2ª PARTE, DEBORAH,(1999)-7- Un recorrido por las distintas ciudades europeas.




                                                                                                                                                        Londres, ¿ ?, ¿ ? de 1999.

Hello, my dear!

  Are you O.K? Sospecho que esta carta te extrañará. Pues sí, I'm here at London, aunque no te lo creás. Perdoná mis intentos frustrados de parecer angloparlante. Si no los hay todavía (intentos frustrados), ya los habrá más adelante. No te puedo asegurar corrección en mi redacción, darling.



  Me entró la locura. Supongo que estaba destinada, la locura es un problema de familia, no sé si me entendés la indirecta, querida prima. Les di un beso a los papis, a los abuelos. Agarré mi mochila, algunos ahorros y volé a caminar por el mundo. No estaba mal el rollo ése de trabajar en la multinacional de Buenos Aires pero al final me harté de estar todo el santo día a las corridas. 



  ¿Quién no se hartaría? Correr para que no te agarre la luz roja del semáforo en mitad de la calle y que no te pase por encima un buen ciudadano trajeado. Correr para que el subte no te lleve colgando, igual que al resto de sufridos proletarios. Correr para subir al colectivo y que no te atrape con saña la mitad del cuerpo al cerrar la puerta. Ir con el coche estaba descartado, sería un problema. Correr, correr y correr no es lo mío. ¿Quién puede seguir ese ritmo sin un ataque cardíaco al mes? En buen criollo: me harté. No encontré, tampoco, las emociones que buscaba. Era lo mismo que eternizarse en casa.

  Tal vez me atacó el síndrome del fin del milenio, aunque para que el milenio termine hay que esperar a que finalice el dos mil. Quizá me estoy dejando influenciar por los vericuetos fatalistas de todas las predicciones que auguran la hecatombe en los próximos meses. Después de todo: ¿quién puede permanecer impasible si Nostradamus  dijo que ese tal fulano Angolmois se iba a levantar de la tumba y que reinará Marte? O tal vez se trate, otra vez, de un ataque agudo de la locura familiar (habrá que verte a vos, cariño, acaramelada allá por Madrid, para hacerse una idea de lo grave que puede atacar). Creo que lo que quiero es buscarme a mí misma, ¿y qué mejor sistema de buscarme que salir a encontrarme por el mundo? En algún sitio tengo que estar. Dejando la ironía y las sutilezas poco sutiles de lado te comento que la paso de maravilla trotando por cada nuevo país.

  Claro que tuve algunos problemas en la búsqueda de mi espiritualidad. ¿Cómo no voy a tenerlos si se me cruzan especímenes estupendos en cada esquina? Ello me ha llevado a ir posponiendo el tema. Como vos solés decir, my dear, la carne es terriblemente débil. Sin ir más lejos, hará cuestión de una semana y media, me paró un franchute en la calle.

Vous parlez français? —me preguntó, ronroneando en su idioma.

  Yo pensé:

—≪Con esos ojazos te parlo en holandés, en árabe y hasta me atrevo con el chino≫.

  Unos ojos enormes, color caramelo, tristes y que imploraban a gritos ayuda, ¿cómo no dársela? Siempre les miro a los hombres primero los ojos y después el trasero, así, en ese orden.

Oui, je parle beaucoup —le contesté.

  Mentira, pero tan desesperado estaba, que se lo creyó con prisa (y con prosa incluida). Así comenzamos a charlar y principió mi curso interactivo de francés. A charlar y otras cosillas pero las otras cosillas llegaron al segundo día.



  Y sí que la carne es débil, terriblemente débil. En fin, es lo que hay. Vive la vie!... Aunque, si lo medito, fue bueno mientras duró. Lo veo ahora durmiendo en mi cama de hotel y sé que ha llegado el fin. Más que un conocimiento es una intuición. ¿Sabés por qué? Porque mi comprensión del idioma franchute sólo me duró una semana y esto que lo estiré lo más que pude mezclándolo con el italiano.

  Por ahora me siento cómoda en Londres. Es curioso que termine embarcada en un romance con un latino en lugar de aprovechar lo que la naturaleza me depara in situ. No tengo nada que decir de los anglosajones (ni de los hindúes y africanos, los que más hay), son muy amables. El problema es que les encuentro poca chispa. Carecen del sentido de la seducción, de ese savoir faire mediterráneo y exportado luego, rebajado con el agua oceánica, a Hispanoamérica.

  Además de dedicarme a l'amour  hice todo lo que los turistas normales y aburridos. Visité abadías, el Museo Británico (o griego si te guiás por lo que existe dentro, el Partenón completo).



   También al Museo de Cera de Madame Tussauds, la City, la Torre de Londres, el húmedo trayecto por el Támesis. Y lo más pintoresco: subí a un autobús que conducía uno de aquellos hindúes con turbante (¡fascinante!) y me perdí dentro de uno de los taxis ingleses. Esos taxis maravillosos que te transportan al pasado aunque son todos nuevos, te aclaro.



  Hice una escapada a Windsor. Ahí metí la pata. Mientras me hacía una foto otro turista fuera de foco que pasaba por allí, escuché gritos repetidos de un vozarrón masculino:

Dont'... the line! Dont'... the line!

  Me faltaba el verbo. No lo entendía aunque debería haberlo entendido pues a quien le gritaba el guardia uniformado era a mí.

—¡No cruce la línea! ¡No cruce la línea!

  ¿Qué carajo le pasaría a esa maldita línea pintada en el suelo que traspasé? 

   ¡Estos ingleses son tan raros! Y andan al revés. 



  Que el horario es distinto, que la moneda unificada no la quieren, que los autos se conducen del lado izquierdo, que se empeñan en que las Malvinas y Gibraltar son suyos. ¡Si hasta las pobres vacas se han vuelto locas con tanto enredo! No es de extrañar, ¡pobrecitas!, yo casi lo estoy.

  Bueno, my dear, hasta la vista. Si es que sobrevivo a un accidente de tránsito. Por costumbre o simple distracción olvido que los coches vienen en el otro sentido.

One kiss for you,

Debbie.






Londres, ¿ ?¿ ? de 1999.

Hi, Gracie!

  ¿Así que querés más detalles sobre el francés? Te daré detalles: unos diez centímetros más alto que yo, muy buen físico, pelo y ojos caramelo, buen amante y un acento al hablar que derretía. Pienso en el tono, sin saber lo que decía, y se me pone la piel de gallina. Más no te puedo especificar. No te vayás a inquietar que no trato de escamotearte la historia. Es que sufro de un problemita de concentración respecto al franchute: conocí hace dos semanas a un ítalo-franco-suizo que me difumina el recuerdo del otro. Buenísimo y calentón.



  Te traduzco lo del origen porque parece un trabalenguas. Madre italiana, padre francés (me persigue La Marsellesa) y nacido en Suiza. Con esto de las migraciones es un verdadero lío. Están complicando las nacionalidades hasta el infinito. No es que me queje del hecho de ir y venir de un punto a otro (¿qué mejor ejemplo del tema que yo misma?). Nada más lejos. De lo que me lamento es de la dificultad de traspasar la realidad de los hechos al mundo terminológico, que parece más estrecho que la cotidianeidad.

   ¡Pero qué digo, my dear! El español es amplísimo, a diferencia del escueto inglés. Además, cuando no disponemos de una palabra la inventamos o la solicitamos en préstamo. No hay que pedirle permiso a la costumbre ni rasgarnos las vestiduras.

  El suizo (vamos a llamarlo así de aquí en adelante para abreviar la genealogía) además de estar buenísimo tiene un alma sensible. Casi se me puso a llorar al relatarme los detalles del incendio del puente de su ciudad, Lucerna. ¡Casi nos ponemos a llorar los dos, primita! No te olvidés de que estuve de paseo por allí antes de caerme por Londres. Incluso te mandé una postal en la que estaba el puente antes de alimentar a las llamas.

  ¡Qué desperdicio! Parece ser, según me dijo, que todo el mundo sollozaba mientras su antigua madera ardía sin remedio. Y que un diluvio de conmovidos japoneses hizo llegar millones, billones y trillones de fotografías y videos del añorado puente. Fotos y videos de antes de la desgracia. Te comento, en confianza, que es lo menos que podían hacer. Bastante tenemos con aguantarlos jodiendo con las dichosas super-micro-estrambóticas cámaras por todos los rincones del Universo. No se salvan siquiera los recovecos a los que ni llegan las cucarachas. Si buscás, seguro, seguro, que allí hay un japonés sacando fotos, además de otro masacrando una ballena.

  Me voy por las ramas. Lo del suizo es otra buena experiencia que dura dos semanas, si bien no idiomática. Él habla un perfecto español que en la intimidad se le trabuca un tanto. En la cama amalgama una pizca de italiano con un puñado de francés y el resto del frasco con suizo alemán. Un despiole, no entiendo nada de nada. Para zafarla digo yes, yes, yes y con eso la voy llevando.



  Recién se fue y en un par de horas nos encontraremos en Picadilly Circus. Creo que llegó the time to say goodbye  o ciao amore o quizá au revoir. Me da pena porque intenta hacer buena letra para que sigamos pero, my dear, no debo seguir olvidando el motivo que me impulsó a viajar, es decir, mi yo interior.

  Me gustaría ser mosca y poder echarle un vistazo a tu cara. Seguro que te partís de risa y que me dirías:

—¿Yo interior? ¿Espiritualidad? A vos lo que te sucede es que te aburriste del franco-ítalo-suizo-alemán lo que sea ése. Dos semanas es un triunfo para vos.

  No me juzgués con dureza, Gracie. Y sí, es así, ¿qué voy a hacer? La carne es horripilantemente débil y volátil. Tengo veintipocos, me cuido escrupulosamente y soy libre. Tal vez lo que más libre me hace es recorrer el mundo y ver que más o menos todo es lo mismo. Aunque por estos rumbos existe la ventaja adicional de que el ambiente es más liberal, lo cual redunda en mi propio beneficio: nadie me anda fisgoneando.

  Bueno, seguiré tu consejo. El que sin duda me darías si estuvieses ahora frente a mí y me largaré de Londres. Hace dos días que llueve y la lluvia me pone melancólica. Pensaba a continuación darme una escapada por París pero entre la Ciudad Luz y yo se interpusieron, una vez más, las funestas predicciones, en la figura del modisto Paco Rabanne.

  ¿Se enteraron de eso por allá? Le escuché decir por la televisión que parece ser que el día doce de agosto se viene abajo la Mir [*]

  No sé cuántos días faltan porque el calendario no cuenta con ningún valor para mí desde que inicié el viaje, bastante viví atada a mi reloj suizo por años... My God! ¿Será por esto por lo que me aburrí del suizo en sólo dos semanas a pesar del cuerpazo que tiene y lo caliente que es?

  Volviendo a lo del augurio, no me lo creo demasiado. Pero habiendo tanto mundo por trillar, ¿no te parece una temeridad ir a poner mi apreciada humanidad debajo de la Mir, justo ese condenado día? No me salvé por un pelo de los entreverados vehículos londinenses para ir luego a morir aplastada por la chatarra rusa que cae del cielo.

  One kiss for you. I miss you,

Debbie.


[*] Estación espacial rusa, de la era soviética. Fue destruida de forma controlada el 23 de marzo de 2001 y cayó en el Pacífico. 







Roma, ¿? ¿? de 1999.

Hello, darling!:

  Vayan mis más entrañables abrazos y deseos de que todo siga O.K para vos.

  I'm crazy, my dear. Llevo tres semanas en Roma caminando de cabeza. No sé dónde están mis pies y en qué sitio el cerebro. Me quejaba de los respetuosos coches ingleses pero lo de aquí es un pandemónium. Se diría que los romanos nacen con el pulgar pegado a la bocina del auto. Por las noches una jaqueca de las peores no me permite conciliar el sueño, pues parece que la bocina siguiera martilleando allí dentro durante la madrugada entera. De verdad no me permite dormir.



  Bueno, la jaqueca y mi último affaire, si te he de ser sincera. Es más, si no fuera per il amore ya hubiera partido. 

  Me comentó abuelo Efraín que les dijiste que te escriba y cuente mis últimas andanzas. Y que vaya a visitarte cuanto te instales en Europa. Madrid no entra en mis planes por un tiempo, la vida alegre que llevo no me lo consiente, pero ya te caeré.

  No me animé a acercarme a San Pedro todavía, hasta que me saque de encima el aroma a lujuria que me ha invadido por las últimas fechas. Ironías aparte, bien dicen que después de un tiempo de sequía viene uno de inundación. Ya sabés que, a pesar de ser un poco estrafalaria, no soy demasiado promiscua. Soy de las chicas a la antigua que vive un romance único por vez. Nada de orgías, camas multitudinarias o escenarios compartidos. De a dos y en privado, un hombre y una mujer, para más aclaración.

  Sin embargo, hay algo que me perturba. No es lo que agobia al resto de mis conocidas: ellas no encuentran lo que buscan. Lo preocupante es que yo no busco nada. Por lo menos nada más allá del placer. Debería buscarlo como las demás dada mi edad, ¿no? Así tendría alguna excusa para disfrutar de la conjunción de los dos sexos como la disfruto. Estar enamorada o en camino de enamorarse siempre resulta la disculpa perfecta. En fin, ¡qué importa! Meditar en ello es psicología barata.

  Todo empezó en el aparato con alas que tomé desde Heathrow a Roma. ¡Heathrow, qué impresión! ¡Las estelas de los aviones se cruzaban en el cielo formando una bacanal! Se asemejaban a los mosquitos gordos y noctámbulos del balneario de nuestra infancia. ¿Te acordás? Llenaba una postal para enviarte cuando se me terminó la tinta de la birome. ≪¡Rayos y centellas!≫, pensé. O tal vez una mala palabra pero este pequeño detalle no interesa. Lo que sí importa es que un Keanu Reeves sentado a mi lado me prestó el suyo. Te juro, primita, y vos sabés que no miento, que no elegí el sitio. ¡El destino probando la debilidad de mi naturaleza por medio de una simple birome!

  Ni siquiera reparé en él en un comienzo, de lo cansada que estaba. No reparé en él hasta que escuché su scusi. Miré y me aprisionaron esos ojazos negros. Y el acento, otra vez el condenado acento. ¡Mirá que soy floja para los tonos graves! Ni siquiera tuve tiempo, tampoco, de mirarle el trasero, aunque en ese instante poco importaba: estaba sentado. Sentí el cosquilleo familiar en el estómago. El corazón me hizo bum, bum, bum más rápido y supe con melancolía que, una vez más, mi espiritualidad se vería relegada a un segundo plano. ¿Cómo luchar contra una fuerza tan poderosa como es el Destino?

—≪Piano, piano, no te precipités≫—hablé conmigo misma—. ≪Piano, piano se va lontano≫.

  Me decidí a una acción lenta, calma y mesurada. Pero el tano de piano, piano, nada: piano, órgano y flauta de un tirón. ¡Mamma mía! No se apartó sino que siguió conversando cada vez más cerca, cada vez más bajo, cada vez más sensual.

Ti parleró in italiano così anche tu farai un pò di esercizio [1] —me manifestó.

  ¡Y vaya si hicimos ejercicio cuando llegamos a mi hotel de Roma! Por suerte mi italiano resultó más fecundo que mi francés e inglés juntos... ¿Qué decirte para describir lo que sucedió? ¡Mamma mia, dolce Gracie! No se me ocurre más.

  Pero volviendo a lo del avión, me dijo:

Tu sei molto bella. Sono molto felice di avere conosciuto una donna così interesante e bellísima [2].

  Y luego de un bacio caldo come il sole [3] me dejé llevar. ¿Cómo puede uno luchar contra las sensaciones corporales?

  Durante estas tres semanas me he sentido una princesa. Pero comienzo a notar, con pesar, que los cosquilleos en el bajo vientre empiezan a desaparecer. ¿Cómo puedo evitarlo si nada busco? El placer tiene una vida corta, como la del mosquito: nace, pincha y muere. No creo que al italiano le revolucione mi partida. Aunque trató de impresionarme con su solvencia, ¡vaya estupidez! ¿A mí qué me importa el dinero? Siempre lo tuve, no lo valoro y ni siquiera me interesa, porque sé que no me va a faltar. Yo soy así, una voyer de la vida, que pasa, sigue y continúa, sin tiempo para profundizar. Lo que sí guardo como joyas son mi libertad, mi sinceridad y mi falta de ataduras. No tengo interés en poner a un hombre por delante de mí misma. En conclusión: después de mi paso por el Vaticano me voy a Venezia, así me saco de encima la jaqueca y la paranoia.

  Como escuchaste, primita, paranoia. Pero una paranoia con una base muy real. Te persiguen, además de los latin lovers, los ladrones. En los autobuses hay carteles que te indican que tengás cuidado con esto y con aquello. Al Coliseo tuve que ir con un paraguas de paseo, sin importar el sol que en ese instante rajaba la tierra, para alejar a los pequeños moscardones que, con el engaño del periódico doblado en el brazo, se te prendían de a cinco o seis como garrapatas para hurgarte en los bolsillos y te sustraían hasta los pantalones si te distraías. Esto ya de arranque. Si le agrego el cuento de la cazadora se me erizan los pelos de punta.

  Te cuento la historia. Decidí alejarme del pitido agónico de los vehículos para darle un respiro a mis pobres y aturdidos oídos. Elegí, a tales efectos, las Termas de Caracalla. Cuando salí de allí caminé por una pequeña pendiente siguiendo una ruta apenas transitada.



—≪¡Al fin aspiro aire sin ruido!≫ —pensé.

  Hasta los pulmones se me habían estremecido por el bullicio y los solícitos ofrecimientos de los prospectos de amantes.

  A mitad del recorrido un coche paró a mi lado. El conductor me preguntó cómo se llegaba al Coliseo. Se lo indiqué. No siguió su travesía sino que me dijo:

—¿Eres española? Mi esposa también. Soy francés y trabajo para la firma Pierre Cardin. Soy su representante exclusivo en París.

  No le aclaré que era latinoamericana porque a mí, primita, me sonó a verso. Un francés se supone que tiene acento franchute y no italiano. Ya estoy ducha para reconocer a La Marsellesa. Pensé que la mano venía por el lado del flirt arrabalero pero no era por ahí.

—¡Muchas gracias por haberme indicado el camino! ¡Gracias, muchas gracias! —y cogió una cazadora que tenía en el asiento de atrás—. Mira, te la regalo. ¡No sabes el servicio que me has prestado!

  Como te imaginarás, my dear, soy tonta pero no tanto: nadie te regala una cazadora por una simple indicación. Además, dicho sea de paso, ni siquiera me gustaba. Se notaba que de Pierre Cardin no tenía nada. Rechacé el regalo y seguí mi paseo. Al llegar al hotel le comenté lo sucedido a la camarera.

—¡Dios! ¡Qué suerte tuvo! ¡Menos mal que no cogió la cazadora!

—¿Por qué? —me asusté—. ¿Me quería robar?

—Peor aún. Si usted la hubiera cogido el individuo hubiera ido a hacer la denuncia a la policía, diciendo que usted se la robó. Que le robó la cazadora y dinero, la cantidad que a él se le ocurriera. Si la hubiese aceptado, seguro que esta noche no dormía en el hotel.

  Y me asusté, primita. La experiencia hasta hizo tambalear la fuerza de mi atractivo femenino. Era muy humillante la idea de que se interesaran sólo por los pesos que me podían sacar. Muy humillante.

  Con cosquillas o sin cosquillas logré superar la humillación en los brazos del italiano guapo de los ojos negros. Muy guapo, Gracie, y un tanto maduro. Debe de tener cuarenta, cuarenta y uno... ¿Por qué tendrá que ser la pasión tan efímera?



  Bueno, un bacio e un abbraccio forte solo per te, dolce Gracie,

Debbie.

PD: I miss you.




[1] Te hablaré en italiano así también harás un poco de ejercicio.


[2] Eres muy bella. Estoy muy feliz de haber conocido una mujer tan interesante y bellísima.


[3] Beso caliente como el sol.

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