Los negocietes del Ritxal
Ritxal se encuentra al fondo del callejón junto a Flaco, Gordo y varios más de sus primos. Clemente olisquea entre las basuras, encuentra un pedazo de chorizo mohoso y trata de masticarlo, pero su dentadura es tan minúscula y su fuerza tan escasa, que apenas puede extraerle un poco de jugo.
─Ya os lo he dichol, chavale─ explica a unos adolescentes a los que trata de vender hachís adulterado a precio de huevo pakistaní─. Este es el presiol, sinco mil peseta los sei gramol, lo cogeí o lo dejaí, pero no sigái tocándome lo cojone, ¿valel?
─Eso no es un huevo culero, Ritxal, nadie se saca del ojete un huevo con forma rectangular─ responde el cabecilla de los adolescentes─. El huevo tiene forma de cojón, eso lo sabe hasta el más paleto.
Ritxal adelanta la cara hasta que casi roza su nariz con la del chaval.
─¿Mestá llamando paletol?
─No, no, Ritxal, no me jodas, ni se me ocurriría hacer algo así. Está bien, toma la pasta y dame el huevo Rubik.
Ritxal realiza la transacción, y se aparta a un lado para contar el dinero que lleva recaudado durante la noche. Mientras, Clemente mordisquea una raspa de pescado a la que los gatos no han dejado una brizna de músculo. Parece que hoy le tocará pasar hambre.
─¿Te queda algo parra nosotrros, mi querrido amigo gitano?
Gordo saca la palanqueta de hierro y avanza hacia donde se ha oído la voz, pero para cuando se quiere dar cuenta Mattias tiene a Ritxal arrodillado, con una oreja retorcida y una afilada navaja amenazando con rebanarla.
─¡Quieto primol!─ grita Ritxal tratando de mantener la calma.
El resto de los nazis flanquea a su jefe.
─¡Hombrel, si son Carapolla y sus amigos!─ dice Ritxal en un estúpido intento de quitar hierro al asunto.
─¿Dónde están los asientos?
─¡Chachol, no sé de qué me hablal!
Mattias corta la oreja mediante un rápido tajo, y seguidamente agarra el otro pabellón auricular de su víctima.
Clemente, astuto, rápido e inteligente, corre hacia Ritxal, alertado por los espantoso gritos que su bien amado amo profiere. Según llega a su lado coge la oreja que se encuentra en el centro de un charco de sangre y corre hacia el exterior del callejón. Por fin algo blando y calentito que llevarse a la boca. A ver quién es el guapo que lo pilla para quitárselo, como no bata el récord de los 400 lisos lo lleva crudo.
─¡Clemente joputal trai eso paquí, desgrasiao!
Siete de los diez gitanos presentes salen corriendo detrás del Chihuahua, llamándolo a gritos. Después siempre tendrán la excusa de que corrieron para rescatar la oreja del Ritxal.
Mattias clava ligeramente el filo de la navaja en la parte posterior de la solitaria oreja.
─¡Vale, vale, chacho! ¡Te contaré lo que quiere sabel, pero pordió no me corte la otra oreja! ¿Qué va a hasel mi pobre madrel con un hijo sin oreja y sin futuro arguno? ¡Pofavol, tengo mujé e hijo, y un perro mu cabrón!
Ritxal está muy asustado, sangra como un cerdo y el nazi parece totalmente dispuesto a seguir con la escabechina hasta que le cuente lo que quiere saber. Ritxal tiene la información que el nazi necesita. Al fin y al cabo, solamente quiere saber dónde están los asientos que se llevaron Forrest, Marcopolo y el tío de gafas.
─Lo asientol lo tienen uno chavale que nos pagaron para que pusiéramos otrol en su coche, ¡te lo juro por mis muertol!
Günter grita con rabia.
─¡Esos cabrrones! ¡Los tienen esos cabrrones! ¡Les voy a sacarr las trripas!
─¿Los parrdillos?
─Los mismos, Mattias, los mismos.
Mattias sonríe. Obtendrá su recompensa dentro de muy poco, los chavales son unos blandengues.
─Trrae la maleta negra del coche, Günter.
Günter la trae en un visto y no visto, no vaya a ser su oreja la que sirva de segundo plato a Clemente. La deja ante Ritxal, que sigue arrodillado, presionando la herida con la camiseta del Athletic, y la abre.
─Meted ahí las llaves de los trres coches, vuestrros rrelojes, carrterras y todo lo demás que llevéis en los bolsillen. ¡Vamos capullos, rrápido o le corrto algo más que la orreja!
Gordo, Flaco y el primo restante obedecen. Günter cierra la maleta y se la lleva al coche. Después montan en el Audi y se marchan.
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Frankie, gracias a los catalejos con sistema de visión nocturna, ha observado con detenimiento lo que acaba de ocurrir en el callejón. El nazi que lo inutilizó mediante un único y certero golpe ha cortado la oreja al gitano, después un montón de ellos han corrido detrás de una rata que habrá salido de una alcantarilla, y los que quedaban les han dado un maletín a los nazis, seguros de que estos matarían al que estaba arrodillado si no les entregaban el material.
Entra al coche y marca un número de teléfono.
─Ahora sí sé quién tiene la mercancía, Borja María.
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