14
Cangrejo entró al fin al camarote de Ari luego de ser interrogado. Pudo haber esperado en el umbral de la puerta, o avanzar y solo saludar, pero era tal la ferocidad del sentimiento que contenía su alma que no midió su impulso y se arrojó a sus brazos.
El chico creyó que las lágrimas que le empapaban el cuello eran por la pérdida de la chica entre sus brazos; Ari, solo quería saber por qué lloraba.
Él le tomó el rostro resbaloso entre sus manos demasiado delicadas para su gusto, lo abrazó con sus palmas como si con ellas le pudiera proteger del dolor, y pegó sus frentes para fingir que con ellas juntas ninguno iba a derrumbarse. Sus narices se rozaban, una seca, otra húmeda, pero ninguna con intención de separarse. Y sus bocas, más cerca de lo que deberían estar los labios de dos desconocidos, se susurraban palabras que ninguno lograba entender; unas porque eran pronunciadas entre apasionadas bocanadas de aire, y otras porque se balbuceaban en medio de un llanto sin freno.
Se volvieron a abrazar, pero para ello tuvieron que separar sus rostros. Ari no soportó más de dos segundos de esta tragedia y le buscó la cara a su refugio recién descubierto para pegar sus bocas y acallar sus penas en un beso de mudas confesiones.
Las manos no tardaron en aburrirse de sujetar rostros y apretar cuellos, buscaban más porque ambas ansiaban subir el nivel.
Éxtasis y pena se mezclaron entre un apretón aquí, una caricia por allá, y unos dedos escurridizos abriéndose paso entre la inoportuna tela.
Hasta que Ari quiso tocar más abajo de la correa de Cangrejo. Esto fue suficiente para que el chico se apartara como consecuencia de una patada psicológica.
-¿Qué...? -Ari lo miraba horrorizada, incapaz de comprender lo que había hecho.
Cangrejo se apoyó de la pared como si el mundo le diera vueltas. En su rostro se leía la herida que ante la vista superficial era invisible. Respiraba con dificultad y sus ojos daban vueltas de un punto a otro del camarote, como si este diera vueltas solo para él.
Ari se le acercó con cautela, como si avanza hacia un león herido, y le puso una mano sobre el hombro.
-Podemos ir más despacio, si quieres.
-No, Ari... No tengo lo que tú esperas encontrar.
Todo fue claro entonces para la chica.
-Cangrejo...
-Yo lo arreglaré, ¿okay? Pronto... pronto voy a ser todo lo que tú quieres que sea. Voy a tener todo lo que te hace falta. Mientras... solo ten paciencia, ¿sí? No me dejes por esto, sé que puedo hacerte feliz, complacerte, solo necesito...
-Nada. No necesitas nada. Tanto como si algún día pues... cambiar eso, como si no, yo voy a estar ahí. ¿Está bien?
-Pero...
-Con calma. Te prometo que no hay prisa. Hablemos de otra cosa. -Le dio un beso en la mejilla-. ¿Te interrogaron ya?
-Sí, sí. El tipo está medio desesperado. Y no nos cree que vimos entrar a alguien más y tomar el lugar del príncipe. Tal vez sospeche de nosotros solo por eso.
-¿Tú sospechas de mí? -preguntó Ari.
-¿Qué cosas dices? Sé que no fuiste tú, estabas a mi lado. Amarrada a mí, por cierto.
-¿Y quién crees que haya sido?
-No puedo decirte.
Ari espera cualquier respuesta, cualquiera, incluso un "tú abuela", menos esa.
-¿Cómo que no puedes decirme?
-No puedo, Ari. Lo siento.
-¡¿Sabes quién mató a mi hermana?!
-No, no lo sé. Te lo juro. Pero...
-Pero sospechas de alguien.
Cangrejo asintió.
-¿Con pruebas?
Cangrejo guardó silencio.
-¡Tienes que decírmelo!
-¡No! No puedo. -La agarró por los hombros-. Tienes que creerme. Si creyera que estás en peligro te lo contara. Yo tampoco quiero que sea real, ¿entiendes? Y no te voy a meter ideas en la cabeza sin fundamentos sólidos.
-No me jodas, Cangrejo. ¡Dime quién...!
Alguien abrió la puerta. Era Úrsula, con las puntas sonrosadas de su cabello señalando en todas direcciones por un moño amarrado a las prisas. El sombreado de sus ojos y el delineado de gato le daban mayor profundidad al verde de sus iris que ya de por sí parecían en perpetua comunión con el inframundo. Además, solo un amuleto plateado de sus rituales de brujería cubría sus prominentes pechos, ya que la tela oscura de su top apenas alcanzaba a tapar sus pezones y la chaqueta de cuero a rebosar de atrapasueños se encontraba abierta, por lo que solo le protegía los hombros y acariciaba sus laterales.
-Cangrejo, sal de aquí -ordenó esta como si el lugar, y el aludido, le pertenecieran. La pintura vinotinto mate de su boca se acartonaba con sus palabras, esa sería una buena explicación para las grietas de color en sus labios.
Contra todo pronóstico, el chico ni siquiera preguntó la razón de la orden que se le dirigía, sin cuestionar, y sin mirar a Ari, se marchó del camarote.
Una vez quedaron solas la bruja se acercó a la chica y, sin razón aparente, la abrazó. Fue un gesto antinatural, incómodo, como un títere que es obligado a articular sus movimientos por la preferencia de una fuerza externa a su voluntad.
La chica no se movió durante un par de segundos, ni para corresponder ni para protestar, hasta que su mente y su cuerpo se conectaron de nuevo y fue capaz de empujar a la mujer que la aprisionaba en aquel gesto tan impropio.
-No me toques -escupió Ari a modo de sentencia.
-¿Por qué no? No me digas que te enamoró nuestro beso y que ahora te pone nerviosa tocar...
Callar a una mujer como Úrsula es un acto bastante complicado, pero más difícil aun es hablar cuando una joven de piel sonrosada, cabello castaño y manos suaves se aferra a tu nuca mientras agrede tus labios con los suyos y penetra el interior de tu boca con su angelical lengua.
-No jodas -exclamó la mujer limpiándose la boca con expresión de súbito desconcierto una vez Ari la hubo soltado de un empujón, acto que la dejó pegada de la pared.
-¿Te parece que le temo a algo, bruja? -desafió Ari.
Úrsula no respondió, se limitó a estudiar a la muchacha, a su pose de firmeza, a su expresión inquebrantable, y a pensar en la gran disonancia que tenía esto en una chica tan menuda y de apariencia inofensiva.
-¿Ahora no hablas, bruja? ¿Me vas a decir que te enamoraste y que temes delatarte si abres la boca?
-Cállate, niña -zanjó la rubia-. Yo no vine a molestarte.
-¿No? Ah, ya sé. Me dirás que estás aquí para que tu puño y mi cara escriban algún poema romántico, ¿no?
-No, estúpida. -Ahora la mujer se sintió con mayor seguridad de acercarse y le plantó frente a la más delgada-. Venía a decirte que lo siento. Por... la de tu hermana, es...
-Cállate la boca y sal de aquí.
-Okay.
Úrsula no necesitaba muchas señales para leer a una persona, parte de su trabajo era un manual de psicología, comprender las señales, interpretar las brivas, esa era su destreza. Interpretó con facilidad el la reacción de Ari a sus palabras como un terreno prohibido. Ella había marcado un límite, hasta ahí llegarían con el tema de su pérdida.
Sin embargo, cuando Úrsula se volteó para irse la voz de la chiquilla la detuvo casi con urgencia, como si un paso de distancia fuera suficiente agonía, como si la anticipación de su partida le revelara lo que sentiría al extrañarla.
-¿Sí? -Úrsula se volteó.
-Solo... ¿Cómo puedes estar con un hombre así?
-¿El príncipe? No es mala persona, lo pasaba muy mal con... bueno, imagino que ya te contó.
-¿Y le crees?
-Es tu hermana, ¿le crees tú?
Enseguida se arrepintió de lo que dijo. Para empezar, no debió haberla mencionado, y además, tal vez fuera mucho más doloroso hablar de ella como si todavía viviera a afrontar que su existencia era parte del pasado.
Pero Ari no reaccionó de mala manera.
-Le creo, solo porque sé que mi hermana se sentía asfixiada en esta vida que tenía. Pienso que esa... era su manera de mantener un poco de su libertad, de asegurarse que el hombre con el que estaba obligada a pasar el resto de su vida sin amarlo no iba a tocarla ni imponerse a ella.
-Sí, yo mejor que nadie sé que ella haría cualquier cosa para escapar de la vida que tenía.
-¿Tú? ¿Y tú por qué?
Úrsula adoptó una actitud evasiva y se dispuso a irse, pero Ari se aferró a decir lo que tenía por dentro.
-¿Sabes lo que le hizo a Cangrejo? -preguntó Ari.
Por la sombra que cruzó el verde de sus ojos, Ari supo que sí, lo sabía, pero por alguna razón decidió mentirle.
-No sé de qué me hablas.
-Me sorprende que te lo haya contado.
-Te equivocas, en serio. Él no me ha dicho nada. Hablando de Cangrejo, ¿tienen algo ustedes?
La respuesta de Ari jamás la vamos a saber, porque en ese momento alguien más abrió la puerta del camarote. Alguien del personal de Atlantis.
-Señorita Persè, no sabía que estaba acompañada. Lo siento. Pero tiene que venir conmigo. Y ya que su amiga está aquí, vengan las dos.
-¿Qué pasó?
-No puedo...
-Me voy a enterar tarde o temprano, ¿no? Dígame qué pasó.
-Hay... estem... avances en la investigación del asesinato de su hermana.
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Nota:
Esta actualización seguida es un regalo para PrinceFrost2005 y para JoselynAlducin por estar ahí pegaditos pendiente de mis actualizaciones y comentando.
Ya no falta nada para el final, me muero de emoción por mostrarles qué sigue.
Como siempre, me gustaría saber qué opinan del capítulo.
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