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Un abismo puede puede consumirlo todo con solo mirarlo. Es un peligro asomarte a sus profundidades, te arriesgas a que tu alma sea arrastrada, condenada al fondo de aquel hoyo oscuro, a ser parte de ese todo, de esa nada. A existir en la inexistencia.

Por eso, un alma prudente se mantiene a distancia de cualquier profundidad absorbente; mientras más oscura sea la adversidad, más debe ignorarse. Sin embargo, hay mujeres que viven de hurgar en las entrañas del averno más caliente, de sumergirse en las aguas más turbias y putrefactas, de ensuciarse del negro más espeso de la maldad humana.

Esas mujeres son amigas de cada pecado capital, conviven con ellos como huéspedes de una misma residencia y los pasean con orgullo mientras otros les temen por esa misma razón. Esas mujeres te escudriñan con una mirada y con solo un gesto de su boca te pueden desmoronar el futuro.

Brujas, las llamaban. Úrsula se daba a sí misma el título de Vínculo. El puente entre la Profundidad y la Tierra, que conecta la carne con el mundo espiritual.

En ese momento tomaba las manos de una clienta de avanzada edad, con sus brillantes hebras de cabello platinado deteniéndose a la altura de la barbilla, sus fuertes ojos azules profesando el temor de sus entrañas, y sus manos nudosas temblando entre su agarre.

Úrsula nunca esperó que Agatha Persè, la abuela de quien era, quizá, el mayor estorbo en su vida, acudiera en busca de sus servicios con tanta desesperación.

-Siento... -Úrsula cerró los ojos y dejó que la atmósfera la consumiera, que cada uno de los sentimientos negativos que manaban de ella fluyensen para que el ambiente se concentrara en un aura negra que respaldara sus palabras-. No es...

Soltó las manos de la anciana como si le quemaran, usó una toalla húmeda para limpiárselas y usó la misma para secarse el sudor de la cara. Pronto irrumpiría alguien al lavabo de mujeres, era mejor que dijese de una vez lo que tenía que decir y que se marchara.

-Lo siento, señora. No puedo ayudarla. Es muy oscuro. Debe... tenga cuidado, fuerzas oscuras se han apoderado de Atlantis y ni siquiera su sombra es de fiar. Duerma con la puerta bien cerrada, la luz encendida, busque a su otra nieta y protéjala. Yo... no puedo hacer nada más. Lo siento mucho, no tiene que pagarme.

Guardó un segundo de silencio y con un largo suspiro añadió:

-Este mal nos envuelve a todos.

Se enjuagó la cara en el lavamanos, metió sus amuletos y las cartas a toda prisa en su bolso y salió despedida del lavabo como si no pudiera soportar la presencia dentro del lugar, como si la puerta la hubiera vomitado.

La anciana estaba sangrando, lo vio. Tenía una mancha de sangre en el chal que envolvía su pecho. ¿Qué estaba sucediendo en aquel maldito barco?

Llegó al salón de fiesta donde todos bebían sonrientes, comían enamorados y se contoneaban al compás de la banda que tocaba con júbilo. Indiferentes, ajenos al peligro. Entre la multitud de clase alte, Úrsula fue hasta la mesa donde, en soledad, se encontraba la única persona que podía darle algo de claridad al asunto.

El muchacho le sonrió nada más verla, siempre presto, siempre animado, tan ajeno a la maldad que se arremolinaba alrededor de la bruja.

El parche en su ojo le daba un carácter peculiar a ese gesto, pero sus dientes siempre eran radiantes y capaces de reconfortar hasta a un malherido. Pero no en ese momento, nada podía aliviar los demonios internos de Úrsula; nada, salvo una respuesta satisfactoria a la que pregunta que estaba a punto de hacer.

Pero el muchacho se le adelantó.

-¡Hey! ¿Cómo te fue con...?

-No hay tiempo, Cangrejo, y preferiría... que no mencionaras nada al respecto. Cosas... cosas horribles...

Negó con la cabeza para sacudir sus temblores, pero el efecto solo le aceleró la respiración.

-Hey, ¿qué pasa? Estás temblando, Úrsula. -La agarró por los hombros-. ¿Quieres que llame a alguien?

-¡No! Por favor, no me toques. Solo... solo dime que sabes dónde está.

Entonces Cangrejo comprendió la raíz de la preocupación de aquella mujer de naturaleza firme e inquebrantable.

-Lo siento. No he tenido ni una señal de humo desde anoche cuando... cuando Atlantis falló.

Úrsula asintió, ensimismada.

-¿Te puede ayudar en algo?

-No. -La respuesta fue brusca, una artimaña para retener las gotas de pavor que amenazaban a la puerta de sus ojos-. O sí, hazme un favor: haz como que no me conoces. Si te preguntan por qué vine ahorita, fue por saber si tú sabías algo, y nada más. No somos amigos, ¿okay? Ni conocidos.

-¿Segura que estás bien...?

-¡Promételo, Cangrejo!

-¡Lo-lo prometo!

-Me voy.

No tenía ni que decirlo, ya se había levantado y su figura se alejaba lejos de la multitud.

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Nota:

Apuestas, hagan sus apuestas...

Otra cosita, este capítulo va dedicado a KRIS_242 que me llena de comentarios y que también me apoya por allá por Instagram. Eres un sol ♡

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