El poblado del Ritxal
El poblado está cerca de Kobetamendi. Marcopolo y Forrest conocen a Ritxal. En realidad es Ricardo, pero nadie lo llama así. Es Ritxal, y escrito con tx, y punto. Es un gitano de Bilbao y del Athletic, y escribe su nombre como le da la gana. Si alguien le vacila, se mete con él, o trata de explicarle que no se escribe así, pues Ritxal le parte la cara y le roba la cartera y el reloj. Todo en orden. Si quiere usted realizar cualquier tipo de reclamación, acuda al poblado de doce a seis. Ritxal estará encantado de recibirle, y su familia también. Y su familia son unos 78, mujeres iracundas y ancianos provistos de garrote incluidos.
Aitor sabe perfectamente que Ritxal no es colega de Forrest ni de Marcopolo, pero hacen trapicheos juntos y les va bien a los 81 (sumando los 78 familiares de Ritxal). Eso significa que son bienvenidos, pero preferiría estar en cualquier otro lado.
─ Estáis flipados ─ comenta cabreado─. Vámonos de aquí cagando leches. Ni cambiar los asientos ni pollas─. Coge a Forrest de la pechera y lo empuja contra el Camaro.
─ ¡Eh, qué te pasa carapantalla!
Marcopolo, con su habitual parsimonia (no se pondría nervioso ni aunque cayeran a su alrededor tres bombas de racimo), mete el brazo entre los dos y los separa con delicadeza.
─ Tranquilo, Aitor. Desmontan los asientos, los metemos en el 127 mientras montan los nuevos, y pista.
─ ¡Estáis chalados!─ Protesta Aitor─. Hay que llevar el Camaro a Neguri cuanto antes, y este es el peor sitio donde podríamos estar. ¿Os dais cuenta, pedazo de gilipollas e hijoputas, de la liada en la que nos podemos meter si le pasa algo al coche?
─ No pasa nada, tío─. Dice Forrest mientras vuelve a plegar las solapas de su chupa de cuero plagada de petachos de grupos de rock y heavy─. El Ritxal le quita esos asientos hechos un cristo que tiene, y le pone unos nuevos. Metemos los viejos en el 127 y se los llevas a tu viejo, valga la redundancia. Es un artista. Les arregla la tapicería y le quedan de cojones en el Escarabajo que está restaurando. Así que le regalas los asientos al viejo, que se pondrá la hostia de contento, porque los asientos son muuuy guapos, y le dices que los has pillado en el rastro después de encontrarlos de puta folla, ¿verdad, Marco?
─ Verdad verdadera.
─ Y tu viejo, contento y orgulloso de que el marica y friki de su hijo por fin haga algo útil, te vuelve a dejar el coche de vez en cuando para tus cosas. Lo mismo se cree que te tirarás a alguna chati de vez en cuando, el muy iluso, en vez de pajillearte con las pelis que mangas en la gasolinera.
─ No podemos tocar el coche, tíos, estáis pirados─ insiste Aitor─. Nos van a cortar los huevos.
─No. No podemos tocar el maletero. El ma-le-te-ro. ¿Okey? Ni olerlo desde fuera. Es lo único que es intocable en esta chatarra.
Forrest pasa el brazo sobre los hombros de Aitor y lo aparta ligeramente del Camaro mientras ven llegar al Ritxal acompañado por dos de sus primos y un perro de raza Chihuahua color canela claro que no debe pesar más de seiscientos gramos. Clemente, es el nombre de la rata de especie canina, y Ritxal le tiene más cariño que al autógrafo del auténtico Javier Clemente, escrito en una servilleta de papel llena de grasa, que tiene enmarcada en la habitación.
─ ¿Pasa, tíos?─ El Ritxal, caja de herramientas en mano, se rasca el ombligo, que debe encontrarse tras la maraña de pelo en la que se enreda su dedo índice. La camiseta del Athletic, con "Ritxal" escrito en la parte alta de la espalda, tiene más mierda que el palo de un gallinero. Su primo Flaco (pesa unos 140 kilos) abre la puerta del Camaro y mira al interior.
─ ¿Funciona la radiol?
─No se vende nada, Flaco, solo queremos que nos montéis dos asientos nuevos. Punto─ responde Forrest.
─ Buenol, tampocospaponerse asín.
Ritxal abre la caja de herramientas y cede un destornillador y un alicate a Gordo, su otro primo. Gordo es más gordo que Flaco, evidentemente.
─Anda, Flacol, ve y diles a los chavales que suban lus asientus.
Se disponen a desmontar los asientos en un periquete, aunque lo suficiente como para que unos quince adolescentes se arremolinen alrededor del Camaro, lo cual pone muy nervioso a Aitor. Tampoco le hace gracia que el chucho asqueroso del Ritxal haya subido al coche y se dedique a olisquear cada rincón, pero tanto Forrest como Marcopolo le han advertido de que el Ritxal se pone muy agresivo si a alguien se le ocurre meterse con su perro.
─ ¿Y estopakesirvel?─ pregunta uno de los recién llegados mientras intenta abrir la pantalla del portátil de Aitor, que se encuentra en los asientos traseros.
─ Deja eso ahí mecagüen tu...eh, ¡mecagüenlaputa!
Ha rectificado en el último momento. Y menos mal que lo ha hecho. Cagarse en la madre del criajo, tía de Ritxal, y prima de Gordo y Flaco, hubiera sido un craso error. De hecho, Ritxal ya lo estaba mirando con una enorme llave inglesa en la mano y cara de te vas a tragar los dientes, payo.
Aitor se pone más nervioso aún cuando ve a Clemente subirse al teclado del ordenador, pero hoy toca aguantar.
─ Te vendo una pona─ insiste el chaval.
─ No tengo sitio para un caballo.
─No es un caballo, es una pona, una pona bien guapa, y barata. Por ser tú.
Aitor se está poniendo del hígado. Demasiada gente alrededor del coche, y Forrest y Marcopolo soltando el segundo asiento. El gitano trae la pona, que tendrá casi veinticinco años, y Clemente echa una meada sobre la palanca del freno de mano.
─No quiero un poni.
─Por sinco mil peseta te la lleva, payo. Mira qué maja. ¿Tienes críos? Les encantan.
─No tengo críos.
─A los mayores también les encantan. Cuatro mil quinientas.
─Que no, cojones.
─¡Niñooooooo!─Grita Ritxal─. ¡Anda deja al payo en paz!
Aitor respira durante unos segundos. Clemente vomita una bola constituida por pelo, hierba, y unos cuantos tropiezos de origen indeterminado, sobre la alfombrilla del copiloto.
─Tres mil quinientas.
─Que te he dicho que no, hostia.
─Pos igual quieres una cabra. Tengo una cabra bien guapa, preñá, y con las dos ubres buenas. Te la dejo por dos mil.
Para cuando se da cuenta, los gitanos han traído dos asientos con tapicería de leopardo.
─oh, oh, oh...No. Ni de palo. ¡Esa puta mierda os la metéis por el ojete, cabrones!
Forrest mira con estupefacción hacia los asientos.
─Esto no es lo que te habíamos pedido, Ritxal.
─Tu dijistel que te daba iguá la coló de lo asiento, Marcol.
─Pero esto es una putada, y lo sabes.
Ritxal endereza su metro ochenta y cinco de altura, y sonríe dejando ver sus tres piezas de oro. Aitor recula dos pasos, por si toca correr, y pisa una caca de Clemente.
─Mira Marcol, ¿tú y yo somo amigo, no?
─Algo así.
─Y entavía me debe argo de dinero de lo de la otra noshe, ¿no?
─Eso no tiene nada que ver, Ritxal. Eso es algo entre tú y yo, y esto es algo entre nosotros tres y tú. No me toques los cojones.
─Pero tú ere parte de vozotro trel, ¿no?
─No, no. Ya sé por dónde vas, Ritxal, y va a ser que no, que ni pa la hostia, que no pones eso en el Camaro, que me traes un puto par de asientos normales cagando leches, me los colocas, te pago lo acordado y punto, a tomar por culo, y lo de la otra noche te lo pago en cuanto pueda. ¿Vale?
En diez minutos, ya se alejan del poblado. Marcopolo conduce el Chevrolet, sentado sobre la pulverulenta y lacia tapicería de leopardo del asiento del piloto. Forrest hace lo mismo a su lado.
El 127 conducido por Aitor los sigue a una distancia prudencial. Conduce descalzo, para no manchar con mierda de perro-rata el coche de sus suegro/ex suegro. Lleva los asientos originales del Chevrolet detrás, al lado de la pona, a la que han puesto un trozo de fardo de paja para que vaya tranquila durante el viaje. La cabra viaja en el asiento del copiloto.
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