El Camaro Destartalado




─Son asquerosas. Lo único que las diferencia de las hienas, por cierto otros bichos infectos y feos de cojones, es que tienen plumas en vez de pelo.

Forrest trata de acomodarse como puede en el lado del copiloto del Seat 127, realizando serios esfuerzos por estirar las piernas sin echar hacia atrás el asiento. Detrás, Aitor babea ante la pantalla de su nuevo ordenador portátil, y se enfada si le molestan cuando se encuentra en esa especie de estado de trance en el que entra cuando, según él, está trabajando.

─ Se zampan a los pollos de otros pájaros, y les roban el papeo cuando han conseguido pescar una buena pieza, se la quitan de la boca. Sí, sí, bueno, más bien del pico, sólo porque son más grandes y más putas.

─ El pico.

─ ¿Eh? ¿Qué pico?

─ El tuyo. Ciérralo, pesado.

A Forrest le importa un bledo que a Aitor le interese una mierda la vida de las aves. Le encanta hablar, aunque lo que realmente padece es un severo síndrome de incontinencia verbal en estado agudo, y los síntomas se agravan cuando, como es el caso, está nervioso y asustado.

─ ¿Las habéis visto acosar a la peña en la playa, más o menos a partir de las
siete, cuando casi no queda nadie? Llegan volando, dan círculos cada vez más cerca de donde estás, algunas aterrizan y te miran como diciendo "eh, a vuestra puta casa, este sitio es nuestro". ¡Es acojonante!

Pega un codazo a Marcopolo, quien, sin soltar el volante aunque el coche se
encuentre detenido en la cuneta, lo mira con desdén durante medio segundo.
Prefiere vigilar la carretera que sube del puerto de Santurtzi. El Camaro tiene que estar a punto de llegar.

─ Se acercan, al principio una o dos, generalmente jóvenes, y si ven que no les haces nada empiezan a llegar las mayores. ¿Y qué hacen? Pues te miran, te retan mediante esos ojillos llenos de maldad, y mientras esperan te vas sintiendo incómodo, pues las demás vuelan cada vez más bajo y más cerca. Y eso acojona. Acojona porque sueltan unos zurullos del copón de gordos, líquidos y asquerosos, que si te caen encima te joden tu niki nuevo de Motorhead o el que lleves puesto. A Aitor le joderían el de los maricas de Pet Shop Boys.

─ Te oigo, capullo.

Marcopolo abre la puerta y se baja del coche. Se queda de pie apoyado en la
puerta, mientras sigue mirando hacia la carretera. Después se agacha para
meter la cabeza en el interior del vehículo.

─ ¿Qué te pasa con los maricas?

─ Nada, nada, tío, no te mosquees. Tú eres un marica de puta madre pero eres
mi colega, es solo para joder un poco a la reina de los maricas, que está sentada ahí detrás.

─ Te oigo.

─Bien, pues escucha. Un día una de esas putas arpías aladas le cagó encima a una amiga, bueno, una conocida, pero que es casi amiga...

─ No sabes ni cómo se llama.

─ Yo qué sé, tíos, me lo contó mi hermana, vale? Qué más da cómo se llame? Total, que una gaviota le cagó en toda la frente mientras tomaba el sol, y la piel se le quedó blanca durante tres semanas, os lo juro.

─ ¿Tres semanas? ─ Aitor levanta la vista de la pantalla, se pone las gafas de
ver de lejos y se rasca los ojos bajo ellas.

─ Ah, esto ya te interesa más, ¿no? Además de ver gordas en tetas en tu
portátil, te gusta la estratología, ¿no?

─ Escatología ─ aclara Marcopolo, mientras se enciende un cigarrillo─. ¿Queréis?

─ Paso de eso, tío, las gaviotas solo podrían ser más odiosas aún de lo que
son, y lo son de verdad, si fumaran. Eso sería la hostia de malo, peor que Chucky, peor que Freddy Krueger, como Nosferatu fumando un Partagás y dejando esa peste en el ascensor, mezclada con la colonia de la vecina del quinto, que se cree que con eso tapará el olor a pies de su marido.

El Chevrolet Camaro del 76 se hace oír de lejos, mucho antes de que su morro cuadrangular asome tras el cambio de rasante. El color azul cielo, o lo que queda de él, es horrendo. Está destartalado, lleno de abolladuras, le faltan los limpiaparabrisas y lleva encima aproximadamente una tonelada de polvo. El tubo de escape tiembla, suena a lata rodando por el suelo, y expulsa un humo más negro que los testículos de un grillo. A Aitor se le cae la baba.

─Es acojonante. Cuando tenga pasta voy a hacer que me manden uno a mí
desde los Estados Unidos o Chile, o México o yo qué sé, en el contenedor de
un barco, y lo dejaré como nuevo. Si el capullo al que se lo llevamos lo hace, yo también.

El Camaro se detiene en la entrada a una pista forestal. Ninguno de los dos
hombres que lo conducen se baja del coche.

─ Vamos Aitor y yo─ sentencia Marcopolo ─ . Tú la joderías fijo.

─ Bueno, como queráis, JohnWaynes ─. A Forrest le parece perfecto. Los
tipos del Camaro tienen pinta de tener pocos enemigos vivos. Se acomoda en
el asiento del piloto y arranca el motor del Seat 127. No puede reprimir la risa
cuando compara el ruido con el del Chevrolet. "Una gaviota al lado de un
halcón. Viejo, cascado, pero un halcón en toda regla", se dice. "Quién lo tuviera".

El asunto se trata de modo rápido. Aitor y Marcopolo suben al Camaro.
Marcopolo conduce con Aitor a su lado y los dos carasdepiedra detrás.
Forrest les sigue de lejos con el Seat 127 del suegro, o ex suegro de Aitor. En un
par de kilómetros, dejan a los desconocidos en la parada del autobús.

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