10

Ari despertó junto a su nuevo amigo. Se habían quedado roncando uno encima de otro en el sofá más cómodo que tenía el camarote.

La chica rió ante la idea de que la mayor de las Persè, su abuela, los encontrara ahí, a él tendido como un vagabundo con los pies sobre el cuero, y a Ari con la cabeza entre sus omóplatos y las manos aplastadas por su barriga mientras rodeaban su delgado cuerpo.

No sabía si se trataba de un efecto placebo que, habiendo conocido la información que antes se le ocultaba, la hacía creer que era tan obvia como de imposible la idea de que no lo hubiese adivinado con anticipo.

Él, era ella. O lo había sido, o nunca lo fue. Lo que importaba era que para Ari siempre sería Cangrejo, el chico, el que la hacía reír, el que la hacía desear ser alguien más que la hermana de.

Quisiera haberse quedado toda la noche acurrucada con él, despertarle para que le leyera otro capitulo de Matar a Cenicienta, tal vez hablar de sí misma como si tuviese algo que contar, o solo escucharlo porque era desgarradoramente hermoso mientras hablaba y sonreía hasta hacer torcer la cicatriz que le atravesaba el rostro.

Preferiría quedarse contemplando su atrayente espalda desnuda casi en su totalidad, solo interrumpida por la venda que ocultaba sus pechos femeninos. Debía ser horrorosa la situación de Cangrejo, saber que eres hombre, que tu alma y tu cerebro lo son, y verte obligado a vivir la maldición de llevar atributos de mujer y no poder arrancarlos como a cualquier otro accesorio.

Ari, definitivamente, quería quedarse con él. Pero tenía que buscar a su hermana.

Así que salió. Escapar de la intimidad del camarote y verse enfrentada a la magnitud de Atlantis, que era reconocido como "El primer palacio marino", fue como saltar por la plancha de un barco pirata al océano, a la boca de la furia acuática, donde lobos y leones tienen branquias y colas escamosas.

Los camareros lo veían y escuchaban todo, siempre husmeando, como gárgolas clavadas a los mástiles del barco para vigilar y dar voz de alarma en caso de problemas. Sin embargo, todos parecían haberse puesto una venda en los ojos al hecho de que la Sirenita había desaparecido. Habían escuchado el rumor, pero no sabían nada al respecto, en especial de su paradero.

Tenía sentido. En aquel momento, el último en el que se supo algo de la Sirenita, Atlantis estaba sumida en un auténtico caos. Paradas en medio de la nada, bajones eléctricos, bombillos que explotan... no solo era el escenario más oportuno para cometer cualquier atrocidad sin ser notado, sino que era demasiado conveniente para ser una coincidencia. Atlantis, hecha de oro y plata, grande y majestuosa, con los mástiles más altos y brillantes como torres de un castillo que hacen cosquillas al cielo, no podía haber fallado sin intervención. Imposible.

Por ello, Ari decidió cambiar el rumbo de su búsqueda para empezar por el final. Sí, por el último sitio donde se había visto y oído a la rugiente figura de su peligrosa hermana. Porque, claro está, la Sirenita era víctima o villana dependiendo de quién contara la historia.

Con esta idea en mente la chica Persè decidió que jugaría al detective cerca de la sala de entretenimiento, abriría la misma puerta que cruzó su hermana mayor y de ahí a una zambullida a las escaleras exteriores a donde la afamada Sirenita juró que iría.

Pero, de camino hacia allá escuchó ruidos extraños que le helaron la piel. ¿Sería posible que Atlantis no fuese un castillo de hadas sino de monstruos?

Alguien estaba siendo golpeado contra una pared. Súplicas ahogadas le llegaban a través de aquellos muros; «basta», «para» y «no tan fuerte» eran las peticiones de aquella mujer que estaba siendo lastimada. Ari se esforzó para captar mejor las características de las voces y se dio cuenta de que la mujer gemía como si estuviera a punto de llorar, pero su atacante no parecía dispuesto a detenerse y de vez en cuando se escuchaba un objeto caer o choques abruptos que incrementaban los lamentos de la mujer.

Ari no supo con exactitud por qué siguió acercándose. Puede que fuera porque sospechaba que sería su hermana, lo que explicaría por qué avanzaba hacia el peligro sin ningún arma que la defendiera, impulsada por la esperanza de ver a la Sirenita con vida, por no desperdiciar la oportunidad de salvarla. Por otro lado, ya que yo estoy contando la historia, permítanme apostar por lo que a mí me parece la interpretación más acertada. Creo, desde el fondo de mi inexistencia que me ha permitido presenciar el Todo como ningún ser vivo, que aquella jovencita era impulsada por algo más fuerte que la esperanza: curiosidad.

Sí, porque en el fondo de su inocencia autoimpuesta, ella quería ver la escena que allí se desarrollaba. Porque sabía que aquellos gemidos no eran de dolor, y que las súplicas no eran sinceras sino que albergaban un doble sentido.

Lo que ella no esperaba, era conseguirse en ese lugar a uno de los desaparecidos, el que debería ser el primer damnificado de cualquier daño que le ocurriese a la Sirenita: su prometido. Ahí estaba, por supuesto, justo donde lo dejamos en el capítulo anterior, pero de esto Ari no sabía nada. Por eso, como todo ser humano pasional al verse enfrentado al golpe repentino de una verdad demasiado grande, demasiado pesada, Ari arremetió en contra la bruja a la que él se estaba cogiendo.

Bastó con tomar el cepillo de aseo interno de la poceta. Goteaba, así que no hacía mucho que había sido usado para limpiar el excremento de alguien más; pero, ¿qué significado tenía un poco del deseño de unos intestinos en comparación a una joven desquiciada, segura de que está frente a los culpables de la desaparición de su hermana, armada y a punto de hacer erupción?

Así, Ari no arremetió contra el príncipe infiel que acaba de demostrar que su desaparición era infundada, tal vez sólo una forma de conseguir coartada, y que tenía más motivos que nadie para deshacerse de la Sirenita cantante; sino que se lanzó contra la bruja que se estaba cogiendo.

Le agarró las greñas untadas con la grasa de meses sin lavar, la despegó de la pared y la tiró al suelo donde comenzó atentar contra su rostro con el cepillo sucio que acababa de recoger.

Su ira la hizo soltar el artefacto de limpieza inmediatamente, una mujer enferma de ira, con un hambre de venganza tan voraz, no iba a conformarse con despeinar a la pobre tirada en el piso, no iba a detenerse hasta vislumbrar la oscuridad de la sangre, no llevaría al clímax a su venganza hasta escuchar un último y apoteósico grito de su víctima anunciando la proximidad de un silencio eterno.

Así que se lanzó sobre ella, con las uñas preparadas para hundirse en su cabello, aferrarse, y pegar su cabeza contra el suelo hasta que el pecho le explotara de la excitación.

Pero, como en todo plan maestro, había un gran imprevisto. El príncipe, al que todos ya habrán juzgado de inútil, estaba ahí. La parálisis de haber sido interrumpido a segundos de acabar su fechoría solo le duró un momento, la claridad cerebral llegó lo suficientemente a tiempo para sujetar a la loca y someterla mientras la bruja se incorporaba y la amarraba con las tiras de su brasier.

-Sugétala bien, amor -dijo Úrsula jadeando mientras aseguraba en nudo de los tobillos-, que le voy a dar una paliza tan épica que se va a reunir con su hermana antes de que...

-¡No!

Úrsula se detuvo, todavía agachada con las manos en el tirante anudado y la vista fija en su amante.

-Es una puta broma, ¿qué te crees? No la voy a matar, solo... a hacer que se familiarice con mis puños.

-¿Y luego qué? -El príncipe jadeaba, cagado de miedo por las dos piezas volátiles que temblaban tan cerca de él, incapaz de hacer nada para calmar a una y detener a la otra a la vez-. ¿La arrojamos al agua para callarle la boca? ¿Eso pretendes? No, nada de... de familiarizarse con puños.

-Vamos, cariño... -Úrsula se puso de pie, con Ari semi arrodillada sus senos exuberante le apretujaban la cara mientras la bruja le apretaba el rostro al príncipe- si van a ser solo... unos pequeños besitos de presentación de mis nudillos a su cara.

-¡No! Nada de...

Sin embargo, un grito de la rubia desgarró el aire y cayó por completo al cantante.

-¡La puta esta me ha mordido un una teta!

-Pues claro, si no me has amordazado, zorra.

Si antes el miedo no le había callado la boca a Ari, el estruendo de la palma de Úrsula al chocar contra su cara fue suficiente para esto.

La mujer, todavía inconforme, se arrodilló frente a ella y le agarró la barbilla para hacer que la mirara a los fríos ojos negros que ahora casi podían palpitar de excitación.

-¿Cuál es tu nombre, niñita? Es que... al lado del seudónimo de tu hermana te ves tan chiquitita que no se me había ocurrido preguntar antes.

Ari la miró con asco, con furia, como una perra a punto de lanzarse a morder, a nada de empezar a botar espuma. Y por ello recibió otra bofetada.

-¡Te he preguntado tu nombre!

-¡Ari! -gritó, no por el golpe al rostro, sino porque la bruja ahora le apretaba un seno con la presión de un alicate.

-Ari... -Úrsula asintió y sonrió. La presa no estaba ni la mitad de asustada que el príncipe, desconocedor de lo que podría pasar, incapaz de detenerlo, consciente de que, por más que su voluntad interna refutara, él sería conocido como un cómplice-. Pues mira, Ari. Si antes no te amordacé es porque esas son cosas que se le hacen a las perras rabiosas. Yo... pues, tenía entendido que tú y yo éramos dos chicas civilizadas capaces de razonar en medio de una... conversación aclaratoria.

-¿Una conversación de tu puño contra mi cara? Porque no te oí decirle al mariquito este que quisieras poner a marchar nuestras bocas.

-Uuuuy... pero, Ari, hubieses empezado por ahí. -Úrsula se reía, poco a poco se acercó a la más pequeña hasta que sus narices se rozaron. La tensión de la cautiva era plausible, pero la bruja no hacía más que brillar de ánimo con esa radiante curva en sus labios-. Hubieses empezado por decir... -Recorrió toda la forma del labio inferior de la joven con la punta de lengua perforada mientras la otra apretaba los ojos-... que todo lo que querías era que nuestras bocas...

La besó. Un pequeño abrazo de sus labios de menos de dos segundos, pero suficiente para ser calificado de beso.

-...se juntaran. ¿Es así como quieres arreglar todo?

-Bueno, ya. Deja a la niña en paz.

-¿Y a ti qué te pasa, macho?

El príncipe sabía que era mejor meterse con el diablo que con su mensajera, y no pretendía perder una alianza tan bien hecha como aquella. Necesitaba a Úrsula a su lado como al aire para respirar, pero no podía seguir de brazos cruzados con todo aquello.

-Lo siento, me exalté. Es que no quiero, amor, que te ensucies las manos. ¿Está bien? -Úrsula frunció el cejo-. Sal, que... yo sé exactamente lo que debo hacer con esta niñita. Te juro que después de esto no nos molesta más.

Ari trató de ver la cara del príncipe pero este la tenía muy bien sujeta, por otro lado, Úrsula todavía parecía desconfiada y lejos de estar convencida, pero no quiso molestarse más con un par tan patético.

-Okay. -Se puso de pie-. Tú te encargas de ella, si la matas, haré como que no te conozco, y si no... y habla... te mato primero a ti, y después a ella. ¿Va?

-Clarísimo, amor.

-Amor y un coño. Ya me das asco, haz lo que tengas que hacer, no quiero saber más nada de ti. Eso sí -lo miró a él y luego a la joven- que no se te olvide mi amenaza. A ninguno.

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Nota de autora:
Los he tenido varios días sin capítulos, pero no se me asusten, solo estaba avanzando. Para compensarlos aquí les tengo el capítulo más largo de toda la historia, espero me digan qué les ha parecido, qué nuevas teorías tienen, qué ideas les han cambiado.

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