003 l Coulrofobia

Soltó un profundo suspiro, sintiendo como un tórrido sol incomodaba sus ojos. Ella gimió con frustración, recargándose hacia un lado e intentar obstruir aquella luz. Sin embargo, escuchó un extraño graznido, por lo que no logró identificar el animal. Su cuerpo se paralizó cuando sintió dos grandes patas sobre la curva de su abdomen y en su cadera.

—¿Por qué el animal es tan grande? —musitó aterrada en voz baja, tratando de no alterar al animal.

Esperen un momento... ¿Por qué si quiera había una animal dentro de su habitación?

Alarmada, abre los ojos de par en par para comprobar que no estaba en su cuarto. Dentro de su panorama se encontraba árboles frondosos y exuberantes, sus pupilas se dilataron, porque no alcanzaba a ver el final de ellos. Intentó mirar por encima de su hombro para ver el animal, pero ella misma se obstruía.

¿Qué es lo que debía de hacer? ¿Fingir que estaba muerta hasta que el animal se fuera? ¿Y si nunca se iba? ¿Dónde demonios se encontraba? ¿Por qué estaba en un bosque? ¿O estaba soñando?

Se inundó de preguntas que no podían ser respondida en ese momento, así que mordió el interior de su mejilla para ahogar un grito.

¿Y si esa ave no se iba por ningún motivo?

Dedujo gracias la forma de sus patas, que estaban bien formadas como las de un gallo, ¿un gallo estaba encima de ella?

Se sacudió sutilmente para intentar ahuyentarlo, aunque sentía que se estaba muriendo del miedo, era como si una ráfaga de viento helado la estuviese recorriendo por completo que le erizaba la piel.

El animal extraño proyectaba una sombra bastante grande, y fue en ese en el que fue consciente del peso del animal ¿Sería una avestruz? Le parecía irracional, porque ese no era el hábitat típico de ese tipo de animales. En su vida había visto un animal así en el bosque ¿O habría excepciones?

Estaba sintiendo que le estaba aplastando las costillas y el aire le faltaba en los pulmones. Así que se sacudió con más fuerza, porque necesitaba tomar un bocado de aire.

El ave graznó con fuerza como advertencia, extendiendo sus gigantes alas para salir volando. Rápidamente, Nicoletta se levantó, apoyando su peso en un brazo, viendo como esa ave se alejaba. Lo cálido de su piel se evaporó ¿Desde cuándo existía un ave con cuerpo de flamenco, pero con cabeza de un dragón con sus alas llenas de plumas?

Horrorizada se fregó los ojos con fuerza, tal vez estaba alucinando, y lo que veía era una mala jugada de su mente. Se impulsó con ayuda de la palma de sus manos para levantarse, sacudió la parte trasera de sus pantalones, y nuevamente observó el cielo que se encontraba entre un naranja hasta llegar a un azul. Por lo que ni siquiera podía imaginar un aproximado de la hora.

Todo se volvió más bizarro cuando lo que parecía ser un canguro, a excepción de su cabeza que era la de un gato aulló. Volvió a estar aterrorizada, por lo que intentó esconderse justo detrás de un arbusto por el pavor.

¿Es que acaso se encontraba en una zona radioactiva y experimentaban con animales mutantes?

Su pulso aceleró e inmediatamente empezó a sudar frío, estaba en una espantosa pesadilla.

Estiró un poco la cabeza sobre el arbusto, apoyándose de sus rodillas que estaban dobladas tocando el suelo para tener una mejor percepción. Aunque parecía que aquel extraño animal le tuvo pavor con su sola presencia. Nuevamente se levantó, observando cada detalle de su alrededor.

Se veía un bosque sin fondo hacia al frente mientras del otro lado estaba un acantilado que se veía infinito ¿Dónde estaba y por qué estaba ahí?

Rascó detrás de su nuca, intentando escarbar en sus recuerdos alguna respuesta. Lo último que recordaba era que había llamado a Gitana en busca de una respuesta, después de eso había dejado de estar lúcida.

¿Es que Stella había tenido razón y las habían secuestrado?

Metió las manos dentro de los bolsillos del frente, sintió una hoja arrugada dentro del pantalón. De repente se sintió en una de esas series que alguna vez vio sobre el secuestro de personas que son jugadores en un juego, y la regla es sencilla: juegas o mueres.

Aunque al final, también morías.

Ella seguía escudriñando todo el lugar, con manos temblorosas desarrugó el papel, una tinta negra había enmarcado algunas palabras, aclaró su garganta para empezar a leer en un susurro.

—¡Hola, Nicoletta! Sé que lo más probable es que estés confundida, con miedo por no saber dónde estás. Te voy a explicar que tu alma ha entrado al mundo del sueño, como te había dicho; Morfeo te ha robado el sueño. El reloj de arena que tienes en la muñeca marcan unos días, es decir, el tiempo que tienes para conseguir que te devuelva lo que es tuyo. Antes de caer el último grano, deberás romperlo para abrir un portal entre tu cuerpo y el sueño para regresar al mundo. —Posó una de sus manos en la cadera, tomando un bocado de aire.

—Por cierto, deberás de cruzar el bosque en línea recta hasta llegar al castillo. Tendrás que ser precavida, porque el bosque te conoce tan bien que intentará hacer que te quedes por más tiempo, así que huye de las tentaciones, porque si no regresas antes del tiempo, te quedarás atrapada allá. —Bufó, echando la cabeza para atrás.

Estaba en una pesadilla, ya había concluido aquello. Pero, ¿cuándo iba a terminar?

El inicio de bosque lucía tétrico, aunque las primeras hilera de árboles no. Arrastró sus pies hacia el árbol verde que estaba en frente de ella, recargó su pecho sobre el tronco, para observar como el interior empezaba a oscurecerse con forme a la profundidad o al menos eso era lo que percibía.

Su instinto la obligó a mirar hacia arriba, encontrándose lo que parecía normal: una esponjosa ardilla color café. Era diminuta y parecía inofensiva, aunque se sorprendió que con su presencia no saliese huyendo, aunque no lo podía culpar; el interior se veía espantoso.

—¿¡Por qué me miras tanto!? —agredió la ardilla en un inglés perfecto con una voz tan aguda que podría reventar su tímpano.

Nicoletta volvió a palidecer, ¿por qué una ardilla hablaba?

Ella tenía un inglés imperfecto, algo torpe, pero podía defenderse.

—¿Por qué hablas? —tartamudeó en italiano, olvidando su segunda lengua.

—Entonces hablas italiano, me gusta. Suena más..., romántico —mofó la ardilla que seguía sosteniéndose con sus cuatro patas sobre el tronco, con la cabeza hacia abajo—. Tranquila, acá es normal que cualquier objeto inanimado hable —prosiguió con naturalidad continuando bajando.

La pelirroja retrocedió dos pasos hacia atrás.

—¿Qué haces aquí? —volvió a inquirir la ardilla, cuando estuvo a la altura de los ojos de la humana—. Los humanos vienen de manera distinta... Pero tú, tu pareces consciente de todo.

—¿Los humanos? ¿Hay más como yo?

—Claro —replicó con un resoplido la ardilla—. No existe ni un solo humano que no ha venido acá, inclusive tú; ya has estado acá con anterioridad. Cuando ustedes duermen, vienen acá a soñar, aunque siempre están en el interior del bosque. Pero, tú no, estás afuera. Eso no es normal, ¿cómo es que llegaste aquí?

—No lo sé, tenía varios días sin dormir, y cuando por fin creía hacerlo, he despertado aquí —respondió, ignorando su lado racional—. La Gitana que me ha mandado acá, me dejó una nota explicando que debía de atravesar el bosque hasta llegar el castillo para hablar con Morfeo.

—Morfeo es un dios idiota —chilló aburrida—. Últimamente estuvo irritable, nosotros murmurábamos que era porque no podía dormir. —Infló sus mejillas de tal manera que parecía que estaba almacenando más de una bellota—. Tonto, ¿verdad? Siendo el dios del sueño sin poder dormir. —Empezó a caminar hacia atrás, alejándose de Nicoletta—. Suerte para llegar a él.

—¿Por qué lo dices?

—El bosque te conoce tan bien, deberás de resistir tentaciones y darte cuenta de que lo que hay ahí dentro no es real. Porque, puedes quedarte ahí para siempre, y aunque luce una perfecta vida, no lo es —masculló lo último, sus ojos se abrieron, luciendo aterradores.

Nicoletta fijó sus ojos en esa ardilla café hasta que desapareció entre los árboles. Al parecer, su única opción era seguir las instrucciones de la carta: atravesar el bosque, estar en frente de Morfeo y romper el reloj.

No sonaba tan complicado.

Entretanto, del otro lado del bosque, en una cama tan grande que podrían acostarse por lo menos treinta personas. Los ojos del peliblanco se abrieron con lentitud, sonriendo tan amplio que se le marcaron dos hoyuelos en cada lado.

—Buenos días —canturreó con suavidad, fregándose sus grandes ojos con los puños de la mano.

Las tres ovejas que estaban justo en frente en una fila, una a lado de la otra, lana con lana. Nunca las había visto separadas una de la otra, aunque no le molestaba en lo absoluto.

—Buenos días —respondieron las ovejas a coro, arrastrando la letra "b" en cada una de las sílabas.

—Hoy hace un día esplendido —continuó Morfeo, levantándose de la cama para caminar hacia la ventana que dejaba ver el bosque.

Achicó sus ojos para disfrutar de la imaginación de los mortales, que era mucho mejor que una película. Aunque su cuerpo se erizó, porque algo no estaba en su lugar, empuñó las manos hasta que se tornaron blancas.

—¿Qué pasa? —preguntó la oveja negra.

El bosque y él estaban conectados de alguna manera, así que se sorprendió cuando alguien estaba al límite, porque eso significaba que era consciente de su mundo ¿Por qué una sucia mortal estaba ahí? ¿Cómo es que había llegado?

Echó la cabeza hacia atrás perplejo, durante toda su existencia jamás había presenciado algo como eso. Ni siquiera sabía que era posible aquello.

—¡Hay una inmunda humana! —clamó desconcertado.

—¿Y qué es lo que va a hacer? —divulgó la oveja blanca.

—Absolutamente nada o tal vez jugar, no debe de cruzar el bosque —aseguró, arqueando una de sus pobladas cejas blancas—. No debe de venir —enfatizó con seriedad.

Nicoletta tomó un gran bocado de aire, tenía la sensación que la temperatura había bajado con solo unos cuantos metros de distancia, así que se abrazó ella, intentando reconfortarse. Aunque conforme daba algunos pasos, los árboles secos y sin ninguna hoja parecían desaparecer. El humo gris que estaba por los suelos iba incrementando.

Entonces, lo escuchó. Una estruendosa carcajada inundó sus oídos, el olor a palomitas llegó a su nariz, luces de diferentes colores destellaban por todas partes. Así que quedo completamente congelada, conteniendo la respiración. Cerró sus ojos, con una vaga esperanza de desaparecer ahí.

Sin embargo, sucedió todo lo contrario. Estaba en medio de un estacionamiento con carros estacionados por doquier, los niños llevaban globos grandes y coloridos, hasta uno chocó con su espalda, tartamudeando se giró sobre sus propios talones, agachando la cabeza apreciando a un pequeño de unos ocho años que en su rostro infantil dibujaba ilusión con sus ojos centellantes.

—Perdón —se disculpó tímidamente, sujetando una caja llena de palomitas para adentrarse a la gran carpa de franjas rojas y azules.

La pelirroja asintió con la cabeza, mordiendo el interior de su mejilla. Recia a adentrarse al interior del lugar, porque sabía lo que iba a encontrar: payasos.

Payasos con trajes coloridos y patrones circulares o de rayas en todo el estampado de su disfraz con colores brillantes, una pintura blanca que cubría su piel y una nariz roja y redonda.

Los detestaba desde lo más profundo de su corazón.

De pronto todo lucía más grande de lo normal, sentía como se había encogido, agachó la cabeza en dirección a sus pies para encontrarse con unos tenis rosas que encendían

Sin siquiera darse cuenta, su cuerpo empezó a temblar, aunque un carraspeo de garganta atrajo su atención.

—¿Qué pasa Nico? Te prometo que será divertido —animó la voz melosa de su madre.

Nicoletta extendió el brazo en dirección a la mujer de al lado inconscientemente, ¿por qué sentía que su cuerpo seguía un libreto escrito por alguien?

—¿Te sientes bien, Nico? —La mujer apretó su agarre con sutileza, brindándole seguridad.

—Sí, mami —replicó con una voz de niña pequeña, regalándole una sonrisa.

Juntas atravesaron la carpa para ver que en el centro del lugar se encontraba un gran escenario circular de color amarillo con una estrella color rojo. Las gradas de atrás eran grande y recorrían una mayor parte del circo sin tocar la parte de las bambalinas. Había unas pequeñas mesas justo en frente del escenario con algunas sillas alrededor, por lo que era una zona más exclusiva.

Su madre acomodó sus cabellos rojizos como los de ella detrás de la oreja mientras esquivaba a la multitud que estaban en busca de sus respectivos lugares, aunque sus manos no solo habían palomitas, sino que también grandes botes llenos de refresco y algodones de azúcar.

La madre ayudó a su hija a subirse a una de las sillas, acomodó los pequeños cabellos que se alborotaban de su alta cola de caballo. La niña veía como sus piernas colgaban en el aire, así que golpeaba sus propios talones.

—Te la vas a pasar genial, Nico ¿Quieres algunas palomitas? —preguntando mientras buscaba en el interior de la bolsa, buscando algunas monedas cuando un payaso caminaba en el pasillo que se formaba entre las gradas y la zona exclusiva.

La pelirroja esbozó una sonrisa como respuesta. El payaso tomó la charola que sujetaba con ayuda de su hombro, colocándola sobre la mesa, dándole oportunidad que la niña escogiera una bolsa de papel.

—Escoge una bolsa, pequeña —invitó el payaso,

Nicoletta estiró su cuello, buscando la que tenía más palomitas en el interior. Tomó una de las del centro cuando su mamá le unas monedas. El payaso de peluca con rizos y color azul, apretó su nariz para imitar el ruido de una bocina. Dio un brinco en su propio lugar, para seguir vendiendo los productos de su charola.

—¿Están ricas las palomitas? —Tomó un puño cuando Nicoletta le dio la bolsa—. Deliciosa —agregó, llevándose una a la boca.

Todas las luces se apagaron y algunos reflectores se encendieron a la misma vez, las luces de diferentes colores empezaron a parpadear con forme a la música que se escuchaba al fondo.

La niña dejó las palomitas de mantequilla sobre la mesa, aplaudiendo con fuerza, porque la voz del presentador lo pedí. Todos los niños aplaudían en conjunto, mostrando lo entusiasmados que estaban.

—No los escucho —alargó la última vocal, esperando a que el ruido incrementase.

Nicoletta le regaló una mirada suplicante a su madre, intentando que ella silbara, ya que lo único que lograba la niña era escupir toda la saliva. Su madre rodó los ojos con diversión, metiendo el pulgar y el índice a la boca, suplando con fuerza.

—Veo que están más animados, por lo que significa que el show ¡Ya va a iniciar! —terminó la voz del presentador.

Al instante, ruidos de sirenas de policías se escucharon por todas partes, las luces parpadeaban en rojo y azul. En el fondo se escuchaba un grito estruendoso del presentador.

—¡Y con ustedes, le damos la bienvenida a nuestro primer espectáculo; Rissitos y Rissitas!

El constante del parpadeo se detuvo, las grandes cortinas se abrieron un poco y dos payasos salieron en un triciclo pequeño en proporción a su cuerpo de adulto. Alrededor de su cuello llevaban como un collar circular de color rojo, sus gigantes zapatos del mismo color, aunque su traje era un poco menos brillante. —Hola, chicos ¿Cómo se la están pasando en esta noche? —Sus gigantes labios pintados se curvaron en una sonrisa.

El de melena azul con un tres ligas atadas en el cabello, dos a cada cotado y uno en el centro de su cabeza le dio un golpe detrás de la nuca a su compañero de trabajo.

—¿Por qué estás preguntando eso si apenas está iniciando el show, Rissitas?

—¡Ah, sí es cierto!, ¿verdad? —Rissitos se encogió de hombros, carcajeando con inocencia—. En ese caso, ¿están preparados para el mejor show del mundo?

Los niños gritaron a coro como respuesta.

—¡Esa es la actitud! Es nuestro alimento día a día, si ustedes no se animan, nos morimos de hambre. Ustedes no quieren eso, ¿no es así?

—¿¡Cómo te atreves a pedir alimento si no has hecho nada!? —reclamó hilarante, volviendo a golpearlo.

—¿¡Están viendo eso!? ¡Me están maltratando! —lloriqueó Rissitas, acusándolo con el dedo índice mientras que con la otra mano sujetaba el micrófono.

—Sí, eso es correcto. Deberíamos de estar llamando a los defensores e maltrato animal. —Rissitos sopló sobre su micrófono.

El circo se escucharon carcajadas más graves, la mayoría proveniente de los adultos. Nicoletta arrugó el entrecejo con confusión, sin entender el sentido del chiste.

—¡Oye! —reclamó el otro payaso cuando actuó darse cuenta de lo que estaba sucediendo.

—Bastante lento —irrumpió Rissitos caminando por todo el escenario.

Analizaba cada uno de los sectores del lugar, pero Nicoletta se sintió tan indefensa cuando se detuvo justo en frente de ella unos segundos más de lo que hubiera hecho con el resto del público, eso le indicaba algo no muy grato.

—¿A alguien le gustaría ganar esto? —El payaso de pelo rojo arrojó una pelota de su mano y al instante regresó debido a que estaba conectado a un hilo casi imperceptible para el ojo humano.

Todos los niños gritaron de emoción, deseando tener una de esas pelotas en su posesión.

—Tenemos de varios colores, lo que necesitamos son cinco niños para un juego y uno va a poder ganar uno de esos —alentó el payaso, volviendo a arrojar la pelota.

La niña de coleta se sintió cohibida, se hizo para atrás, pegando la espalda al respaldo, intentando fundirse en ella y pasar desapercibida.

—Nico, vamos ¿No quieres una de esas pelotas? Yo no pienso comprarte una cuando termine, anda. —Su madre colocó una de sus manos sobre su hombro, apretándolo con sutileza.

Rissitas que no había despegado sus ojos de ella se acercó, extendiendo la mano en dirección hacia Nicoletta quien abrió los ojos de par en par con sorpresa ¿Por qué no iba con otro niño?

—Vamos, pequeña ¿No quieres ganarte una pelota? —El payaso dejó caer la pelota a modo de incentivo.

La niña pasó saliva por su garganta, intercambiando una mirada suplicante a su madre.

—Sí, a ella le encantaría participar. —La empujó con delicadeza, obligándola a levantarse de la silla.

La niña rodeó el escenario hasta encontrar una estrecha entrada hacia el escenario entre las mesas, siendo guiada por el payaso. Su pulso empezó a incrementarse, las palmas de sus manos empezaron a sudar, volteó su cabeza una vez más, buscando su mamá para reconfortarse.

El payaso la sujetó de la muñeca, guiándola entre los niños, colocándolos entre dos niños, hombro con hombro. Ella entrelazó sus dedos, tambaleándose hacia delante hacia atrás, observando todo a su alrededor. El lugar se encontraba repleto de personas atentas a cada uno de sus movimientos.

—Queremos que bailen —señaló uno de los payasos con su voz hilarante, intercalando hacia los niños—. El público va a escoger el ganador con los aplausos.

Las luces volvieron a parpadear constantemente, tornándose roja. La música alegre y animada fue sustituida por una lenta que se oía un tambor que se detenía en seco, se sentía lejana, como si todo a su alrededor se moviese sin parar.

Agachó la mirada, porque todo estaba tan pacifico que ni con soslayo la obligarían a mirar de reojo. Sin embargo, todo empeoró cuando unos zapatos de payaso color negro estaban a la altura de sus ojos, su piel fue de gallina en ese momento, negándose a alzar la cabeza.

No era real, intentó consolarse ella misma. Pellizcó el dorso de sus manos, intentando despertar de la pesadilla que la tenía presionara, pero no obtenía resultados.

Sintió como una gran mano cubrió todo su hombro y una parte de su brazo para estrujarla con fuerza, obligándola a doblarse un poco. Su respiración iba en incremento, quería vociferar de quería desde lo profundo de su de lo profundo de su de lo profundo de su de lo profundo de su interior la palabra mamá, esperando que la rescatase.

—Alza la mirada, muñequita —pronunció una voz gutural, profunda e intimidante.

Inició a hiperventilar, sin creer lo que estaba escuchando. Sin embargo, unas garras rozaron su mentón. Estaba quieta, gaélica. Su lógica en ese momento era que si seguía así, él se cansaría y ella podría ir en busca de su madre.

—Mírame —repitió con seriedad.

Ella intentó inclinarse hacia atrás, intentando alegar esa garra que le estaba cortando la piel.

Una ira abrasó al payaso, profundizando su agarre en la barbilla, obligándolo a fijar sus ojos en él. Atisbó unos reflectores sobre su rostro que estaba completamente de blanco, con un ojo colgando sobre mejilla. Alrededor del ojo parecía que tenía un moretón, algunas gotas de sangre se resbalaban por su rostro. Su sonrisa tenía rota la comisura de sus labios, por lo que tenían una amplia sonrisa, sus dientes parecían colmillos y podridos, además contaba con un nauseabundo olor.

Ella chilló en un murmuro, agachando la mirada para volver a desviar la mirada.

La cólera de la extraña figura que estaba en frente de ella aumentó, así que soltó su agarre hacia abajo, en busca de impulso para proporcionarle una cachetada a la niña de en frente con tal fuerza que la derrumbó. Nicoletta atravesó las manos de su caída para no rebotase en el suelo. En un ágil movimiento se giró sobre su cuerpo, observando el semblante mortífero endurecido que le provocó un escalofrío en su espalda.

La pelirroja, sobresaltada se levantó con torpeza, su visión se nubló con las lágrimas que se acumulaban. Estaba tratando de recuperar el equilibrio. El payaso mantenía sus ojos fijos en cada uno sus movimiento, sus piernas no dejaban de temblar, porque todo en su entorno había desaparecido; los niños que estaban a un lado, el otro payaso. Lo único que estaba era el escenario.

La estruendosa carcajada del payaso que caminaba en circulo alrededor de ella inundó por todo el lugar. Quería echarse a correr, escapar, pero no podía. Era como si algunas manos huesudas saliesen del escenario y la le envolvieran los tobillos, sometiéndola a la tortura del payaso.

Nicoletta estaba temblando sin ser capaz de despegar sus ojos de esa extraña criatura, removiendo sus pies para intentar zafarse.

—¿Por qué te asustan los payasos? —interrogó el payaso, sacando la lengua de su boca, tenía una abertura que al final la dividía en dos, como una serpiente venenosa, cual sus palabras.

Entrecerró sus ojos, inclinándose hacia atrás, tratando de evitar que lamiese su mejilla. Pero, por más que ella se alejaba, esa cosa se acercaba a ella hasta que paso con su lengua del mentón hasta el pómulo, ella intentó limpiarse con ayuda de su hombro algún resto de baba.

—¿Por qué no te gustan los payasos? —Su voz macabra cada vez parecía que se estaba ahogando.

—Son feos —masculló, dirigiendo sus ojos hacia el techo que lucía infinito y oscuro.

—Pero si solo nosotros queremos ser tus amigos —refutó, doblando un poco las rodillas para estar a la altura de los ojos de la niña.

—Uno no espanta a la persona de quien quieres ser amigo —argumentó con un poco de firmeza—. Uno busca ser amable —balbuceó, perdiendo la poca seguridad que había ganado.

—Pero puede que yo no sea una persona —mofó el payaso, abriendo el único ojo que tenía en su lugar.

—¿Eres un payaso? —tartamudeó, mordiéndose la lengua.

—Y sin un ojo —agregó él, analizando sus respuestas.

Corre.

Ese era el momento, al menos eso era lo que había escuchado un eco en el interior de su cabeza. Las manos aflojaron su agarre, ella se alejó. Su pulso jamás se detuvo y una dosis de adrenalina la envolvió por completo, le dio un pisotón a una de las manos, atrayendo la atención del payaso de pelo negro.

Ella recordó las palabras de su madre, que si un extraño intentaba sujetarla le diera una patada con todas sus fuerzas en la entrepierna y saliera huyendo, gritando con desesperación. Así que lo hizo, alzó su delgada pierna para golpearlo en el interior de sus muslos para correr.

Ni siquiera volteó para ver si había causado un efecto doloroso, simplemente sus piernas se encargaban de correr, sabiendo que no debía detenerse ni para revisar. Golpeó la cortina con fuerza para poder atravesarla, aunque el aire no era suficiente, no le importaba.

Debía resistir para evitar que el payaso la atrapase.

Sus piernas empezaron a arder, así que disminuyó la velocidad para voltear la cabeza, comprobando que no había nada detrás de ella. Seguía rodeada de árboles secos. Su cuerpo ya no podía seguir corriendo, así que cayó de rodillas, gateó hasta recargarse en un árbol. Abrazó sus piernas, escondiendo el rostro en sus brazos, sintiendo como su cabello tenía una función de cortina.

Pestañeó, dejando escapar unas lágrimas que contenía, recordando la vez cuando era una niña de seis años, se perdió entre la multitud y un payaso intentó ayudarla, aunque desde su perspectiva, parecía que la estaba alejando de su mamá cuando ella ya la había localizado. Gruñó con miedo,  mordiendo la mano del payaso para ir hacia los brazos de su madre y estar segura entre ellos.

Una calidez de su amor la había reconfortado hasta que sus ojos dejaron de gotear.

Gracias a una desagradable experiencia le había plantado la coulrofobia, por lo que tenía una cicatriz profunda que no había curado.  

n/o*

holi, perdon la semana pasada por no actualizar, pero es que el terror no es mi fuerte y estuve viendo como narralo y así, aunque pues bueno... en fin, este bosque juega con los sentimientos de las personas y el morfeo bien feo dios, que opinan? les gusto? por que creen que morfeo no puede dormir? comentarios? en fin, gracias por leer y espero que esten teniendo una excelente semana. la hope se despide n.n

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