001 l Morfeo es un ladrón


La mano trataba de escribir toda la información que podía extraer de las palabras del profesor de medicina forense que caminaba del lado a lado con las manos entrelazadas en la espalda, fijando sus ojos en cada uno de sus alumnos para que pudiesen mantenerse enfocados. Era un hombre que parecía estar rondando los cincuenta años, pues su pelo corto era oscuro, pero parecía que se estaba tornando gris, llevaba unas grandes gafas circulares en los ojos que daban la sensación de atacarte si no prestabas atención.

Nicoletta se irguió cuando sintió una punzada en uno de sus laterales, ella miró por el rabillo de su ojo hacia atrás, viendo a su mejor amiga que se inclinaba hacia al frente con sutileza para no ser atrapadas en el acto de conversar.

—¿Tienes corrector? —murmulló Pia, moviendo su pluma negra con desesperación.

La pelirroja que estaba sentada al frente asintió con su cabeza, su larga melena se meneó. Ella desvió la mirada hacia la mochila que estaba en el suelo para arrastrarla hacia la castaña. Pia esbozó una sonrisa, sus mofletes se hicieron más grandes al instante. Ella se agachó para buscar lo que necesitaba de la mochila, para dejarla ahí, al final de la clase se la regresaría.

—Nos hemos pasado tres minutos de nuestra clase, siento retenerlos —informó el maestro, mirando hacia el reloj de la muñeca. Escuchó como el ruido empezaba a incrementar, todos estaban desesperados por ir a su siguiente clase—. Si les quedaron temas de lo visto, me lo comunican la siguiente semana, porque acuérdense que el viernes hay examen —declaró el hombre al ver cómo iban saliendo por la puerta.

Nicoletta giró su tórax para tomar la mochila y guardar su libreta junto con sus plumas.

—Gracias, Nico. Oye, tengo que apresurarme, porque mi novio va a pasar por mí. No te molesta, ¿verdad? —preguntó, cerrando su mochila, levantándose del escritorio.

—No te preocupes Pi, nos vemos mañana y que te diviertas.

—Tú también, y por favor, no vayas a desvelarte estudiando que cada vez que te veo tus ojeras son más profundas —recriminó, colgando su mochila sobre el hombro.

—Sabes lo difícil que es para mí esta clase, necesito hacerlo si quiero aprobar.

—Como te parezca más conveniente, nos vemos mañana. —Pia acercó su mano para enredarla en los mechones de su amiga como despedida, se giró sobre sus talones con dirección hacia su novio que estaba recargado en el umbral de la puerta.

El pelinegro de su estatura con un poco de sobrepeso extendió los brazos para darle una acogedora bienvenida a su novia.

Entretanto, Nicoletta se acercó al escritorio del profesor con la mochila en mano.

—Señorita Russo, aquí le traje uno de mis libros —enunció el hombre que estaba sentado, abriendo un cajón de su escritorio—. Está un poco viejo, es de cuando yo empecé a dar clase, hace más de quince años. Hay apuntes y cosas importantes, es más digerible que el que la Universidad nos obliga a utilizar, y nosotros seguimos instrucciones —explicó con voz firme, acariciando el libro con dulzura—. Te va a servir mucho, igual si sigues teniendo dudas, me mandas un correo electrónico para resolverlo rápido —animó con una pequeña sonrisa.

—Gracias profesor. —Aceptó el libro para guardarlo en su mochila.

Nicoletta era estudiante de medicina, su mayor anhelo era especializarse en neurocirujano pediatra. Sin embargo, la materia de medicina forense era un verdadero reto para ella. En lo particular, no le gustaba en lo absoluto, y era un requisito para completar la carrera. Así que se acercó a el profesor para comentarle el problema y fue muy accesible al tenderle una mano.

La estudiante se despidió del profesor para salir del aula, colgando su mochila en la espalda. Tal vez iría a comer a una cafetería antes de ir a su apartamento para repasar el material de la clase. Sí, eso haría.

Sus compañeros, en su mayoría, tenían un aspecto desfavorable, llevaban en mano sus libros, y como ella, se veía que no habían dormido por mucho tiempo. Dejó de poner atención en ellos cuando sintió que su celular empezaba a vibrar en el bolsillo de su pantalón, lo sacó con instinto para deslizar el dedo índice sobre la pantalla y posteriormente llevarlo a su oído.

—¿Hola? —inició ella.

—Nico, ¿has terminado tus clases? —inquirió una voz profundamente gruesa del otro lado de la línea.

—Enzo, sí, ya terminé ¿Necesitas algo en especial? —Mordió su labio inferior al escuchar a su amigo suspirar.

—Sí, quería ver si querías ir conmigo a comer. Ya he salido de mis clases de programador, y acabo de terminar con un código que me sacaba de quicio.

—Tu facultad está un poco lejos de la mía, ¿quieres que nos veamos en algún lugar?

—No, de hecho, hace diez minutos que llegué, estoy en el estacionamiento. Tenía la esperanza que no me rechazaras, y si lo hacías no te iba a decir lo que hice —mofó con ironía.

—Va, entonces déjame correr hacia allá. No cuelgues, platícame de tu código que tenía muy frustrado.

Nicoletta prestó atención a las palabras que su amigo decía con irritación mientras apresuraba sus pasos hacia el estacionamiento. Para su fortuna, Enzo estaba en la primera hilera, sentado sobre su moto de espaldas hacia ella, por lo que no había percibido que su amiga estaba detrás de él.

La ojiverde prestó atención en los anchos hombros antes de colgar el celular sin decir una palabra. Enzo guardó silencio para notar que no se escuchaba nada, antes había escuchado el murmullo de los estudiantes, pero ahora no había nada. Así que despegó su celular de su oído para fijar sus marrones ojos en el celular bloqueado.

—¿Qué? —musitó con indignación.

Nicoletta carraspeó su garganta para atraer su atención, el se estremeció con sorpresa, levantándose de la moto, volteándose para ver a la mujer por la que él albergaba sentimientos en su corazón.

—¡Nico, me has asustado! —recriminó, abriendo sus brazos para recibirla—. Te ves fatal —halagó él, inclinando un poco hacia atrás, para mirar su rostro —¡Oye! —aquejó cuando sintió una punzada de dolor en su espalda baja, debido a que su amiga le pellizcó la piel.

—Te lo mereces por idiota. —Dejó de aferrarse a su amigo, apretando los labios hasta formarse una línea recta.

—Pero era una broma —carcajeó Enzo, revolviendo el cabello de la chica.

Ella junto el entrecejo, alejando la cabeza para que dejase de despeinarla. Le gustaba su cabello largo, pero le gustaba que estuviese liso por completo sin volumen.

—El pellizcarte también era una broma —refutó Nicoletta, posando sus manos en la cadera— ¿Tienes idea de a donde vamos a comer?

—Tal vez vamos a una cafetería, se me antoja algo sencillo —explicó, tomando el casco de seguridad que le ofrecía su amigo—. Acaban de abrir una muy buena por mi casa —agregó con inocencia, pues el plan era estar cerca de su departamento para no tomar el camión.

—Te llevaría a tu casa sin importarme que tan lejos estuviéramos.

—Anda, vamos —insistió la pelirroja con una sonrisa.

Enzo escudriñó a su amiga, dio un paso hacia delante para abrochar el casco de seguridad a la perfección.

—Ya sé ponerme bien el casco, no entiendo porque siempre tienes que revisar tú que lo hice. —Encorvó su espalda con irritación.

—No siempre te lo pones bien, ¿recuerdas la otra vez que tuvimos un accidente? —Mordió el labio inferior con culpa—. La peor parte te la llevaste tú, porque no llevabas bien el casco, y no voy a permitir que pase nuevamente.

—Pero me rompí el brazo, nada que ver con la cabeza. Eso fue hace años, y no te culpo de ello. Eso deberías de haberlo entendido desde hace mucho —declaró firme, reposando una de sus delgadas manos sobre el hombro—. Y si te hubiera echado la culpa a ti de mi accidente, cree que jamás me volvería a subir a una motocicleta contigo. Pero, aquí estamos, así que deja el pasado atrás.

—Sea como sea, prefiero estar bien seguro que no vaya a existir una posibilidad de esas —afirmó con seguridad, arrugando el entrecejo.

Enzo cruzó una de sus gruesas piernas por la motocicleta, tendiéndole su mochila a su amiga que una la colgó por un hombro mientras que la suya la mantenía en los hombros. El hombre de piel aceitunada, encendió el motor de la motocicleta, le ordenó a la pelirroja que levantara las piernas, se aferrase a él con fuerza.

Nicoletta pasó las manos por el pecho del hombre y recargó su barbilla en uno de sus hombros, sintiendo un la respiración regulas sobre el cuello que le erizaba la piel.

Ella tenía sus grandes ojos bien abiertos durante todo el trayecto, sintiendo como el aire chocaba contra su rostro con sutileza cuando la velocidad era tranquila, observaba como el tráfico de Milán, Italia era dinámico sin llegar a tener congestión.

En un semáforo rojo, Nicoletta murmuró la dirección de la cafetería antes de llegar. Enzo estacionó en frente del lugar, apagó el motor con velocidad para tratar de ayudar a su amiga a bajar, pero fue demasiado lento, ya que se encontraba sacando una de las correas por la cabeza para entregársela al hombre.

—¿Cuánto tiempo tiene la cafetería? —cuestionó con curiosidad al ver un lugar pintoresco en medio de grandes edificios saturados de flores de todos los colores con hierbas adheridas a la pared.

—Tiene un par de meses —respondió con simpleza, desabrochando el casco.

—¿Y por qué no me habías dicho? —inquirió con indignación, impactando sus caderas con las de ella para moverla.

—Pues no sé, raro, porque me encanta ir a comer a ese lugar —replicó, haciendo una cola de caballo en alto alborotada, sentía que el casco había revuelto su melena.

En ese momento, Stella, su compañera de apartamento le mandó un mensaje preguntando por su ubicación por si servía dos platos sobre la mesa. Nicoletta rechazó la invitación, pero la invitó a la cafetería.

—¿Con quién tanto hablas? —chucheó él, alzando un poco la cabeza por el hombro de la mujer.

—Con Stella —dijo, bloqueando el celular para guardarlo en el bolsillo de la mochila, deteniendo su andar en una esquina para esperar el cambio de luz a favor de los peatones.

Se reunieron un par de personas más, Nicoletta le atrajo la atención una mujer pequeña con la espalda curvada que sostenía dos bolsas de mandado en cada una de sus manos. Enzo, como el caballero que era se inclinó hacia abajo ofrecer su ayuda a la señora de la tercera edad.

—No, gracias joven —musito en una voz casi imperceptible, pero malhumorada.

Enzo esbozó una sonrisa tímida para alejarse de ella y acercarse a su amiga quien lo observaba con reproche, pero él se encogió de hombros para restarle importancia al asunto. El resto de las personas ni si quiera intentaron ofrecer ayuda, por lo que la pelirroja volteó los ojos cuando el conjunto de personas siguieron su curso. Cautelosamente ella se posicionó en frente de la mujer con pelo gris por cualquier cosa.

Sacó su celular para entretenerse por unos cuantos segundos, tonteando entre sus mensajes, aminorando la velocidad de sus pasos. Miró de reojo hacia atrás, la mujer arrastraba sus pies y el semáforo empezó a parpadear dando señal que se estaba por cambiar la luz.

Los autos empezaron a sonar el claxon con desesperación por las dos únicas personas que se encontraban en las líneas inclinadas de color blanco. La estudiante de medicina se agachó por unos segundos para atar los cordones de sus zapatos, dando oportunidad a la mujer que la adelanté.

Nicoletta se levantó para correr hacia el otro lado de la banqueta para darle oportunidad a los autos que avanzarán. Del otro lado se encontraba el pelinegro con ojos profundos que tenía las manos dentro de los bolsillos de su pantalón de mezclilla.

La anciana alzó la mirada, curvando sus labios en una amplia sonrisa al ver a la mujer que la había cuidado durante el trayecto.

—Gracias —afirmó ella con voz melosa.

—No entiendo. —Pasó sus dedos por la cola de cabello, desentendida.

La anciana con cejas pobladas del mismo tono de su cabello que guiñó un ojo para continuar con su camino.

—Eres muy buena con las personas, negó rotundamente mi ayuda.

El hombre emprendió una caminata junto su amiga que estaban a escasos pasos de la cafetería. Ella sonrió satisfecha al escuchar esas palabras.

—Voy a ser médico, es mi deber saber cómo tratar con las personas. Ella no quería ser ayudada, pero lo hice. —Atravesaron por la puerta de cristal.

Sus fosas nasales inmediatamente se inundaron al majestuoso olor a la combinación floral. Ella examinó la quijada cuadrada de su amigo con una nariz ancha y esperó que se le plasmara la misma sonrisa de oreja a oreja que ella tenía.

—¿Te gusta el lugar? —susurró en voz baja para atraer su atención.

Enzo asintió con la cabeza, siguiéndola que iba directo a una mesa que estaba en frente de la ventana de cristal. Nicoletta arrastró la silla de madera hacia atrás para sentarse en ella, dejando la mochila en el otro asiento.

—Es muy pintoresco. —Se sentó al frente de la mujer, entrelazando sus manos en frente de la mesa— ¿Vienes muy seguido?

—No tanto, la verdad. Sabes que yo amo el sabor de Stella cuando cocina, cuando no quiere yo la invito para acá.

—Tienes una muy buena relación con ella, me parece perfecto.

—Así es, congeniamos muy bien. Ella cocina, yo lavo la ropa y los trastes, y ambas sacudimos los muebles —explicó, mirando hacia un lado en busca de uno de los meseros.

Un adolescente de aproximadamente catorce años se acercó con un cuaderno en las manos, se colocó un mantel en la cadera a cuadros blancos y rojos. Él saludó con frenesí al ver a una cliente frecuente de sus padres, preguntó si deseaba lo de siempre, accedió con la misma efusión, pero dos platos, uno para su amigo.

El niño anotó un par de cosas para ir a la cocina con el pedido. Enzo observaba que en el lugar no había tantas personas, quizás era porque todavía no era hora del almuerzo. No obstante, todas as que se encontraban ahí se veían dichosos. Incluso el interior se veía como el exterior con mesas de maderas sin ser tan prolijas con diferentes alturas y tamaño.

—El lugar es muy bonito, ¿verdad? —preguntó coqueta, alzando ambas cejas—. También cuando estoy fatigada y Stella no está en el departamento vengo para acá y Cole me alivia todo el dolor, excelente niño elocuente —explicó francamente—. Por cierto, ¿cómo piensas a mi amiga Stella? Muy preciosa con su corta melena rubia y ojos marrones, eh.

—Sí, es una muy bonita amiga tuya —confirmó él con confusión, rascándose detrás de la nuca—. Aunque todavía no entiendo cómo es que ustedes dos congeniaron tan bien.

—Yo tampoco, yo soy de Castelmazzano y ella es de Varenna, nuestro sueño siempre fue venir a Milán para estudiar la Universidad, ella en ingeniería de alimentos y yo de medicina, pero en internet estábamos buscando compañeras para no sentirnos tan solas, ya que no tenemos familia acá —relató con cariño, fijando sus ojos en un lugar, recordando las primeras imágenes de Stella.

—Y tus papás te dijeron loca —prosiguió Enzo.

—¡Si, y sus papás pensaban exactamente igual! —exclamó con una carcajada atorada en la garganta—. Así que los convencimos de conocernos a todos en Milán, todos nos caímos muy bien y buscamos un apartamento para establecernos lo más rápido, y van cuatro años desde aquella vez —concluyó, acariciando el puente de su nariz.

—Están muy locas ¿A quién se le ocurre venir hasta acá para conocer a una amiga de internet?

Nicoletta sacudió su cabeza en forma de negación con diversión.

—¿En qué época crees que estamos? Si de las mejores amistades se forman a través de internet —afirmo con toda seguridad.

—¿Este fin de semana te gustaría ir con mis amigos de la facultad a una pequeña reunión? Va a ser pequeño para relajarnos de esta semana que está llena de proyectos y exámenes.

—Te digo el viernes, porque la verdad lo único que creo que voy a tener apetito de dormir todo el fin de semana hasta cansarme de roncar que la siguiente semana voy a tener proyectos pesados, y voy a empezar con unas prácticas en un hospital donde me toca hacer guardia una vez a la semana. —Masajeó sus sienes con lentitud, imaginando lo que le esperaba en un futuro.

Aunque en su interior sentía una reconfortante gozo, porque ese había sido desde que ella había tenido memoria.

—La medicina suele ser agobiante, ¿verdad?

—No tanto, no si eso es lo que tu corazón es lo que realmente desea. —Palmeó su pecho como si lo estuviese desnudando en frente de él para demostrar la sinceridad de sus palabras.

Cuando la noche abrasó la serena noche, Nicoletta se encontraba en su habitación en frente de su escritorio con una lámpara con una luz fulgurante directamente a el libro que le había prestado el profesor con quién sostenía una relación estrecha, debido a que era su tutor de carrera sin añadir las complicaciones que tenía con la materia que él impartía.

Unos nudillos tocaron a la puerta de madera, ella aclaró su garganta como afirmativa, Stella se adentró a la habitación con una gran taza de café oscuro. Un brillo cruzó por su mirada llena de alegría al saber que ella la conocía a la perfección.

—¿Podrías cerrar la ventana, por favor? —suplicó, haciendo un mohín con los labios mirando hacia arriba.

—Lo que tú quieras, rojita —accedió ella, arrastrando sus pies hacia la ventana que daba en frente de una calle.

Stella sacó la cabeza por unos segundos al confirmar que unos cuantos autos todavía se encontraban en circulación a pesar de ser media noche. Ella se estremeció al no imaginarse dentro de su cálida cama, por lo que se apresuró a deslizar la ventana hacia abajo, asegurándose de poner firmemente el seguro.

—Nada más que no te duermas tan tarde que todavía tienes que madrugar el día de mañana —advirtió jugueteando en el marco de la puerta, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Sí, no te preocupes que yo en media hora me duermo —mintió, moviendo la mano para ya no ser interrumpida.

La rubia suspiró con pesadez al conocer su artimaña, por lo que cerró la puerta detrás de ella.

Entretanto, Morfeo acostado dentro de sus abrigadoras cobijas empezó a patearlas con sus largas piernas para mantenerlas lo más alejadas de él que terminaron en el suelo, ahogó un grito de frustración al colocarse una almohada sobre su cabeza. Se sentó sobre la cama cruzando sus piernas sobre la cama, extendiendo la mano en el globo terráqueo que tomó prestada en alguna tienda de los sucios mortales. Le dio un leve empujón para que empezase a girar sobre su propio eje, apretó los ojos con fuerza, deteniendo la rotación del globo; la primera vez tocó en Panamá.

Se supone que en esos instante, la gente de ese país debería de estar amaneciendo. Así que se concentró en aquel bonito país, agudizando el oído para finalmente escuchar la tranquilidad absoluta, a excepción por algunos ronquidos y murmullos entre sueños.

Morfeo no entendía como los mortales podían soñar cosas absurdas, unos echaban la imaginación a volar y sus creaciones terminaban en su propio mundo. Chasqueó sus dedos frustración, no iba muy seguido al mundo mortal debido a que odiaba el poco cariño que le ellos cuidaban su casa tierra con tanta contaminación.

Volvió a repetir su acción de girar el globo, volvió a cerrar sus ojos para detenerlo; esta vez fue en Milán, Italia.

El peliblanco curvó sus labios en una torcida sonrisa, recobrando sus pensamientos sobre los humanos; unos seres que parecían demasiado complejos que no creía poseer la suficiente sabiduría para descifrarlos.

Se levantó de la cama para caminar hacia la ventana de grandes piernas donde se sentó, colgando sus piernas a lo largo de su gigantesco castillo. Lo que más le irritaba sobre los humanos eran las que se encontraban festejando por cualquier tontería o las que hacían remedios para no dormir.

Lo más irónico de toda aquella situación era que él siendo el dios de los sueños no pudiese conciliarlo. Él velaba por el sueño de todo ser viviente, pero nadie se preocupaba por el suyo.

Estúpido dios del sueño, inútil.

Esperen..., ¿acaso se estaba insultando así mismo?

El cansancio ya le estaba afectando, necesitaba despejar la mente.

—¿Por qué no sale a dar su paseo? —inquirió la oveja negra, arrastrando sus palabras, en marcado la letra "B" en cada una de las palabras.

—Ya sé que no quieren que las ponga a trabajar, por eso me están echando del castillo. Está bien, les voy a dar gusto y me voy a ir de acá. —Los ojos cansados de Morfeo; uno azul y el otro la pupila era blanca con un ligero contorno blanco con unas pequeñas venas escudriñó a sus ovejas para complacerlos, lanzándose de lo más alto.

En un abrir y cerrar de ojos, abandonó su paraíso para adentrarse al mundo mortal. Sin embargo, al momento en que sus ojos se abrieron una hoja de cuaderno le obstruyó la vista.

Imbéciles humanos, ¡vaya que si eran unos impuros!

La deidad bajó sus ojos para prestar atención a su absurda pijama que era un mameluco con las pantuflas influidas con un estampado de estrellitas. Además, en la cabeza tenía un gorro con el mismo fondo.

Subió su altura, meneando su perfilada nariz de un lado a otro, varias estrellas bajaron para cubrir toda su anatomía. Empezaron a rotar a su alrededor, su brillo para transformar su ropa por más casual. Se rio sin humor, no debería de importarle aquello, porque no se dejaba ver. Pero, qué vergüenza si se llegaba a encontrar con otro dios.

Empezó a descender, una nube gris lo cubría a la perfección del ser humano. La mayoría de todos las calles se encontraban sin personas y las luces de las casas o complejos de departamentos estaban apagadas.

Morfeo bajó por completo, metiendo las manos en el bolsillo de su pantalón mientras caminaba por la desértica calle. Casi la terminaba cuando en un edificio de departamentos una luz como en el quinto piso se encontraba encendidas. Aquello le causaba ansiedad, escuchar algunos ronquidos mientras escuchaba palabras susurrantes desde aquella pieza.

Giró la cabeza por todo el lugar, asegurándose que no existía nadie alrededor. Movió su nariz y debajo de sus pies creció un árbol lo suficientemente alto para observar el interior de la habitación. Sin embargo, estaba cubierta por una cortina beige.

Hizo un además con su mano hacia arriba, deslizando la ventana hacia arriba hasta quedar descubierta. La cortina también se movió hacia un lado.

Lo que observó fue una mujer en un escritorio quien sostenía la respiración para no caer en los brazos de la deidad. Una ira recorrió toda su espina vertebral que su piel de porcelana se tornó un poco rojiza, provocando que una ráfaga de gélido viento entrase por la ventana.

Nicoletta sintió como su piel se erizó, ¿no le había dicho a Stella que cerrase la ventana? Empujó la silla hacia atrás con ayuda de sus piernas con cansancio. Fregó sus ojos con el puño cerrado. Abrazó su propio cuerpo para mantener el calor.

Se levantó aun con sus brazos envueltos sobre su torso para ir a la ventana, sintió que sus redondos ojos arder. Así que ella caminó hacia la ventana, le pareció extraño ver un árbol verde y frondoso, que ella recordaba no había ninguno que le obstruyese la visión de la ciudad, ya hasta estaba alucinando. Así que volvió a cerrar la ventana.

Morfeo sostenía la respiración, tratando de ocultar todo su cuerpo en el tronco, estaba atónito. Asomó un poco la cabeza para ver a la humana cachetear con sutileza sus mofletes.

Jamás en su vida había visto con tanta rabia a cualquier humano, él daría todo lo que tuviese para poder caer en un profundo abismo, y ella que no deseaba dormir. Se acomodó en una rama del árbol, esperando el momento adecuado para ayudarla a no dormir más.

Finalmente Nicoletta optó que lo mejor sería dormir en su cama antes de ir el día siguiente a la facultad. Se inclinó un poco para adentrarse al interior de las cobijas, sintió un alivio en su espalda. Acomodó su cabello en una cebolla en lo alto de su nuca, estando acostada. Cerró sus ojos y tardó más de tres segundos cuando cayó en un profundo sueño.

Morfeo volvió a deslizar su mano hacia arriba para abrir la ventana con más cautela. Estiró una de sus piernas para cruzarla y estar en el interior de la habitación. Analizó el lugar, justo en frente del escritorio estaban pegados unos apuntes en la pared con diferentes tonos de colores, parecía que era una humana tan determinada.

Se acercó con lentitud hacia la cama, tratando de no hacer ni un solo ruido. La mujer pelirroja suspiró, girando su cuerpo hacia un lado para darle la espalda. Morfeo quedó completamente congelado con pavor entre las piernas de ser descubierto con las manos entre la masa ¿Por qué se movía tanto aquella mujer?

La contempló las curvas de aquella mujer que volvió a removerse, quedando con el rostro hacia el techo. Lucí tan pacífica, sin ningún malestar que la envidió con locura.

Más decidido que nunca, él subió hacia la cama, hundió su pie de un lado de la cama y la cruzó por su cuerpo. Observó hacia abajo para asegurarse que la mortal continuaba dormida.

Su sueño se veía tan apetecible; profundo. Así que lo anheló, no existía otra cosa en el universo entero. Y él solo quería poseer aquel maravilloso sueño, así que chasqueó la lengua como una orden a una estrella que atravesaba la ventana.

Morfeo la guio hacia la boca de la mortal quien mantenía los labios entreabiertos. La estrella se introdujo al cuerpo de la humana iluminando su cuerpo, lo que le causó unas cosquillas en el vientre de Nicoletta, ella entre sueños soltó una carcajada, moviendo la mano que asustaba una vez más a la deidad.

El peliblanco tragó saliva con nerviosismo antes de recitar las siguientes palabras:

—Cierra los ojos mortal que por el portal del sueño; por mis poderes mágicos e inigualables quiero que ese ronquido sea mi estrella —conjuró mientras movía sus manos de un lado al otro, como si estuviera dirigiendo una orquesta.

Nicoletta se sacudió con sutileza, por su estómago resplandeció una luz blanca fúlgida cuando los gruesos labios de Morfeo se sellaron. Momentos más tarde, la estrella era más pequeña salió por la boca. Morfeo la capturó con su mano para guardarla en el bolsillo de su pantalón. Dibujó en su delgado rostro una sonrisa llena de felicidad.

Por fin ese sueño abisal era suyo.

Antes de exponerse más en el mundo de los humanos, chasqueó los dedos para salir por la ventana como una estrella fugaz, asegurándose de no ser visto por nadie, dejando todo en orden.

Morfeo se había dejado de ser el dios del sueño para convertirse en un ladrón. 

hola, chiquis. Finalmente arrancamos esta maravillosa historia (espero) y voy a procurar actualizar los jueves. Esta historia se sale completamente de mi zona de confort, por eso estoy muy emocionada y espero que les guste. Desde ahora lamento los errores que sé que tengo, igual me lo pueden comentar. pero por el momento, ¿que es lo que piensan?

esta historia se la dedico a una de las personas más importantes en mi corazón y espero con todas mis fuerzas que este descansando en paz despues de años de trabajo, te mando un beso hasta el cielo, abuelita.

se despide la hope, hasta el sig jueves

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