017 l El primer trabajo de Morfeo
Morfeo sintió la espalda entumecida, tenía un dolor de cabeza que lo estaba matando, era como si unas bombas estallaran una y otra vez. Por más que apretara con fuerza sus ojos, la luz los penetraba.
—Apaguen el sol —gimoteó, colocando su mano fría sobre sus ojos.
Se removió molesto, sin medir el espacio del sillón, por lo que al caer, no le dio tiempo de evitar amortiguar con las manos, dándose un golpe en seco.
¿Qué carajo era lo que estaba haciendo durmiendo en el sillón?
—Eso sonó muy feo —dijo Nicoletta que estaba sentada en la mesa, desayunando un cereal para ir al turno del hospital.
El ojo izquierdo de Morfeo tembló un poco antes de levantarse. Se mantuvo de pie, observando la tranquilidad de la humana con un semblante serio, tratando de ignorar esa resaca y esperando intimidarla, aunque ella ni se inmutaba.
—Ese rostro no me da miedo, al contrario. Ven que te voy a dar una pastilla —indicó ella una vez más, estirando el cuello en su dirección.
—¿Y yo para qué voy a querer una pastilla? —inquirió a la defensiva, cruzando sus anchos brazos sobre su pecho.
—Para el dolor de cabeza, un efecto secundario de la borrachera que hiciste con Pía —replicó, limpiando la comisura de los labios a toquecitos con un pedazo de servilleta.
Morfeo arrugó el entrecejo con confusión, torciendo los labios en una mueca ¿Cómo fue que él y la otra humana se habían emborrachado juntos? Es que él nunca haría algo como esa aberración.
—Ahora tiene un lapso mental, donde no te acuerdas de las cosas que has hecho —mofó Nicoletta, levantándose de la mesa, tomando una taza de porcelana y llenándola de café recién hecho de la máquina.
La deidad optó obedecer, ya que entre más la escuchaba, parecía que la locura se apoderaba de él. Así que tomó asiento donde ella dejó la taza, donde salía un ligero humo de lo caliente que estaba.
—Toma esta pastilla —señaló ella, dándole una pastilla circular y blanca.
El peliblanco suspiró con cansancio, recibiendo la píldora y metiéndola en su boca, tomó la taza y dio un sorbo sin medir la temperatura, quemando su boca. Cerró los ojos con fuerza, pasando el líquido por la garganta.
—Pero si te traigo un vaso de agua. —La pelirroja mordió el interior de su mejilla con intención de no reír y soportar su mal humor—. Tengo algo que decirte. —Se sentó en su lugar, colocando las manos entrelazadas por encima de la mesa.
—Pues dilo, no me digas que me tienes que decir algo. Ve directo al grano, yo no entiendo para que le dan tantas vueltas al asunto —contestó malhumorado, recargándose en la silla.
—Debes de buscar un empleo —concretó con seguridad, enderezándose.
¿Qué? ¿Qué fue lo que dijo? Lo más probable es que él escuchó mal, esa humana parecía que a veces decía puras estupideces.
—Debes de buscar un empleo —repitió, con lentitud y abriendo un poco más los labios—. Es necesario, porque estás generando gastos para esta casa, y no puedes estar durmiendo todo el día —continuó explicando con tranquilidad.
—Soy un dios, já —replicó, abriendo sus ojos de par en par.
—¿Y eso te exenta de...?
—Trabajar, mi labores son otras —cortó, dándole una media sonrisa.
—No, es necesario. El dinero que me dan mis padres es justo para mis necesidades, y tú solo comes. Así que debes de encontrar un trabajo para ayudar a pagar las cuentas mientras estés aquí. —Nicoletta se inclinó hacia delante, sacando del bolsillo de su pantalón una tarjeta de identificación con datos básicos e inventados sobre la deidad.
—¿Mirko Taddeo? —Morfeo leyó la tarjeta— ¿Y yo para qué voy a usar eso? ¿Por qué tiene mi foto?
—Es tu identificación, no te vas a ir presentando como Morfeo...
—Un dios griego, ¿por qué no? —Rodó los ojos con frustración.
Era insólito que una humana lo obligará a buscar un empleo.
—Las personas van a pensar que estás demente, y puedes terminar en una clínica. Aunque, si lo prefieres, puedes hacerlo —explicó, levantándose de la silla, y tomando la mochila—. Con ese documento te va a servir, por cierto, Pía está dormida en mi cuarto, y yo ya me tengo que ir.
Morfeo seguía estupefacto, viendo la tarjeta que sostenía en manos.
Tal vez la muerte hubiese dolido menos.
Relamió sus labios, inundándose de preguntas: ¿Cómo se supone que iba a conseguir un empleo? ¿Cómo es que esa mortal se atrevía siquiera a pedirle aquello? Si él no conseguía nada ella no sería capaz de echarlo, ¿verdad?
Un carraspeo seco atrajo su atención, así que levantó el mentón, y posando sus ojos en la parca que estaba sentada en el sillón, con una pierna sobre la rodilla de la otra.
—¿Qué es lo que haces tú aquí?
—Vine a ver si te servía la ropa que te traje ayer, ya sabes, para ayudarte.
—Sí.
—La recolecté de las personas que levanté sus almas —carcajeó, sacudiendo la cabeza.
Le gustaba desafiar a Morfeo sin saber la razón en especial ¿Quién tenía el privilegio de afirmar que había molestado a un dios? Y ¿el que desprendía odio por toda su anatomía?
—¿Qué es lo que vas a hacer? —preguntó la parca al ver cómo Morfeo se levantaba de la silla, caminando hacia la puerta de salida.
—Debo de buscar un empleo —respondió, rechinando los dientes con fuerza.
El dios fue al baño, lavando los dientes con el cepillo que Nicoletta le había proporcionado para el mal olor. Cuando estaba enjuagando con agua, por el reflejo del espejo notó como la parca se estaba recargando su hombro en la puerta.
—¿Tienes idea de qué hacer? —inquirió entre risas, cada vez le parecía más divertida la situación de Morfeo.
No, pero eso nunca lo iba a decir en voz alta.
—Por lo que veo, no. Te puedo ayudar a buscar, si es lo que quieres. Me parece que si caminamos unas diez calles, hay un centro comercial. Un adolescente promedio que está estudiando, buscan empleo ahí, como las que doblan los pantalones en una tienda de ropa, o sirven helado o algo así...
—¿No me puedes recolectar el dinero de las almas que recoges?
—No, eso no. Las personas suelen fijarse en eso, lo que sí puedo hacer es ayudarte a buscar algo. —Acomodó su melena negra con sus dedos.
Algo en el interior de Morfeo le gritaba que le estaba mintiendo, pero rogar no le gustaba hacer. Sin mencionar una palabra más, caminó hacia la puerta de salida con el intruso pisando sus talones.
—¿Qué es lo que estás haciendo? —inquirió, cerrando la puerta detrás de él y viendo por el rabillo del ojo que la parca estaba dispuesta a seguirlo.
—¿No es obvio? Te voy a acompañar a buscar un empleo ¿O es que sabes dónde queda el centro comercial? —cuestionó con ironía, caminando hacia el elevador.
Eso era verdad, tampoco esperaba encontrar un trabajo y decirle a la humana que por más que se esforzó, no encontró nada.
Al salir del edificio, la parca metió sus manos en los bolsillos de su pantalón, caminando hacia la derecha entre las personas. La deidad ahora lo estaba siguiendo, pues sabía que lo iba guiar hasta el centro comercial. El semáforo peatonal estaba en rojo, por lo que se detuvo a un lado del recolector de almas, sus ojos completamente negros mantenían la vista al frente y cuando la luz cambió a verde, continuaron con su camino para llegar al destino.
Morfeo sintió un cambio drástico de temperatura al cruzar la puerta de cristal, mientras que afuera era cálido, adentro era fresco. El centro comercial era de dos pisos, se podía notar que las tiendas de abajo eran mayormente de ropa con distintas marcas, y una que otra juguetería o una librería. En la parte de arriba se veía un cine en el fondo, en la zona de comida.
En el centro de cada piso había sillones color negro para el descanso, algunas personas estaban utilizándolo mientras sostenían un vaso entre sus manos.
—¿Qué es lo que tenemos que hacer? —preguntó Morfeo en voz alta, atrayendo la atención de un humano.
—¿Me estás hablando a mí? —Señaló el chico con el dedo índice, intercambiando una mirada fugaz con su acompañante.
La parca no era visible para el ojo de los mortales, dato importante que el dios olvidó, así que sacudió la cabeza y caminó hacia delante. Dibujó una sonrisa fanfarrona, y le sacó la lengua.
—¿No tienes que seguir levantando las almas de las personas? —resopló Morfeo malhumorado.
—Sí, pero es que veo que necesitas ayuda con urgencia para encontrar un trabajo, y como soy un gran recolector, lo voy a hacer.
—No te necesito —bufó él, arrugando su nariz y sin detener su caminar.
La parca empujó con su hombro el del dios, entrando a la primera tienda que parecía ser únicamente de ropa para mujer. Una que usaba una camisa negra con una cola de caballo en alto se acercó a él con una encantadora sonrisa.
—Buenas tardes —saludó ella, juntando sus manos por enfrente.
—Buenas —respondió Morfeo a regañadientes.
—¿Te puedo ayudar en algo? —continuó preguntando, aunque con ese rostro de querer asesinar a todo quien interfiriera en su camino lo único que quería hacer era huir, pero era parte de su trabajo.
—No, solo estoy viendo —respondió cortante, continuando su caminata al interior.
—Le hubieras dicho que estabas buscando un empleo —recriminó la parca detrás de él.
—Trabaja tú, entonces.
Morfeo dio una breve vuelta por los pasillos que se formaban por los rock de ropa, al inicio de cada hilera había uno en forma de escalera, donde tenían colgadas algunos estilos de chamarras. Él pretendía observar las prendas.
Luego, salió de la tienda sin mirar a la chica de la entrada que le deseó una tarde agradable. Él siguió caminando hasta que vio unas escaleras eléctricas, optó por subir hacia el área de cocina.
Por todo el perímetro estaban los locales de comida, había desde hamburguesas, pastas, pollo, todos de diferentes marcas. En el centro estaban las mesas con sillas, donde era muy poca la gente que se encontraba ahí, comiendo. Morfeo detalló cada una de las tiendas, hasta que estaba llegando al final.
—Mira, ahí dice que se busca cocinero. —Señaló la parca, al último establecimiento que parecía ser de pollo frito, donde había un cartel.
—No, ni lo pienses. Ni siquiera sé hervir el agua para el café. —Mordió el interior de la mejilla, parecía que estar rodeado de mortales lo estaba enfermando.
Dio una media vuelta sobre sus propios talones, regresando por el mismo lugar. Algunos cajeros que estaban atendiendo, lo invitaban a acercarse a comprar algo, pero él ni una mirada les brindaba.
—¿Entonces qué es lo que planeas hacer? —preguntó la parca con curiosidad.
—Creo que deberías cambiarte de trabajo.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¡Eres un chismoso, mierda!
Bufó al sentir la mirada acusadora de unos desconocidos que iban del lado contrario de la escalera.
—No grites, parece que estás demente.
—Es algo que no me importa.
Una vez en la planta baja, continuó caminando del lado de las prendas. Escabulléndose de las miradas acusadoras de los guardias de seguridad que le daba la sensación de que no le quitaban los ojos de encima. Sintió un extraño cosquilleo al cruzar en frente de una tienda de ropa que parecía ser dirigida hacia los hombres. Echó un rápido vistazo antes de atravesar del otro lado y regresar a la morada de Nicoletta.
Bueno, al menos lo había intentado.
Un grito agudo atrajo su atención, solo que decidió ignorarlo por completo y seguir caminando.
—¡Peliblanco, chico! —La voz se oía cada vez más cerca, por lo que Morfeo apresuró sus pasos.
—Creo que te están hablando —burló la parca, detrás de él.
—¡Chico! —vociferó a todo pulmón con la respiración entrecortada, sujetándolo por el codo—. Te estoy hablando —concluyó, tomando un gran bocado de aire.
Morfeo arrugó el entrecejo y bajó su mirada hasta el agarre, se zafó con dureza, alejándose un paso.
—Tal vez no te quería escuchar —respondió con sencillez, y apretando sus labios en una línea.
—Déjame presentarme, soy...
—No me interesa —cortó él, dándole la espalda para continuar su camino.
—Soy Gabriella —insistió, dando unas zancadas largas, hasta ponerse enfrente del dios, obligándolo a detenerse por segunda vez.
La mujer estaba vestida de piel oscura llevaba un pantalón de vestir en corte recto de color azul marino, con una blusa blanca larga de botones y un chaleco por encima, un cinturón ancho que acentuaba su estrecha cintura. Su pelo rizado y esponjado estaba atado en una alta cola de caballo.
Ella tenía alzada la palma de su mano, sin colocarla en el pecho del dios, que parecía que tenía fuego en su ojos.
—Escúchame, por favor —imploró con desesperación, pasando saliva—. Después de eso, si no te gusta, me voy a apartar de tu camino —prometió, lamiendo sus gruesos labios.
—No te cuesta nada escucharla, de igual manera, debes de tener un empleo —rio la parca, quien se había movido justo detrás de la humana—. Ella va a morir hasta que sea una viejita.
Morfeo soltó un suspiro con cansancio y asintió con la cabeza.
—Soy manager de la tienda para varones, justo a la que acabas de ver, hemos tenido poca venta. Me parece que eres una persona muy atractiva, por lo que te queremos de modelo en frente de la tienda, esto para atraer a las mujeres, y si llegan a querer una foto contigo, es necesario haber comprado una prenda antes —habló con velocidad, que esperaba que sus palabras quedaran claras.
—¿Y qué quieres que yo haga? —preguntó de mala gana.
—Eres grosero, es algo que me gusta —afirmó más para ella misma—. En fin, ¿tienes cuadritos? —Frotó su propio abdomen con una mano mientras señalaba el de la deidad con la otra.
—Sí... —respondió dudoso, bajando la mirada.
—Solo te queremos vestir con nuestro pantalón, y una chaqueta de cuero, pero sin nada debajo. Es que luces un poco... Exótico, ¿son tus ojos o usas pupilentes?
—No es de tu incumbencia.
—Sí, tienes toda la razón. Lo lamento —balbuceó con nerviosismo, pues presentía que el joven y atractivo chico no le convencía por completo la idea.
—¿Cuánto es la paga? —preguntó la parca, animándolo a repetir la pregunta a la deidad—. No creo que el trabajo sea difícil, solo tienes que vestirte y poner esa cara que siempre te cargas de odiar a medio mundo.
—¿Cuánto es la paga?
—Quince euros la hora, podrías empezar ahorita que todo está prácticamente muerto. Serían dos o tres horas máximo, por día —ofreció ella, intentando mostrarse segura de sí misma, pero por una extraña razón, él la intimidaba.
—¿Eso es poco? —preguntó la deidad, observando por encima del hombro de la humana a la parca.
Él movió sus cejas pobladas, sin saber la respuesta.
—Está bien, te puedo pagar veinte. Solo tienes que caminar en frente de la tienda, como con esa cara que tienes e invitar a las personas a meterse.
Morfeo analizó la situación por unos instantes: era un dios que estaba siendo castigado al retirarle todos sus poderes hasta ser igual que un humano. No tenía apoyo de nadie, seguro las ovejas se estarían mofando de él en estos momentos, sobre todo la negra.
Lo único que tenía por el momento era a una humana que le exigía buscar un empleo para cubrir sus gastos. Pero ¿qué tanto podía consumir del dinero? Tres horas no era casi nada, por los sesenta euros del día. Y todo porque era poseedor de una hermosa cara.
—Bien —aceptó, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Perfecto, entonces ¿puedes empezar ahorita? —Señaló hacia atrás.
Morfeo ladeó la cabeza, no tenía ningún otro plan, por lo que se dio la media vuelta para caminar hacia la tienda, con la manager detrás de él, aunque intentó apresurarse para estar a un lado.
Al entrar a la tienda, se podía apreciar una gran diferencia en la anterior de las mujeres, pues en está hay mucho espacio libre entre cada pasillo que se formaba con los rockers de ropa, y una isla de algunas playeras de estampado y otra de pantalón. De igual manera, había menos personal, donde la mayoría eran hombres, a excepción de la cajera que era una mujer.
La manager se acercó al área de los pantalones, tomando uno negro, muy estrecho, pareciendo que su piel no va a respirar. Lo escudriñó por el rabillo, en busca de la talla. En ese momento estaba utilizando unos en corte recto, y parecía que le quedaban un poco grande. La playera básica de color blanco que se ajustaba mejor a su fornido torso. Así que tomó una chaqueta, y se las entregó a la deidad.
—Si gustas acompañarme, te puedo guiar hacia el baño para que te cambies, te arregles un poco el pelo y puedas venir de regreso. —La manager estiró su largo cuello en dirección a una puerta que estaba hasta el hondo del mismo color que la pared, ella presionó el código para que se abra, caminando por un corto pasillo, donde al fondo se apreciaba toda la mercancía, y a un lado hay un pequeño cuarto, lo que parecía que era el comedor, porque hay unas dos sillas y en el perímetro una barra con un microondas en una de las esquinas.
—Ahí en el fondo está el baño, ahorita traigo a un compañero para que te explique todo, pero te vamos a dar unos flyers, y vas a estar afuera de la tienda, entregándolo a todas las personas.
Morfeo asintió con la cabeza, entrando al cuarto de baño. La parca se mantuvo sentada en una de las sillas mientras esperaba a la gran deidad ponerse su nuevo uniforme. El peliblanco desabrochó los pantalones, deshaciéndose de ellos. Arrancó la etiqueta de la prenda y con un poco de esfuerzo extra, los deslizó en sus piernas, le quedaban justo a la cadera, por lo que se notaban los músculos inclinados hacia la ingle.
Se retiró la camisa y se puso la de cuero falso, de igual manera, quitando la etiqueta. Vio su reflejo por el espejo, acomodó su cabello y ya creía que estaba listo, sabía que debía mantener la chaqueta abierta.
Cuando abrió la puerta del baño se topó con un chico, parece de alrededor de unos diecisiete años, su uniforme era una camisa negra, unos jeans de mezclilla y unos tenis. Le sonrió sin mostrar los dientes.
—Hola, soy Leonardo —presentó el chico, con una voz un poco grave—. Vengo a ver si es que necesitas ayuda, aquí traigo los volantes que vas a repartir. —Movió sus manos, señalando unos pequeños cuadrados en su mano con hojas brillosas— ¿Tú eres...?
—Morfeo —respondió, tomando las hojas.
—¿En serio te vas a presentar así? ¿No crees que las personas van a pensar que es raro? —preguntó con confusión la parca.
—¿Morfeo? ¿Cómo es el dios del sueño? ¿Es tu nombre artístico? —repitió Leonardo, posando sus ojos marrones en el techo.
—Sí, pero andando.
Leonardo sonrió otra vez, caminando hacia la salida. Al poner el primer pie sobre el piso de venta, atrajo algunas miradas de los hombres que estaban buscando alguna prenda en particular La manager curvó sus labios al ver al hombre exótico que se había encontrado, le dio unas indicaciones extras a la chica antes de ir con su nuevo modelo.
—La verdad, luces mejor de lo que había esperado para ser honesto — murmuró más para ella misma que para él, por lo que no obtuvo respuesta—. Entonces, puedes estar afuera, repartiendo los folletos de una vez.
Morfeo asintió con la cabeza, caminando hacia el exterior, donde pasó una persona que estaba entretenido con su celular e ignoró el hecho que un dios le entregaba un papel.
—Humanos insolentes —gruñó para él, levantando un pie para confrontarlo, aunque la parca interfirió en su camino, señalando con la mirada a otro mortal, y esta vez, le aceptó el volante.
Sintió que lo observaban, por lo que al mirar se encontró con la cajera, que lo estaba apuntando con el celular fijamente. Él arrugó el entrecejo con confusión, ¿no se supone que debería estar atendiendo la caja? Bueno, tampoco es que haya mucha clientela.
Después de un tiempo, Morfeo ya se encontraba exhausto de estar entregando los papeles. Y fue entonces, que, a lo lejos de él, vio que la puerta de cristal de la entrada al centro comercial se estaba abriendo, un montón de chicas caminaban en su dirección, y tomaron un volante. En escasos segundos, los volantes habían desaparecido de sus manos y estaba rodeado de flashes de las jóvenes, escuchando los siguientes comentarios:
—Tú eres el chico de internet, ¿verdad?
—Estás más guapo en persona de lo que se muestra en internet.
La cajera se acercó de inmediato, colándose por el círculo de personas hasta llegar enfrente de la deidad y colocar la palma de su mano hacia los clientes, creando un espacio.
—Chicos, nuestro modelo no se va a tomar ni una foto con ustedes hasta después de haber comprado algo en nuestra tienda —ordenó ella, señalando el lugar y tomando la mano de la deidad con fuerza y sacándolo de la multitud.
No pasó mucho tiempo para cuando la manager vociferó el nombre de la cajera para que tomase su lugar, ya que había personas haciendo fila para poder tomarse una foto con el chico guapo.
—¿Qué es lo que está pasando? —resopló con confusión, sin despegar sus ojos de las personas.
—La verdad es que no tengo ni idea.
Leonardo se acercó a la deidad con la primera chica que adquirió una prenda, el chico le pidió con amabilidad que saliese de la tienda mientras hacía una fila con las chicas que querían acercarse a él.
La primera chica se acercó a él con emoción, se detuvo justa a un costado, rodeó la cadera del chico, esperando a que él pasase el suyo por su hombro, pero lo único que ganó fue una mirada fulminante del dios que parecía querer asesinar a la humana, aunque ella pensó que era parte del personaje que estaba interpretando.
Un chico malo, y uno muy ardiente.
Se despidió de la deidad con una sonrisa tímida, y se hizo a un lado. Las siguientes personas se tomaron una foto con él, manteniendo una distancia entre los dos, dejando la bolsa de la compra en el suelo. El tiempo transcurrió volando, cuando menos se lo esperó, la parca llegó a un costado.
—¿Todavía sigues trabajando? Me fui un rato a recoger almas, y cuando regreso, sigues... —burló, a un lado de Leonardo, quien estaba comprobando los tickets.
Morfeo refunfuñó con irritación, acercándose al chico para decir:
—Ya han pasado más de tres horas.
—Va, eso veo. Me dijo que después de las horas, te diera un sobre y que te preguntara si mañana podrías volver a venir, a la misma hora, porque has tenido mucho éxito —balbuceó con un poco nerviosismo.
—No, no, no, no ¿Cómo que ya te vas a ir? Si acabo de comprarle un pantalón a mi hermano para poder tomarme una foto conmigo —interrumpió una chica casi tan alta como él.
—Este... Sí. —Ladeó la cabeza Leonardo, soltando un bufido, pues sentía que el nuevo modelo de la marca parecía querer estrangularlo con sus propias manos.
—Que sea rápido, y que sea la última —apresuró Morfeo, casi queriendo chasquear los dedos.
La chica se posó a un lado y sin preguntar, rodeó su cadera con un brazo y la otra mano la colocó sobre el pecho, por debajo de la chaqueta. Al sentir lo cálido que desprendía la extremidad, él la obligó a quitarla.
Eso era mucho contacto físico con la criaturas que tanto odiaba.
La mujer forcejeó un poco, resistiendo en alejar la mano. Morfeo gruñó como advertencia, aunque ella parecía que no iba a desistir, por lo que decidió dar un paso hacia atrás, intentó retenerlo con el otro brazo, pero su fuerza no era superior a la de él, así que lo único que consiguió fue que ella lo rasguñaba con sus uñas postizas, cortándole la piel, muy cerca de su pezón.
Sus pobladas cejas oscuras se movieron, encarnando con coraje. Aquella diminuta herida le había ardido.
¿Cómo es que una simple humana no supiese lo que era el respeto a una gran deidad como él?
Si tan solo tuviera sus poderes...
Decidió dejarla a un lado, extendiendo la mano hacia el chico, esperando el sobre de su primera paga por tres horas, donde el mortal accedió, pasando saliva, pues sentía que, si el hombre explotaba, él terminaría muerto.
Morfeo caminó hacia la zona de los empleados, pero no se sabía el código de seguridad, aunque la parca por primera vez en su vida servía para algo y le proporcionó los datos.
Al entrar en el cuarto, se deshizo de la chaqueta, dejándola sobre la silla y colocándose la playera blanca que tenía, por lo que unas pequeñas gotas de sangre la pigmentaron.
—Las uñas postizas de las mujeres son peligrosas —añadió la parca.
El dios respiró con profundidad antes de salir, nuevamente encontrándose con Leonardo.
—¿Entonces vas a venir mañana? Es que Gabrielle necesita que le confirmes, pero no puede estar ahorita aquí, porque le surgió una emergencia...
—Sí —respondió de mala gana sin detener su paso—. Pero, necesito una compensación por lo que esa mortal me hizo. —Indicó la mancha de sangre en su camisa y dio zancadas más largas, pues ya no quería escuchar una palabra más.
Leonardo asintió sin frenesí la cabeza, observando como aquel extraño hombre, ¿ahora cómo le iba a explicar a su jefa que no estaba muy seguro de que él iba a volver?
Morfeo salió del centro comercial, con su piel pálida ligeramente sonrojada del coraje que estaba conteniendo. La parca decidió volver a desaparecer sin consultárselo, y cuando la deidad sintió una paz, le pareció extraño, debido a que se estaba imaginando que lo iban a estar molestando durante el camino hacia el edificio, pero estaba solo.
Cuando llegó al piso de la humana, cerró su mano en un puño, tocando varias veces con los nudillos, esperando una respuesta, esto porque no tenía las llaves. Un desconocido para él le dio la bienvenida, dando paso para que entrase a la sala.
—Hola, soy Franco, amigo de Stella —se presentó, Stella le había advertido que él era un poco complicado, por lo que no esperaba que él respondiese.
Y después de unos momentos de tensión en el ambiente, Franco fue a sentarse en la sala, de un cuarto, Pía y Stella iban juntas. La castaña tenía un pésimo aspecto, sus ojeras eran profundas, y tenía un ligero aroma de alcohol, no como él, que parecía no tener restos de la borrachera del día anterior.
—Hola —farfulló Stella—. No te esperábamos, ¿cómo estás?
Morfeo se encogió de hombros, caminando hacia el cuarto de Nicoletta, dejándose caer en la casa. Esa tarde fue extenuado, lo único que quería era dormir hasta que su castigo terminase.
No lo iban a castigar de por vida, ¿verdad?
En su mundo tenía trabajo que no podía desatender, porque habría un desequilibrio, así que era cuestión de tiempo para que el Olimpo reaccionara y le suplicara que debía de volver.
Se despertó con el chirrido de la puerta se escuchó, abrió un ojo y vio a una humana pelirroja que masajeaba sus dos hombros con los brazos cruzados por el pecho. Tronó el hueso del cuello, tomando asiento en el borde de la cama, desabrochando las agujetas de los tenis, y arrastrando sus pantuflas de las patas de un dinosaurio.
—¿Podrías moverte de la cama? Me despiertas —murmuró él, tomándola por sorpresa.
Ella dio un pequeño brinco, y giró su cuello hacia atrás.
—Haz un ruido, por favor. Si hablas así de la nada, me exasperas.
Morfeo se incorporó en la cama, sentándose con las piernas estiradas. Buscó en la mesita de noche el sobre blanco, y lo arrojo a un lado de la humana.
—¿Qué es esto? —preguntó con curiosidad Nicoletta, volteando todo su cuerpo, quedando frente a frente.
—Dinero, lo que he conseguido.
Aquel comentario dejó alucinando a la chica, tomó el sobre y al ver el interior, vio unos billetes, ella creía que era demasiado para las pocas horas que él estuvo fuera de la casa.
—¿De dónde lo conseguiste? —interrogó ella con los labios rectos.
—Trabajando.
—Nadie da todo este dinero por unas cuantas horas trabajando —insinuó de manera sospechosa.
—No he robado nada —aclaró él, rodando los ojos—. Soy un dios, lo mínimo que podrían pagarme es eso.
Nicoletta inhaló aire, parecía que no iba a acceder en darle una respuesta, aunque quedó alerta al ver una pequeña mancha de sangre en el pecho del dios. Por lo que, sin pensarlo, se levantó, rodeando la cama para sentarse a un lado de él y poner su mano por encima de la playera.
Morfeo se sacudió por tan repentino toque e intentó alejarse, sin embargo, parecía que su cuerpo no quería responderle.
—¿Qué es lo que te ha pasado? —divagó ella con voz dulce, pero con preocupación.
—Solo es un rasguño —replicó autoritario, bajando la mirada hacia la pequeña mano que aún seguía sobre su pecho.
La mortal sin decir una palabra más, volvió a levantarse de la cama, saliendo de la habitación, y segundos más tarde, regresando con un maletín de primeros auxilios. La abrió cuando tomó asiento otra vez, sacó un algodón con un poco de alcohol para desinfectar, humedeciéndolo.
—Levántate la camisa —ordenó con firmeza.
Morfeo pasó sus ojos por la humana, arrugando el entrecejo ¿Qué le daba el derecho de ordenarle a él?
—No.
—Si no te la levantas tú, lo voy a hacer yo —advirtió, acercando la mano que no sujetaba el algodón.
—Humana inmunda... ¿¡Cómo te atreves a...!?
Nicoletta sin decir ni una palabra más, levantó la playera a la altura del tórax y sin darle oportunidad, presionó el algodón contra su pecho, limpiando en círculos. Morfeo sintió un ligero ardor, removiéndose y soltando un pequeño gemido.
—Sí, es un poco —dijo al ver su rostro, alejó el algodón, observando la herida, no eran profundas y solo había algunas aberturas en la primera capa de la piel— ¿Te sigue ardiendo?
Ella sacudió la mano en su dirección, para aliviar un poco el malestar Morfeo no le quitó los ojos de encima, pero no se movía en lo absoluto, y su cuerpo estaba recorriendo una extraña sensación que parecía ser cosquillas.
—¿Cómo es que te hiciste las heridas? Parece que te han rasguñado.
—Una loca que me estaba acosando, los humanos no respetan...
Nicoletta asintió con la cabeza, colocando una gasa limpia, por encima del pezón rosa, y endurecido, pegó las tiras de una cinta, sujetándolo.
La pelirroja estornudó, girando la barbilla cuando sintió que sus manos parecían que tenían memoria propia, ya que era como si no fuese la primera vez en la que ella curaba las heridas de Morfeo.
n/a
hola chiquiiiis, como estan? aqui esta la hope reportandose, qué piensan o que de la historia? cuales son sus teorías, yo muy feliz porque morfeo esta muy presente en mi cabecita.
disculpa si se ven errores, despues seran corregidos.
les invito chiquis a seguirme en ig, donde doy adelantos chidos de la historia y esas cositas, nos vemo proximamente <3
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