8- Complicaciones en Roma.






Roma, dos días después de la anterior/1999.

MY DEAR GRACIE!!

  ¡Qué locura! ¡En qué baile me metí! Tuve que agarrar la birome para participártelo.

  Te comenté que las mariposas del estómago habían dado sus últimos aleteos por el italiano en el instante en el que escribía mi carta anterior. Y, además, que se aproximaba el ciao amore fatal de siempre. Supuse que el adiós sería tan fácil como de ordinario. Un hasta la vista que encubría, en realidad, un adiós definitivo. Pero me equivoqué.



—¡Cómo que ciao! ¡Ciao nada! —gritó en español para evitar cualquier confusión idiomática.

—La pasión es un mosquito: nace, pincha y muere —le di como explicación, con cara filosófica.

  Me había impactado lo del mosquito por las implicaciones y dobles sentidos que apareja. De vez en cuando sale de mis labios alguna frase memorable como ésta, una reflexión un tanto más profunda, por lo cual la anoto y la sigo utilizando.

Mamma mia! ¡Mosquito! ¿Qué? ¿Que soy un mosquito? ¡Ingrata! ¿No te...

  Tururú, tururú, tururú, me distraje. Una de mis pocas virtudes, además de la sinceridad, es la facultad para desdoblarme en dos planos paralelos: el físico y el abstracto. Vuelo, vuelo y vuelo, tal vez uno o dos convenientes viajes astrales, sin escuchar lo que no me interesa escuchar. Y luego caigo y me sumerjo de nuevo en mi cuerpo. Es la mejor receta para paliar las situaciones enojosas.

—¡Nadie me deja a mí! ¡Y menos cuando lo tenía todo arreglado! ¡Si hasta había alquilado un piso!

—Muy fácil: salís, volvés a llamar a la puerta y me dejás vos a mí —propuse con lógica.

Putana! ¡No sé para qué grito! —me insultó—. ¡No entiendes nada, eres demasiado superficial!

—¡Y vos un ordinario y un machista! —me enfadé—. Pensé que estaba todo muy claro. Mi vida me la organizo yo, no necesito que me la organice nadie. Soy autosuficiente en todos los sentidos. ¡¿Quién te pensás que sos al alquilar algo sin consultarme primero?! ¿Mi padre?

  Salió con un golpe en la puerta que retumbó en toda la habitación. ¡Qué rollo enojoso! ¿Emotivo, quizá? ¡Bah, no! Orgulloso, sin duda, no le gustó que lo dejara y menos que le recordara la diferencia de edad.

  Como no me creía lo que había sucedido salí al pasillo para convencerme. Se alejaba con sus fuertes pasos machacando la alfombra. ¡Qué lástima! Era un placer observar un trasero tan perfecto perderse en la distancia. En el sexo le gustaba andar por todos lados pero no me daba tiempo para hacer lo que más me agrada: mirar.

—¿Vos sos la culpable de su malhumor? —me interrogó una sonriente voz masculina: a mí me sonó a estrofa de tango.

—¿Y vos quién sos si se puede saber?

  Se lo pregunté, viéndolo de frente.

—No me extraña que mi primo esté loquito por tus huesos —expresó, seduciéndome con la mirada—. Se olvidó de que había venido conmigo. Quería que conocieras a su familia... Pero basta mirarte para saber por qué...

—¿Estás coqueteando conmigo? —le pregunté, directa, y como respuesta comenzó a reírse a carcajadas.



  ¡Ay, primita, qué enredo! Un enredo de los gordos. Lo peor de todo es que no sé cómo me metí en un rollo si siempre le disparo a los rollos.

  Según me comentó el primo el tano estaba casado (¡condenado mentiroso!) y no sólo eso sino que le dijo a la esposa que se iba de la casa porque se había enamorado de otra mujer. ¿Podés creerlo? ¡Vaya tío machista y presuntuoso!

  Y yo en el centro de los acontecimientos sin enterarme. Dentro de la vida y no desde afuera mirándola pasar. Claro que si hubiera pronunciado alguna palabra acerca de su estado civil jamás se hubiese iniciado el flirteo. Ya sabés cómo le disparo a este tipo de embrollos, no por principios sino por comodidad. Pero éste no era el mayor de los líos. El peor de todos fue que, desde el instante en el que la mirada del primo y la mía se cruzaron, renacieron las mariposas en mi estómago. My God! ¡Nuestras dos curiosidades mataron al pobre gato! La mía por saber si el otro se alejaba y mirarle la cola y la de él por conocer a la mujer que lo había puesto de cabeza. ¿Quién podía augurar lo que iba a acontecer?

  He llegado a una conclusión: el problema radica en el aire. Debe de haber algún ingrediente contaminante en el aire mediterráneo que te enceguece la razón y abre las venas a la pasión. ¿Qué otra explicación puede existir? No he estado comiendo picante, ni ostras y, sin embargo, vivo acalorada. En fin, que el primo me miró y me dijo:

—¿Tenés algo que hacer? Me gustaría que saliéramos juntos.

—¿Cómo es que hablás tan bien el español rioplatense? —le pregunté, intrigada.

—Vivo y trabajo en Buenos Aires —me aclaró, poniendo una mirada sexy—. En la sede de una multinacional. Vine aquí por unos meses.



—¡¿En Buenos Aires?! Estuve trabajando allí una temporada. Es más, desde Buenos Aires inicié mi viaje por Europa y tal vez regrese a mi puesto cuando lo finalice. Cuando me canse de andar de un sitio a otro...

—¿Viste cuánto tenemos en común? Decime que sí y seguimos charlando.

—Mirá, me caés bien —le dije mirándolo a los ojos—. Pero creo que todo ya está bastante complicado como para que lo compliquemos más. Además tu primo es un desubicado, a ver si vos sos igual.

—Más no se puede complicar —me dijo, sonriente—. Pensá en positivo: ¿qué puede ser peor que lo que ya pasó?

  Expresó la última frase hablando con sus ojos verdes. Unos ojazos que hicieron anudar mi garganta. Y a él sí que le vi el trasero desde el principio: comedido, perfecto y erguido, como a mí me gusta.

—¿Sos casado?

—No —y se rió.

—¿Vas a hacer una escena cuando me tenga que ir?

—Te prometo que no —respondió, riéndose más fuerte.

  Para terminar, te diré que salimos a tomar ese algo. ¡Mamma mia otra vez!



  ¿Sabés una cosa, Gracie? Así escrito no suena demasiado bien. Y menos si lo leo en voz alta. Parece un quilombo más grande del que de verdad es. O parezco yo más liberal de lo que soy... O tal vez sí lo soy. O quizá se trate de que ambos disfrutamos de una especie de incesto mental y físico. Puede ser eso. La maldición que hay dentro de todos nosotros y que nos empuja a exultarnos si sabemos que un tercero se molestaría en caso de enterarse. Algo así como hacer el amor en un sitio público y que no te pillen. Contravenir lo esperado, ni más ni menos. ¿Será por ello por lo que el cosquilleo es cada vez más fuerte? Y mirá que no ha pasado nada. El roce de las manos. Algún beso robado al despedirnos. El sonido de nuestras pisadas a lo largo de varias madrugadas... Pero no me estoy enamorando: enamorarme es una lección que no aprendí.

  ¿Aprendemos solos a enamorarnos o nos enseñan? Doy por hecho que mis padres se aman. Pero si hurgo en mi memoria siempre recuerdo a papá en camino al hospital para trabajar, llamadas de pacientes, urgencias. ¿Se puede asimilar el ejemplo? No lo sé. Lo único que sé es que miro el exterior de un hombre guapo y no me interesa lo que hay adentro. Ni siquiera puedo hacer que me interese. Por suerte el italiano que ahora está conmigo lo comprende y no pide más. Ni le interesa tampoco pedir.

Bueno, la corto aquí. Un beso grande, Debbie.




                                                          Roma, ¿ ? ¿ ? de1999.

My lovely Gracie:

  Me asombra la rapidez con la cual tu carta llegó a mis manos. ¿Temías que cambiara de hotel y que jamás la recibiese? También me agrada la forma cariñosa en la que te empeñás en responder a mis preguntas retóricas. Tus fórmulas infalibles para resolver mi vida y tus intentos de solucionar mis problemas. Se agradece. Significa que ejercés de prima mayor y que de verdad me querés. Pero, ¿sabés, primita? Problemas no tengo. Para tener problemas tenés que sentir y yo no siento, como ya te lo manifesté. Por eso es por lo que sólo tengo líos, enredos, quilombos.

  Creo que mi (involuntaria) actitud es similar a la del pintor ante la modelo. O a la del fotógrafo de famosos . Extrae al máximo la belleza del rostro, las líneas del cuerpo. Incluso el reflejo de los sentimientos en el porte, en los huesos, en los músculos. Y nada más. No existe más. No hay tristeza porque me estoy buscando. Pensá en ello, no renuncié a mi búsqueda a pesar de las tentaciones que se siembran en mi camino y ante las cuales irremediablemente caigo. Pero la caída forma parte de la experiencia vital.

  Todo es curioso. Mirá, por ejemplo, la correspondencia entre vos y yo. Mis intimidades compartidas, tu interés, tu apoyo, tu preocupación. ¿No estamos más cerca ahora que estamos más lejos?

  La vida es una contradicción. Persigo mi espiritualidad y lo único que encuentro es una sucesión de romances con tipos estupendos. Noches y más noches compartidas. Una almohada aledaña que jamás presenta un hueco despejado. Una cama que jamás se vacía. Unas piernas masculinas sin dueño fijo que jamás la abandonan. Cuando buscaba romance sólo encontraba soledad. Una contradicción, una paradoja: siempre hallamos lo opuesto a lo que buscamos.



  En definitiva, más psicología barata otra vez. Odio esta psicología de revista. Te arreglan la vida con un par de palabras escogidas, vertidas según la lógica de cualquier buen vecino. Igual que los horóscopos y las predicciones. ¿Viste que el mundo no se terminó y que yo sigo disfrutando de la vida? Porque ¿cuánto llevamos juntos el primo y yo?... Debe de haber pasado un mes desde que tuvimos sexo y las cosquillas continúan igual de apasionadas que siempre. A él le siguen brillando los ojos cuando me mira.



  Hoy me desperté temprano y lo vi a mi lado, durmiendo: me inundó la ternura. Y no sé por qué me llevó a pensar en esas generaciones que quedaron perdidas en el pasado.

  ¿Alguna vez pensaste en esas mujeres que no podían hacer nada? Se me eriza la piel del cuerpo entero al reflexionar en qué tristes debían de ser sus vidas. Estiré la mano y acaricié a mi compañero de lecho, con agradecimiento. Agradecimiento por ser él como es y aceptarme tal como soy. Por vivir en este siglo, en este milenio y por ver, quizá, el próximo milenio. ¿No es un privilegio? Millones de seres humanos quedaron por el camino sin tener la posibilidad de contemplar el nacimiento de una nueva era. Agradecimiento, también, por el inmenso placer que recibo, por darle a él placer, por poder hacerlo a la vista de todos, sin remordimientos. Un placer con fecha de caducidad pero muy gratificante. ¿Te pusiste a pensar en todo lo que se perdieron aquellas mujeres? No tuve oportunidad de proseguir por ese derrotero. El roce de mi mano lo despertó y continuamos en el punto en el que lo habíamos dejado.

One kiss for you,

Debbie.






Roma, ¿? ¿? de 1999.

Hi!

  Al fin visité San Pedro. ¡Qué decepción! Secreta y estúpidamente esperaba encontrar allí ciertas respuestas a mis preguntas retóricas. Sólo hallé una inmensa mole creada para impresionar a los mortales. Varias canchas de fútbol sin arcos. Unos uniformados suizos, frío mármol sin espíritu, insultante riqueza, obras de arte fuera de lugar. ¿Será por eso por lo que aquel condenado loco la emprendió contra La Piedad y que ahora se encuentra prisionera detrás del cristal? Una decepción.

  Donde sí conseguí sentirme un poco como en casa fue en San Marcos. Mi acompañante me llevó a conocer Venezia y me la presentó con orgullo. ¡Me enamoré a primera vista!



  De Venezia, aclaro, en aquello otro sigo igual. Los canales, las viejas paredes manchadas por la Historia y las crecidas de las aguas. Las góndolas y vaporettos plagados de turistas atontados, las máscaras, las callecitas entreveradas, los puentes.


  La plaza de San Marcos que, vista de arriba, se encontraba plena de puntitos humanos, tantos puntitos que las pobres palomas no hallaban un mísero espacio en el cual posarse. Me enamoré de todo.


  El primo me mostró el hotel con ilusión. Era una antigua villa reacondicionada, cercana al Puente del Rialto. En el medio de ella brotaba un pequeño parque de arbustos y tulipanes. ¡Qué belleza! El cuarto parecía extraído de esos lienzos del Renacimiento. ¿Podés creer que para no afectar la perspectiva el bidé tenía ruedas y se sacaba y se ponía? Una habitación muy pintoresca.



  Te conozco, Gracie. Debés de estar rumiando y diciendo:

—Dejá las descripciones y hablá de las emociones.

  ¿Qué comentarte? Aquí estoy: viviendo. Seguimos igual. Extraño, ¿no? Dura más que con los otros, a pesar de la forma original de comenzar. No sé si el precedente se enteró de lo nuestro pero si lo hizo al menos no molesta. Tampoco se lo he preguntado al primo. ¿Para qué si es un detalle que no me interesa?

  Te escucho, te veo y hasta casi percibo en la distancia tus pensamientos.

—¡Ay, Deborah! ¡Vos no tenés remedio! ¿Por qué no te venís con Rodrigo y conmigo a Madrid y te estabilizás?

  Me alegro de que al fin hayáis cruzado el charco y estemos casi al lado. Algún día aceptaré tu ofrecimiento, primita, cuando me canse de la variedad. O quizá cuando me encuentre. En fin, ¡viva la libertad!

  Algo para contarte tengo. Me sucedió un hecho curioso ayer, en mi segunda visita a San Pedro. Reincidí: no me podía convencer del vacío. Ahora que lo pienso debe de ser por eso por lo que dilaté el momento de apersonarme estando tan cerca. Inconscientemente sabía lo que sucedería. ¿Cómo puede ser que millones de almas obtengan allí una respuesta y yo sólo vacío? Para cualquiera sería preocupante.

  Un análisis involuntario pasó por encima de mí, como una ráfaga de viento: ¿anidaba la respuesta en mí misma, en las religiones o en algún sitio del Universo? ¿Valía la pena seguir buscando? Y si de verdad buscaba: ¿qué era lo que buscaba en concreto? Un trabalenguas. El caso es que este acontecimiento que te anticipé cortó de cuajo mis reflexiones: sentado encima del suelo de la plaza un anciano de ochenta y tantos años estaba llorando.

  Me impresionó ver llorar a la vejez. Pero, aún más, que la gente pasara, girase y lo esquivara sin detenerse jamás. Más todavía me chocó que yo hiciera lo mismo que el resto de esta humanidad circundante: simplemente lo esquivé. Claro que no corrí con la misma suerte que el resto, debí haberlo eludido antes: me agarró del tobillo sin darme tiempo a escapar.

Per favore, signorina —suplicó con un acento que no sonaba a italiano.

—¿Puedo ayudarlo en algo? —le pregunté, un tanto molesta—. ¿Se quiere levantar?

—¡Ay, filliña, qué suerte! ¡Habla español!

—Sí. ¿Lo ayudo a pararse, señor?

—Sí, por favor.

  Ahí fue cuando me vinieron, también, los remordimientos. ¡Como lo escuchás! ¿Cómo pude continuar mi camino sin hacer nada por el viejo?

—¿De dónde es, señor?

—De la Parroquia de Villauxe, joven.

—¿Y eso dónde queda?

—En Lugo.

—¿España?

—Sí, Galicia.

  Me llamó la atención que mencionara una parroquia. Raro, ¿no? Lo escolté hasta la pensión en la que se alojaba. Un nido de ratas, pulgas y cucarachas. Le pregunté si necesitaba algo más. Un tanto azorado me pidió que lo acompañara al mismo sitio al día siguiente o sea hoy por la tarde. Veremos qué puedo hacer por él.

  Ya te oigo:

—¡Pero vos! ¿Por qué no le preguntaste qué le sucedía?

  Por una razón muy simple, my friend: ¿no te acordás de que soy una mera voyer de la vida? Una voyer no pregunta, sólo mira. Y tal vez mira sin ver.

  Te quiero muchísimo. Quizá me anime a tenerte frente a frente y me aparezca por ahí.

One kiss for you,

Debbie.


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