9- Una propuesta insólita.


Roma, ¿? ¿? de 1999.


Hello!

  ¿Cómo estás? Me alegró escuchar tu voz: la voz de la conciencia.

  ¡Ay, Gracie! ¡Continuás dándome la lata con tus fórmulas infalibles! ¿No sabés que la mayor satisfacción radica en caer y volver a levantarse uno mismo por los propios medios? O en caer siempre de pie, igual que el gato.



  Decís que estoy confusa y ésa es la única gran verdad. Necesito conocerme, mimarme, despejar mis incógnitas. Fijar una línea, un camino, un futuro. Ya sé que si analizo lo tengo todo o casi todo según los cánones de los demás, primita. Pero sucede que mi cerebro, a pesar de mi superficialidad, nunca deja de trabajar y de hacer preguntas. Tal vez ahí radique la razón de mi descontento. Lo único que te digo es que cuando sea vieja no voy a lamentarme diciendo:

—¡Ay, ay, ay, si hubiera...

  No me lamentaré. ¿Sabés por qué? Porque todo ya lo habré hecho. Como dijo Oscar Wilde: Más vale hacer y arrepentirse que no hacer y arrepentirse. ¿O no lo dijo él? ¿Podés decir lo mismo, my friend? Meditá: ¡cuántas mujeres desearían ocupar mi lugar! No consiento que anacrónicos valores burgueses dicten mi conducta. Y tampoco consentiré que una prematura vejez me sacuda el polvo de la vida... My God! ¡Qué mal suena! ¡El polvo de la vida! Un acto fallido, quizá, por las connotaciones implícitas.

  Vejez... No logro sacarme al anciano de la cabeza. Muy a mi pesar comienza a intrigarme. Aunque sigo sin preguntar. Aquella tarde lo acompañé a San Pedro y para mí, primita, fue la tercera y la vencida: no piso más ese lugar.



—Espérame aquí —me ordenó, mientras se encaminaba hacia el interior para hablar con no sé quién.



  Estuve a punto de mandar al diablo el asunto. Después de todo, ¿qué diantres pintaba yo allí?

—¡Rayos y centellas! —exclamé en voz alta.

  Y luego me regañé a mí misma, murmurando:

—¿Qué me habrá impulsado a meterme en lo que no me importa? ¿Pará qué perder el tiempo?

  Pensalo con lógica: ¿no era idiota al estar sentada esperando a un viejo mientras en mi habitación me aguardaba un italiano treintón, liberal y muy guapo? Guapo no, ¡guapísimo! No me seás hipócrita y decime que sí.



  De cualquier manera, cuando me levantaba para largarme, el hombre volvió. Y muy triste. Me terminé de parar: algo me retuvo. No me marché. ¿Sería la belleza escondida tras sus arrugas? ¿Sus ojos caramelo, como los del francés? ¿Su erguido y respetable cuerpo, cargando el peso de la edad? El trasero no se lo miré, un poco de respeto sé guardar. Tenés razón en algunas de tus críticas: lo mío es fetichismo puro. Los traseros masculinos me atraen como un imán sin que lo pueda evitar.

—¿Qué pasó? ¿Por qué llora? —le pregunté.

—Pasar, pasar, nada pasara...Nada de nada...

—Lo noto triste, no encontró lo que buscaba —y le palmeé la espalda—. No se preocupe que yo también vine aquí en vano.

—Pensara hablar con el Santo Padre pero no está. Está de viaje —y llevándose las manos a la cabeza dijo—: ¡No puedo esperarlo! Tengo que volver. Mis hijos vienen a visitarme.

  Supuse, considerando la guarida en la que dormía el pobre hombre, que lo de los hijos era una excusa y que el dinero se le había agotado. ¿Qué podría impulsar a un octogenario a recorrer tantos quilómetros? Lo normal era que se sentara a esperar tranquilo a que la carroza pasara por él, como todos los demás.

  Escucho tus risas y tus palabras, ¿un código morse telepático?

¡Pero qué tonta! ¿Por qué no le preguntás? ¡Estás despertando mi curiosidad, también! Si no lo hacés por ti, hacelo por mí.

  Lo siento mucho, primita, no pregunté. Sencillamente lo volví a acompañar hasta su pensión y me despedí. Me dio lástima y le escribí en un papelucho el nombre de mi hotel, el número de mi habitación y el de mi recién adquirido teléfono. Por fortuna hasta ahora no me molestó. Parece que el jovato me dejó en paz, como debe ser. Cada cual en su vida y en su esquina. Si seguía viéndolo era capaz de ablandarme y perder la coraza que tanto trabajo me ha llevado construir.

  Con respecto a Renzo, todo sigue como antes, lo que es un triunfo para mí. Me harté de llamarlo el primo pues parece que el titular siguiera siendo el otro, cuando la realidad se presenta en sentido inverso. ¿Sabés cuál es su principal cualidad? Que me hace sentir sexy y reír todo el tiempo.



  Con él nada de psicología, ni de filosofía, ni ningún rollo metafísico. Se ríe de él mismo, de mí y de mis esfuerzos frustrados por buscar respuestas en todas las religiones.



—¡Ay, ay! ¡Erraste el camino, amore mio! Las religiones no tienen respuestas para nosotros. ¿No viste que algo tan mínimo como el preservativo que usamos está prohibido? Piden disculpas por el daño que hicieron hace cientos de años y no por el daño que están haciendo ahora desparramando el SIDA, por ejemplo. ¡A todo dicen que no y nosotros, los jóvenes, lo transformamos en síes!



  Bueno, coincidirás conmigo, el condón era el corolario de otro tema previo, el sexo, que los religiosos, por envidia, siempre pretendían fastidiarnos. Pero preferí no darle más argumentos en su favor.

  Sin embargo, me hizo pensar otra vez y sin que sepa por qué, en todas aquellas mujeres olvidadas que quedaron perdidas en el tiempo. Vidas que seguían irrevocables el camino que marcaba una religión que les habían impuesto. Yo hubiese sido una transgresora. Estoy segura de que la represión y el qué dirán no hubieran podido más que mi libertad. ¡Y mirá que ahora, si me comparo con mis amigos, hasta parezco anticuada!



  ¿Vos qué opinás? ¿Cuál habrá sido el destino de todas esas infractoras? O.K, I'm crazy, ya lo sé, no necesito que me lo recordés. Esto de ver que todo es lo mismo y a la vez tan diferente, no importa cuántos aviones tome, me lleva a reflexionar sobre los mundos del pasado, que sí fueron distintos.

  ¡Qué profundidad de pensamientos! Voy a releer mi carta, primita, a ver si encuentro otra frase memorable como aquella del mosquito. O la leo más tarde, mejor. Primero voy a hacer el amor.

Besos,

Debbie.




Roma, ¿? ¿? de 1999.

My dear Gracie:

  Ya sé que el dinero te sobra. ¿Pero no te parece que la estás exagerando con lo de las llamadas? Me encantan si bien me queda un poco de remordimiento al no retribuirlas. O te escribo o te llamo, no tengo tiempo para las dos cosas, primita.

  Por cierto: ¡FELIZ CUMPLE! I LOVE YOU!



  Me pregunto: ¿será que querés formar parte de mis aventuras? Lo dejo ahí flotando. Si es así dejá a Rodrigo y vení que te presento a alguien. A algún amigo de Renzo. Al primo no, te lo prometo. Es un cavernícola.

  Mirá, la vida da vueltas. Creí que lo del anciano aquél estaba finiquitado porque no me llamó. Nada más lejos: se me apareció golpeando en la puerta de mi habitación. ¡Rayos y centellas! Vos, que me conocés en la intimidad, sabés cuánto odio que se presente la gente sin avisar. ¡Qué molestia! Cuando estoy en casa (la suite de mi hotel lo es) me agrada pasearme en pijama, o en ropa interior, o desnuda, si tengo ganas. ¿Te imaginás cómo me sentó que se me apareciera el jovato así, de golpe? Fatal.



—Ven, filliña —manifestó cuando le abrí—. Vamos a San Pedro.

—A San Pedro no voy más. La tercera fue la vencida. Además, ¿por qué no llamó antes? No me gusta que me caigan cuando estoy en ropa interior...

—A mí no me molesta, filliña. Molestar no molesta...

  ≪Viejo y degenerado≫, pensé. Ni se dio por aludido.

—No me preocupa que a usted le moleste. Me molesta a mí. Estoy en casa... ¿No se aburrió ya de mirar?

—¡Ay, la juventud de hoy! ¡Qué diferente de la de antes! —exclamó, sonriendo.

—Bueno, espéreme en el hall que ya voy.



—¿Jol? —preguntó desconcertado.

—En la entrada del hotel, abuelo. Se me sienta en un sillón y me espera.

—Me puedo sentar aquí...—pero no lo dejé continuar y lo interrumpí:

—Sí, seguro, así me sigue mirando el culo... Mire, vaya a la entrada del hotel y no me haga discutir. Enseguida le hago compañía.

  Y lo empujé fuera de la habitación. A pesar de mi brusquedad, el anciano me esperó.

—Ya estoy aquí. ¿Qué precisa?

—Ir a San Pedro —insistió, parecía un disco rayado.

—¿Para qué? ¿No quería hablar con el Papa? Él no está. No va a venir porque usted se presente en el Vaticano.

—Efectivamente, hablar, hablar, quiero —manifestó, dudando—. Pero es verdad que no está...

—¿Entonces? —me estaba sacando de mi casillas.

—Pues con probar otra vez...

—¡Ésta parece una conversación de locos! —exclamé, el hombre no sabía si subía o bajaba, me sacaba de quicio tanta indecisión—. ¿Probar qué? Si no está, no está... Mire, no quiero ser maleducada pero aunque el Papa estuviera no lo iba a recibir. ¿Se imagina si recibiera a los millones de personas que visitan el Vaticano? No tendría tiempo para nada. Ni siquiera para viajar.

—¡Ay, filliña! ¿Qué hago, entonces? ¿Para qué viniera? —y me lo preguntaba a mí, ¿si no lo sabía él qué podía saber yo?—. La Meiga Maruxa me dijera que aquí iba a encontrar lo que estaba buscando... Sería la primera vez que se equivocara...  

  Eso me preguntaba yo: ¿para qué diablos bajé? ¿Quién me habrá mandado a meterme en lo que no me importaba? ¿Un remordimiento absurdo? ¿Tu curiosidad? ¿Mi curiosidad?

—¿Por qué es tan importante para usted hablar con el Papa? —lo interrogué al fin.

—Hace muchos años que cargo con un gran peso, filliña. Necesito su absolución.

—¿Un peso? —me asombré.

—Del pasado, un peso del pasado.



  No te puedo negar que sus palabras despertaron, aún más, mi curiosidad.

—Pues dígamelo a mí. Haga de cuenta que soy el Papa y le contesto lo que le contestaría él. Así ahorramos trámites.

—¡Ay, filliña! —se lamentó—. No se toma en serio estos asuntos...

—Sí que me los tomo —y a continuación agregué—: Pero a falta de pan buenas son las tortas.

—¡Ay, es tan difícil! —dijo, triste—. No puedo creer que la Meiga Maruxa se equivocara y no pueda hablar con el Papa... ¿Para qué viniera a Roma, entonces?  

  Y se puso a llorar. Todo el mundo nos miraba. ¡Rayos y centellas! Mejor dicho, todo el público me miraba a mí, enfadado, por hacer llorar al anciano.

—Mire, si Roma no le dio resultado, ¿por qué no se va a Tierra Santa a ver si allí tiene mejor suerte?

  ≪O a visitar al Dalai Lama≫, me dije, harta de tanta tontería.

—¡Está muy lejos, filliña! Querer quisiera pero no puedo... Vienen mis hijos...

—Piense en otro sitio, hombre. Y vuelva a su hotel, que está por oscurecer —pero no se movió, ¡era tan difícil hacer que se diera por aludido!



—Está Santiago...

—¿Y para qué diantres va ir a Chile con el relajo que hay allí por la detención de Pinochet?

—¿Chile? —preguntó, asombrado—. Santiago de Compostela, filliña... Galicia, España. ¿No conoce el Camino de Santiago? ¿No sabe quién fue Santiago?

—Me suena de cuando anduve por Galicia en el noventa y tres... Dígame, ¿quién es Santiago?

—Un Santo. Todo el mundo hace ese Camino para encontrarse a sí mismo.

  No sé cómo, tampoco, pero el anciano dio con mi punto débil: encontrarme a mí misma. ¿Estaría perdida por ese dichoso Camino? Porque no tenía que ver con la religión: el cristianismo sería la última religión que elegiría si me obligaran a hacer una elección. Y no me preguntes el porqué.



—¿Por qué no lo hizo desde el principio?

—Pensé que debía venir aquí... La Meiga Maruxa me dijera que en Roma encontraría lo que buscaba...Pero me equivocara, filliña... Ya soy viejo, no tengo tiempo... ¡Sí! ¡Voy a hacer el Camino! ¡Debí hacerlo mucho antes!

—Me parece muy bien —lo animé, aliviada—. Ahora vaya a su hotel y duerma la mona. Así mañana estará descansado. Hay un largo trayecto en tren, avión o lo que sea hasta Galicia.

—No, filliña. El Camino se hace a pie.

—¿A pie?

—A pie, en caballo o en bicicleta. Pero peregrino, peregrino de verdad, se es a pie...

—Muy bien, hombre —y le insistí—. Se me va a su hotel, es muy tarde.

—¿Por qué no viene conmigo, filliña? Yo soy viejo y su compañía sería muy agradable...

—No lo creo, Señor... Ni siquiera sé su nombre.

—Argemiro Regueiro... Argemiro Regueiro hijo... Piénselo, filliña.

  Y, aunque te parezca increíble, me lo pensé. Y me tenté... Otra vez la locura familiar, supongo.

Un abrazo enorme,

Debbie.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top