3ª PARTE CHANTADA (después de la Guerra Civil). 10- Exterminando la semilla.
Y sí que la Meiga Maruxa tuvo razón. Ríos, mares, océanos de sangre roja, bajaron desde las montañas a los valles, corrieron por los bordes de las carreteras e inundaron las cañadas, los arroyos, los ríos. Litros de sangre fresca que huidos-indiferentes, guerrilleros-huidos, rebeldes-nacionales y rojos-milicianos se vieron obligados a beber en lugar de agua.
Toneladas de bombas explosivas, paquetes de granadas, metralla, se vertieron desde los cielos en una grisácea nube de muerte, sangre y destrucción, dejando sólo huesos carbonizados. Familias enteras fueron desgajadas por esa muerte, por esa ira, por ese odio encarnizado. Un odio que no se detenía ante ninguna contemplación: sacaba de cuajo la raíz, exterminaba de plano la semilla, inutilizaba toda cepa de humanidad, vida, concordia.
Sólo los lobos sonrieron esos años. Los únicos en los que no los azotaron las hambrunas del invierno. Sus estómagos llenos agradecían la barbarie. Estómagos llenos con esos cuerpos sin almas que desbordaban las rutas, para que todos pudieran contemplarlos. Las almas los habían abandonado durante las torturas. Llenos, también, con los trozos de carne humana sin dueño, que desfilaban por los campos de batalla, por las burdas trincheras, por los escenarios de las escaramuzas.
¿Y todo para qué? La República falleció antes de empezar la contienda. En el instante en el que el Comité de No Intervención [1] decidió la suerte de España. O antes, incluso, cuando el Fascismo rompió por aire el bloqueo de los marineros a las fuerzas marroquíes, en los primeros días del alzamiento.
Amigos y enemigos de la República se unieron para decidir este fatal destino. Pero la Meiga Maruxa tuvo razón: la indiferencia determinó que el fuego de los cielos devastara Europa entera. Y todos padecieron: culpables, cómplices, indiferentes, inocentes.
¿Qué significaban reliquias de la Primera Guerra Mundial, camiones convertidos en blindados caseros, aviones soviéticos adquiridos con la reserva de oro español [2], en cuentagotas, e inoperantes tanques rusos, comprados también con el oro, contra letales, precisos e inescrupulosos Dornier, cazas Heinkel-111, Junkers Ju-52 y Savoia 79, todos con aprovisionamiento ilimitado?
También estuvo en lo cierto la Meiga Maruxa al profetizar que un líder surgiría: nació ese otoño de mil novecientos treinta y seis, nombrado por la Junta de Burgos, un Jefe de Gobierno y Operaciones Militares, Franco, que luego se transmutó (por la gracia de Dios, según decía) en Jefe de Estado.
Pero la pesadilla se inició como un sueño maravilloso. En Badajoz el General Castelló impidió el alzamiento. Las autoridades municipales de Bilbao estuvieron dos pasos por delante de los rebeldes al intervenir los teléfonos de los cuarteles. En Madrid, oficiales de artillería y aviadores bisoños y, más adelante, miles de desarrapados sin armas, apagaron la flama rebelde. En Barcelona, los obreros y federalistas armados, bajo la dirección de guardias de asalto y civiles leales, dejaron sus vidas para impedir lo que consideraban la mayor traición. En Jaén y Málaga las autoridades repartieron armas al pueblo y guiados por guardias de asalto vencieron a los insurgentes. La humillación radiofónica del General Goded [3] hizo celebrar, prematuramente, la victoria.
Al primer soplo de viento abrieron las cárceles e hicieron humo los registros de propiedad, iglesias, trajes y corbatas. Colectivizaron algunas industrias y servicios públicos, en algunos sitios abolieron el dinero e hicieron que los médicos brindaran servicios gratuitos. La España republicana burbujeaba mientras encaminaba sus pasos hacia el socialismo liberador, en tanto que el terror provocado por el desborde de Leones Rojos, Batallones de la Muerte, Sin Dios, cenetistas contra ugetistas, ugetistas contra cenetistas, comunismo soviético contra trosquistas y anarquistas aplicando la Gran Purga-Paranoia, asaltos a prisiones, linchamientos, represalias, el pavor de los conservadores que vivían en medio de la Revolución Roja no deseada, hacían tambalear esa gloriosa superficie.
Ni siquiera el comienzo del sitio de Madrid ensombreció la sensación de euforia pues las juventudes socialistas y comunistas se habían unido y defendían la capital, los guerrilleros anarquistas asolaban a los rebeldes en el monte, el General Miaja decidía sabia, humana y heroicamente y las Brigadas Internacionales [4] inundaban Madrid.
Pero nada, la guerra estaba perdida antes de empezar, sin que ellos lo supieran. La muerte que caía desde el cielo carecía de freno, de sensibilidad y de conciencia, acertando con precisión en el centro de la vida, del orgullo y del corazón, como aquella tarde de abril del treinta y siete acertó en la capital espiritual de Vasconia, Guernica, horrorizando al mundo entero que, al fin y tardíamente, despertó de su letargo mas no de su inoperancia. Y todos supieron lo que supo la Meiga Maruxa desde que viera aquel cielo rojo.
Y fue ahí que recién lo supo Don Torcuato, en esa Galicia paradójicamente republicana que creyó en los engaños. Y también se horrorizó. Dijeron que los rojos, en su estampida, incendiaron el indefenso centro ferial de Guernica, pero el párroco ya no pudo engañarse más y espabiló.
¿Cómo fingir, después de escuchar las palabras de su amigo, el canónigo Onaindía, que lo vio todo? ¡Caos, condenación e ira de Dios! Lo vio todo, incluso a la Legión Cóndor [5] experimentar con sus bombas explosivas e incendiarias, paquetes de granadas y metralla, por encima de las indefensas cabezas. Fue un brusco despertar el del anciano Don Torcuato, que consideraba que a su edad ya había vivido toda catástrofe. No estaba preparado para el terror que la jerarquía de su amada Iglesia justificaba.
Hasta esa tarde de abril se engañó e hizo la vista gorda. Ignoró contribuciones de guerra extraídas por la fuerza y se dijo que los rojos se lo tenían merecido por las explosiones del Palacio Episcopal y de la Iglesia Catedral. Se enteró en agosto de la muerte de ese dramaturgo, Lorca [6], pero no creyó que hubiese sido fusilado: todos comentaban que además de rojoseparatista era un masón y un sodomita contra natura, que escribía inmoralidades y se había burlado hasta de los Santos Reyes Católicos. Se convenció de que murió a causa de la ira de Dios.
Inclusive, aplaudió al leer en El Progreso la humillación de la bandera de los rojos en la Procesión del Corazón de Jesús, en Viveiro, pues lo vio como un signo de respeto, fidelidad y sumisión a Dios del marxismo. Después, ya no encontró más justificaciones y comenzó a encogerse ante la verdad que sus pupilas veían. Ante las historias de los militares del sur que fusilaban de inmediato a los marxistas para que los curas no intercedieran por sus vidas. Ante los cadáveres que aparecían de a grupos en las rutas con un tiro entre los ojos o a los maridos e hijos asesinados en las puertas de sus casas, para angustia de sus familias.
Supo, por el cura de Bértoa, del asesinato del pintor coruñés Francisco Miguel Fernández Moratinos. A su mujer y tres hijos les participaron escuetamente que se había unido a la Legión aunque por el párroco supo que se había unido a la Legión de San Pedro. Supo, varios meses después de los sucesos, que el día de la Virgen del Sagrario de Pamplona se celebró con fusilamientos masivos y que las confesiones de los pobres desgraciados casi les hicieron perder la entrada de la procesión en la Catedral a los devotos ejecutores.
¡Que Dios lo ayudase, escuchar todo eso! ¿Y qué decir de la muerte del Doctor Vega? Su único delito había sido anunciar desde el balcón del Ayuntamiento de Lugo la proclamación de la República. ¿Cómo podía ser que todos supieran, antes de tomarse las declaraciones del juicio, que el médico era culpable? ¿Que también en las zonas republicanas los rojos fusilaran justificaba el pecado de los cristianos nacionales? Aun esos odiados republicanos muchas veces perdonaban... No, ya no hallaba más justificaciones y sólo porque ellas no existían. La vida era sagrada y sólo Dios daba y Dios quitaba. Ahí tenía lo que temió, la ira de Dios, pero no como él lo supuso.
Recién con la masacre de Guernica fue que despabiló. Por rumores participados en confianza se enteró de que el sacerdote de Santiago de Lugo intercedía por sus fieles rojos y Don Torcuato lo imitó y comenzó a hacer lo mismo. Expidió certificaciones de catolicismo, escondió parte del dinero de las aportaciones y se lo entregó a las mujeres de los huidos, se quitó comida de la boca para distribuirla entre ellos, también. En política seguía sin querer meterse pero no podía permitir que su gente muriera sin ayudarla, aun cuando siempre los hubiera considerado un atado de ignorantes, supersticiosos y pecadores. Eran sus fieles, no los dejaría sin la guía de Dios. Todo de manera encubierta, solapada y eludiendo sospechas. ¿Por qué recelar de un párroco que tan claramente había despotricado contra los marxistas antes del Glorioso Movimiento Nacional?
Al principio ayudó a los republicanos por esa debilidad suya de carácter, blandura o bobería, como solía llamarla, pues tenían merecido ser detenidos por los libertinajes previos. Detenidos, no masacrados. Sólo Dios daba y quitaba la vida, como se lo repetía una y otra vez cuando reincidía en su pereza.
Ahí fue cuando entendió que su principal misión era ésta, proteger la vida, y no la de continuar por la senda de Don Rodrigo, que conducía a más destrucción. El Milagro que por esta fecha acaecía en su parroquia se lo confirmaba. Además, ¿cómo no escuchar las confesiones de las esposas de los huidos? Más que confesiones eran gritos desesperados de ayuda. Y él ayudó a estos gritos femeninos.
Algunas, incluso, venían sin cabellos y portando un lazo con los tonos de la bandera monárquica. ¡Caos, condenación e ira de Dios! ¡Si ni siquiera se salvó de estas denuncias codiciosas una católica y devota de toda la vida como la Argentina! Sufrió en los últimos tiempos todo tipo de pérdidas, agravios y catástrofes pero ni así se protegió de la denuncia codiciosa del Santiago Hernández. Algo le molestó en el pasado de ese hombre y ahora vislumbraba qué era: su codicia, una codicia que no se detenía ante ningún obstáculo.
¡Ay, su vejez! ¡Qué difícil cumplir con una misión que apenas comprendía! Admitir sus errores, su ignorancia (mayor de la que sospechara), su credulidad. ¡Que Dios lo ayudase! Y lo peor de todo: lo pilló con muy poco tiempo para encaminar sus pasos y encauzar los hechos, venciendo minuto a minuto su debilidad...
En fin, el caso de la Argentina fue muy sencillo: cristianos devotos, cumplidores todos y sin interrupción. El Santiago tuvo que dar marcha atrás, sospechaba el cura que por temor a una investigación más profunda. Otros falangistas cayeron por exceso de vanidad, de seguridad, de desvergüenza. Hasta un simple párroco de aldea como él advertía que los militares, los guardias civiles y los terratenientes despreciaban a esos falangistas. Los toleraban por conveniencia. El Santiago seguro que le echó el ojo a las tierras de los Seoane que lindaban con las suyas y utilizó en su provecho la dudosa muerte del finado Don Jaime, el escándalo silencioso de la María Pura y la partida del Pepe. ¡Menos mal que no supo nada de las relaciones deshonestas de su hija María con el Miguel! Claro que ahora sin la María Pura ya no había ningún impedimento para esos dos. El Santiago se estaba frotando las manos de puro gusto ante la próxima unión...
Lo de la María Pura. ¡Ay, prefería olvidarlo! Olvidar su propia participación negativa en los acontecimientos al igual que la charla en la que, sin saberlo, le dio carta blanca a los excesos de Don Rodrigo y los falangistas. Su propia participación maligna en los acontecimientos milagrosos, que en su comienzo le parecieron monstruosos y contra natura... Más ahora con el Milagro... Bueno, el Milagro de las últimas fechas contrarrestaba un poco tanto dolor y remordimiento. Después de todo, si tanta rabia le guardara la María Pura desde el cielo, no se producirían esas señales celestiales en su propia parroquia, ¿verdad? Mejor no recordar ahora a la finada y subsanar lo que hizo ayudando a los rojos para que no murieran, labor con la que intentaba paliar sus antiguos fallos y contribuir a que el Milagro siguiera reinando en Villauxe.
Sabía que su proceder no era el debido. Hora tras hora recordaba las palabras de la Circular del Señor Obispo de Lugo. Había sido muy sencillo, en esta oportunidad, desenredar la madeja de palabras que su Eminencia solía verter igual que el agua. No hubiera conseguido olvidarlas aunque quisiese. Pero no hacía falta utilizar la memoria: tenía el papel entre las manos.
Han llegado quejas hasta Nos, tanto por la facilidad excesiva con que algunos sacerdotes expiden certificaciones de catolicismo y religiosidad a favor de determinadas personas, como porque otros se excusan de dar informes diciendo que nada les consta, o porque dejándose influir por malquerencias o simpatías, no se ajustan exactamente a la verdad de los hechos y los desvirtúan en un sentido o en otro.
Piensen todos en la responsabilidad que contraen ante Dios, y la que pueden contraer ante los hombres, si por falta de exactitud en sus informes contribuyen a que perduren en sus parroquias ciertos males que es de alto interés remediar, e impiden bienes que, como sacerdotes y ciudadanos, deben procurar a sus feligresías por todos los medios a su alcance.
Consideren que el sacerdocio de que se hallan investidos, exige que sean ejemplares en el cumplimiento de sus deberes sacerdotales y cívicos, y que prescindiendo de intereses particulares encaminen todos sus actos el bien de la Religión y la Patria.
Y para que en materia tan importante procedan todos con la uniformidad debida, disponemos lo siguiente:
1º- No se darán certificaciones de buena conducta religiosa a los que han pertenecido a sociedades marxistas u otras anticristianas por el tiempo que tuvieron adscritos a tales sociedades o en concomitancia con ellas.
2º- Las certificaciones se referirán siempre a determinado tiempo, porque se dan casos de personas que cumplieron sus deberes religiosos en años ya lejanos, y dejaron de cumplirlos durante el nuevo régimen, o que en los últimos años no recibieron los sacramentos, ni ayudaron al sostenimiento del culto y clero, y desde hace unos meses se portan como si fueran católicos fervorosos.
3º- No se expedirán certificados o informes que hayan de surtir efectos ante las autoridades civiles o militares, sin que ellas de palabra o escrito lo pidan.
4º- Siempre y en todo caso digan a conciencia todo y sólo lo que deban decir, sin que les muevan prejuicios ni les detengan miramientos o consideraciones humanas, y sin escudarse en pretendida ignorancia de los hechos [7] .
Terminó de leer y se masajeó las sienes. ¡Caos, condenación e ira de Dios! ¿No debía detenerse por miramientos humanos? ¡Si eso era lo que había aprendido a lo largo de las décadas! ¿Cómo decir la verdad si con ella empujaba derechito a la muerte a sus feligreses?
Todo estaba de cabeza. Todo. En los últimos años trastocaban su mundo y las enseñanzas de Jesús. Es más, encontrar juntas las palabras Religión y Patria en la circular eclesiástica le erizaba la piel, pues en su mocedad le habían inculcado que a Dios lo de Dios y al César lo que era del César.
Sabía por las confesiones de la María Hernández que el padre consideraba que los rojos no pertenecían a la humana especie que Dios puso sobre la Tierra y que había que extirparlos como si fuesen cánceres. ¡Que Dios lo ayudase! No decía nada ante estos horrores que sus pobres oídos escuchaban y se mordía la lengua. Y sin dudar. ¿Cómo poner en peligro su Santa Misión? Obraba bien, tal como indicaba el Milagro de Villauxe.
¡No podía escuchar todo eso y menos verlo! Le dolía en el alma leer los anuncios de los periódicos pidiendo médicos y farmacéuticos para enterrar los cadáveres y las menciones de las ejecuciones en masa de los rojos. ¡Cuántos tenían que ser para que hasta los periódicos tuvieran que intervenir en el asunto! ¡Que Dios ayudase a todas estas pobres almas rojas, aun a aquellas que le hubieran dado la espalda a Jesús!
Aunque no sabía qué le desagradaba más: si las ejecuciones en sí o el disfrute de los curiosos que acudían a ellas acompañados de sus familias, como si de espectáculos se tratase. Panem et circem...
Y ahora que la Guerra Civil terminó, las cárceles se llenaban con huidos y familiares de huidos, ya no había frente que distrajera. Iría ya mismo a rezar por todos los muertos, detenidos y, especialmente, por la María Pura. Le pediría perdón una y mil veces por no haber creído en su palabra.
[1] Se creó en 1936 a petición de Francia para controlar que el pacto de no intervención se cumpliera. Se pretendía evitar que el conflicto se extendiera por Europa algo que no se consiguió porque en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial. Las democracias occidentales lo cumplieron pero los fascistas apoyaron al bando rebelde desde el principio. La URSS ayudó a la República pero sólo a cambio de dinero.
[2] Allí fue a parar el oro de España. Se destinó a la compra de armas y vehículos de guerra soviéticos obsoletos. Mientras tanto Hitler y Mussolini les proporcionaba material nuevo a los rebeldes: la Guerra Civil les servía de campo de pruebas.
[3] Fue arrestado por las autoridades republicanas y tuvo que confesar por radio su fracaso: ≪La suerte me ha sido adversa y he caído prisionero; si queréis evitar que continúe el derramamiento de sangre, quedáis desligados del compromiso que teníais conmigo≫. El 12 de agosto fue fusilado.
[4] Es muy interesante leer al respecto la biografía André Malraux. Una vida, Olivier Todd. Tusquets Editores, S.A, Barcelona, 2002. En ella trata de cómo se organizó la Escuadrilla España, de su libro La Esperanza sobre lo que había vivido en la Guerra Civil y la película Sierra de Teruel, con la que pretendía movilizar a las potencias occidentales a la acción.
[5] Aviación del III Reich. Hitler aprovechó para probar distintos tipos de armas.
[6] Federico García Lorca.
[7] La he transcrito literalmente.
https://youtu.be/EFHsKPsuMY4
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