Borja Mari y Ramón
─¡Ey, carnaaaal! ¡Qué pasó, hijo de la gran chingada!
Ramón saluda de modo efusivo a Borja Mari, a quien conoció la primera vez que su padre lo llevó a México a aprender cómo funciona el negocio de la cocaína.
─¡Ramón, tío, me alegro de verte! ¡Veo que te sigues manteniendo en forma!
─¡Thank you, man! ¡Tú en cambio estás cresido, carnalito!
Tras unos momentos de euforia, se ponen más serios y comienzan a trazar una estrategia.
─Así que unos gitanos chingaos les roban o les compran el material a los pinches huevones que tenían encomendado traérsela a ustedes. Después unos pendejos nasis se la chingan a los gitanos y se la devuelven a los ansianos que viven con uno de los jóvenes. ¿Voy bien?
─Vas bien─. Responde Frankie con desgana.
─¡Sé que voy bien, fucking puerco! ¡Es una pregunta que se responde a sí misma, huevón!
Ramón aspira aire a través de las fosas nasales tan fuerte como puede, haciendo que varios centímetros cúbicos de mucosidades pasen a su garganta. Después escupe un gargajo denso y verduzco sobre el smoking de Frankie.
─¡Órale ese Frankie, apresúrese al lavabo, man! ¡Tiene un resto de su serebro en la chaqueta, esé!
Frankie respira hondo y aguanta estoicamente, mientras Borja Mari ríe roncando como una cerda en pleno parto.
─Bien, sigamos pues, esé. Así que los pinches nasis quieren entrar en el negosio, ¿no es así?
Espera a que alguien le responda, pero al no escuchar voz alguna que indique a quién escupir, se traga el gargajo.
─Y disen que saben dónde se encuentra su local, ¿no es así?
Nadie responde, pero Ramón se gira y ve a Frankie volver a la estancia, secándose la americana con papel de baño. Toma impulso y escupe otro proyectil, igual de asqueroso que el anterior, que impacta también en el mismo sitio. Borja Mari se tiene que agarrar la entrepierna para no mearse encima, y Frankie vuelve al baño.
─Vamos gueys, esós. ¡Hay que darnos prisa, men! ¿Nos damos un roll por el barrio de los blanquitos? Primero jalamos a los rubitos, nos deshasemos de la competensia y después iremos a ver a los viejos maricones. Quédese tranquilo aquí, Borja María, Ramón se encarga de esto, carnal.
Tres cuartos de hora después, comprueban que el único habitante del local de los nazis es un señor de unos cincuenta años. Escoba en mano, barre el suelo de la lonja.
Ramón sale escopeteado del coche. Empuja al hombre contra la pared, saca una pistola de la parte de atrás del cinto, y apoya el cañón sobre su nuca.
─¿Dónde están los rubitos, mariconaso, eh? ¡Vamos, o me lo sueltas ahorita, right now, o pinto la pared de rosa pendejo!
El hombre grita asustado, pero calla cuando Ramón lo gira y mete el cañón en su boca.
─¡Ahora cállese, chingao, va a despertar sospechas!
─¡Dio dodo doy ed duedio de da dodga! ¡Be bagaron ed adguider y de buedon!─farfulla el hombre.
─¡No comprendo, man!
─Es posible que si sacaras el cañón de su boca...─le aconseja Frankie.
Ramón lo mira con cara de odio, pero hace lo que le acaba de recomendar que haga.
─¡Yo solo soy el dueño de la lonja! ¡Me pagaron el alquiler y se fueron!
─¿A dónde, cochambre?
─¡No lo sé, se lo juro! ¡Quizá los encuentre en el bar del polígono, antes comían allí a diario!
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