2. Sorpresa a bordo

Si tuviera que describir a Sam con una sola palabra, escogería términos como "humilde", "trabajador", o "serio". Sobre todo, se trata de una persona que mantiene la compostura hasta en las situaciones de mayor estrés y presión. Según él, el requisito número uno para ganarse la vida en el sector de la hostelería es tener unos nervios de acero.

Sam aprendió esa lección en el restaurante del señor Sheng. Londres rezuma cultura y diversidad; una ciudad encantadora, pero exigente con sus trabajadores, y el barrio chino no es excepción. El puesto de friegaplatos fue un reto para Sam y, a la vez, una bendición: si debía quedarse hasta las tantas de la mañana fregando los suelos, lo hacía, o si los comensales celebraban el año nuevo con petardos y bengalas, y llenaban de ceniza el patio trasero, él lo limpiaba sin quejarse. Aunque le gritasen a dos centímetros de la cara, Sam no pestañeaba.

La disciplina era (y sigue siendo) su recompensa más valiosa, además de haber cumplido la función de clavarle a martillazos una serenidad imperturbable dentro del cuerpo. Esa misma serenidad se vio quebrantada nada más poner un pie en el avión.

Señores pasajeros, sean bienvenidos a bordo de este vuelo de American Airways MX3228 con destino Boston. Su capitán al mando es Martin Taylor, asistido por el Primer Oficial Dell Kapoor. El tiempo de vuelo es aproximadamente de ocho horas. Antes del despegue, les pedimos que presten atención a la demostración de los aspectos de seguridad a bordo de este Boeing 737-800.

Tuvimos la suerte de que la señora que debía sentarse a mi lado estuvo de acuerdo en intercambiar su sitio con el de Sam, ya que nuestros asientos designados no coincidían. La anciana que tengo a mi izquierda, en la ventanilla, se durmió en cuanto el capitán saludó a los pasajeros a través de los altavoces, mientras que a mi derecha, Sam no deja de dar pataditas al suelo, atento a la demostración de seguridad que realizan las azafatas; por cómo se abrochó el cinturón nada más sentarse, diría que está un poco tenso.

—Jen, tienes que prestar atención —susurra Sam, sin despegar los ojos de la azafata más cercana. Como ya me sé las instrucciones de seguridad de memoria, estaba revisando algunas notificaciones en mi móvil.

—No me hace falta, he viajado unas cuantas veces. Además, mira —añado mientras saco un manual guardado en el bolsillo del asiento delantero—. Está todo aquí.

Sam coge su manual de seguridad, estudiándolo con tanto esmero que se me escapa una risita.

En caso de pérdida de presión en cabina, una máscara de oxígeno caerá automáticamente del panel que hay sobre ustedes.

Una expresión alarmada se forma en el rostro de Sam: esto me confirma que es su primera vez viajando en avión. Podría aprovecharme de la situación y tomarle el pelo, pero lo pasa tan mal con mis bromas, que decido guardármelas para otro momento, tal vez nuestro siguiente viaje. En su lugar, le agarro la mano, y apoyo la barbilla en su hombro.

—Sam, tranquilo. El avión no va a estrellarse ni nada de eso. —Todavía sigue muy nervioso, así que le doy un beso en la mejilla—. No pasará nada, estoy aquí.

El avión avanza por la pista, preparado para el despegue; lo único visible más allá de la ventanilla son las luces del ala izquierda, que parpadean en la oscuridad de la noche. Entonces, los motores rugen con fuerza, y Sam cierra los ojos, mascullando algo en ruso que no alcanzo a entender. A pesar de que está estrujándome la mano, no se la suelto: verle temblando como un flan despierta en mí el deseo de protegerle.

Pasan unos pocos minutos hasta que el avión alcanza su altura máxima, y unas pequeñas señales luminosas nos indican que ya podemos desabrocharnos el cinturón. Sam todavía es incapaz de relajarse.

—¿Cómo viajaste desde Rusia a Londres? ¿En parapente? —bromeo en un susurro.

—Cogimos un tren en Moscú hasta Bélgica. Y después viajamos en barco —responde sin abrir los ojos. Parece muy concentrado en no sucumbir al pánico cada vez que una leve turbulencia sacude el avión.

—¿Qué recuerdas de Voskresénsk?

Después de casi cuatro años de relación, había aprendido a pronunciar correctamente la localidad natal de mi novio, aunque mis conocimientos de la lengua eslava siguen siendo bastante limitados. Por fin, Sam entreabre los ojos.

—Recuerdo momentos concretos, más que lugares. Aunque sí me acuerdo de una capilla, cerca de un río.

Mis suaves caricias sobre su mano logran calmarle un poco, y sigue hablando:

—Tenía los tejados llenos de nieve. Mi madre... era muy religiosa —suspira con una discreta sonrisa—. Me dijo que, cuando los pecadores intentaban entrar allí, las campanas sonaban, haciendo que la nieve del tejado cayese y les aplastase.

Hay pocas cosas que disfrute más que escuchar las historias de Sam, ya que siempre vienen acompañadas de una triste y encantadora nostalgia, evocándome sentimientos mágicos, como de otra época. A mi parecer, Sam no deja de ser el niño de seis años que alberga la esperanza de reencontrarse con su madre, Oksana, tras una fatídica separación que le provocó la primera de sus muchas cicatrices; estoy segura de que esa separación fue el último recurso de una madre desesperada por darle un futuro mejor a su hijo, y que también la destrozó por dentro.

Oír a Sam hablar de Rusia con tanto cariño y respeto me deja sin saber qué decir cuando él me plantea sus dudas acerca de Boston. No es la primera vez que se interesa por mi ciudad, pero, ahora que vamos a vivir allí juntos, me siento en la obligación de destacar sus aspectos más positivos.

—Bueno... Hay donuts excelentes, tienes que probarlos. Qué más... ¡Ah! Los cannolis, tienes que probar los cannolis.

—¿Eso no es italiano?

Me resulta complicado describir Boston a alguien que nunca estuvo allí, o tan siquiera en el continente, ya que Massachusetts es muy diferente al resto de estados. Boston es simplemente... Boston. De hecho, su ambiente multicultural y lleno de historia no dista demasiado del de Londres.

—Te gustará, ya lo verás. Incluso diría que allí estarás como pez en el agua.

Sam no parece muy convencido por mi explicación. Justo entonces, una azafata con un carrito de comida nos ofrece algo del menú. A pesar de nuestro rechazo, ella se muestra más insistente con Sam.

—¿Seguro de que no quiere probar la barrita de almendras? Viene con una bebida caliente gratis —explica, inclinándose un poco sobre él. Hasta un tonto podría ver que está flirteando, pero Sam ni se da cuenta.

—No, gracias. Soy alérgico a los frutos secos.

Un poco después, el avión atraviesa una zona de turbulencias, y la misma azafata morena vuelve a aparecer, ofreciéndonos una manta. O más bien, ofreciéndosela a Sam.

—No, no. Muchas gracias —masculla él, en un intento por parecer calmado.

—¿Está seguro? Dormirá mejor con una. Son muy suaves.

—También es alérgico al algodón —salto yo.

—No son de algodón, son de poliéster —responde ella, algo molesta por mi intervención. ¡Qué tipa más pesada!

—Eso he dicho —declaro mientras apoyo el mentón en mi mano, presumiendo de mi reluciente anillo de compromiso. Sam se dedica a murmurar blasfemias en ruso que le ayudan a sobrellevar el viaje, completamente ajeno a todo lo demás, y por fin consigo que la azafata se marche.

Si me descuido un poco, los moscardones intentarán atacarle de nuevo.

El avión está casi a oscuras y sumido en un profundo silencio, únicamente interrumpido por los ronquidos de algunos pasajeros, mientras que otros usan la tenue luz superior para leer un libro. Ya han pasado cinco horas de viaje, y aún nos quedan otras tres. Por suerte, Sam fue capaz de conciliar el sueño, y está dormido como un tronco a mi lado.

Tengo demasiadas preocupaciones rondándome la cabeza, y emociones que ni me caben en el pecho, así que me pongo a revisar chats en mi móvil. Deslizo el dedo por la pantalla, hasta detenerlo sobre un mensaje que Mickey me mandó justo antes de que nos subiéramos al avión.

"Buen viaje, pequeña".

El mensaje viene acompañado por una selfie en la que salen Alana y él con una cara triste. Sonrío al recordar que, hace un par de días, mis dos amigos aparecieron sin avisar en mi apartamento con la excusa de organizar una despedida como Dios manda.

Michael Amery y Alana Miller, vaya par.

Les conocí en mi primer año de universidad. Alana era de esas típicas chicas con aires de superioridad que, sin razón aparente, me pilló manía y me hizo la vida imposible durante unos cuantos meses en la Facultad. Algunos de sus gestos más bonitos fueron esparcir el rumor de que me había criado en una granja de cerdos tejana, y encerrarme en una clase con la intención de dejarme ahí tirada durante una noche entera. Incluso yo a veces me pregunto cómo pasamos de querer estrangularnos a prácticamente ser uña y carne.

Por otro lado, está su amigo de la infancia: Michael, o Mickey, como le conoce todo el mundo. Desde el primer minuto, supe que me traería problemas por las confianzas que se tomaba conmigo. En su día, pensé: "¿Qué hace uno de los amiguitos de Alana involucrándose con "la granjera de Texas"?". Nunca llegué a entender sus acercamientos, ni su actitud impredecible, pero detrás de todo eso, tiene un corazón de oro. Mickey siempre me apoyó en mis momentos más duros, y le quiero mucho por eso.

Hago zoom sobre la imagen, estudiando cada detalle de sus rostros: la tez de Mickey sigue tan pálida como siempre, con su pelo azabache tras las orejas, y sus pómulos marcados; Alana, más vivaz y expresiva, apoya la cabeza sobre el hombro de Mickey. Durante estos últimos años, no han cambiado mucho físicamente, pero sus ojos manifiestan una madurez que antes no estaba ahí. Se me escapa un suspiro, y bloqueo el móvil.

El día de la graduación, Mickey le confesó a Alana que estuvo enamorado de mí; la noticia me dejó trastocada, y de repente, me vi posicionada en mitad de una complicada situación por varios motivos: primero, porque Alana llevaba colada por Mickey desde que eran pequeños, y la estuve alentando a que le conquistara durante tres años. ¡Tres años! Y segundo, porque al no ser consciente de sus sentimientos hacia mí, nunca tuve reparos en hablarle a Mickey de mi relación con Sam, y de lo feliz que me sentía a su lado.

Les había hecho mucho daño a los dos. Sin querer, sí. Pero eso no me hacía menos culpable.

Ninguno de ellos sabe que me enteré del enamoramiento secreto de Mickey, ni tampoco me han comentado nada al respecto... y creo que es mejor que siga siendo así. La despedida sorpresa que me hicieron es el claro ejemplo de que nuestra amistad es más importante que cualquier desengaño amoroso: la velada empezó con una cena, seguida de unas cuantas partidas de cartas, y terminó con un largo abrazo grupal que nadie quería romper, y la promesa de que pronto nos reencontraríamos.

Al girar el cuello, me topo con los ojos castaños de Sam, que me observan atentos.

—¿Cuánto tiempo llevas despierto? —le pregunto en voz baja. Él pestañea lentamente, con un aspecto somnoliento que me resulta adorable, y se arrima hasta acariciar mi nariz con la suya.

—Un rato.

Su proximidad hace que mi corazón se acelere; puedo notar su respiración sobre mis labios y empiezo a cerrar los ojos, esperando a que me bese.

Pero tras esperar unos segundos, el beso sigue sin llegar, por lo que abro los ojos sin comprender. Sam me observa como si estuviese viendo una obra de arte, con una pequeña sonrisa en sus labios.

—¿Qué miras, tonto?

—A ti —murmura. Antes de que me dé tiempo a protestar, acorta la distancia que nos separa con un suave beso. Me dejo guiar por sus labios, que se mueven perezosamente y disfrutan de los míos en la quietud del avión.

—Intenta dormir un rato más, todavía nos queda mucho viaje —susurro.

Sam se queda algo pensativo.

—¿Ya les echas de menos?

Creo que vio la selfie de Alana y Mickey. Una sensación extraña me oprime el pecho, y tardo unos segundos en asimilarla, e identificarla: sin duda, les voy a echar mucho, mucho de menos. Asiento con la cabeza, y nos sacamos una foto para mandársela a los amigos que ambos compartimos y que, aunque estuvieran a miles de kilómetros de distancia, jamás perderíamos.

Mientras me conecto al wifi del avión, camino por el pasillo central hacia el baño, y respondo al mensaje de Mickey con la foto que nos acabamos de tomar. Justo antes de meterme en el aseo, se escucha una notificación al fondo de la cabina, y me detengo con la mano en el pomo. Varias cabezas se giran hacia allí, pidiéndole al pasajero que silencie su ruidoso móvil.

Como no hay nadie esperando para ir al baño, permanezco de pie en el pasillo y compruebo en el chat que Mickey está en línea, así que le mando otro mensaje. Tengo un presentimiento extraño.

"¿Por dónde andas?".

La misma notificación vuelve a sonar en los asientos traseros de la izquierda. ¿Pero qué demonios...? Unos pocos segundos después, me llega una respuesta.

"En mi cama, ¿dónde si no?".

Como no le respondo, Mickey sigue escribiendo, y me salta un segundo mensaje.

"¿Por qué lo quieres saber? No seas malpensada, Jenna...".

Con el móvil entre mis manos, avanzo por el pasillo hasta llegar a la fuente del ruido que estaba molestando a todos los pasajeros: un chico y una chica, ambos con viseras y gafas de sol que tapan sus caras, hacen aspavientos en cuanto me acerco. Él se hunde en el asiento, mientras que ella se cubre con la manta, fingiendo estar dormida.

Para estar cien por ciento segura de mi corazonada, le envío un símbolo de interrogación a Mickey: el móvil que sostiene el chico vuelve a sonar. Confirmado, hay dos polizones a bordo del avión. En un movimiento rápido, le quito la gorra al que tengo más cerca, y me quedo atónita cuando descubro quién hay debajo.

—¡Hombre, Jenna! Qué casualidad —dice Mickey, tras recobrar la compostura. A su lado, Alana se quita las gafas, sonriéndome con cara de circunstancias.

No puede ser... ¿la parejita se ha venido a Boston?



***

¡Hola, ricuras! Menudo viajecito en avión 😂😂 ¿Qué os ha parecido el capítulo? Espero que lo disfrutaseis mucho 🤗

Bueno, pues Mickey y Alana ya han hecho su estelar aparición, y vienen a liarla parda... 🙌 ¿Qué creéis que vienen a hacer a Boston?

Quería dedicarle este capítulo a @alemirez_0 por los lindos mensajes que me mandas en Instagram y tu apoyo incondicional ❤️❤️ Muchísimas gracias, ¡de verdad! 🥺 Para cualquier cosa, podéis encontrarme en las redes y así compartir edits e historias geniales 👇

Nos vemos el viernes que viene, ¡con un cafecito! 👀☕



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