020 I Solo un humano
Ese día el sol salió por la ventana que estaba en la cocina, Nicoletta había despertado de un humor excelente y no conocía las razones. Para su fortuna, el primer maestro de la mañana cancelaron la clase, debido a que su esposa estaba dando a luz su tercer bebé, y como era su deber, él debía de estar sosteniendo su mano en la sala de parto.
Ella estaba despeinada con un moño en la parte más alta de su cabeza, con algunos mechones por todo su rostro. Tenía un antojo de preparar unos huevos revueltos, pero era un desastre en la cocina, era como si fueran enemigos mortales, aunque eso no era lo que estaba pensando en ese momento, ya que tenía decisión a almorzar exquisito.
Encendió la música a todo volumen, escuchando a uno de sus artistas favoritos a mientras abría los muebles de la alacena en busca de un sartén, meneando la cadera de un lado al compás de la melodía.
Todo aquel alboroto perturbó los sueños de la deidad, quien abrió sus ojos de golpe con irritación. Estúpida humana inmunda, ¿era necesario hacer tanto ruido?
Pateó las sábanas de su cuerpo con coraje, levantándose de la cama, con ganas de hacer una tercera guerra mundial. Al empujar la puerta se quedó quieto por completo, observando como la humana tenía un montón de ingredientes en la mesa a un lado de la estufa. Recargó todo el peso en el marco de la con los brazos cruzados sobre el pecho.
Nicoletta no se había percatado de la presencia del dios, por lo que cantó a todo pulmón el verso, no afinaba en lo completo, al contrario, parecía que se estaba ahogando. En su mente lo impactó la imagen de ella el día anterior , así que l ofreció su chaqueta para protegerse del frío.
Y sin darse cuenta, él había curvo sus labios en una sonrisa sin mostrar los dientes por unos instantes.
—Qué bueno que estudias medicina, porque serías un fracaso como cantante —comentó sin avisar, tomando a la humana por sorpresa.
Nicoletta dio un pequeño brinco, moviéndose abruptamente y rociando un puño extra de sal, soltando un grito desgarrador, viendo como todo su omelette podría quedar salado. Ella giró su cabeza, con el entrecejo arrugado y mordiendo su labio inferior.
—No me va a quedar, por tu culpa —masculló, rechinando los dientes y bajando el volumen de la canción—. Yo ya me estaba viendo con un delicioso desayuno y lo arruinaste.
A Morfeo le invadió la curiosidad, por lo que dio unos pasos hacia el frente hasta llegar justo detrás de ella, inclinando el cuello hasta ver el contenido del sartén. Por error, pegó su pecho con la espalda y respiraba cerca del oído de la pelirroja.
—Morfeo... —mencionó en un susurro, sintiendo como se erizaba un poco su piel— ¡Me estás asfixiando! —clamó con estrés, levantando la espátula, como manera de defensa.
El peliblanco retrocedió un paso y soltó todo el aire contenido en sus pulmones. Su estómago rugió, pidiendo comida.
—Te vas a comer este salado, para que se te quite por asustarme —informó con seguridad.
—¿Y es que no le puedes quitar la sal con una cuchara? —preguntó Morfeo con indignación.
—No, ya lo revolví —aseveró, tomando un pequeño traste que llevaba otras verduras, aunque le parecía extraño que Morfeo estuviese despierto tan temprano.
El peliblanco rodó los ojos, tal vez lo salado era sinónimo de algo delicioso. Nicoletta terminó de cocinar, colocando la comida en un recipiente y pidiéndole a la deidad que lo recoja en lo que ella preparaba otro. Él tomó asiento justo enfrente del plato, recargado sus brazos sobre la mesa, debatiendo en la mente si debía o no esperar a la humana, aunque se preguntó:
¿Por qué estaba pensando en ella en sus planes?
Todo sería más fácil si él siguiera siendo el dios griego.
La humana terminó de preparar su desayuno, y torció los labios en una mueca al notar que Morfeo estaba quieto como una estatua. Chasqueó sus dedos en frente, sacándolo del trance.
—¿Por qué no estás comiendo?
Morfeo no replicó, solo agarró el cuchillo con una mano y la otra un tenedor, cortando un pedazo del omelette. Se lo llevó a los labios e hizo una mueca, apretando los ojos con fuerza y arrugando su respingada nariz. Ese platillo estaba demasiado salado, no era algo que su paladar toleraba.
—Eso fue tu culpa, porque si no me hubieras asustado, no se me hubiera caído la sal —contestó, encogiéndose de hombros y restarle importancia.
—Hazme otro, humana —ordenó con voz grave.
—Me llamo Nicoletta; no humana. No sé cuántas veces te lo tengo que repetir.
—Bueno, hazme otro.
—Ahí está la cocina, puedes levantarte y prepararlo por ti mismo. —Indicó detrás de ella con el tenedor, y limpiándose la comisura de los labios con una servilleta del rollo que estaba en el centro.
—Pero, no sé hacerlo. —Su labio inferior tembló con sutilidad, tal vez podría lucir un poco adorable con el cabello alborotado y cubriendo una parte de su frente.
—Solo debes de poner un poco de aceite en la sartén, meter todos los ingredientes que gustes, y antes de ponerle el huevo, debes de batirlo con un tenedor —explicó mientras se metía otro bocado.
—¿Quieres que me muera de hambre? —Abrió su boca en forma de círculo, achicando los ojos.
—No, eso lo vas a decir tú.
—¿Puedes prepararme otro, por favor Nicoletta? —Mordió el interior de su mejilla al pronunciar aquellas palabras, intentó verse amable, aunque parecía más antipático.
La pelirroja miró la pantalla de su celular, dándose cuenta de que ya casi debería de estar saliendo del apartamento para la universidad, aunque tampoco quería ignorar el hecho que él lo estaba intentando.
—¿Qué te parece esto? —Inhaló aire por su nariz—. Te doy la mitad del mío, es que ya me debo de ir y sigo en pijamas.
Morfeo asintió con la cabeza, aunque fue él quien buscó otro plato para poner la porción que le iban a compartir. Cuando un pequeño bocado rozó sus labios, sintió una explosión de sabores. No era tan mala cocinera como ella creía, pero no lo iba a admitir en voz alta.
Nicoletta le pidió de favor que levantará todos los platos, el alimento que había dejado fuera y que lavará todos los platos antes de dirigirse hacia su cuarto. Tomó una muda de ropa y se acercó al baño.
No le tomó mucho tiempo para que la pelirroja estuviera lista, ocultó un poco con corrector lo profundo de sus ojeras antes de irse, cepilló su cabello e hizo el partido por en medio, tratando de crear un más volumen. Al salir, agarró su mochila, corriendo hacia la salida.
—¡Adiós! —vociferó antes de azotar la puerta.
Morfeo terminó de comer, visualizó el plato vacío enfrente de él, siendo honestos no quería realizar las tareas que la humana le había encargado, porque eso sería acotar las órdenes de ella.
Y él era un dios, era una completa abominación.
Por lo que optó dejar la cocina como estaba, decidido ir a la habitación para descansar un poco más antes de ir a su horrible trabajo, donde los mortales no conocían la definición del espacio personal, debido a que todo el tiempo ellos quieren estar tocando su abdomen marcado, si él tan solo pudiera, les cortaría las manos sin parpadear.
El reloj marcó la hora en la que debería de ir, Gabrielle era una mujer accesible en cuanto a sus deseos, ya que él se ponía su propio horario. Al menos una humana sabía lo que le convenía y tenía un respeto hacia él. También había aprendido que en la mañana las tiendas no estaban abiertas, sin embargo, en la tarde había pocas, hasta el anochecer era donde se veían más multitud.
Por lo que preferiría ir temprano y tratar de evitarse con la gente. Suponía que todos debían de estar en las escuelas, debido a que las personas que iban tras él como un cazador tras su presa eran de esa edad, con algunas excepciones y con humanos que parecía que su tiempo estaban por caer.
Todos sus pensamientos se esfumaron al dar un paso al centro comercial. Una música tranquila fue lo primero que escuchó, como era de esperarse el lugar estaba vacío. Sin ánimo caminó hacia la tienda en la que trabajaba, Gabrielle se encontraba en la entrada y cuando sus miradas se cruzaron, ella esbozó una sonrisa encantadora.
—¿Cómo estás, Mor? —abrevió su nombre, aunque ella creía que era un hombre artístico.
—No te he dado permiso de llamarme con un apodo —respondió, arrugando su nariz.
—Sí, perdón.
La actitud partidaria de la jefa era algo que había dejado a todo el personal vacilante, porque ella no era tolerante de las faltas de respeto, podrían notar como su ojo derecho temblaba un poco, ya que e estaba ahorrando todas las palabras que estaban cruzando por su cabeza en ese instante. Ya no lo hubiera recibido, pero a la tienda le regalaron un bono por ser la más alta en ventas la semana pasada, casi agotando el stock.
Incluso le ofrecieron un puesto más alto en otra ciudad, y para ganarlo, debía de mantener así las ventas o mejorarla. Y aunque fue su idea, tal vez no lo hubiera logrado si por ese ser despreciable no estuviera ahí.
—Te he dejado la ropa en el baño, esta vez vas a usar nuestro nuevo pantalón de la temporada. Es azul con bolitas, el propósito de nuestra tienda es ayudar a romper estereotipos de cómo es que debe de lucir un hombre —declaró con emoción.
Aunque Morfeo ya no la escuchó después de las primeras tres palabras, por lo que la dejó con la boca abierta mientras él se dirigía hacia la parte de atrás para el acceso a los empleados. Cruzó por la puerta del cuarto, y se encontró con un miembro comiendo, solo le regaló una mirada, pero rápido regresó a prestarle atención a su celular,
Eso era lo que él deseaba, que no le hablaran. Ingresó al baño, encontrándose con la ropa que la jefa le había dado. Desde su perspectiva, todo lucía ridículo, mas su opinión era lo de menos, solo quería el dinero.
El único motivo que mueve al mundo es el dinero, y él podía jugar también.
En la parte superior estaba un saco del mismo color, suponía que debía de continuar exhibiéndose con la finalidad de atraer clientes. Acomodó su melena hacia atrás, su cabello era un poco corto. Volvió a lavar su cara antes de salir.
Como era de esperarse, la multitud no tardó mucho luego que la cajera empezará a compartir en el perfil de el local que su modelo ya estaba en la tienda, aunque muchos comentarios eran de preguntas si él podía moverse a otra sucursal, porque no tenían oportunidad de ir hasta allá o si contratan a otro modelo para los otros locales.
Morfeo parecía querer asesinar a todo humano que se acercaba a él e intentaban abrazarlo. Gabrielle no lograba entender el motivo que enloquecen si él los trataba con desprecio, aunque para ser sincera, eso era parte de su encanto.
—¿Ya estás hastiado? —preguntó fanfarrón la parca, a un lado del chico que estaba verificando las compras de la línea.
Morfeo rodó los ojos al mismo tiempo que pasaba un chico a su lado.
—Me he vuelto un fan de ti, me encanta por completo. Hasta te he editado varios vídeos, por si los quieres... —balbuceó al sentirse intimidado ante la frívola mirada de él, comprobando que todo lo que se había dicho de él era cierto, y le encantaba.
Se fue de la tienda, regocijándose y sin dejar de mirar la pantalla.
—Ya me fastidié, ya me voy a ir —avisó hacia el staff, chasqueando los dedos.
Él avisó al resto de la fila que ya se había agotado el tiempo, si gustaban por su foto podían asistir al día siguiente con su ticket de hoy. En eso Morfeo se fue hacia la parte trasera para cambiarse en el baño.
—¿Por qué me estás persiguiendo? —preguntó, girando un poco la cabeza y comprobando que la parca estaba siguiendo sus pasos.
—Es que me parece raro, porque parece que el día de hoy las personas no quieren morir y en realidad no tengo que estar recolectando las almas —refutó, doblando un poco las rodillas y extendiendo los brazos, como si estuviera a punto de abrazar a alguien.
En ese momento una alarma sonó estruendosamente, pues le había llegado trabajo, y la carpeta del desafortunado estaba en su saco.
—Hasta parece que me has mandado trabajo, que me tengo que ir —dijo, sosteniendo la carpeta con sus manos y la abría poco a poco—. Vaya, vaya sorpresa —confirmó con estupor y lleno de misterio.
—¿Qué?
—Es hora de recoger a alguien que tu conoces —replicó con diversión, mirándolo por el rabillo del ojo.
—¿Qué?
—Pues lo que escuchaste —repitió con obviedad.
—¿A quién?
—A Nicoletta Russo —culminó, dibujando en su rostro una sonrisa maquiavélica.
—¿Qué dices? ¡Estás imbécil!
Morfeo dio un paso hacia la parca en un intento de arrebatarle la carpeta amarilla, quizás solo estaba haciendo una broma, de muy mal gusto. Pero, el pelinegro parecía tener más agilidad, ya que inclinó su espalda hacia atrás, con los mechones de su cabello casi rozando el suelo, denotando sus habilidades, algo que por el momento no podría igual.
—Tu no tienes permitido leer esto, no —decretó la parca, recobrando su postura y segura de sus palabras—. Es algo en lo que yo no estoy dispuesto a romper.
—Pero, la otra vez me dejaste verlo —reprochó la deidad, queriendo volver a arrebatarle la carpeta.
—Esto es diferente, porque no sabía con exactitud lo que iba a suceder.
Por un breve descuido, la deidad arrebató de sus manos la carpeta, y caminando en círculos por el pequeño cuarto para que la parca no se lo quitara, leyó el formulario y miró el reloj colgado en la pared, percatándose que al menos tenía cuarenta minutos para evitar la tragedia.
Por lo que, sin cambiar su atuendo, salió corriendo en dirección hacia la salida, con la parca que le estaba pisando los talones.
—¿Qué es lo que estás pensando hacer? Acuérdate que los dioses ni otras criaturas no tenemos permitido interferir en el destino de las personas —concluyó la parca, con desesperación, observando como el dios intentaba detener un taxi.
—El hecho es que, en este momento, soy un humano.
Mientras que, en el hospital, Nicoletta le estaba entregando una paleta de fresa al niño que el pediatra consultó. Él le regaló una, limpiándose el rastro de unas lágrimas que estaban escurriendo por su rostro debido a una inyección en la pierna.
—Eres un chico muy valiente —aduló ella, esbozando una sonrisa—. Cuando sea grande, quisiera ser como tú.
—Pero ya eres grande —argumentó el niño, mostrando su lío y frunciendo el ceño.
—Puede que tengas razón, pero no soy tan valiente como tú. —Revolvió un poco de sus mechones largos en lo que el niño no más de diez años sonreía de oreja a oreja, metiendo la paleta en la boca con orgullo.
Él era valiente y la doctora quería ser como él.
El padre tomó la mano libre de su niño mientras que, con la otra, la receta, despidiéndose de todos ahí, y saliendo del consultorio.
—La verdad es que me sorprende la paciencia y el cariño que le dedicas a los niños. La verdad, son aspectos muy importantes si quieres seguir destacando en esta rama —halagó el pediatra, que seguía sentado detrás del escritorio con las manos entrelazadas— ¿Por qué te interesa tanto el bienestar de los niños?
—Es que son los menos culpables de todo, no tolero verlos llorar por dolor. Es como si alguien tomara mi corazón y lo hiciera en añicos, me gusta que sean ocurrentes y la manera en que sonríen con genuinidad. En cambio, los adultos, a veces, decimos cosas con el único propósito de lastimar, no nos podemos medir. —Se encogió de hombros para restarle importancia.
—Entonces me imagino que has de tener muchos hermanitos pequeños.
—No, no tengo. Pero, mi mamá es maestra de kínder, y fui varias veces a cubrirla. Además, la he ayudado con el material didáctico.
—¿Y por qué no decidiste seguir los pasos de tu madre? También puedes trabajar con los niños.
—Un día, de esas veces que cubrí el turno de mi mamá, un niño se cayó corriendo. Tenía las rodillas manchadas de sangre, el niño estaba tan asustado que vino a mí y le curé sus heridas con un poco de agua oxigenada, y esos ojitos rojos detuvieron sus lágrimas, él terminó diciendo que era una excelente doctora, y se fue. Desde ese entonces, supe que este era mi destino —narró, visualizando aquellos recuerdos dentro de su cabeza.
Recordando la manera en que se asustó cuando el niño corrió hacia ella, gritando de dolor, como ella quería aliviar el malestar por completo. Pero, lo único que bastó fueron unas palabras con cariño para cesar todo ese llanto.
—Muy bonita tu historia, me gusta saber que en realidad estás aquí por vocación y no por el monto que te dejaría.
Nicoletta sonrió con orgullo antes de que el pediatra informará que su turno ya había terminado, y que se podía marchar a descansar. En realidad, había sido un día agotador. Desde sus clases, con Pía aún de luto. La entendía, porque era una relación larga, y ella seguía amándolo.
Pía ya no lloraba, pero en su rostro lo único que quería hacer era matar a cualquier persona que estuviera en frente de ella, tampoco era que tuviera apetito, por lo que no comía mucho. Su amiga solo se mantenía a un lado, ofreciendo su compañía, ya que Pía sabía cómo debería de dejar ir su relación. Ojalá fuera tan fácil, justo como lo estaba diciendo, pero en realidad no tenía mucha suerte.
Después, en el hospital había mucho trabajo, por lo que estuvo corriendo de un lado a otro hasta que las últimas dos horas en el área infantil. La estudiante lo único que quería en ese momento era llegar a casa y dormir, aunque tenía tareas pendientes todavía.
Cuando se quitó la bata para guardarla en su mochila, vio algunas otras mochilas de sus compañeros, que al igual que ella, tenían trabajo, por lo que no alcanzó a despedirse. Vio por la ventana, comprobando que el cielo ya estaba oscuro, tal vez estaría solo un poco fresco.
—Maldición —farfulló para sí misma cuando se dio cuenta que había dejado la chamarra sobre el sillón de su casa.
Bueno, no importaba. Colgó la mochila sobre su hombro, saliendo del cuarto blanco para salir del hospital. Se despidió de la secretaría, meneando la mano. Las puertas de cristal se deslizaron y ella salió. Un golpe de aire fresco azotó su rostro, que la obligó a sacudir su espalda. Si tenía suerte, el camión no se iba a tardar mucho.
La ojiverde dio un paso hacia al frente, notando por segunda vez al grupo de hombres encapuchados, no le daba un buen sentimiento. Lo único que quería era cruzar del otro lado de ellos con velocidad para ir a la siguiente cuadra.
—Hola —habló una voz profunda, dirigida a la pelirroja, aunque ella podía escuchar que alguno otro silbaba de manera vulgar.
NIicoletta tenía la mirada fija en el suelo y no era capaz levantar el mentón.
—Te estoy hablando, bonita ¿O no conoces acerca de los modales?
Pronunció lo que parecía ser una tercera voz. Eran un pequeño grupo de cinco personas, todas recargadas en la pared en fila, a excepción de uno que estaba un paso más al frente, suponiendo que era el líder.
Nicoletta intentó caminar con prisa, pero el hombre más gordo y el último que estaba alineado se colocó enfrente de la chica con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Es que no ha escuchado? Mi amigo le ha estado hablando —repitió otra voz que se había parado justo detrás de ella, podía sentir su respiración chocar contra su única y lo único que le causaba era náuseas.
—Sí, perdón. Es que he estado un poco estresada y no te escuché —mintió, caminando hacia un lado, aunque por segunda vez, la interrumpieron—. Chicos, me dio un gusto saludarlos, pero estoy atrasada para ver a mi novio.
—¿Entonces tienes novio? ¿Y por qué dejaría que fueras a todas partes tú solo con semejante belleza? —El hombre un poco más bajo que ella, apretó los lazos de la capucha, cubriendo más el rostro.
—No, ya va a venir, pero debía de estar acercándome —balbuceó, su corazón se aceleró y sus manos sudaban.
Ella intentaba observar a todos los hombres, pero al igual que parecía el líder, había estirado los listones para cubrir su rostro. Tal vez si daba una vuelta sobre sus talones, podría correr de nuevo al hospital. Sin embargo, no se había dado cuenta que ya no estaba a una cuadra lejos, si no dos. Y ellos eran más, podían alcanzarla en un cerrar de ojos.
—¿Y no quieres que nosotros te acompañemos? Digo, es de noche, y una mujer tan bonita como tú puede estar en peligro. —Torció sus labios en una sonrisa que hizo que el corazón de Nicoletta se detuviera.
—No, chicos. La verdad apreció su generosidad, no quiero ser ni una molestia.
La acorralaron, enfrente de ella creía era como el líder. El gordo la había rodeado para ponerse detrás, y dos hombres a cada costado. El quinto estaba atrás de su jefe. La fría mano del hombre de enfrente le acarició la mejilla con el dorso de la mano.
—No es ninguna molestia, en lo absoluto. Nosotros agradecidos de pasar un buen rato con una mujer como usted —añadió con picardía.
Nicoletta se sentía sucia, y por unos momentos ella quería escupirle en la cara para que una vez la dejara en paz.
—Así que vamos a ir a una esquina, pasamos un agradable momento nosotros seis —comentó con una connotación sexual—. Después, puede ir al encuentro con él ¿Era el negro de la otra vez?
Unas manos se apoderaron de sus hombros en lo que el líder sacaba una navaja filosa, pues sentía que la punta había rasgado su playera y el metal tocaba su piel.
—Por favor, déjenme ir —tartamudeó al borde de las lágrimas, con todo su cuerpo temblando—, por favor —imploró en un hilo de voz.
—No, mi amor. Te he visto desde hace un par de días, y la verdad es que te tengo ganas. —Capturó con fuerza la delgada mano de su víctima, obligándola a colocarla encima del bulto.
—Por favor. —Nicoletta apretó sus ojos con fuerza, en un absurdo intento de zafarse del agarre.
—Sé una buena niña con papi, y no te haré daño —prometió con una sonrisa que daba terror.
El hombre más gordo la empujó para que caminara, aunque ella trataba de mantenerse firme y no moverse. Tenía la esperanza que alguien viera lo que estaba sucediendo y se acercaran a socorrerla.
—Camina, si no quieres que mi navaja se entierre en tu preciosa piel, ya que eso lo quiere hacer mi pene —murmuró a un milímetro del rostro de la chica, pasando su lengua por la mejilla.
—Anda, niña —apresuró el hombre gordo una vez más, volviendo a empujarla.
Esa vez, los dos desconocidos aplicaron fuerza para moverla. Y la navaja perforó su piel un poco, ya que el líder la sujetó firme.
—¡Ay, mira lo que puede suceder si no cooperas conmigo! —fingió una disculpa, alejando el cuchillo—. Y esto es solo el inicio. Andando, chicos.
Morfeo sentía que su corazón se iba a desbocar, y el taxista no le presionaba el acelerador.
En su mente resonaba el tick-tock, revisando el reloj digital en el estéreo. Su pierna se movía de un lado a otro con nerviosismo.
—¿Podría ir un poco más rápido? Tengo prisa y el tiempo se me agota —exigió la deidad en la parte trasera, calculando que solo tenía diez minutos para salvarla.
La sensaciones que recorrían todo su cuerpo eran indescriptibles, algo en él le gritaba que necesitaba salvarla.
—No, lo siento. Lo estoy intentando —farfulló el conductor con odio, viéndolo por el retrovisor, hastiado de él y la constante orden.
El sonido constante del reloj avanzando hacía eco en el interior de su cabeza, él debía de llegar a tiempo. Morfeo inhalaba con profundidad, tratando de buscar un hospital, si tenía un poco de suerte, la alcanzaría. Aunque dentro de su campo de visión encontró a un grupo de hombres con mal aspecto, debido a que en el centro se veía una mujer con cabello cobrizo.
Sacó unos billetes de su pantalón y los arrojó hacia al frente para ir a socorrer a su humana. Soltó un grito desde lo más profundo de su garganta, atrayendo la atención de los depredadores. Ellos se estremecieron con terror, oportunidad perfecta que Nicoletta no desperdició, así que corrió en dirección al el hospital, pero el hombre más bajo fue tras ella en lo que los otros cobardes huían de ahí. Morfeo los persiguió, todo su cuerpo sentía adrenalina, y gracias a eso lo impulsó a correr más rápido. Él quería estaba extendiendo su brazo hacia el cuerpo de la humana para protegerla al ver como el rufián quería apuñalarla.
Y la alcanzó, tiró de ella, rodeándola con sus brazos como protección en lo que la navaja se perforaba la piel de la deidad.
—¡Auxilio, auxilio! —clamó con desesperación, sujetando a una deidad que abrió sus ojos de par en par, sintiendo a la persona pesada, y atrayéndola hacia el suelo con lentitud en lo que ella sostenía el arma en la espalda.
Pues sabía que no podía retirarlo de esa manera, porque podría causar un daño peor, pero estaba nublado con preocupación, que su cerebro no daba para más.
—Morfeo, Morfeo, abre los ojos, por favor. —Acarició su rostro con las manos en lo que se hacía una multitud de personas a su alrededor.
Ella permanecía de rodillas, en lo que la cabeza de la deidad estaba recargando su pecho y parpadeando frenéticamente, perdiendo la consciencia de poco a poco.
—Morfeo, aquí estoy, no cierres tus ojos.
Pero, la deidad cerró sus ojos y todo se tornó en una luz centellante de color blanco.
*n/h
holaaa luv, cómo estás? estoy muy emocionada, quería subirlo ayer, por cumpleaños de mi bb harrs, pero no lo pude corregir D: en finn, gracias por leer hasta aquí, y nos leemos en un par de días. Espero leer sus opiniones y todo <3
En redes sociales estoy más activa, y comparto adelantos de los capítulos, espero verlos por ahí, son estas 7u7
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