desgracia, falleció hace unas semanas.

El hombrecillo todavía no sabía qué hacer, pues escuchó a los aldeanos informar ese acontecimiento, pero esperaba que no fuese real y solo hubiera existido una confusión.

—Esperadme un segundo. —Levantó el dedo índice en lo que retrocedía unos pasos antes de girar sobre sus pies para ir hacia la carroza, confirmar los hechos.

—Está bien, necesito hablar con ella. Estoy desesperada, y ya he hecho un viaje de medio día. —Asintió la reina, colocando la pequeña corona que llevaba puesta sobre sus mechones rubios.

El anunciante asintió con la cabeza antes de correr a su posición anterior, informando la entrada de su reina. El primer caballero llevaba una trompeta tocó unas cuantas notas en lo que le abrían la puerta a Afrodisia, bajando ella. Su largo vestido estaba siendo arrastrado por el suelo, no espero a que levantaran la cola. Le urgía hablar con la chica, pero debía mantener su elegancia.

Elvira se inclinó hacia su reina, cruzando sus piernas y extendiendo el largo del vestido. Morfeo hizo una mueca con confusión, apretó los labios en un hilo, pues no entendía esa costumbre. El hombrecillo se ofendió, sentía que se iba a desvanecer por lo que corrió detrás de los caballos, algunas colas de ellos se estrellaron en su rostro, nada le iba a impedir su objetivo.

Tomó el cuello de Morfeo por detrás, dando un brinco, obligándolo a hacer la reverencia, ¡que osadía de los aldeanos!

La reina ni siquiera lo había notado, ella solo estaba fija en la que parecía ser hija del curandero que le recomendaron.

—Su majestad —saludó ella, aún con la cabeza inclinada.

—Un placer —saludó la reina, con el mentón.

—¿En qué os puedo ayudar, su majestad? —Elvira recobró su postura, pero nunca la miró directo a los ojos.

Por otra parte, Morfeo estaba a un lado de ella con la mirada firme, parecía que no lograba entender lo que el respeto significaba para los humanos. La reina encarnó una de sus pobladas cejas al ver el atrevimiento de uno de sus aldeanos, aunque no le interesó en lo absoluto, porque tenía otras prioridades.

—Vengo a hablar con Fausto, pero me gustaría hacerlo en privado. —Apuntó la entrada de la casa.

Elvira asintió con la cabeza, moviéndose a un lado, permitiéndole el acceso. Afrodisia examinó cada rincón visible en una rápida mirada. El lugar parecía un poco sucio, y ni siquiera estaba terminado el piso. Al menos, para su fortuna, la sala sí. Tomó asiento en el sofá de paja y al instante se sintió incómoda, estupefacta de que aquella morada le pertenecía al mejor curandero.

—¿Gusta un vaso de agua, su majestad? —ofreció Elvira, después de entrar el pequeño hombre que anunció la llegada.

—No, gracias. Es urgente lo que tenemos que hablar con ustedes —replicó el hombrecillo sin dejar que su reina hablara.

La desesperación inundó el cuerpo de la reina, movía la pierna sin frenesí de un lado a otro.

—Mi hijo está muriendo con dolor y lentamente en la carroza —irrumpió la reina, intentando que las lágrimas no se escurrieran por sus mejillas, pero respiró con profundidad, intentando controlar el dolor que la estaba recorriendo por todo el cuerpo—. Nuestro médico de confianza no ha podido hacer que se mejore, una de mis sirvientas dijo que, de esta aldea, había un curandero que era lo mejor... Por la desesperación, y que el médico dijo que solo era cuestión de días para decir adiós, estoy aquí.

Elvira pasó saliva por su garganta con inconformidad, ella había ido ahí en busca de esperanza, pero se marchó semanas atrás.

—Sí, el curandero era mi padre, Fausto. Por desgracia, falleció hace unas semanas. —Mordió el interior de su mejilla—. Lamento que vuestro viaje haya sido en vano, mi reina.

Afrodisia dejó caer sus hombros hacia al frente, desilusionada. No veía a su hijo en una tumba. No.

—Elvira es hija del curandero, ella conoce cada truco de su padre. Si os interesa, estoy seguro de que a ella le gustaría ver a su hijo, si es que no os molesta —ofreció Morfeo con una actitud radiante, intercambiando miradas en cada una de las personas que estaban en la casa—. Se ha encargado de cuidar a todos los aldeanos con malestares en las últimas semanas —añadió con el pecho inflado de aire, lleno de orgullo.

Afrodisia analizó la situación, todavía en ella albergaba una pequeña posibilidad que su hijo pudiera sobrevivir.

—Vuestro esposo parece estar muy orgulloso de vos... ¿Elvira? —dijo con voz neutra.

—Sí.

Las mejillas de la pelirroja se encendieron al escuchar la palabra esposo ¿Es que acaso lucían como un matrimonio?

—Bajad a mi hijo, tráiganlo para que lo revisen.

Elvira de pronto sintió nerviosismo, había intentado salvar a su padre, y falló en el intento. No fue suficiente para curarlo ¿Qué tal si pasaba lo mismo con el príncipe? ¿Cómo iba a saber ella que esta vez todo iba a ser diferente?

—Todo lo haréis bien, florecilla —consoló Morfeo, dando un paso hasta ella y tomando su mano como apoyo.

Eso era lo único que ella necesitaba para sentirse segura de sí misma. Soltó la mano del hombre, en busca de los libros que su padre una vez escribió en lo que al mismo tiempo estaba realizando preguntas a la reina sobre el estado de su hijo en lo que el resto de las personas lo acomodan en el sillón.

Elvira debía de hacer una fusión de diferentes especies, parecía que tenía todo, menos una rama difícil de conseguir inhaló con profundidad al pensar qué otro ingrediente podría utilizar como sustituto. La reina no le quitaba de encima los ojos, estaba perpleja al verla tener un libro y leerlo, creía que solo pocos tenían ese privilegio.

—¿Qué os pasa, amor? —preguntó Morfeo sobre su oído detrás de ella, observándola con el entrecejo arrugado.

—Es que no tengo esto. —Señaló la imagen del libro—. El último ramo que tenía lo usé en mi papi ¿Podéis ir a buscar algo? Se encuentran en el lago, debajo de un árbol, parecen ramas, pero si veis bien, tiene pocos tonos de color verde.

—Ya está, no me tardo. —Depositó un beso en la sien, antes de salir de casa.

Se sintió abrumado por todos los caballeros a su alrededor, así que silbó con los dos dedos metidos en su boca, llamando a sus tres ovejas. Ellas sin protestar siguieron con obediencia a su pastor.

—Morfeo —inició con preocupación la oveja blanca cuando se adentraron al bosque, asegurándose que ningún mortal estuviera a su alrededor— ¿Qué estáis haciendo? Esto se está saliendo de vuestro control.

—Callaros la boca, ¿no veis que ahorita estamos en una misión? —interrumpió la negra.

—Sí, aquí está. —Morfeo chasqueó los dedos, donde de sus manos apareció un gran ramo de lo que su humana necesitaba—. No quería ir hasta el lago, pero tampoco puedo llegar a la casa tan rápido.

—Se está saliendo todo de control, Morfeo estáis olvidando vuestras responsabilidades como el dios que sois —agregó la café alterada, sin saber a quién ver—. Has estado con Elvira como semanas, olvidaros de quién realmente sois.

—Pero callaros, callaros la boca, como les gusta arruinar a todos aquí ¿No ven que está enamorado? Además, ese hombre asqueroso no se va a rendir tan fácilmente.

—Eso está en contra de las reglas —farfulló la blanca, discutiendo con la oveja negra—. No está bien romper el reglamente, pero ya lo hiciste. Ahora no os excedas. Desaparece de la vida de esa humana lo más pronto posible, regresemos a nuestro reino que las ovejas de acá son un desastre.

—No —informó Morfeo, sin prestarle atención a sus compañeras—. Me gusta estar con Elvira y ninguno de vosotros va a romper con ello.

—Estamos perdidos, perdidos —lloriqueó la oveja blanca.

—Yo no quiero ser parte de eso, mandadme lejos de aquí, por favor —exigió la café con temblor.

—Yo apoyo a Morfeo, Elvira me da frutas, no como el resto de los humanos.

—Los rumores de vuestra ineficiencia ya está corriendo hacia el Olimpo, os aconsejo que debéis de tranquilizarlos al seguir con las responsabilidades, después penséis en el resto —insistió la oveja blanca.

—Quizás, pero por el momento mi florecilla me necesita.

Morfeo giró sobre sus propios talones, caminando en dirección hacia la aldea con las ovejas detrás de él. La negra se burlaba de la blanca, debido a que estaba siguiendo sus consejos, la café se encontraba al borde de una crisis nerviosa y la blanca estaba malhumorada, no sabía porque su deidad siempre seguía a la negra.

Al llegar a la casa de Elvira, ella se encontraba haciendo un revoltijo de emociones. El pequeño niño estaba acostado en el sofá, cubierto de todo el cuerpo, tenía un trapo húmedo en la frente. La reina entablaba una conversación con la curandera, parecía que en cualquier segundo se iba a desmoronar.

Las imágenes de su padre en los últimos días azotaban con fuerza la memoria de Elvira, su corazón se encogía con cada pálpito, su mano temblaba cada vez que aplastaba con una roca la mezcla en lo que tenía una cazuela en el fuego hirviendo agua.

—No estéis asustada, florecilla. Todo va a salir bien. —Morfeo le entregó el ramo, apretando con fuerza los hombros—. No volverá a pasar.

Elvira esbozó una sonrisa sin ganas, tomando pequeños trozos de las ramas, colocándola en la mezcla pastosa y dos ramas en la cazuela. Tomó un poco con las manos en lo que hervía el agua. Se acercó hacia el sofá y le pidió a la reina que le descubriera la parte superior de su ropa. En movimientos circulares, le untó sobre el pecho, dándole explicaciones a la madre.

Al instante, la respiración del infante se volvió regular al respirar la mezcla de su pecho. Los ojos oscuros de la reina destellaron con ilusión, esbozando una sonrisa grande, ni el mejor médico logró aquello en varias visitas, chasqueó los dedos, ordenando que bajen de la carroza los lingotes de oro, dejándolo sobre la mesa.

Elvira no se percató de aquello, pues estaba enfocada en el niño. Ella había estado curando los males de los aldeanos, pero ninguno se encontraba al borde de la muerte. Si el príncipe moría, ella no sería capaz de soportarlo otra vez, se daría cuenta que lo suyo no era ayudar a las personas.

Regresó a la cocina, tomando un vaso para verter un poco de la mezcla para tomar. Se acercó a la reina, y se la entregó para que el niño la bebiera, con dificultad, él se incorporó y débilmente tomó hasta la última gota, volviendo a cerrar los ojos.

—El remedio es un poco lento, hay que seguir estos pasos dos días al día, y debe de tomarse el agua lo más caliente que el niño soporte. Dejadme preparar los ingredientes en una bolsa por dos semanas, pero dentro de dos días, el príncipe debe de tener más energía —explicó Elvira con un titubeo en la voz, terminando de colocar todos los ingredientes.

La servidumbre entró a la casa, llevando al niño otra vez a la carruaje, el conductor le pidió al hombrecillo de anuncios que informará a la reina que entre más pronto emprenden el camino de regreso, tal vez no acamparían. La madre del príncipe se levantó del sofá, preguntó unas dudas antes de agradecer con una sonrisa para ir hacia la carroza.

Su última esperanza era la chica, y en unos días comprobaría su efectividad.

Cuando la casa de la curandera quedó vacía, ella pudo respirar con tranquilidad, sintiendo que se estaba desvaneciendo de la inquietud en la cocina. Morfeo se acercó a su mortal, estrujándola entre sus brazos con fuerza, lleno de orgullo. Elvira dio un pequeño brinco hasta rodear la cadera del dios, así como el cuello con los brazos. Sintió el calor que emanaba de la humana, y era como estar en casa.

Estampó sus labios contra los de ella en un beso ardiente, por la sorpresa que tenía, la pelirroja abrió los ojos, pero los cerró de inmediato al corresponder contra su pasión.

—Nunca me voy a cansar de vos —confesó la deidad, echando la cabeza para atrás, tomando un bocado de aire.

Elvira depositó un corto beso en la frente, con una sonrisa en los labios, es que él la hacía sentir como la mujer más hermosa del mundo.

—Encontraste muy rápido las ramas, pensé por un momento que no las encontraréis, debido a que no es temporada, pero vos sois maravilloso. —Aplastó los cachetes con las palmas de sus manos con regocijo ¿Podéis mostraros dónde las encontraste?

—Por vos, todo. Vamos, pero es que la noche está a punto de llegar ¿No os molesta?

—Con vos, sé que nunca me va a pasar nada malo.

—Antes destruyó el mundo. —Infló sus pulmones de aire.

Las piernas de la humana se deslizaron por las del dios hasta levantarse, acomodó su vestido y tomó la mano de su hombre, tirando de él hacia afuera.

Morfeo estaba en problemas, porque solo había chasqueado los dedos. Ni siquiera sabía que estaban fuera de temporada, pero algo se le ocurriría sobre la marcha. Tenerla cerca, lo hacía un completo inútil.

Los dos emprendieron un camino por el sendero, atravesando el bosque. El atardecer estaba en colores naranjazos y amarillos, tornándose en morados. La humana entrelazó todos los dedos, y con la otra mano, le sujetó el brazo.

Su sonrisa parecía sincera, ya no forzada desde la muerte de su papá.

—Estoy un poco desubicado, florecilla —informó Morfeo, cuando estaba a punto de llegar al lago—. He arrancado todas para entregarte las ramas, creo que ya no hay ¿Queréis regresar a la casa? —balbuceó, deteniendo su andar.

—No, ya estamos acá, tal vez debemos de ver el atardecer en el lago. Por el instante, las ramas no me interesan. Yo quiero pasar un momento romántico con vos.

—¿Queréis pasar un momento romántico conmigo? —Inclinó su cabeza hacia delante, rozando la nariz con la de su humana.

—Ajá.

—Yo también quiero. —Fundió sus labios en los de ella antes de recobrar su camino hacia el lago.

Morfeo buscó una zona donde no estuviera con piedras, y tampoco con tierra, si no algo más pastoso, cerca del árbol. Él recargó su espalda en el tronco, poco a poco fue deslizándose hasta estar sentado en el suelo con las piernas extendidas. Levantó su mano, ofreciéndola para ayudar a su mortal a sentarse en frente de él. La sonrisa en el rostro de ella no se podía borrar con nada.

Elvira se sentó entre las piernas del dios, con la espalda recargada en su pecho, podía sentir los pálpitos irregulares de su hombre, y le daba seguridad. El peliblanco movió el cabello que cubría el cuello de la chica, depositó húmedos besos hasta el oído.

Un escalofrío recorrió la espalda de Elvira, que se puso recta al sentir una erección en la parte inferior, erizando por completo su piel.

—Morfeo —susurró con voz aterciopelada, sonando más como una súplica, dejando caer la cabeza hacia atrás y quedarse sin aire en los pulmones—. Es que alguien puede venir...

—No, nadie nos vera, no vienen a estas horas, ya se está oscureciendo. —Chasqueó sus dedos con seguridad, creando un pequeño campo de invisibilidad debajo del árbol, las personas si es que pasaban, solo verían tierra—. Confía en mí, florecilla. Sois mía, nunca dejaría que alguien os mirase.

Sus palabras firmes la sacudieron, sintiendo un eco en su cabeza, cruzando las piernas, porque se sentía húmeda.

—Soy tuya —aseveró hipnotizada.

Cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo se centraron en el calor de ese dedo que le recorría por encima de la ropa, justo sobre su seno izquierdo. Elvira estaba llena de deseo y dejó escapar un pequeño suspiro que Morfeo logró capturar con su lengua cuando su otra mano tiró de su barbilla, la sintió temblar mientras su mano se metía por el escote de su vestido, acariciándole los senos.

Los pezones se pusieron duros, era una mezcla de sensaciones entre satisfacción y dolor, de un intenso deseo. Elvira se percató de como desabotonaba la bata de enfrente hasta bajársela por los hombros, aprisionando sus brazos, dejándola a su merced. Morfeo acarició la aureola del pezón izquierdo con el pulgar, rodeándolo y haciéndole sentir oleadas de placer. Después, subió las manos hasta sus hombros desnudos, y muy despacio bajó los tirantes de la camisa que cubría toda su parte superior. La humana estiró los brazos hasta que las prendas cayeron.

Morfeo escudriñó la hermosa piel suave y cremosa de la espalda, trazado con la yema de sus dedos, paso por sus costados hasta llegar al frente, acariciando su pecho una vez más, al mismo tiempo que continuaba dejando besos sobre su cuello. La humana guió sus manos justo encima de las del dios, lo primero que sintió fueron algunas venas que resaltan del dorso de las manos.

Estaba tan sumida en el placer que no fue capaz de darse cuenta como su propio cuerpo actuaba de forma inconsciente y quitaba su bata al tiempo que ella se arrodillaba hasta que lo único que la cubrían eran sus bragas.

Con un poco de dificultad se giró hasta quedar frente a frente, observó como los ojos azules del hombre se oscurecían en deseo al mirarla. Elvira se sentía la mujer más sensual, le encantaba la forma en la que la examinaba.

—Te deseo, florecilla ¿Me vais a dejar haceros el amor y que la luna sea nuestro único testigo? Te necesito.

La manera en que se lo pidió fue su perdición. Su hombre era tan fuerte que en ella despertaron nuevas curiosidades, él la había saboreado la noche anterior.

Sin embargo, esa noche, ella quería deleitarse con su sabor.

—Sí.

Esa era la afirmación que él necesitaba. Se adueñó de las caderas de su mortal y tiró de ella hasta que se recostó en el pecho. La pelirroja aspiró con fuerza ese aroma masculino del hombre que desprendía de su cuello. Dio cortos besos en la zona, acariciándolo con la punta de su nariz en lo que sus manos viajaban al borde de su camisa, alzándola hacia arriba, él adoró aquella iniciativa que tomó, levantó los brazos hasta quedarse desnudo en la parte superior.

Morfeo la envolvió entre sus brazos una vez más con Elvira aún de rodillas. Él acercó el rostro hacia delante y lo hundió entre sus pechos, sosteniéndolos con las manos e inhalando la embriagadora fragancia floral de su piel. Sacó la lengua para dibujar la línea en uno de ellos, acariciándolo. Ella gimoteó de placer en lo que la deidad continuaba con su viaje hasta llegar al pezón. Su mortal enredó los dedos en su pelo, gimiendo al sentir como la succionaba. Luego, Morfeo repitió la acción con el otro pecho, con concentración, paseando las manos por todo su cuerpo.

Elvira era tan suave, tan caliente, tan entregada a él. Solo a él.

La pelirroja abrió sus ojos cuando dejó de chupar, inclinándose hacia delante, fundiendo sus labios en un ardiente beso. Depositó castos besos alrededor del cuello, continuando, bajando por el pecho. Él tenía un abdomen marcado, y era un poco áspera, pero era deliciosa.

Empujó sus rodillas hacia atrás, en lo que continuaba bajando por un camino de vellos en la parte inferior del abdomen. Morfeo se quedó sin aliento, gruñendo de placer al leer los ojos verdes de su humana al mirarlo.

Él asintió con la cabeza, perdiendo el control y dándole permiso para su travesía.

Elvira tiró de su pantalón, liberando la erección que le apretaba en los pantalones. Pasó saliva con nerviosismo, algunas preguntas la azotaron con fuerza y su mano se tambaleó. Él pudo notar ese temor de ella, y le regaló una sonrisa que decía más que mil palabras.

Colocó su mano sobre la de ella, acercándola a su pene, envolviéndolo con los dedos, moviendo de arriba- abajo constante. Morfeo echó la cabeza hacia atrás, soltando suspiros de placer, entregándose al calor, a la pasión. Elvira analizaba cada gesto de su hombre, sus ojos cerrados con la boca abierta y algunas gotas de sudor escurrían por su frente.

Tomó todo el valor, acercando su rostro y sacando la lengua, acariciando la punta de su miembro. Él se estremeció, su cuerpo entero estaba rígido por un momento, pero se relajó cuando una mano se deslizó por el abdomen, continuando con su trabajo, introduciendo su carne hambrienta en la cavidad de su boca.

—Elvira —gimió su nombre, enroscando en sus dedos en los mechones cobrizos de su mortal.

Escuchar esa profundidad de su voz la hizo estremecerse, estaba mojada con el hecho de darse cuenta de que ella era la provocación de aquellas sensaciones.

—Deteneros, por favor —imploró en un hilo de voz.

—¿He hecho algo mal? —preguntó con nerviosismo, levantando el mentón.

—No, florecilla. Solo que os deseo vuestro placer. Quiero que me montes, quiero que vos me folles —pidió, con sus ojos más oscuros en lo que sus manos delineaba el contorno de todo su rostro, tirando de ella hacia sí mismo, arrastrando sus rodillas en el suelo.

Sus manos se dirigieron al borde de su braga blanca y con los dedos lo deslizó hacia el suelo, su pulgar acarició los labios de abajo, ella estaba lista para él. Acercó su dedo a la boca y lo lamió, mirándola fijamente a los ojos, curvando sus labios en una sonrisa, viendo como todo el cuerpo de ella se pintaba de rojo.

—Estáis preparada para mí.

Morfeo junto sus piernas en lo que Elvira caminaba hacia delante por encima de su regazo. Las manos del dios continuaban paseándose por el cuerpo de su mortal. Ella condujo el miembro del hombre a su húmeda entrada, lograba sentir el calor que de su cuerpo emanaba, y no soportaba las ganas más.

En las sombras, con la luna como su única fuente de luz, él pudo apreciar cómo las pupilas de su humana se dilataban al introducir la cabeza de su pene en ella. Se obligó a parar ahí, a saborear el momento, su calor, que la atraía cada vez más.

Retrocedió un poco, y luego, otra vez, dejó caerse encima, sintiendo los músculos de ella apretarse contra su erección. No podía seguir controlándose, ni lo deseaba. Toda su piel se sentía humedecida, por lo que sintió la necesidad de sujetarle la cadera y empujarla hasta llegar al fondo. Elvira se sujetó de sus hombros, rodeándole el cuello, sintiéndolo más cerca de ella.

El tiempo desapareció, el mundo a su alrededor no podría hacerle daño. La deidad se entregó al momento, a la pasión. El clímax llegó con velocidad y lo llevó a un lugar en el que reinaba el placer. Las piernas de su pelirroja se apretaron a su alrededor, sus muslos temblaron, escuchó el grito de placer de ambos, unificándose y se precipitó en un abismo.

Su humana dejó caer su rostro sobre su hombro y oyó cómo su respiración iba ralentizándose poco a poco. Su pecho chocaba contra el de él, y podía sentir a la fuerza en la que latía. Era incrédula del placer que su cuerpo lograba alcanzar en brazos de su amado.

Morfeo le acariciaba la espalda, su humana era adictiva. Y deseaba más de ella, tocar cada uno de sus rincones, volver a probarla, ella lo hacía escapar de la realidad de su mundo.

Elvira echó un poco la cabeza para atrás, conectando sus ojos con los de él, esbozando una sonrisa pícara, conociendo una nueva faceta, salvaje de su humana.

—¿Podemos repetirlo? —preguntó con una voz seductora, depositando besos por todo su rostro, en lo que movía sus senos en el pecho de él.

Solo esa pregunta fue suficiente para sentir como una nueva erección volvía a crecer contra el vientre de Elvira.

Sin dudar, él renunciaría a todo solo por ella.

Su encantadora florecilla humana.

n/a*

hola luvvs, cómo andan? anonanadisima toy, porque esta vez tardé menos en escribir la última escena, la otra vez tarde 3 días, y yo de nnms, pa que tanto? ya me gustó, una vez que empiezas no puedes parar JAJAJAJAJ nsc, es broma.

Ya leo sus comentarios del Morfeo actual: 👁👄👁 estoy que me meo de risa 🤭

En fin... perdonen las malas ortografías y modismos y así, cualquier cosa estoy dispuesta a una critica constructiva, y oremos compas, para que pueda volver a actualizar en estos días, porque ya estoy más emocionada cada vez más.

En fin, los invito a que me acompañes en mis redes para más contenido de la historia:

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