3. Planes de boda
Desde nuestra despedida hace dos días, ya estaba deseando volver a ver a Alana y Mickey. Echaría de menos sus persecuciones por la Facultad de Derecho, y los abrazos grupales con los que me envolvían cuando menos me lo esperaba. Normalmente era yo la que rompía los abrazos, agobiada por sus exageradas muestras de afecto. Sin embargo, durante el mes de agosto, me sentí como el último eslabón que unía a mis dos amigos.
La confesión de Mickey el día de la graduación terminó en beso, y Alana le respondió con un bofetón. Todos los años en los que se desvivió por él le supieron amargos cuando fueron sellados por un beso fruto de la atracción, no del amor.
No tengo claro qué relación mantienen ahora, pero lo que sí sé es que han maquinado un plan a mis espaldas. Hace unas seis horas, pensé que regresaría sola a Boston, y ahora, tengo tres acompañantes.
Camino algo molesta por el Aeropuerto Internacional Logan; Sam me sigue el paso, mientras Alana y Mickey revolotean a nuestro alrededor, emocionados de estar pisando suelo estadounidense.
—Jenna, no te enfades —dice Alana con un puchero.
—¡Ahora seremos compis de trabajo! —canturrea Mickey.
Llegamos a la zona de recogida de equipaje, y en cuanto mi maleta y la de Sam salen por la cinta transportadora, me marcho con la barbilla en alto. No estoy enfadada porque mis amigos hayan venido, sino porque fueron admitidos en el bufete Russell & Rose como abogados junior, lo cual significa que mis padres estaban metidos en el ajo.
Durante el año entero que duró el Curso de Práctica Jurídica, Alana había recibido varias ofertas de firmas de abogados inglesas por su excelente desempeño en la universidad. Mickey no estaba muy preocupado de encontrar trabajo, ya que contaba con el respaldo de su papi para que le enchufara en cualquier empresa; Richard Amery fue socio de Russell & Rose, así que no me sorprende que Alicia y Brandon accedieran a acoger a su hijo con tal de mantener su buena relación.
En resumen: tenían muchas oportunidades de trabajo en Inglaterra, así que habían venido a Boston para estar conmigo. Mis padres también sabían lo de Sam, pero esto ya es demasiado.
Al salir a la explanada exterior del aeropuerto, Alicia tarda poco más de tres segundos en localizarnos.
—¡Cariño! —salta ella, ahogándome entre sus brazos—. ¿Qué tal el viaje? ¿Dónde están tus amigos?
—¡Mamá! —Me aparto, molesta—. ¿Por qué no me dijisteis nada?
—Tus amigos estaban entusiasmados con la idea de darte una sorpresa —explica mi padre con la calma que le caracteriza. ¿Es que todo el mundo se había puesto de acuerdo en darme una sorpresa? Si lo que pretendían era llevarme por una montaña rusa emocional, lo han conseguido.
La tasa de cambio de libras esterlinas a dólares es un tema lo suficientemente interesante como para que papá y Sam se enfrasquen en una conversación mientras esperamos a que Alana y Mickey salgan con sus maletas. Resulta increíble que este último trajera más equipaje que todos nosotros combinados. ¡Seis maletas, ni más ni menos!
—¿Te has traído a los siete enanitos? —le pregunto, mientras escondo las manos dentro de mi chaleco acolchado. Aunque estemos a finales de agosto, el frío de Boston es del tipo que te cala los huesos, sobre todo a la una de la mañana, y el malestar producido por el desfase horario no ayuda. Estoy deseando llegar a casa para dormir en mi cama calentita.
—Un enanito en cada maleta —añade Alana.
—Para vuestra información, solo traje seis maletas. Os sobra un enanito —dice Mickey, empujando el carrito donde lleva sus pertenencias. La escena es tan ridícula, que incluso Sam se une a las burlas de camino a la parada de autobuses:
—Lo que tú digas, Blancanieves.
La manera más práctica de llegar al centro de la ciudad sería coger la Silver Line, el autobús gratuito para los recién llegados a Boston, pero con la montaña de maletas de Mickey, resultaría algo complicado. A mis padres se les ocurre una solución "de ricos". Muy cara y, sobre todo, nada discreta.
—¿El ferry? —pregunto, incrédula. Hay muchas formas de cruzar las tres millas de agua que separan el aeropuerto del distrito financiero, pero el Harbour Express me parece la más ostentosa. Todo el mundo embarca entusiasmado en el ferry, menos Sam y yo; el pobre había sobrevivido al avión, y ahora le toca aguantar otro viaje movidito.
—No te preocupes, Jen. Esto no es nada comparado con cruzar el mar del Norte durante cinco horas —dice Sam, fijando la vista en la pintura azul del barco. Aunque lo ha dicho para tranquilizarme, sé que en el fondo intenta convencerse a sí mismo de que podrá aguantar el mareo. Con la esperanza de que el esfuerzo físico le ayude a distraerse, Sam carga con las maletas de ambos y subimos a bordo del ferry, donde los demás nos esperan bajo una bandera estadounidense izada en la popa.
Una agradable brisa acaricia mi rostro en la travesía, y me apoyo en la barandilla para admirar la urbe que se alza a orillas de la bahía de Massachusetts. El ferry está lleno de turistas, lo sé por la cantidad de suspiros de asombro que se escuchan a medida que nos acercamos a los altos edificios del distrito financiero.
Unos fuertes brazos me rodean por detrás, y suspiro aliviada; ni siquiera me había dado cuenta de que estaba temblando hasta que Sam me arropa con su calor, dejando un beso en mi pelo, y diciéndome cosas bonitas al oído.
Instintivamente, estaba reprimiendo la gran felicidad que quería estallar en mi corazón en cuanto mis amigos se unieron a la aventura. Me sentía egoísta por ser un factor determinante en su futuro. Lo único que deseo es que sean felices, que Sam sea feliz. Y todos ellos han decidido cambiar sus planes sin dudarlo para poder venir aquí.
Sin embargo, los abrazos de Sam tienen el maravilloso poder de hacerme creer que el futuro no da miedo, permitiéndome disfrutar del bonito momento que estamos viviendo. Poco después, Alana y Mickey se unen al abrazo y río junto a ellos, pues me doy cuenta de que, ahora, tengo a mi familia al completo conmigo.
Nada más llegar a mi casa, Sam y yo caímos rendidos en la cama.
Pero ambos somos animales madrugadores: en cuanto el sol atraviesa las cortinas de lino, nuestro reloj interno se encarga de tocar la turuta a las ocho de la mañana. Unas pocas horas de sueño hicieron maravillas con Sam, que se viste y lava la cara en un santiamén, como un soldado listo para el combate.
Mi habitación no cambió mucho desde que era pequeña: las marcas de los posters que solía pegar sobre el armario siguen ahí, y también la pequeña estantería donde guardo mis películas favoritas, justo al lado del tocador en el que estoy sentada. Mientras deslizo mi diadema negra favorita por mi pelo, miro furtivamente a Sam: él ya había visto mi dormitorio en alguna videollamada, lo cual no le impide estudiar con detenimiento el espacio que vamos a compartir temporalmente.
Con lo grande que es, casi se da de bruces con la lámpara colgante del techo. Entonces, Sam coge una película de la estantería y sonríe.
—¿Qué? —inquiero levantándome, cruzada de brazos.
—Nada —dice antes de colocar Legally Blonde de nuevo en su sitio—. Me esperaba encontrar más copias de esa película. Un altar, o algo así.
—Tenía un altar. Pero tuve que desmantelarlo para no espantar a mis pretendientes.
—¿Por qué iba a espantarlos?
—No sé. Tal vez pensarían que tengo una obsesión por vivir mi fantasía romántica en Harvard. Lo cual... —explico reprimiendo una sonrisa mientras Sam apoya sus manos en mi cintura—... no es del todo cierto.
—¿Qué parte no es cierta, señorita estadounidense?
No paso por alto su tono de burla, pero hay tanto cariño en su voz, que apenas es notable.
—Primero, en mi fantasía me habría graduado con honores, y hubiera dado un discurso super cursi el último día de clase. Segundo, habría sido muy popular con los chicos, pero dudo que hubiera salido con ninguno, ¡los estudiantes de Derecho son insoportables! Y tercero...
—¿Aún hay más? Qué fantasía más detallada —comenta él. Entonces, subo las manos por su camisa gris hasta alcanzar sus hombros, quedando a centímetros de su rostro.
—La tercera parte nos queda pendiente para esta noche, señor ruso —respondo en voz baja. Una sonrisa pícara se forma en mis labios cuando el nerviosismo se apodera de Sam: trata de disimularlo frunciendo el ceño, pero sus orejas rojas le delatan. Las palabras se atascan en su garganta, y salen un par de segundos después en forma de murmullo.
—¿Te molesta... que te llame señorita estadounidense?
Pillar indirectas no uno de sus fuertes, lo cual le vuelve encantador. Si supiera las cosas que me imagino...
Sin perder la sonrisa, me marcho hacia la cocina, y Sam me sigue por el pasillo; yo camino de espaldas para admirar su expresión avergonzada.
—No es eso. Pero me he dado cuenta del tonito que usaste —digo, pasando los dedos por la pared—. Que conste que aquí no solo comemos donuts y hamburguesas, Boston tiene mucho más que ofrecer.
—Tú misma dijiste lo de los donuts en el avión. Y Jen, ten cuidado, te vas a tropezar.
—No me voy a tropez... —Justo entonces, mi padre sale de la cocina y me golpea la cabeza con el marco de la puerta, anunciado que ha traído donuts de la pastelería del barrio. Ahora tengo un buen chichón que me recuerda lo inútil que es negar los inevitables clichés gastronómicos que nos atan al resto de los Estados Unidos.
La gran cocina de mármol contigua al comedor asombra a Sam, al igual que la variedad de bolsitas con granos de café guardadas en la despensa. Alicia adora el café (¡como buena abogada!) y se encarga de prepararlo todas las mañanas, por eso se muestra reticente a que Sam le tome el relevo. Pero en cuanto da el primer sorbo, su escepticismo se esfuma igual de rápido que las pastillas que toma para la ansiedad.
—¡No había probado un café tan bueno desde el noventa y cuatro! —declara papá, consciente de que su afirmación podría iniciar un conflicto con su esposa; Alicia está demasiado ocupada tratando de ocultar su expresión maravillada como para discutírselo. El experimentado camarero había llenado las tazas con agua hirviendo para que la porcelana mantuviera el calor, y también espumó la leche, la cual flota como una nube sobre el delicioso café tostado. Desde mi asiento en el cabecero, le lanzo una pequeña sonrisa a Sam antes de disfrutar del desayuno.
—Gracias, señor Rose —dice Sam, complacido por los halagos.
—Recuerdo muy bien esa cafetería... ¡Abbraccio! Estaba en el North End —continúa Brandon, recolocándose las gafas—. Alicia y yo solíamos ir allí antes de que Jenna naciera. Una pena que la hayan cerrado, servían unos cafés espectaculares. Hoy en día es muy complicado mantener un negocio a flote.
—Puedo imaginármelo, señor Rose —responde Sam—. El dueño del restaurante en el que trabajé me comentó algo al respecto. El señor Sheng y su familia viajaron desde China e invirtieron todo lo que tenían en su negocio, incluso vendieron su casa.
Brandon escucha con interés las historias de Sam: le gusta que sea un hombre hecho y derecho, de los que no holgazanean. Pero mi madre, como es típico, decide arruinar el agradable desayuno con uno de sus interrogatorios.
—¿Por qué te hiciste ese tatuaje?
Dejo de masticar el donut relleno de mermelada para fulminarla con la mirada. Sam no parece molesto por la súbita pregunta, y se lleva una mano al antebrazo derecho, justo encima de la tinta en su piel.
—Es solo una frase para recordar a un amigo.
—Ya veo. ¿Y qué hay de tu madre? ¿Sigue en Rusia? ¿Cómo es que no se mudó a Londres contigo?
—Mamá —la llamo, avergonzada. Ella sabe perfectamente que Oksana no tenía los recursos necesarios para criarle, y aun así decidió ponerle contra las cuerdas haciéndole preguntas demasiado personales. Él responde con gran educación a las indiscreciones que se le van ocurriendo, hasta que la conversación deriva hacia donde a Alicia más le interesa—. ¿Dónde planeas trabajar? Digo yo que habrás venido a Boston con un plan, ¿no?
—Visitaré cafeterías, y echaré unos cuantos currículums. Tengo experiencia, seguro que consigo algo pronto.
—¿Por qué no abres tú una cafetería? —pregunta Brandon, cogiendo su segundo donut glaseado.
—Ahora que lo menciona, ese es mi plan de futuro, señor.
—¡Fantástico! —salta papá, interrumpiendo el reproche que ya se estaba formando en la boca de mi madre—. Me gustan los visionarios. Tienes agallas, chico.
—Cariño —interviene Alicia, mirando a su marido—. No creo que tener agallas sea suficiente para abrir un negocio. Tú y yo lo sabemos mejor que nadie, ¿o acaso Russell & Rose se formó de la nada?
Hace rato que Alicia dejó olvidado su café. Ni siquiera probó los donuts de vainilla que tanto le gustan; se ha remangado su bata de satén, frunciendo los labios en un gesto que irrita a papá. Conozco este silencio previo a que estalle la tormenta: Brandon solo acepta los desafíos de su esposa cuando se siente con fuerzas para entrar al debate, o cuando cree que el tema generador del conflicto merece ser defendido. En este caso, la chispa en el discurso emprendedor de Sam le bastó.
—Por supuesto que lo sé, Alicia. Tuvimos la suerte de conocer a la gente adecuada, también estuvimos ahorrando dinero durante muchos años. Pero todo eso no vale nada sin ponerle ganas. ¡Y Sam tiene mucho potencial!
Alicia mira a su futuro yerno durante un par de segundos, tiempo suficiente para pensar en un contraataque.
—Abbraccio es el claro ejemplo de un buen negocio que se fue al garete. La hostelería es un sector muy esclavo, sobre todo desagradecido. ¿Abrir una cafetería en el centro de Boston? ¿Competir contra miles de cafeterías que llevan años en el sector?
—¿Y por qué no? Quien no arriesga, no gana. ¡Así lo hicimos nosotros después de casarnos!
—¡Por favor! —exclama Alicia. Sus mejillas se están poniendo cada vez más rojas, casi tanto como sus rizos recogidos en una coleta, mientras que papá aprieta la mandíbula—. Nosotros no arriesgamos nada. Apostamos sobre seguro, sabiendo que recuperaríamos la inversión. Teníamos socios, ¡teníamos un plan!
—Si el chico quiere empezar un negocio, ¡déjale abrir un puñetero negocio! ¿Tienes ahorros, chico? —le espeta Brandon a Sam, el cual se limita a asentir con la cabeza—. ¿Lo ves?
No puedo ni imaginarme la impresión que se está llevando Sam de mi familia. Ojalá pudiera decirle que esta jungla de animales salvajes no es el escenario habitual que predomina en nuestra casa. Ojalá. Los dos abogados continúan con su "debate", hasta que Brandon decide zamparse su tercer donut en respuesta al comentario de Alicia sobre su incipiente barriga.
—¡Qué pesada eres, mujer! No se puede planear todo en la vida —dice papá, todavía masticando. Hace un buen rato que Alicia se levantó para llevar los platos sucios a la cocina, aunque con lo alterada que está, parece un pollo sin cabeza, yendo y viendo sin dejar de fruncir los labios—. Sam y Jenna ya son adultos, pueden tomar sus propias decisiones. ¿O es que también vas a controlar su boda?
Boda. Esa mágica palabra tiene un efecto sedante en mi madre.
—¡La boda! ¡Ah, la boda! Nuestra pequeña Jenna, ¡casada a los veintidós! —suspira ella. Ahora que Sam ha venido a Boston, ni planea separarme cruelmente de mi familia, Alicia se encuentra más que complacida ante la idea de organizar una boda por todo lo alto. No importa que mi pareja estuviese desligada al mundillo de la abogacía, ni perteneciese a ninguna familia noble inglesa; la mera idea de ver a su hijita vestida de blanco le entusiasma.
Ante todo, lo que más le interesa es montar un grandioso evento al que toda la plantilla del bufete pueda asistir.
Es extraño. Aunque llevo el anillo de compromiso en el dedo, y ya tenemos una fecha estimada, sentía que la boda estaba muy lejos. Como si lo hubiera soñado todo. Pero ahora que mi madre parlotea acerca de todos los preparativos necesarios, pensando en el vestido y el peinado que quiero para el día tan especial..., estoy empezando a ponerme un poco nerviosa.
A mi derecha en la mesa, Sam tiene fija la mirada en la caja donde papá trajo los donuts.
Está paralizado ante la ola gigante que se nos viene encima. Un tsunami de tartas de veinte pisos, invitados, recepciones pomposas, y sobre todo, facturas astronómicas.
***
¡Hola, ricuras! Aquí vengo con el capítulo de los viernes, ¡ojalá lo hayáis disfrutado un montón! 🤗
La boda se acerca, y en un par de días Jenna comenzará a trabajar... ¡nada más y nada menos que con Mickey y Alana! ¿Qué podría salir mal? 😂 (aparte de TODO) En el siguiente capítulo, un nuevo personaje aparecerá, y puede que complique un poco las cosas... 👀
En mi Instagram encontraréis edits, sorteos y cosas chulis... Por el momento, os espero aquí con un cafecito ☕❤️
Nos vemos pronto ricuras, ¡besitos! 😊
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