El Licor de Centerba

                 

─Así que esos teutones nazis hijos de mala madre tienen la mercancía que pertenece a mi padre─. Borja Mari sonríe complacido cuando recibe la noticia de boca de Frankie.

─Vi cómo unos gitanos se la pasaban en un maletín.

─¿Unos gitanos? ¿Y por qué tenían el material?

─Se lo habrán vendido los pardillos, supongo─ responde Frankie elevando ligeramente los hombros.

Borja Mari sonríe complacido, acaba de coger con las manos en la masa a los tres imbéciles que han mostrado la osadía de retar a la familia de Palacio.

─Parece que los pardillos son más listos de lo que parecía. Casi nos engañan, menos mal que tuve la gran idea de hacer que vigilaras a los rubitos.

Después, en una burda y poco natural imitación del comportamiento de su padre, da la espalda a Frankie y se sirve una copa del licor de más gradación de entre los que se encuentran en la licorera. Él sí que es un hombre, y se lo va a demostrar a su subordinado.

El Licor de Centerba, que contiene un setenta por ciento de alcohol, hace que los ojos le piquen antes incluso de acercarse la copa a los labios.

"Qué putada", piensa, pero ya que se lo ha servido no tiene más remedio que tomárselo, y lo va a hacer de un solo trago, Frankie va a flipar.

El licor entra en la boca, llegando rápidamente a la garganta tras pasar sobre la lengua y quemar su superficie. Una vez en la faringe, expulsa un vapor que parece extraído directamente del cráter del Etna y que sale por ambas fosas nasales, haciendo que los pelos presentes en ella se arruguen. Las amígdalas quedan totalmente desinfectadas, y en dos o tres días probablemente pierdan la mucosa que las recubre. En su trayectoria descendente, el líquido, más ardiente que la orina del propio Satanás, lacera el esófago y produce un agudo ardor de estómago que durará más de cuarenta y ocho horas.

Los ojos de Borja Mari parecen a punto de salir disparados de sus cuencas, la cara se asemeja a la de un turista inglés que se ha dormido al sol, y el chico se agacha agarrándose la tripa. Intenta pedir agua, pero el sonido que sale de su boca es el mismo que realiza una olla exprés con el agua en plena ebullición. Después se tira un enorme pedo que, por el tipo de sonido y el hedor que deja en la habitación (y eso que es bien grande), tiene todos los boletos de haber pintado los calzoncillos.

Diez minutos después, ya sentado en el tresillo, y con un vaso lleno de agua con bicarbonato en la mano, es capaz de volver a hablar.

─ Parece que esos cabrones nazis quieren hacer la competencia a mi padre, pretenden entrar en el negocio así, por las buenas, como si aquí no tuviéramos el asunto organizado y repartido como dios manda. Pues se van a cagar, Frankie, se van a cagar. ¿Quieren guerra? Pues la tendrán, tendrán guerra de la sucia, de la muy sucia. Acércame el teléfono, voy a hablar con Ramón.

Frankie se gira y lo mira fijamente, tiene la vana esperanza de que el impulsivo e imbécil patán recapacite, de que no se le ocurra llamar al mexicano, de que sea únicamente un calentón que pasará en menos de diez segundos.

─No puedes iniciar una guerra de ese tipo, Borja María. Esto no es Colombia, no es México...

Borja Mari lo mira con la ira del falto de entendimiento.

─He dicho que me traigas el teléfono, Frankie. Quedó bien claro que no puedo confiar en ti para este trabajo, al nazi no le duraste ni medio asalto. Voy a solucionar esto, le demostraré a mi padre que tiene en mí a un digno sucesor, a un auténtico de Palacio.

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