023 l Florecilla
Elvira estaba cada vez más preocupada por su padre, continuaba postrado en la cama, y parecía empeorar día a día. Ella había sido quien cuidó de los aldeanos a insistencia de Fausto, ya que lo único que quería hacer era cuidarlo a él.
—¿Cómo estáis, papi? —preguntó la pelirroja con los brazos cruzados sobre su pecho, recargando su hombro en el marco de la puerta.
—Un poco cansado, Elvi —admitió él, con los ojos cerrados.
El corazón de la pelirroja se aceleró por la preocupación, así que dio unas zancadas hasta sentarse al borde de la cama y al tocar la frente de su progenitor, esta estaba hirviendo.
—Papá, dígame qué es lo que debo de hacer, porque nuestros remedios no han funcionado —imploró con desesperación, con su corazón desbocado.
—No lo sé, mi amor, es que tampoco lo... Entiendo —tosió, empuño su mano, cubriendo sus labios—. Estaré bien, os prometo.
Elvira con el corazón destruido asintió con la cabeza, pues no deseaba preocupar más a su padre de lo que ya estaba. Alguien llamó a la entrada un par de veces, así que ella arrastró sus pies hacia allá, al abrir la puerta se encontró con Morfeo, que en sus manos llevaba una pequeña rama de manzanillas.
—Hola —saludó Elvira, agachando la cabeza, y llevando un mechón de su pelo atrás—. Gracias. —Sonrió con debilidad.
A Morfeo no le agradó la idea en la que ella parecía estar desanimada, por lo que dio un paso hacia al frente hasta que sus respiraciones se mezclaron. Él guió su mano hacia el mentón de la humana y la obligó a mirarlo, cuando sus ojos se encontraron, Elvira olvidó sus problemas por un par de segundos.
—También quiero decirte que se me enterró una astilla en la mana —añadió la deidad con naturalidad.
La pelirroja infló sus mejillas, ahogándose en una carcajada.
—No era necesario que te lastimaras para venir a mi casa —dijo entre risas, ya que no la pudo contener.
—¿Qué? —inquirió, pretendiendo estar ofendido— ¿Vos crees que me lastimo para venir?
—La primera vez fue la serpiente, luego el labio, la rodilla, la otra rodilla, el codo. Y ahora es una astilla.
—¿Me estáis acusando de lastimarme para venir a tu casa?
—Un poco, sí.
—Mi única cura es vuestra sonrisa. —Curvó sus labios en una, extendiendo la palma de su mano para que se lograse apreciar una pequeña astilla incrustada— ¿Cómo es que está vuestro padre?
—Mal, parece que cada día empeora y no sé qué pasa. Estoy horrorizada, porque... —tartamudeó con la voz temblorosa, sintiendo como el aire le estaba faltando.
Morfeo dejó caer el ramillo que traía, posó su mano detrás de la nuca de la humana y la atrajo hacia él, cuidando de no enterrarse más la astilla que él mismo colocó. Elvira se acurrucó en contra de su pecho, cerrando los ojos, aspirando el aroma de menta de la deidad.
No pudo evitarlo, y una lágrima se deslizó por la mejilla izquierda. Morfeo sintió su corazón partirse en mil pedazos cuando su camisa blanca se humedece un poco.
Un carraspeo de garganta la hizo estremecerse, así que echó la cabeza hacia atrás, limpiando la lágrima con la ropa de la deidad. Se sorprendió cuando vio a Constantino con las cejas rectas y el ceño fruncido, parecía que en cualquier momento podría asesinar al hombre que la sostenía en sus brazos.
A su futura esposa.
Sintió un revoltijo en el estómago y pasó saliva para poder tranquilizarse.
—Elvira... ¿Cómo siguió vuestro padre? —preguntó, posando sus ojos en el hombre que se alejaba de su mujer.
Aunque aún mantenía el contacto con ella, al cruzar su brazo por la cadera, tirándola hacia él. En cualquier momento Constantino iba a explotar de furia, por lo que no debía de verlos más. Y tenía que apresurar la muerte de Fausto para tomar su pertenencia.
Si por él fuera, apuñalaría al hombre en la cama, pero ¿cómo iba a consolar a la hija si estuviese dentro de la cárcel?
—Pues mal, está en la habitación, por si gustan pasar.
Sin decir ni una palabra más, el hombre calvo se dirigió hacia el cuarto del que era su mejor amigo. Él pronunció Fausto con los dientes apretados, y dejando de empuñar la mano.
—¿Por qué ese hombre está tan apegado a vuestra hija?
Fausto inhaló con profundidad, abrió solo un ojo para ver como Constantino se acercaba a una mesa, a prepararle una fusión para que se sienta mejor.
—¿Por qué estáis diciendo eso? Yo creo que es muy amable, todos estos días se ha lastimado a propósito para que mi hija lo cure —decretó con seguridad, y tosiendo.
—Pues no me gusta, es muy raro, jamás lo vi. Yo no creo que sea alguien para vuestra hija.
—No, difiero Constantino. Creo que Morfeo se está esforzando por atraer la atención de ella. Además, es un chico de su edad ¿Qué más necesito?
—Es que no, él no debe de ser una buena persona. Mi intuición me lo está diciendo —afirmó, revolviendo con el dedo índice el vaso.
—No, no creo. Me ha demostrado otra cosa.
Entretanto, Elvira llevó a la deidad al sofá de paja, sus rodillas se rozaban, pues el dorso de la palma derecha de Morfeo estaba sobre el regazo de la humana que intentaba encontrar la pequeña astilla. Ella acariciaba con un toque sutil por los dedos, buscando una incomodidad, ya que no estaba sintiendo nada.
—¿Esto os duele?
Morfeo sacudió la cabeza como negación.
—Es que no encuentro nada —farfulló con frustración, atrayendo con brusquedad la mano a la altura de los ojos, tal vez con un diferente relieve iba a encontrar algo—. Voy a aplicar un poco más de fuerza, por si os duele.
Morfeo asintió con la cabeza, le causaba ternura en la manera en que se encontraba desesperada por encontrarlo. Así que hizo un extraño ruido, cuando su dedo tocó con un poco más de fuerza la punta de su dedo índice.
—¿Lo encontré? ¡Lo hice! —vociferó con fuerza, extasiada.
Ni una astilla iba a poder más que ella. Así que prestó más atención sobre su dedo, oprimió un poco más, conteniendo la respiración y finalmente logró quitarlo. Al ver el tamaño diminuto, arrugó el entrecejo. Tan pequeño y causaba tantos inconvenientes.
Elvira desinfectó todo el dedo y colocó una pequeña tira de tela que ató. Dejó caer sus hombros hacia al frente con cansancio.
—Quedó —informó con orgullo, curvando sus labios en una media sonrisa.
—No.
—¿Perdón? —inquirió con confusión, sin entender lo que estaba pasando.
—Necesito un beso —aseveró él, con una sonrisa en sus labios.
La pelirroja soltó una carcajada, pues pensaba que lo había lastimado. Aunque al ver como Morfeo acercaba su dedo a sus labios, se dio cuenta que no estaba bromeando.
—Por favor —imploró, haciendo un puchero con sus labios.
La human volvió a reír, aunque accedió al plantarle un breve beso en su dedo índice.
—Ahora sí se siente mejor.
Constantino observando la escena, infló su pecho de furia. Ella no tenía autorizado estar tocando otros hombres, el único cuerpo que iba a tocar era el de él al tenerla debajo y sin rastro de la ropa.
Maldito veneno, él viejo ya debería de estar muerto.
La rabia era quien controlaba su cuerpo, por lo que se giró nuevamente hacia el enfermo, preparando otra taza de fusión que tenía en el cuarto, pero esta vez... Esta vez no contó las gotas que dejó caer.
—¿Cómo es que te sientes, amigo? —preguntó con un timbre tenebroso.
Fausto abrió solo un ojo, sentía como si estuviera cayendo en un profundo sueño, mas siempre lo interrumpen.
—Bien, Constantino. Por el momento os agradecería que me dejaréis descansar.
—Sí, yo solo te despertaba para avisaros que me estoy yendo de vuestra casa. Mañana vengo para ver cómo seguís. Solo te preparé esto, aquí os dejo y cuando estés preparado lo beberás.
—Gracias por ser tan buen amigo.
Constantino asintió con la cabeza sin decir ni una palabra más, apresurado por salir, debido a que debía de preparar un funeral.
—Ya me voy, Elvira. Mañana regreso —informó con voz severa, sin despegar sus ojos del hombre que la estaba acompañando.
Elvira con una línea en los labios asintió con la cabeza, entre menos palabras intercambiaba con aquel hombre, era mejor. El barrigón salió de la casa, azotando la puerta con fuerza, comunicando su furia.
—Ese hombre no me gusta —especuló Morfeo con el semblante serio—. No sé porque viene, pero creo que deberías de tener cuidado.
—Sí, lo sé. Siempre he mantenido una distancia, pero es el mejor amigo de mi papá...
—Si le dices como vos te sentís, vuestro padre lo entendería —cortó de golpe, sonriendo de lado y dirigiendo la palma de su mano a la mejilla de la chica, haciendo pequeños trazos circulares.
—No quiero preocuparlo, tal vez lo haga cuando esté mejor.
—Si te sentís insegura, lo único que tenéis que hacer es... —guardó silencio por un breve segundo, pues no sabía qué decir.
Recordó que las ovejas siempre cargaban con una pequeña bolsa en su mano, por lo que se levantó del sofá, salió de la casa y se detuvo a un lado de la oveja negra, buscando entre las cosas. La humana cruzó por la puerta también, prestando atención a cada uno de los movimientos de la deidad.
—¿Qué estáis haciendo? —inquirió con curiosidad, acercándose con lentitud.
—Solo estoy buscando algo. —Introdujo al fondo su brazo hasta que sacó un pequeño oso que estaba hecho de tela y el relleno era de paja, como ojos era una tela color negro.
—¿Por qué tenéis un osito?
—No es mío, es de las ovejas, pero quiero que os conserváis. —Dio una zancada hasta llegar a ella, entregando el osito viejo y que parecía que se estaba desarmando.
—Gracias, pero ¿No os va a molestar la oveja?
Como si la oveja entendiera todo lo que estaba diciendo, se giró para observar al peliblanco, tenía una mandíbula marcada, pero parecía que en cualquier momento iba a asesinarlo.
—No, no, para nada.
El dios ignoró las advertencias de su fiel compañera y se acercó a la humana, acariciando su mentón y obligándola a conectar sus miradas. Ella sintió un pequeño calorcito cubriendo todas sus mejillas.
—Quiero que cada vez que te sentéis insegura y tengáis miedo, lo abraces, y en menos de tres segundos, ya estaré a vuestro lado —aseguró él, curvando sus labios con una sonrisa.
—¿Y cómo vais a saber que os voy a necesitar?
—No sé, es complicado para explicaros, pero me voy a sentir mejor.
—¿Y cómo sabréis que lo abracé?
—Yo lo sabré, Elvira. Os prometo que siempre voy a estar cada vez que me necesitéis.
Elvira observó con más atención el osito, sonrió con ternura. Él se preocupaba por ella, y por una extraña razón, confiaba en sus palabras.
—Me tengo que ir, Elvira, estoy un poco ocupado, gracias por curarme.
Morfeo se dio la media vuelta sobre sus propios talones, tomó su palo largo de madera, para guiar a sus tres ovejas por el sendero. Aunque sintió un escalofrío por todo su cuerpo.
Elvira lo llamó.
Al volver a girarse hacia ella, se percató que sí lo abrazó con una fuerza extra. Ni tres segundos pasaron cuando él ya estaba a un lado de la pelirroja, acunando su rostro, buscando alguna herida.
—¿Qué es lo que está mal? —preguntó con preocupación, con la respiración entrecortada.
No era posible que, en tan poco tiempo, ella lo necesitara.
—Nada, solo quería probar si funcionaba. Y lo hace —confesó con una voz traviesa, encogiéndose de hombros para evitar la mirada de reproche de la deidad—. Os extrañé.
—No podéis estar preocupándome así, Elvira.
—Sí, tenéis razón. Lo lamento. —Agachó la cabeza cohibida, relamiendo sus labios.
—Está bien, solo hazlo cuando sea necesario. Yo también empezaba a extrañaros. —Se inclinó un poco hacia delante, depositando sus labios en la frente de la humana.
Ella cerró los ojos, disfrutando de cada roce. Sus manos se deslizaron hacia abajo, acariciando su cuello, sintiendo la piel sensible.
—Nos vemos pronto, florecilla.
—¿Por qué florecilla? —inquirió con confusión, arrugando el entrecejo y ladeando un poco la cabeza y apretando el osito contra su pecho.
—Es que siempre que os veo, traéis ramas y flores para vuestros remedios.
Morfeo dio una media vuelta sobre sus talones, caminando por el sendero, lejos de la aldea, guiando a su rebaño. Elvira regresó a la realidad cuando ya no lo vio más. Una señora se acercó a paso lento, hablando en voz alta con dificultad para atraer su atención.
—Elvira, ¿está vuestro padre? Lo que sucede es que me siento mal.
—Por el momento se encuentra indispuesto, pero si gustáis, yo puedo atender. Mi padre me ha enseñado todo —ofreció, entrelazando sus manos al frente con un poco de nerviosismo.
Esos días ella había sido la que atendió a los enfermos de la aldea, al principio se negaron, porque creían que no tenía el conocimiento en su poder, aún sabiendo que nunca se despegaba de su padre, y era quien preparaba todos los remedios. Sin embargo, lo fueron aceptando de poco a poco, debido a que no tenían otra opción, hasta que se dieron cuenta que era casi tan buena curandera como Fausto.
—Sí, por favor. Es que ya no tolero este dolor de cabeza, y he devuelto toda la comida más de una vez, por favor —suplicó con desesperación, acariciando su abdomen, ya que, de alguna manera, le aliviaba el dolor.
La pelirroja hizo un par de preguntas sobre los síntomas analizando la situación en lo que caminaban en par de regreso a su casa. Elvira revisó todos sus signos vitales antes de preparar un remedio con claras indicaciones de lo que debía de hacer. Asimismo, preparó la primera dosis, para que la mujer aprendiera la forma correcta.
La aldeana le pagó con tres manzanas, ella haría un postre delicioso para su padre. Se lo merecía, seguro estaría ya desesperado por levantarse de esa cama, debido a que desde que tiene memoria, siempre estuvo repleto de energía.
En lo que iba a la cocina, a picar las manzanas en pequeños trozos, los aldeanos no dejaban de llegar con sus malestares, que al final, ella terminó de atender. El sol se estaba ocultando, el ambiente se sentía un tanto gélido, por lo que optó ir a la habitación para ver cómo seguía.
—Papi —susurró, sentándose en la cama.
Ella tocó la mano de su padre, dándose cuenta de que también estaba fría, con preocupación, lo sacudió, esperando a que reaccionara. Su corazón empezó a latir, y las palmas de sus manos sudaban.
—Papi, papi, papi —repitió una y otra vez, pero no reaccionaba, hasta que empezó a sollozar con dolor.
—Mi hermosa niña, ¿por qué estáis llorando? —Fausto susurró, regalándole a su hija una débil sonrisa.
—Papi, tengo miedo —lloriqueó más fuerte, echándose a la cama, recargando su cabeza en el pecho de su padre, sus piernas colgaban, y lo estrujaba con fuerza, era como si ella creyera que con eso iba a evitar una muerte inminente.
—Pero ¿por qué, mi amor? Yo estoy bien —mintió, inhalando con profundidad.
Elvira sabía que su padre no decía la verdad, por lo que su última frase no le causaba tranquilidad.
—Ya levantaros de la cama, no me gusta veros aquí, por favor.
—Voy a estar bien, Elvira.
—¿Y si no? No os veo mejora, papá.
—Yo siempre estaré contigo, os prometo. Pase lo que pase, siempre os cuidaré, porque te amo.
—Papá, no me digáis eso, que siento que te estás despidiendo de mí, y lo odio —hipó con los ojos hinchados por estar aguantando las lágrimas, aunque estas terminan por deslizarse en sus mejillas.
—Estoy exhausto de la vida, solo necesito un poco de tiempo.
—No podéis dejarme sola en el mundo, os prohíbo, quedaros aquí o llevadme contigo a donde sea que vayas—puso un ultimátum con desesperanza, sintiendo punzadas en su cabeza.
—Es que no os he dicho nada, mi amor. Verás que por la mañana estaré bien, ahora traedme un trozo de tarta de manzana, que puedo olerlo desde aquí. —Aspiró con fuerza, y volvió a regalarle una sonrisa a su hija—. Te amo mi niña.
—Yo a ti, papi ¿Prometéis que mañana estaréis mejor?
—Os lo prometo.
Fausto mintió, porque sus ojos no se abrieron al día siguiente, y su corazón dejó de latir.
—Papi, papi. —Sacudía Elvira con desesperación, intentando despertarlo—. Papi, por favor —suplicaba con la voz destrozada, sintiendo el descenso de la temperatura del cuerpo que estaba en la cama.
Estalló en un mar de lágrimas, recargando su cabeza en el pecho de su padre, pero este seguía inmóvil. Gritó con desesperación, y apretando las sábanas con fuerza. Escuchó cómo su corazón se rompía de poco a poco, y por más que intentaba contener los gritos, estos se escuchaban con más vigor por toda la aldea.
—¿Qué os pasa, Elvira? —preguntó Constantino entrando a la habitación con un timbre de voz oscuro.
Elvira se estremeció, aún con el rostro pegado al pecho del cuerpo de su padre, porque solo eso era en ese momento. Ella decidió mantenerse ahí, no quería ni siquiera responderle al asqueroso hombre que estaba detrás y prendía estar triste.
—No me digáis que... —Cubrió su boca con las dos manos perplejo, aunque en el interior estaba festejando.
Eso era lo que él debió de hacer desde un principio, se hubiera ahorrado todos esos malditos días en la que el idiota estaba acortejando a su futura esposa. Y el estúpido de Fausto parecía estar satisfecho con él.
—Amigo —lloriqueó, arrodillándose a un lado y rodeando los hombros de la mujer, consolándola—. Ha sido una pérdida tan repentina, lo siento tanto. Déjame ir para preparar todo su funeral.
La realidad era que no lo escuchaba, ella estaba sumida en los recuerdos que compartía con su padre, empapando la camisa de lágrimas.
Desconoce el tiempo que transcurrió hasta que regresó Constantino con varias personas de la aldea, no tenía ni idea cuántas eran ni qué papel desempeñaban, solo quería que su padre abriera los ojos y le diera los buenos días, que todo esto era una mala broma.
—Elvira, mi amor. Tenemos que llevarnos el cuerpo —informó una voz, a ella le pareció ser la de Constantino.
La pelirroja sintió dos manos sobre sus hombros, tirando de ella. Volvió a gritar a todo pulmón, sacudiéndose e intentando aferrarse a su papá.
Es que pronto iba a despertar.
—¡No, no, no! No entendéis, ¡Papi, despertaros y decidles que estáis bien! —exigió con la visión nublada por las lágrimas.
Constantino se agachó, cruzando su gordo brazo por encima del abdomen de la desconsolada hija que acaba de perder a su padre y la atrajo hacia él, retirándola de Fausto, dando órdenes al resto de las personas que estaban en la habitación para llevarse al cuerpo y dejarlo en una caja de madera, para enterrarlo.
—No, no ¡No! —negaba con desesperación, rasguñando con las uñas las manos del hombre para que la soltara y así poder evitar que se lleven a su padre lejos.
Constantino quería ahorcar a la pequeña pelirroja por el daño que le causó, el dorso de la mano se cortó y un poco de sangre se deslizaba. Deseaba estampar con fuerza su mano sobre la suave piel de la chica, tal vez aprendería un poco de respeto, pero si lo hiciera en ese momento no iba a aceptar casarse con él, por lo que prefirió salir a organizar los detalles.
Entre más pronto se despedía de su padre, más rápido sería su esposa.
Elvira se recargó en la cama, buscando la almohada de su padre, aspirando su aroma, abrazando sus rodillas con fuerza. Las lágrimas no dejaban de caer.
Ella estaba rota.
Perdió la noción del tiempo que no se percató cuando Constantino ingresó a su casa otra vez, pronunciando su nombre con sutileza. La devoraba con la mirada, es que verla en la bata para dormir la hacía ver exquisita, y...
—Tenemos que ir, Elvira. Yo os voy a estar a tu lado todo el tiempo que necesitéis —murmuró el hombre, tratando de ignorar esa hambre voraz que tenía de ella —. Os voy a dejar unos minutos sola para que os preparéis, y regreso. No creo que sea buena idea dejaros sola.
Elvira no prestaba atención, sólo imploraba que ese mal rato fuera una pesadilla y al despertar su padre iba a preparar su almuerzo favorito, es que no le encontraba sentido que él muriera.
¿Los remedios que ella le dio no eran buenos?
¿Y si ella fue la culpable de su muerte?
¡Es que ella asesinó a su padre! No servía para lo que su padre durante tanto tiempo la entrenó, y él se llevó la peor parte.
Se limpió las lágrimas con la manga de su bata café, levantándose de la cama. Las rodillas le temblaban por la conmoción, y se acercó al cajón del suelo, donde guardaba su ropa. Buscó el más oscuro, se desabotonó su bata y dejarla caer al piso.
Se sintió expuesta, por lo que no le tomó mucho tiempo para que se vistiera otra vez. Pasó sus dedos por la larga melena de su cabello, posando sus ojos sobre la cama de su padre.
No creía que fuera capaz de volver a dormir en esa habitación ¿Cómo se supone que lo iba a hacer si Fausto ya no estaba?
—Hola, hermosa. Vamos al cementerio. Toda la aldea ha participado para darle una digna despedida, como lo que se merece —informó Constantino, rodeando el cuerpo de la chica y acariciando el brazo.
Elvira sin pronunciar ni una palabra, porque su voz se quebraría, asintió con la cabeza y caminaron los dos juntos a la salida. Iniciaron el recorrido hasta llegar al cementerio de la aldea, había muchas personas alrededor de un hueco que hicieron, a un lado estaba la caja de madera con Fausto en el interior. La mujer cruzó sus brazos sobre el pecho, incapaz de sostener la mirada con cualquiera, ya que sabía que se iba a ahogar entre lágrimas.
El impostor dijo unas palabras vacías para el hombre que acaba de fallecer. Todos a su alrededor estaban llorando en silencio ante las conmovedoras oraciones de Constantino.
Una señora le ofreció una servilleta para Elvira quien la tomó y limpió sus lágrimas. Mordió su labio inferior cuando unos hombres movieron la lápida de madera hacia el hoyo y colocaron tierra encima, asegurándose de poner el cordón con la campana.
Todo fue tan repentino, nadie se esperaba la muerte de Fausto, pues siempre había sido un hombre muy energético.
Alguien soltó una cruz de madera encima, pues no habían hecho una lápida. Luego de ofrecer las condolencias a la hija del fallecido, se iban marchando para retomar sus actividades diarias. Aunque ella solo dejó caer sus rodillas al frente, acariciando la tierra húmeda del suelo.
—Vos prometiste que ibas a despertar mejor, papi. Me mentiste —musitaba, absorbiendo los mocos que estaban escurriendo de su nariz.
El sol estaba tórrido ese día, y calentaba su espalda, pero eso no la hacía sentir mejor. Luego de un rato, se acercaron unos niños a dejar unas flores a un lado sin decir ni una palabra, pues era entendible que la pelirroja no quisiera gesticular ni una sílaba.
La noche cayó, ella no había comido desde que se levantó, tampoco es que le apeteciera algo. Aunque el barrigón se hincó a un lado, intentando hacer que su timbre de voz fuera dulce.
—Elvira, debes de ir a vuestra casa a descansar un rato, has estado todo el día aquí.
—Solo un rato más, no me quiero alejar de mi papá.
—Pero, estoy seguro de que él odiaría que estuvieras así, por lo que creo que deberéis de descansar un rato en la casa, tal vez mañana puedes venir para acá. —La sujetó del codo, ayudándola a levantarse.
Elvira se enredó con las propias telas de su vestido, por lo que se aferró al brazo gordo del hombre en un intento de recobrar la compostura.
—No os puedo dejar sola, Elvira. Dejadme acompañaros hasta tu casa.
Elvira no quería ni deseaba decir una palabra, así que solo arrastraba sus pies uno delante de otro con la mirada fija en el suelo, sin darse cuenta como el hombre la acariciaba de manera inapropiada, intentando estrecharla contra sí misma.
Era como un lobo feroz que estaba a punto de cazar su almuerzo.
Cuando llegaron a la casa de Elvira, agarróó asiento en la mesa, había un gran plato de arroz. Constantino dijo algo que ella no alcanzó a escuchar, ya que solo oyó cómo cerraba la puerta. Tomó la cuchara y solo picoteaba desganada la comida, no pudo evitarlo y alzó la mirada hacia el cuarto de su papá, y sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas.
—¿Por qué me dejaste? —sollozó con las lágrimas deslizándose por sus mejillas, la culpa la invadía por completo.
Era incapaz de adentrarse a su cuarto, ni para tomar una almohada y una cobija para colocarla en el sofá. Tal vez una siesta iba a ser la mejor opción por el momento. Empujó el plato con la mano, lejos de ella y solo sorbió un pequeño trago del agua que tenía.
Limpió sus ojos con sus muñecas antes de levantarse, se adentró al cuarto, para sacar las sábanas, pero se sentía pisoteada cada segundo que transcurría. Con rapidez y torpeza agarró la sábana que utilizaba para hacer una improvisada cama en la sala, atando en un clavo la tela. Dejó caer todo en el sofá, separando la base de la hamaca para colgarla. Arrastró una silla para subirse y la ató de un lado.
Se estremeció al sentir como dos manos le rodeaban la cintura, ella se removió intentando zafarse.
—Te podéis caer, no es molestia ayudaros —habló con una voz ronca que obligó a Elvira pasar saliva.
—Gracias, pero ya terminé —replicó con tambaleo en su voz, bajándose de la silla para que la soltara —. Si gusta atar del otro lado...
Constantino finalmente la liberó para hacer lo que le pidió, carraspeó su garganta, buscando la mejor opción para iniciar una conversación, con su propuesta.
—Elvira, yo siento mucho la situación con vuestro padre, yo también lo quise mucho, fue un gran amigo para mí. Lo que me preocupa ahora, sois vos.
—¿Yo? Yo voy a estar bien...
—Lo sé. —Se giró sobre sus propios talones, acercándose hacia la chica hasta estar frente a frente, él era un poco más bajo que ella, pero inflaba su pecho para atraer más su atención—. A lo que me refiero es que... Sois una mujer sin ni un hombre la protege, y eso puede ser muy... tentador, para cualquier hombre... —Con sus ojos, detalló cada parte de su cuerpo.
—Ahorita no quiero pensar en eso... —Retrocedió un paso, mordiendo el interior de su mejilla—. Estoy abrumada con otras situaciones.
—Pero, Elvira, yo... Estoy dispuesto a protegerte, te propongo que seáis mi esposa. —Dio un paso al frente, tomando la cintura de la chica, atrayéndola hacia sí.
Ella cortó la cercanía, colocando sus dos manos sobre su pecho, empujándose hacia atrás.
—Constantino, soltadme, por favor.
—Sois tan hermosa. —Inclinó su rostro hacia su cuello, intentando depositar un beso.
Aunque Elvira reaccionó rápido, levantó su pierna hacia la ingle del hombre asqueroso, debilitando y dándole la oportunidad de soltarse. Ella con la mente bloqueada, buscó una respuesta, sin embargo, le dio un momento paa recobrarse el rufián.
Su sonrisa era horrorosa y te erizaba la piel por completo.
—Elvira, seréis a ser mía —decretó seguro de sus propias palabras—. Vos decidáis si por las buenas o por las malas.
—No, estáis mal, tal vez la muerte de mi papá te impactó, pero estáis hablando cosas sin sentido. —Siguió dando pasos en reversa hasta que sus muslos tocaron el sofá, obligándola a sentarse—. A mi padre no le hubiera gustado esto... —Pasó saliva en su garganta, y el volumen de su voz bajaba.
—Vuestro padre ya no está aquí.
Constantino se acercaba lentamente, el corazón de Elvira latía cada vez más rápido, por lo que buscó algo con que defenderse, y lo único que tomó fue el osito que le regaló Morfeo, lo estrujó contra su pecho, intentando ocultarse detrás de él.
—¿Creéis que un estúpido animal puede detenerme?
—No, pero yo sí. —Morfeo empujó con fuerza la puerta con ayuda de su pierna, su piel pálida estaba ligeramente rojiza—. Maldito cagalindes, ven a enfrentarme a mí. —Dio zancadas largas hasta al hombre gordo, sujetando el cuello de su camisa, levantándolo en el aire con una sola mano.
La otra mano se estampó en el rostro del hombre, golpeando su nariz que inmediatamente un hilo de sangre escurría. El gordo lo miró con odio, limpiándose y sacudiéndose para que lo bajara.
—Vos estabas aprovechando de una mujer, venid conmigo si muy hombre decís que sois, vamos —rugió, sus fosas nasales se extendían de poco a poco, volviendo a estrellar su puño en el rostro de la persona su visión se estaba nublando de furia.
Lo estampó contra el muro, volviéndo a golpearlo una y otra vez en las costillas. Constantino dejó de contar los golpes, ni siquiera fue capaz de frenarlo. Su labio inferior estaba partido y su cabeza se estampaba contra la pared. Elvira vio sus ojos blancos, y abrazó a Morfeo por la espalda, para que lo soltara, porque si no iba a morir.
Y Morfeo no debía ensuciar sus manos por una persona que no lo merecía.
—Por favor —susurró, respirando irregularmente.
Las manos de Morfeo se detuvieron en seco y la furia dejó de nublarlo. Pasó saliva por su garganta, soltando el aire que había estado conteniendo. Elvira se alejó de él, oportunidad que aprovechó para sacar la basura.
—Y os vuelvo a ver cerca de ella, y te mato —advirtió, observando como el hombre se tropezaba al intentar de escapar de la deidad, pues se encontraba débil.
Morfeo cerró la puerta antes de volver hacia la pelirroja, buscando rastro de una herida. La luz de la luna era muy poca para alumbrar el lugar. Él buscó una vela para tener una luz
—Estoy bien, os prometo —susurró ella, al ver como Morfeo examinaba cada centímetro de su piel—. Pero, vos estáis herido. —Tomó su mano, viendo los nudillos que estaban rojos y lastimados.
—Eso no me importa, me importas vos, florecilla. Siento mucho no haber llegado antes.
El peliblanco tiró de ella, estrechándola con fuerza, tal vez hubiera llegado antes, se sentía culpable de no estar con Elvira, y no entendía lo que estaba sucediendo, pero tampoco preguntaría, pues se lo diría en el momento adecuado.
—Llegaste, y eso es lo importante, gracias.
—Siempre estaré para vos, florecilla —prometió con voz dulce, acercando sus labios hacia la frente, depositando un casto beso—. Prometo que no dejaré que nadie os haga daño.
—Las promesas no se cumplen. —Suspiró, lamiendo su labio inferior con tristeza—. Mi papá en la noche me dijo que se iba a levantar de la cama, y no lo hizo —sollozó, recargando su cabeza en el pecho del peliblanco.
Él le acarició la espalda en círculos, pegó su mejilla en la nuca de la chica, intentando calmarla.
—Pero yo siempre cumplo mis promesas, florecilla.
*h/a
holaaaaa luvss, cómo estaaaaaaaaan? espero que muy bien y que se hayan lavado las manitas, yo ando super, ya vieron la bonita portada que tenemossssss???? apoco no esta super coool? y el banner, e.e todos los creditos a la personita amable que lo realizó Aughostn aplausos para ella, mira ahí salen nuestras ovejas, mi fav es la negra
ella hace comisiones, por si gustan, hace trabajos re bellos, por si quieren ir a chismosear.
en fiiiiin, qué piensan? que sienten? teorías? ay no, pobre morra, me le mataron al papa y saber que las mujeres en ese tiempo eramos más consideradas como posición, y a dia de hoy, todavía seguimos buscando nuestros derechos, y no.
recuerden para adelantos y más contenido, pueden seguirme en:
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