Dejalo salir.
Muchas gracias a todos los que me han apoyado con sus comentarios y votos. Me sirve bastante las correcciones y sugerencias para este pequeño fic. Ahora solo queda preguntarles que final prefieren para Steven. ¿El final bueno o el malo?
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Entre sus inquietos sueños se encontraba Steven corriendo con un pequeño llavero entre manos. Rogando que aquel tipo no lo alcance.
Tras de él corría una tambaleante figura que entre gritos de cólera, juraba que lo iba a destripar. Jadeante cómo si le costará respirar.
Mientras Steven avanzaba por los pasillos, las luces sobre el techo iban parpadeando y apagandose una a una. Desesperado al no ver bien el camino trataba de abrir sin éxito cada candado y cerradura, pero seguía sin encontrar una salida.
Parecía solo internarse más y más en un enorme y retorcido laberinto, que en vez de muros tenia rejas, recubiertas de un rojizo sarro que parecía escurrirse hasta el suelo de cemento.
De entre la oscura nada, de entre los barrotes salian a su encuentro incontables brazos con delgadas manos, que buscaban aferrarse a él con desesperación, le jalaba del cabello y de las prendas. Y las tortuosas voces suplicaban sin descanso, repitiendo en un solo canto de su dolor; liberanos...
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De repente Steven se había despertado sobre el suelo alfombrado, se había caído del sofá a causa de aquel mal sueño.
Sus ojos aún desacostumbrados buscaron por toda la sala y rápidamente se fijaron en una delgada figura, que yacía sentada sobre el marco de la ventana.
El brillo de una pequeña flama salió de entre los dedos de la sombra y se poso bajo un cigarrillo, este se encendió. El pequeño al verlo sintió que se le iba el alma ante aquella familiar escena.
No podía creer que él le encontrara en aquella pequeña ciudad, era imposible que saliera de sus sueños y se empeñara con el atormentarle.
-¡NO!- Grito el pequeño mientras se levantaba y miraba en dirección a la habitación de Lazuli. -¡NO DEJARÉ QUE LE HAGAS DAÑO A NADIE MÁS!
En eso se encendió la luz rosa neon de afuera y rebelo que no se trataba más que de la silenciosa de Perla, quien tranquila le observaba mientras continuaba disfrutando de su último cigarrillo.
Steven con preocupación se percato de su intento por buscar algún objeto con el cual defenderse. De haber tenido uno a la mano, no se lo pensaría y le hubiese atacado sin saber que se trataba de su buena amiga.
-¿Se encuentran bien?- Pregunto Lazuli, quien apenas se había levantado de la cama para después ir junto a ellos. -¿Por qué están gritando? Cielos.
Perla sin mirar a la joven de cabellera azul, meneo la cabeza en dirección a Steven. Parecía que ambas ya tenían alguna clase de silenciosa confidencialidad, a la que Steven aún no estaba invitado. Lapis Lazuli asintió en señal de que comprendía lo ocurrido y no hizo más preguntas.
-Vuelve a dormir pequeño.- Ordenó Lazuli en un tono neutro y Steven obedientemente se acostó y se acomodo sobre el sofá. Mientras Lapis se acerco a la pálida mujer para expresarle sus inquietudes siendo cuidadosa de que el pequeño no las escuchase.
Steven cerro los ojos y se quedó pensativo en aquello que al principio le pareció uno de tantos malos sueños. Agradeció que por lo menos no se repetía aquel dónde toda su malestar recaía en el recuerdo del chico con playera de serpiente.
Era la imagen de un joven de complexión escuálida y de extraño peinado. Aquel chico parecía actuar poseído por la urgencia de probar más de una desconocida y adictiva sustancia. Se daba de topes contra los barrotes de su jaula y se arañaba la piel, exigiendo le dejarán salir. Por último, decidido en su delirio como único escape el optar por el suicidio.
Laramie, así se llamaba, el joven que mordió su propia lengua y entre convulsiones se desplomó sobre el suelo, para después morir desangrado. Para Steven aquel impensable actuar, fue de las cosas más traumante y que a su vez le ayudo a escapar de su propio encierro.
-....Lara...-. Steven había escuchado el nombre de ese joven, todos los que llegaron ahí tenían un nombre, pero Steven no los podía recordar. Persistía la imagen de sus rostros, como la sensación de un borroso sueño, pero nada más. Sin en cambio para mala suerte de Steven, si que recordaba el rostro de Marty, el sujeto que no paraba de atemorizar a todos.
Para Steven, aquel ser tenía colmillos en su sonrisa y una mirada extraña, paranoica, quizá a causa de alguna fármaco dependencia. Y de igual manera cuando el pequeño soñaba con este hombre, se veía sin un rostro definido, era como una sombra a la que se le hubiese intentado rayonear o mal colorear.
Lo más imposible de olvidar era el sonido que hacía al caminar por los pasillos, golpeando a propósito el suelo con el talón de sus botas. Dueño de una inconfundible voz y una escatológica manera de expresarse, y ni que decir de su aroma.
Muchas noches después de su liberación, Steven se temió que mientras dormía, ese hombre le susurrase al oído, Que ya era hora de despertar y de jugar. El pequeño despertó muchas veces temiéndo que todo lo acontecido hasta ahora no fuera más que otro sueño y que pronto volvería a despertar para verlo.
De repente Steven sintió como una mano se poso sobre él y antes de poder dar un salto, escucho la voz de Perla.
La hermosa mujer se volvió a arrodillar para estar a la altura de Steven, Perla lo abrazo y le dió un beso en la frente para desearle dulces sueños.
Ante este acto Steven se sonrojo y se sintió confundido, pues en el tiempo que estuvo en el orfanato jamás vio que Perla besara a algún otro niño.
Después Steven se quedó solo por unos minutos, pensando en las conversaciones con Perla. Ya no quería seguir siendo una molestia para tan buenas y hermosas mujeres, pero aún no se sentía del todo bien para volver. ¿Que ocurría si al despertar de otro mal sueño lastimaba a un niño?
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Por la tarde, después de un día de trabajo. Lapis Lazuli. entró a su departamento, lo hizo sin saludar y después de cerrar la puerta se dirigió directo al sofá para tumbarse y quitarse el pesado calzado. Tenía los pies bastante cansados.
Como ya le había expresado antes a Steven; Que si no fuese por el frío que se experimentaba, estaría todo el tiempo posible caminado descalza por la sala, por eso prefería el clima cálido, encontraba muy grato el sentir la textura del suelo, como el tener entre sus dedos la arena de la playa o el césped y como no, también el agua de mar. Suspiro y cerró los ojos, lista para dormir y no saber más de si por el resto de la noche.
Antes, cuando Lazuli llegaba a casa después de un día de trabajo y entraba en la soledad del pequeño departamento, solía saludar a la nada con un; Estoy de vuelta cariño, ¿Qué hay de cenar? Pero esta vez estaba segura que si lo volvía a repetir, recibiría de respuesta un amable; Bienvenida Lapis. Siéntate en un momento estará lista la cena, o un ¿Cómo estuvo tu día?
Todo tan fuera de su anterior realidad.
Después de un largo rato de silencio, Lazuli noto que el pequeño y cauto Steven se encontraba nuevamente pensativo, le estaba ocurriendo con más frecuencia. Lo volteo a ver y él seguía con la mirada fija en los dedos de sus manos. Parte de su alegría era menos notoria, algo le inquietaba.
La joven pudo intuir que Perla era la responsable de aquel extraño estado en el que se encontró inmerso el chico, o era todo a consecuencia de la idea de regresar al orfanato. La pálida mujer fue cuidadosamente clara en pedirle que entendiese las negativas consecuencias de no volver. Consecuencias que incluso llegarían a afectar a Lazuli.
Lapis se incorporó del sofá y camino en dirección a la cocina, se paro justo detrás de Steven, para mirar sobre este y ver que preparaba.
-Vaya, si que algo huele muy bien. ¿Acaso eres tu o es que estas preparándome algo delicioso?-
El sonrojado Steven, qué era más pequeño que Lazuli, sin girarse miró hacia arriba de él para ver el rostro de su amiga. Ella le sonreía, era extraño pero el pequeño jamás se imagino convivir de tal manera con aquella joven mujer. Se comportaba tan diferente a como se la hubiese imaginado.
-Unas pequeñas bolas de atún. Perla no me dejó muchos ingredientes, así que quizá no sean suficientes. -Respondió muy tranquilo, con una voz que no ocultaba que le sorprendía la cercanía.
La joven de los ojos azules, seguía muy atenta al cuidado con el que el chico preparaba la cena. En otras ocasiones estuvieron cenando cosas que en su preparación no llevaban más allá de apenas unos minutos sobre la sartén. Y cuando Lazuli cocinaba Steven era incapaz de ocultar que no tenía idea de qué se estaba llevando a la boca, pero que siempre tenía espacio para probar un poco más.
En las noches anteriores que Perla les hizo compañía en la cena, no pudo evitar notar que tanto Lapis como Steven, tenían una debilidad por los sabores dulces y en un extraño contraste, un gusto por el sabor de la mostaza y el picante.
Después de la cena, Lapis nuevamente observó que algo no andaba del todo bien con Steven. Miraba con semblante decaído al fondo de su plato. Su platica fue más escasa y menos efusiva que otras noches.
Lapis sabía que en los últimos días, Steven había limpiado e incluso acomodado todo cuanto carecía de lugar en su hogar, también se la paso dibujando en un viejo blog que ella le regalo, pensó que quizá él solo estaba aburrido de pasar tanto tiempo solo.
-Quizá sea bueno el que salgamos un poco.- Propuso Lazuli al mirar por la ventana. -No creo que sea sano tenerte por tanto tiempo dentro de estos muros. ¿Te gustaría acompañarme a la plaza?
Steven la miró y asintió.
-Sí, me encantaría ir a la plaza.
-Perfecto, podemos aprovechar y comprar algo para el desayuno de mañana, llevemos una mochila. Rayos, hará frío, creo que tengo un abrigo que te puede quedar muy bien.
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En menos de una hora aquellos dos habían paseado por la plaza y entrado en algunos de los locales. Platicaron de cosas sin relevancia. Pero Lapis Lazuli aun lo notaba, algo silencioso le angustiaba a Steven.
Derrepente Lapis observo una de las tantas tiendas en la cual su especialidad eran los postres. Esta navidad tenían un sin fin de galletas. Pero entre todo su extenso catálogo, el que resaltaba para el interés de Lazuli, era el retorno de un muy querido postre, la gato galleta. Galleta rellena de helado, que descontinuada solo se podía obtener por encargo.
Lapis no pudo evitar abrir los ojos como platos ante aquella linda imagen. Ella amaba ese postre y se imagino que a Steven le gustaría probar.
Por su parte Steven seguía observando con curiosidad a todos lados, miro arriba de él y descubrió que sobre la plaza, había un sin fin de farolas y navideños adornos. Al bajar la vista choco sin querer con otro chico que de igual manera se encontraba fascinado por el color y el brillo.
Muchos de los peatones trataron de esquivar a Steven y otros chocaron sin querer con él y sin disculparse le pasarlo de largo, como queriendo ignorarlo, distraídos principalmente por la publicidad en las tiendas. El jovencito miro en dirección a los negocios y las coloridas casas. En verdad que la ciudad había cambiado.
Todo estaba lleno de color, brillo y de las incontables luces navideñas. Se escuchaba entre el murmullo de la gente, la melodía de unas campanas acompañadas por un instrumento de cuerda, que le daba al lugar una sensación cálida y alegre.
Ahora que Steven estaba ahí, todo el pasado le pareció tan imposible. Cómo si no le hubiese ocurrido a él. Ver a toda esa gente tan felíz le hacia sentir ajeno al mundo, como si se tratase de un ser extranjero.
En eso, el curioso pequeño vio a alguien entre la multitud, se trataba de una hermosa joven que le hizo quedarse sin aliento. Para Steven era como el reencontrarse con un viejo y cálido sentimiento que creyó enterrado, su corazón se aceleró y sus manos le temblaron. Se trataba de la imagen de una joven de cabello oscuro, de piel de color y de atlética figura. Tenía una mirada despreocupada y una suave sonrisa que endulzaba su lozano rostro. Vestía un gran abrigo color camel, con botones cafés y unas botas que le hacían juego, todo el conjunto era hermoso, pero en especial una bella bufanda roja que parecía casi llegar al suelo.
-...Kiki...- Susurro el incrédulo Steven ante tal manifestación.
El pequeño dió un paso en la misma dirección en la que se dirigía aquella mujer. Él no lo dudo, debía de ser ella, su amiga, su Kiki. Pero lucía tan hermosa como creía recordarla y aun más saludable que nunca.
Steven trato de llamar la atención de Lapis para preguntar si aquella aparición era real, pero se temió que siquiera se atreviese a parpadear, la imagen de Kiki se desvaneceria en el aire y ya no tendría oportunidad de decirle que lo sentía.
Para el pequeño todo fue como un sueño, para sus ojos ya no existía más que ella y un sin fin de figuras opacas, que iban y venían sobre la plaza en un lento andar. De repente ella giro la cabeza y le miró muy atenta, sonrió y todo cuánto había bajo las luces de navidad se detuvo, excepto ella. Sin previo aviso aquella hermosa joven regresó su vista al frente y siguió con tranquilidad su camino, difuminándose entre la multitud.
-Sé que te va a encantar, Steven. Es una deliciosa galleta con forma de gato, rellena de helado. Ya tenía mucho tiempo que no veía una. -Dijo Lapis. -¿La quieres probar? ¿Steven?
Lapis volteo y descubrió que sin querer perdió de vista al pequeño. La multitud que iba y venía de todas partes le impedía ver más allá de unos cuántos metros, así que preocupada por qué se perdiera, se decidido a encontrarlo y subió a una de las tantas jardineras de la plaza.
Observando con mucha atención a su alrededor, la joven de cabello azul le llamo por su nombre con la esperanza de que no se hubiese alejado mucho. La multitud le miro confundida pero indiferente, dispuestos a solo seguir con su andar y ocuparse en sus propios asuntos.
Fue ahí, que Lazuli a lo lejos pudo distinguirlo, antes de que pudiera perderse entre la gente. Steven caminaba en dirección al muelle, por donde estaba el viejo carrusel, iba él a paso apresurado mientras la mochila a su espalda se sacudía un poco de un lado al otro.
En otro tiempo, Lazuli en tono de molestia se hubiese dicho. "Déjalo ir, que se vaya" Steven era difícil de tratar. Pero ahora solo pensó "¿A dónde cree que va?" pues el camino por el que se iba, no tenía salida, a menos que Steven saltase desde el muelle al mar.
Lapis no se lo pensó dos veces y se fue corriendo tras él. Sabía que ese pequeño era como su responsabilidad. Ya no tenía nada que ver con si recibía del orfanato una pequeña recompensa o siquiera una palmadita en la espalda, por llevar arrastrando a Steven. Ni es necesario mencionar que temiera enterarse por las noticias el destino de aquel pequeño.
La neblina sobre el muelle aún no era tan espesa como para no ver lo que tenia enfrente, no era como en otras noches que se cubría del blanco manto, al punto de parecer que todo estaba detrás de una cortina. El sonido de la multitud en la plaza se percibía cada vez más distante, apagado por el rugir de la olas que golpeaban los maderos del muelle.
Al principio ella no logró notar aquellos detalles, pero inconscientemente apresuró el paso; temía qué a mala suerte, algún evento extraño se le apareciese en el camino y ya no encontrará a Steven. Sus temores no eran verdaderos ni mucho menos descabellados.
-...Lapis...- La llamo el pequeño en cuanto la vio llegar. Él se encontraba sentado sobre el barandal de madera, a la vez que se sujetaba de un pequeño poste con un bombillo de luz mortecina.
-¿Acaso esté era tu plan? Irte sin siquiera despedirte. Pensé que todo iba bien ¿Qué te ocurre? - Lapis no quería demostrar que estaba preocupada, pero no podía ignorar lo mal que el pequeño se veía. - huir no es la solución o es que acaso veniste aquí para saltar desde allá arriba. Te advierto que si te caes, yo no saltarse tras de ti.
-No tenías que preocuparte por qué escapara, ya iba de regreso.- Steven miró de reojo a las olas que estaba más allá del muelle. - Además no podría saltar, no de nuevo.
-Entonces, ¿Qué te ocurre? Todo estaba tan bien. ¿Tu, tu no quieres volver al orfanato? O ¿Es que ocurre algo más?
Steven parecía dudar con proseguir, quería expresarlo con las mejores palabras, pero algo muy profundo en él le impedía solo dejarlo fluir.
-Creí haber visto a alguien entre la multitud. Pero es imposible... Ella, ella no puede estar aquí ¿Verdad?
Lapis se acercó aún más al chico, siendo cuidadosa de cualquier cosa que esté tratara de hacer, pero eso sí, dándole su espacio.
-Quizá no me creas lo que te voy a contar y no te culpo, ni siquiera yo quiero hacerlo. Mucho antes de que yo llegara al orfanato vivía con una amiga, ella se llamaba Kiki. Y creí verla hoy en la plaza, Quería alcanzarla, quería disculparme y decirle que lo siento. No quiero que esté enojada conmigo.
-¿Por que razón esa amiga estaría enojada contigo, Steven? Eres un buen chico.-
-¿Por qué?- Steven parecía temblar mientras sujetaba su cuello. -Porque, todo es mi culpa. Soy el responsable de que Kiki pasará por algo muy terrible. Si tan solo yo no hubiese sido tan lento. Ellos jamás me hubiesen atrapado, entonces ella, jamas se hubiese tenido que regresar a salvarme. Ella seguiría viva, estaría aquí y no yo.... La atraparon por mi culpa...
-Steven...- Lapis trato de no decirle que ya sabía a qué se refería. Pero se suponía que esto era como un secreto del que no debía saber nada, así que permitió a Steven continuar con la confusa confesión.
-¿Por qué no se fue? ¡Por qué! - Steven no se atrevía a mirar directamente a Lapis. - Todo es mi culpa. Ella sufrió por mi culpa.- Steven se abrazo así mismo. -¡Perdoname, Kiki!- Steven tenía un nudo ya muy marcado en su voz. -Se suponía que este sería su hogar, que yo la ayudaría. Ella debía vivir y cumplir su sueño... Quizá si era ella a la que ví, me debe de odia por fallarle.
Lapis solo se acercó un poco más y puso su mano sobre el hombro de Steven, y estando muy atenta a lo que ocurriese. Supo interpretar que el pequeño no llegaba a comprender que él había hecho todo para cumplir el sueño de Kiki. Pero Kiki estaba muerta.
-Steven. Quizá ella no soporto la idea de dejarte solo. Nunca se hubiese perdonado el dejarte atrás.
Hubo un pequeño silencio entre los dos.
-Sabes, Lapis. Esto te sonara imposible y muy tonto- El pequeño Steven tomo la mano de Lapis y con su voz aún quebrada dijo -Creí que... si la seguía hasta este lugar, ella estaría aquí, esperándome.- Steven empezó a llorar. -Enserio, yo quería disculparme. ¿No te parece algo muy tonto de mi parte, creer que ella podía volver?
Lapis lo abrazo y lo dejo refugiarse en ese abrazo, para que él llorara como nunca y sin saber como actuar solo dijo.
-No me parece para nada tonto, Steven. Tampoco creo que ella te llegara a odiar.
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Esta historia continuara...
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