015 I Morfeo y Madeline
Nicoletta solo tenía cabeza para arreglar sus problemas de la universidad, sentía su mano derecha temblar con sutileza, así que la cerró en un puño, ella debía de controlar esa ansiedad que hace años que no se presentaba, y sabía que para su carrera era peligroso, y más si quería realizar cirugías.
Su mamá todavía estaba en su casa y se había quedado en su habitación. La pelirroja se trasladó hacia la de Stella, y a altas horas de la noche, Morfeo entraba sin hacer ruido, parecía un ladrón que estaba a punto de hurtar el apartamento, se quedaba en el sillón más incómodo, y debía de madrugar para que no lo descubrieran.
¡Era un dios! Y estaba siendo tratado de la peor manera, era insólito.
Pía masajeó los hombros de Nicoletta por unos segundos, en un vago intento para que ella se relajara, ya que estaba a punto de entrar a la oficina de la coordinación de las guardias en el hospital.
—¿Segura que quieres? Te dijeron que tomaras hoy libre —insistió Pía, mordiéndose el labio inferior.
Conocía muy bien a la pelirroja, se conocieron desde la primera clase de la carrera y se han hecho grandes amigas, por ende, sabía cuán terca podía llegar a ser cuando se trataba de sus metas.
—No, eso de mi insomnio ya se arregló, y no creo que vuelva a suceder —insistió, acercando su mano a la puerta, tocando tres veces con los nudillos.
—Te voy a esperar aquí, afuerita, por si necesitas algo —susurró Pía, caminando hacia atrás mientras que su amiga abría la puerta.
Después de escuchar el permiso, Nicoletta giró el pomo y lo empujó, con un poco de timidez entró en el pequeño cuarto que consistía en el escritorio y una silla justo en frente, con algunos detalles personales de la coordinadora colgados en las paredes blancas.
—Buenas tardes, Doctora Fiore —dijo, con una voz firme.
—Señorita Russo, la estaba esperando; tome asiento, por favor. —La coordinadora extendió su brazo en la silla que estaba enfrente del escritorio.
Nicoletta dio unos pasos hasta llegar a la silla, donde dejó caer su peso. Cruzó los tobillos y jugaba con el descansa brazo de esta.
—¿Cómo está, Doctora Fiore? —preguntó la alumna, mordiendo su mejilla interior.
—Yo muy bien, pero, ¿y tú? Supe que estuviste internada por unos días, que estuviste completamente noqueada, y que por eso no habías podido empezar con tus guardias en el hospital, aunque creo que te habían dicho que podías iniciar la siguiente semana, para que no tengas una recaída. —La mujer de la tercera edad, con los dedos entrelazados por el escritorio.
—Sí, fueron por falta de unas proteínas que no consumo, ya que soy vegetariana, pero las suplo con unas píldoras que se me olvidó tomar —improvisó su mentira, mas el que tomaba esas pastillas no lo eran.
La coordinadora asintió con la cabeza, las raíces de su cabello gris se veían sobre el negro. Ella le regaló una sonrisa, debido a que lograba percibir que la estudiante se encontraba nerviosa.
—Entiendo, si me había comentado tu compañera de apartamento. Leí tu expediente, y eres muy buena estudiante, igual puedo programarte toda una semana entera, para que puedas recuperarte de estos días que no se pudo cumplir. —Frotó las manos, y encendió la pantalla del monitor, revisando la lista de Excel.
Los turnos de cada guardia son de ocho horas, y son rotativas, ya que algunas son en la tarde, mañana y en la noche, de este modo se logra cubrir con todos los estudiantes que lo necesiten en ese instante.
La coordinadora está deslizando hacia abajo hasta encontrar el nombre de la chica, a lo largo de los cuadros estaban vacíos. Movía la imagen, observando las gráficas, coordinando con los horarios de los demás, evitando una saturación de personal. Cada clic que daba, Nicoletta estaba atenta, al finalizar se mandó a imprimir el horario de la joven.
—Ahí está tu horario, por favor debes de iniciar el día de mañana —aclaró la coordinadora, señalando la impresora que estaba encima de una mesa pegada a la pared a un lado de la puerta—. Cualquier otra cosa que necesites, estoy aquí para atenderte, igual espero que estés completamente recuperada y te deseo todo el éxito en tus guardias.
Nicoletta agradeció por la comprensiva de sus circunstancias y por el tiempo de atenderla, se despidió curvando los labios en una sonrisa, luego de hojear su horario para salir de la oficina con el aire contenido en sus pulmones.
Pía estaba parada, recargada su espalda en la pared, a un lado de la oficina, y se estremeció con alegría al ver a su amiga con el horario en mano, cuando estuvo cerca, tomó el papel, leyéndolo.
—No tenemos turnos juntas —resopló con frustración, encorvando los hombros hacia al frente—. Pero, bueno ¿Quieres ir a la siguiente clase? Tenemos que ir —farfulló Pía, recogiendo su melena en una cola de caballo en alto.
Las dos impartieron su camino hacia el salón, sus compañeros también estaban llegando, por lo que tomaron asiento a mediados, Pía siempre detrás de la pelirroja. No tardo mucho tiempo cuando la profesora cruzó por la puerta con un maletín que dejó sobre el escritorio.
Todos los alumnos dejaron de cuchichear al instante, tomando sus respectivos asientos. La maestra dio un cálido saludo antes de preguntar en qué capítulo se habían quedado en la clase anterior, el compañero de enfrente de nombre Marianno dio las indicaciones.
Nicoletta se sentía un poco perdida, pues la explicación breve de la sesión anterior que estaba dando la maestra no coincidía con sus apuntes, haber perdido varios días de clase se sentían como una eternidad, aunque intentaba estar a la altura del resto del salón, no lograba comprender lo que estaba explicando.
Al finalizar la clase, las dos amigas guardaron sus cosas y salieron detrás de sus compañeros, para su fortuna, esa había sido su última del día. La pelirroja sentía como si alguien la estuviese golpeando con un palo de madera con lo abatida por no haber comprendido algunas de las clases.
—Necesito tus cuadernos y que me expliques todo, por favor —suplicó Nicoletta que estaba caminando detrás de su amiga, colocando ambas manos en los hombros, recargándose en ella.
—Ya sabes que sí, todo lo que necesites, yo voy a estar encantada de ayudarte en lo que sea. Te parece hoy en tu departamento, es que mi hermano tiene entrenamiento de fútbol y van a ir a mi casa a comer, sabes que no hay paz ni tranquilidad con un adolescente de dieciséis años, y menos con unos quince. Stella es muy pacifica, y me encanta su comida —bromeó, dibujando una media sonrisa, colocando una mano encima de la de su amiga, tirando de ella a un lado.
—Sí, en eso tienes razón. Igual todavía está mi mamá en casa, se va a ir hoy, había estado muy preocupada desde que Stella le llamó por mi problema del sueño —bufó, echando la cabeza hacia atrás.
—Ay, Nicoletta. Es que estuviste varios días sin dormir, y si era preocupante, podría sucederte algo y tus papás sin saber de la situación.
La ojiverde lo sabía muy bien, por lo que no le echaba la culpa a su compañera de cuarto por preocupar a su mamá, que había estado ahí por una noche y dos días. Morfeo entraba muy tarde al apartamento y salía antes que el sol, debía a toda costa evitar que su madre y él se toparan, ya que sus mentiras se podrían derrumbar.
Así que entrelazó su brazo con el de ella, caminando hacia la parada del autobús que no tardó mucho en llegar. Ambas subieron y permanecieron de pie por falta de asientos disponibles, cuando llegaron al complejo de apartamentos de Nicoletta, bajaron por la puerta trasera. Cruzaron la calle y se adentraron, caminaron derecho hasta alcanzar el elevador.
Pía presionó los botones, le encantaba hacerlo, y a Nicoletta le causaba gracia, debido a que era algo tan cotidiano que realizaba un par de veces al día. Cuando las puertas de metal se deslizaron en su piso, y dieron unos cuantos pasos hasta llegar a la puerta de su apartamento que se encontraba entreabierta y unas risas estruendosas provenían de ahí.
La dueña del lugar empujó la puerta con curiosidad, quedando helada al ver la primera imagen. Su mamá sostenía con ambas manos debajo de sus costillas, intentando soportar las carcajadas, justo a un lado estaba un hombre pálido que poseía una sonrisa forzada.
—Mamá —carraspeó Nico, mordiendo el labio inferior, y pasando la mochila a Pía, que la dejaba sobre el sillón—. Tú... —alargó, tratando de recordar el nombre que le había inventado al dios del sueño.
—Morfeo —corrigió su madre al instante—. Me ha dicho que es parte de una obra de teatro, donde su personaje es Morfeo. No es el principal, pero por algo se va iniciando, tal vez en un futuro sea parte de Broadway o algo —explicó al ver la palidez de su hija.
—¿Morfeo? —inquirió Pía, también con confusión, pero extendió su brazo en dirección del hombre con cabello blanco—. Mucho gusto, yo soy Pía.
El dios del sueño la escaneó con la vista, torciendo sus labios en una mueca y sin aceptar la mano. Nicoletta en ese momento deseó que la tierra se lo tragara y lo escupiera en su castillo, por lo que tomó la mano de su amiga y la bajó. Además, recibió una mirada con desconcierto de los ojos marrones de Pía.
—Lo que pasa es que está practicando para una obra de arte, y su personaje es arrogante y maleducado. No debe de salir del papel, porque toda su esencia desaparecería, y le ha costado demasiado alinearse con el personaje —disculpó la madre de Nicoletta, arrugando con sutileza su nariz mientras se levantaba de la silla que estaba a un lado de la mesa.
—¿Y cómo es que te has enterado de eso? —preguntó Nicoletta, arrugando el entrecejo.
—Es que también fue muy descortés conmigo, y sabes que odio esas actitudes, y sobre todo cuando vienen de personas que son más jóvenes que yo, así que lo agarré de la oreja, para que se disculpara conmigo. En un momento de tranquilidad, me explicó eso y me pidió disculpas, igual creo que no es correcto estar hablando de esa manera a todas las personas —declaró Madeline, levantándose de la silla.
—Ya veo... Tal vez deberías de darle otro estirón de orejas para que deje de ser tan grosero con todo el mundo —alargó la pelirroja con confusión, sin dejar de observar a la deidad— ¿Qué es lo que estás haciendo... aquí? —Rascó detrás de su nuca.
Ella literalmente le había prohibido a Morfeo cruzar unas palabras con su mamá, se preguntaba dónde estaba la rubia, se supone que, en su facultad, pero quizás llegó un poco antes o no había llegado.
—No quería estar esperando en el parque, vi a tu mamá y aquí estoy.
—Ah, este... No los he presentado. —Frotó sus manos, señalando a su compañera de carrera—. Ella es Pía, compañera de la escuela y ha venido a ayudarme a entender un par de cosas, él es Mirko, un amigo.
—¿Mirko? —interrumpió la madre—. Pero si me había dicho que se llamaba Taddeo. —Colocó sus manos a los costados de su cadera.
Nicoletta abrió sus ojos de par en par, parecía que tenía un desastre.
—Sí, soy Mirko Taddeo. Mis padres pelearon por el nombre, así que optaron por ponerme los dos —improvisó Morfeo cuando Nicoletta se quedó sin ni una palabra—. De igual manera, prefiero que me llamen por mi personaje, Morfeo. No puedo estar saliendo de mi papel, eso es contraproducente para mí.
—Sí, sí.
La humana hizo una nota mental sobre el nuevo nombre de la deidad.
—Todavía no ha llegado Stella, ¿verdad? —cambió el tema, ladeando la cabeza.
—No, pero yo he hecho de comer una pasta con carne ¿Es que no le ha llegado el aroma a su nariz? —replicó Madeline, aspirando con fuerza por sus fosas nasales.
El resto de las personas se percataron al fin de ello, por lo que motivó a su estómago gruñir.
—Huele delicioso, señora —alabó Pía, curvando sus labios con una sonrisa.
En ese momento la puerta fue abierta por la rubia, que llevaba en la mano su mochila. La arrojó sobre el sillón después de haber saludado con la mano.
—¿Qué han hecho de comer? La verdad es que me estoy muriendo de hambre, y desde que salí por el elevador me llegó ese aroma. Tampoco es que no hemos hecho el mandado, por lo que no me imaginaba que voy a comer algo tan delicioso —comentó Stella, caminando hacia la cocina, y sonriendo con victoria.
—Oh, no te preocupes. Morfeo me ha ayudado a hacer el mandado, por lo que tienen comida para lo que resta de la semana —respondió Madeline, señalando unas frutas frescas en el centro de la mesa de madera.
—Mamá, no deberías ir así por así con un extraño —bromeó la pelirroja sin medir las consecuencias de sus propias palabras.
—¿Cómo que un extraño? Creí que tenían años conociéndose —añadió Stella, colocando los platos sobre la mesa.
Nicoletta se quiso dar varias cachetadas por su evidente error.
—Entonces, ¿la pasta es el platillo favorito de todas aquí? —irrumpió Morfeo, caminando entre las dos mujeres hacia la cocina—. Estoy hambriento.
Y para ser sinceros, Morfeo odiaba sentir esa necesidad de mortal de comer para tener un poco de energía, de igual manera parecía que era insaciable o tenía un hoyo negro como estómago. Cuando él era una deidad no sentía nada de ello.
—Sí, el mío sí. Si gustan sentarse, les voy a servir un poco —alentó Nicoletta, empujando a Pía con sutileza por los hombros.
Todos tomaron asiento en la mesa, en el centro había una gran jarra de limonada fresca, por lo que Stella tomó los vasos de cristal y empezó a llenarlos mientras que su compañera servía porciones que les gustaba a las chicas. Pero, Morfeo era otra cosa.
—¿Cuánto quieres que te sirva? —preguntó Nicoletta con el palo de madera en mano.
—Lo que sea está bien —mintió, la verdad era que quería todo.
Nicoletta sirvió un poco más para él antes de servirse para ella. Pasó los platos hacia todos y terminó por tomar asiento en frente de Morfeo.
—No sabe lo estupendo que es probar otro sabor que no sea el mío —gimoteó Stella, cubriendo su boca con la mano, evitando que se vea la comida.
—Nicoletta sigue sin aprender a cocinar, no sé qué haría ella sin ti, tal vez estaría muerta —mofó Madeline.
—No hay duda de eso —contestó su hija, tomando asiento en el último lugar disponible.
La comida transcurrió con tranquilidad, Nicoletta se atragantaba cada vez que hacían preguntas de ella y su relación con Morfeo, tratando de omitirlas. Cuando todos terminaron, depositaron los platos vacíos en el lavatrastos, menos la deidad del sueño.
Estupefacta, Nicoletta colocó una mano en el borde de la mesa, recargando el mayor peso sobre ella, alzó sólo una de sus cejas curvadas y con la mirada, señaló el plato y el camino hacia el fregadero.
—¿Qué? —preguntó Morfeo, deslizándose hacia atrás, ya que había quedado satisfecho y la última cosa que quería hacer era moverse.
—En esta casa se colabora, por lo que te levantas, tomas tus platos y los pones ahí.
—Soy...
—Morfeo, dios del sueño, blah, blah. —Hizo ademanes con la mano, justo como si estuviera desarrollando una conversación con la mano—. Pero, debes de salir de tu papel, para ser... un inmundo humano —imitó con sarcasmo, rodando los ojos.
Pía se encontraba perdida, pues nunca había escuchado como Nicoletta discutía con alguien, ya que era típico de ella ser tranquila y tener una conversación con camino a una solución pacífica. En cambio, Stella sí que la había visto fúrica en varias ocasiones, y también tenía una extraña manía de pelearse con los objetos que le estorbaban.
—No quiero.
—No es pregunta, es una indicación que debes acotar —respondió con tranquilidad, girando sobre su eje, sintiendo la mirada amenazante de su madre, quien, a sus ojos, estaba siendo tan antipática.
—¿O si no qué? —desafió, con una sonrisa fanfarrona decorando sus labios.
—Pues... Rétame —culminó, cruzando los brazos en el pecho.
Un puente atravesó por su mente ¿Sería capaz de echarlo a la calle? ¿Por qué debería ella de tener un poco de consideración cuando ella estuvo al borde de la muerte y a él no le importaba?
Morfeo de mala gana se levantó del asiento, tomando todos los cubiertos que él había utilizado para depositarlos con los demás sucios.
—Lo estoy ayudando a mejorar para su personaje, mamá —agregó ella, mirando a su madre de ojos marrones—. Así que nos llevamos un poco, pero todo es desde el respeto, así que no te preocupes, ¿verdad?
Morfeo forzó una sonrisa, apretando los labios y achicando los ojos.
—Sí, Madeline. Usted no tiene nada de qué preocuparse por esta situación, que todo es... fingido.
Madeline no estaba muy convencida de ello, más sabía que su hija era lo suficientemente grande para que ella tomase sus propias decisiones, aunque si necesitase alguna ayuda, ella iba a ser la primera en la fila.
—Perfecto, igual ya vi que mi pequeña está bien. —Caminó hacia Nicoletta, recargando su cabeza sobre el hombro—. Por lo que tengo que apresurarme para arreglar la mochila, para tomar el camión de vuelta a casa y llegar temprano.
Madeline se alejó de su hija y fue en dirección a su habitación, recogiendo todas sus pertenencias.
Entretanto, Pía todavía se sentía confundida por ese hombre que parecía tener tanta confianza que tenía con Nicoletta, que en ese momento lavaba los trastes y la rubia había ido a su habitación, diciendo que estaba exhausta.
El hombre de pelo blanco se dejó caer sobre el sillón, cerrando los ojos y parecía dormido.
—Hola —saludó Pía, sentándose en el otro extremo del sillón.
—¿Por qué los mortales son tan fastidiosos? —masculló, mordiéndose la lengua.
¿Es que nunca se salía del personaje de un dios arrogante?
Pía pasó saliva por su garganta antes de formular la siguiente oración:
—Creo que eres un grandioso actor, este personaje se siente tan real. Por un momento me desagrada, pero creo que esa es la finalidad, ¿no?
Morfeo soltó el aire contenido en sus pulmones y dejó caer el peso de sus hombros hacía delante.
—Sí, un personaje... —alargó, buscando la manera de cortar la conversación con ella—. Del que no estoy dispuesto a dejar para resolver tus dudas, así que seguiré siendo un dios que odia a los humanos.
—¿Y por qué nos odias? —inquirió con diversión, en un intento de continuar el papel—. No creo que seamos tan malos.
—Son ambicioso sin frenesí...
—Pero eso es algo bueno, ¿no? Significa que vas a ser perseverante y determinado para cumplir tus objetivos —refutó, esperando tener un argumento sólido.
—En teoría eso es, pero... Entre más tienes, más deseas, y no te importa herir a tu alrededor para conseguir tus objetivos. —Sostuvo sus ojos en ella por unos segundos antes de girar la cabeza hacia al frente.
—Bueno, puede que, en eso cierto, varias veces, pero no todos los humanos somos así. En especial, los niños, son las almas más puras e inocentes que puedan existir en este mundo —respondió Pía, volteando a ver a su amiga que continuaba lavando los platos—. Por eso ella quiere tener una especialidad en pediatría y seguir escalando, para dar un poco de esperanza.
—¿Y tú también quieres tu especialidad en eso?
—No, a mí me gustan otras ramas, la anestesia llama mi atención. —Se encogió de hombros—. Pero, verás, no todos los humanos son malos.
Morfeo emitió un sonido gutural desde su garganta, relamió los labios y después infló su pecho, tratando de buscar las palabras adecuadas para su comparación.
—Verás, Piarna... —alargó la última vocal, tratando de recordar su nombre.
—Pía, mi nombre es Pía —corrigió con el entrecejo arrugado.
—Sí, suponiendo que tenemos tres platos de pasta, y te digo que uno está envenenado ¿Comerías los otros dos?
Pía sacudió la cabeza como negación, no se pondría en riesgo a sí misma, ya que existía un 33% de intoxicarse, aunque las probabilidades de que no era eran más altas.
—Pero, no son todas las pastas, ¿verdad? —Arqueó una de sus cejas pobladas oscuras con burla.
Morfeo tenía un punto a su favor, aunque Pía no quisiese admitirlo por la falta de interés de aprenderlo, así que cambió la dirección de la conversación:
—Tus ojos son... Bonitos, nunca había visto unos como los tuyos. Es decir, he visto que uno es verde y otro azul, o color café. Lo que me parece diferente es que uno lo tienes con la pupila en el centro, el derecho mientras que el izquierdo es blanco, parece que no tiene pupila, y solo hay un delgado borde oscuro ¿Puedes ver bien? ¿Así es tu ojo o es algún tipo de pupilente?
Eran los ojos de Morfeo, pero ¿los humanos tenían como él?
—Así son, la enfermedad es curiosa y los expertos confirman que rara vez habían visto un caso como el mío, y no hay muchos registros, no sabría estipularse un número exacto. —Se encogió de hombros, restándole importancia.
—Sí, no te preocupes.
Madeline salió de la habitación con su mochila preparada, la llevaba en su espalda y al mismo tiempo, su hija estaba secándose las manos. Se acercó a su madre y le tomó la bola, cargándola ella.
—Sabes que cualquier cosa que necesites o tengas problemas, necesito que me lo hagas saber al instante. Si el extraño insomnio te vuelve a golpear de pronto, me avisas y venimos tu padre y yo, sabes que por su trabajo no pudo venir, pero estamos al pendiente de ti. —Acunó el rostro de su hija con sus dos manos, acariciando sus mejillas con la yema de sus pulgares en círculos, tirando de ella hasta alcanzar su frente y depositar un beso.
—Sí, mamá. No te preocupes, me realicé unos chequeos y todo está en orden por el momento, ya te aviso si en el transcurso de algo cambian las situaciones —prometió ella con una media sonrisa decorando su rostro.
El celular de Nicoletta vibró, avisando que el taxi que había pedido para su mamá ya llegó. Madeline tomó la mano de su hija y ambas salieron hacia la recepción, debido a que la iba a despedir abajo.
Entretanto, Pía sacó los libros de su mochila, junto con los apuntes, iban a tener un día pesado para poder ayudarle a su amiga a no estar tan perdida con la nueva información.
—¿Y desde cuándo te dedicas a la actuación? ¿Te gusta el teatro o te gustaría escalar a la pantalla grande? —preguntó Pía, para que el silencio no fuera incómodo.
—Sí, toda la vida —balbuceó cortante, esperando a que la otra mortal llegase al apartamento.
Pía iba a responder, pero el sonido del timbre dentro de la sala atrajo su atención.
—¿Esperan a alguien? —preguntó Pía, observando la puerta.
Morfeo se encogió de hombros, pues no tenía información de aquello. La castaña dio unos pasos hasta acercarse a la puerta, tal vez Nicoletta se había marchado sin las llaves, pero era absurdo, debido a que no tenía seguro.
Pía jaló la puerta hacia ella, y se encontró con una mujer unos cuantos años más grande que ella, calculaba unos veintiocho. Además, tenía un bebé un poco grande en sus brazos, su rostro estaba rojo y sus ojos hinchados, parecía que lloró por un largo tiempo.
—¿Dónde está Nico? —preguntó con desesperación la mamá primeriza, apoyando al bebé sobre su cadera, moviéndose de un lado a otro, evitando que el bebé volviera a llorar.
—Ahorita llega, ¿quieres pasar? ¿Te puedo ayudar en algo? —inquirió con tranquilidad, inflando su pecho con aire.
—Sí, es que mi bebé se enfermó ayer, y no quiero ir al consultorio para que le pongan la segunda inyección, así que me pregunto si ella podría hacerlo... —explicó mientras se adentraba a la sala.
—Sí, sí. Nico no se debe de tardar en llegar, debe de estar subiendo. Si gustas, puedes sentarte —invitó, señalando el sofá mientras quitaba las mochilas, colocándolas sobre el piso.
—Gracias, chica. Soy vecina de unos pisos más debajo de aquí, y mi nombre es Bianca, por si llegas a necesitar cualquier...
No pudo completar la oración, ya que los grandes ojos marrón del bebé se llenaron de lágrimas y estallaron en un grito agudo que hicieron ensordecer a Morfeo quien, en un ágil movimiento, cubrió con las palmas de sus manos sus oídos.
—¿¡Por qué está llorando!? —vociferó la deidad con desesperación.
Su energías negativas las transmitía hacia el pequeño bebé, quien incrementó su llanto, su nariz empezaba a escurrir mocos.
—¿Qué es lo qué pasa, Renzo? —preguntó Nicoletta en voz alta, apresurada por entrar a su apartamento, caminando hacia la sala.
Los ojos del niño se iluminaron cuando se posaron sobre la estudiante de medicina, empezaron a hipear, y el llanto fue cesando de poco a poco al momento que Nico tomó sus piernas gorditas, y empezó a juguetear con los piecitos, era como si solo con el puro tacto el dolor hubiera desaparecido.
—No llores, Renzo ¿Te duele algo? —preguntó, haciendo un puchero.
Bianca tartamudeaba, según ella, intentando comunicarse con su hijo, ya que cree que, si le habla como la futura doctora, no entendería en lo absoluto. Pero, parece todo lo contrario, porque el bebé asintió con la cabeza.
—¿Qué es lo que le pasó ahora? —Elevó su mirada hasta que se encontró con los ojos de una madre desesperada, cuyo peinado era un desastre total.
—Despertó con la garganta inflamada, los mocos no cesan, y creo que le por la temperatura le duele la cabeza, así que el pediatra nos dijo que una inyección. —Se removió en el sofá, en busca de la bolsa de plástico, donde llevaba la receta conjunto a los medicamentos que le recetaron.
Nicoletta le devolvió el bebé a la madre para sacar las cajas y jeringas junto a la receta. La leyó en la mente, y revisó todos los medicamentos, buscando el que necesitaba, preparó la inyección después de desinfectarse las manos con gel antibacterial, y colocarse unos guantes.
—Pi, ¿podrías traerme un pedazo de algodón y alcohol, por favor?
Pía corrió hacia el baño, buscando la caja de primeros auxilios que se encontraba debajo del lavamanos en una caja de metal color blanca. Se devolvió con esta en las manos, y al abrirla, le pasó los elementos que necesitaba.
Nicoletta humedeció el algodón, limpiando los muslos del bebé, después hace pucheros con la boca, atrayendo su atención, cuenta hasta el número siete y le atraviesa la piel con la aguja de metal.
Renzo empezó a reír cuando Nicoletta le hizo cosquillas en su estómago.
—Listo, Bianca. Tranquila, nada más te alteras junto al bebé —sugirió la pelirroja, quitándose los guantes y aplastando las mejillas regordetas del bebé—. Si necesitas dormir un poco, puedes dejarme a Renzo, es un amor de bebé.
—No te preocupes, Nico. Te tomaré la palabra si en un futuro lo necesito, por el momento no, muchas gracias ¿Cuánto te debo?
Nicoletta sacudió la cabeza como negación, no le gustaba cobrar por una inyección.
—Después lo vemos.
La pelirroja la acompañó hacia la salida, abriendo la puerta, y cuando la cerró, Pía le lanzó al rostro un rollo de papel de cocina.
—¿Cómo se te ocurre pensar en ofrecerte a cuidar un bebé si tenemos que estudiar? —lloriqueó Pía, arrojando la cabeza hacia atrás—. Estoy agradecida de que te haya dicho que no.
—Nombre, yo no lo iba a cuidar, tenemos a Morfeo que le encantan los niños —habló con sarcasmo, cruzando los brazos sobre su pecho.
—¿¡Y a ti quién te dijo que estoy dispuesto a cuidar bebés que lo único que saben es cagar y comer!? —irrumpió Morfeo, levantándose del sillón de golpe.
—No sé, es una corazonada. Pero no te preocupes, que al menos hoy no te voy a poner a cuidar a un bebé...
—Ni hoy ni nunca —sintetizó con seguridad.
—No me retes que no sabes de lo que soy capaz de hacer —advirtió Nicoletta, caminando hacia la cocina, donde tomó asiento a lado de la amiga.
—Y tú tampoco sabes de lo que soy capaz de hacer.
—Tengo una idea. —Ladeó la cabeza, achicando los ojos y esbozando una sonrisa jocosa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top