Menudo marrón
Frankie ha acudido al Nautilus, un bar donde se escucha únicamente buena música, y espera. Sabe que durante la tarde, lo encontrará.
Forrest llega en media hora. Trastabilla al tratar de descender los dos peldaños de la entrada, lleva encima alguna cerveza de más. Ni se da cuenta de la presencia de Frankie, hasta que este coge el botellín de San Miguel que el barman acaba de sacar y le da un largo trago.
─Eh, colega, esa es mi birra...Hostia, qué bajón, tú no vienes a invitarme a unas Sanmis, ¿no?
Frankie se lleva a Forrest al Mercedes, que está parado en la acera de enfrente, abre la puerta de atrás y lo invita a entrar amablemente. Borja Mari se encuentra en el interior, jugando una partida con la PSP.
─Qué pasa, tío, qué pelotas quieres esta...
Borja Mari hace un gesto con la mano y lo manda callar. Después el Mercedes arranca y continúa hasta el portal donde vive Marcopolo.
─Llama a tu colega y dile que baje─ ordena Frankie desde el asiento del copiloto, mientras Borja Mari sigue con la partida.
Forrest se encoge de hombros, eructa y sale del coche. Acude al portal bajo la atenta mirada de Frankie y del ejemplar de oso pardo que se encuentra al volante. De todos modos no tienen mucho que perder, con la caraja que lleva Forrest es más que dudoso que intente escapar.
─¿Quién es?─ a través del portero automático, la madre de Marcopolo suena como si hubiera inhalado un metro cúbico de helio.
─¿Hola, esdá Barco?
─Ahora se pone.
La señora se aleja del telefonillo, pero su voz se sigue oyendo casi como si se lo hubiera tragado. Forrest traga tanto aire como puede.
─¡Marco! ¡Te busca tu amigo, ese drogadicto melenudo y punki! ¡A ver qué es lo que hacéis hoy!
Forrest vuelve a escuchar cómo la madre de Marcopolo coge el telefonillo, y antes de que esta pueda hablar a través de él expulsa un eructo digno de un elefante africano macho.
─¡Cerdo!¡ Asqueroso! ¡Punki!
─¡Ama, déjale en paz! ¿Qué quieres que haga? ¡Estás todo el día metiéndote con él!
Cuando Marcopolo baja al portal, encuentra a Forrest y Frankie ante el Mercedes, y la puerta trasera abierta a modo de sutil invitación.
Después de recoger a Aitor en la puerta de su lugar de trabajo, una empresa de diseño gráfico y publicidad, se dirigen a los acantilados de Punta Galea.
─Bueno, mariquitas, ¿hay algo que me queráis contar?
Borja Mari, que ya ha terminado la partida, trata de mostrar una actitud seria, trata de asustarles demostrando quién tiene el control de la situación. La realidad es que en estos momentos es él quien corta el bacalao, pero es que un chaval de dieciséis años con media melenita en plan Julio Iglesias, jersey Lacoste rosa de cuello de pico, pantalones Dockers color crudo y naúticos de cuero marrones con medias de ejecutivo, con un tono de voz aún indeterminado entre la adolescencia y la edad adulta, asusta más bien poco.
─O queréis que le diga a Frankie que...─la última sílaba suena como si le hubieran apretado un huevo con un alicate, un gallo en toda regla.
Forrest señala a Borja Mari y comienza a reír a carcajadas. El oso pardo que ha conducido el Mercedes lo tumba de un puñetazo en la cara. Aitor alucina, y Marcopolo trata de aguantar la risa. Frankie amenaza a Marcopolo pero este pide perdón mediante un gesto.
─Ala, a dormir la mona, pringado ─. Borja Mari comienza a reír, o más bien a roncar como un jabalí buscando trufas.
Marcopolo es consciente de que otro golpe en su maltrecha cara provocaría un dolor de dimensiones colosales, trata de aguantar la risa, y al expulsar el aire por la nariz produce un ronquido aún mayor. A Borja Mari no le gusta nada, por lo que Frankie lanza un crochet de derecha que es detenido de modo magistral por la cara de Aitor, quien al tratar de pacificar el asunto se interpone entre la trayectoria del puño y la castigada mandíbula de su amigo. Borja Mari ronca aún con más ganas cuando ve caer a Aitor, y Marcopolo sigue pidiendo disculpas con las manos, aguantando la risa como puede.
─Bien, y ahora desembucha, imbécil, o les digo a Frankie y a Perrotti que os tiren acantilado abajo. ¿Dónde está el material?
─Vale, vale. ¿Sabes lo que pasa, chaval? Lo que pasa es que no tenemos ni puta idea de lo que está sucediendo aquí. ¿Bien? Pillamos el Camaro cuando nos lo trajeron dos tipos que venían, según tú, desde el puerto de Santurtzi. Luego tiramos hacia el parque donde habíamos quedado con vosotros, pero nos pararon los putos nazis que se llevaron los asientos y...
Borja Mari manda callar a Marcopolo.
─Espera, rebobina cabrón. ¿Pilláis la chatarra esa que viene del puerto, salís a nuestro encuentro, y os manda parar quién?
─Unos nazis, ¿bien? Unos putos nazis simularon un accidente, paramos a ayudarles y nos dieron de hostias. ¿O por qué crees que mi colega tiene el careto tan hinchado? Destrozan los asientos, nos preguntan a ver dónde está, pero no sabemos de qué cojones nos habla, por lo que nos dan unas hostias y se piran. Conoces lo de después, tu chimpancé encontró lo que queríais en el maletero y os pirasteis.
Borja Mari se lo piensa. No sabe si Marcopolo le miente o no, pero la teoría más plausible no parece la que dice que los chavales se han quedado con lo que había en el interior de los maletines que había en el maletero del Camaro. Tiene que buscar a unos nazis. Más bien, Frankie tiene que buscar a unos nazis.
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