Día 0: Los deseos fugaces

 Mi abuela mantuvo la sonrisa en su rostro arrugado mientras de mis labios no hacían más que salir palabras de incredulidad ante lo que me había contado. Cuando terminé, ella volvió a hablar sin dejar de sonreír.

—No soy quién para obligarte a creer, pero te aseguro que no fue ningún invento de mi subconsciente, ni ninguna alucinación. Lo tuve a mi lado durante tres días, pude tocarlo y hablar con él durante horas sin necesidad de hacer nada más. En algún momento aparecerá ante ti y tendrás que tragarte tus palabras.

—El día que eso pase seguramente los cerdos empezarán a volar.

—Cuidado con lo que dices, niña —me advirtió ella, poniéndose seria de repente—, porque quizá el día menos pensado veas a un cerdo volar y recordarás mis palabras.

Tuve que aguantar la risa para no hacer sentir mal a mi abuela, pero la conversación que estábamos teniendo empezaba a tornarse surrealista. ¿Cerdos volando? ¿Un hombre misterioso capaz de conceder deseos? Y si así fuera, ¿cómo podría seguir siendo atractivo o joven?

Esa historia no había quien se la creyera.

—Abuela, otro día seguiremos con la conversación, tengo que irme o llegaré tarde al trabajo.

Me acerqué a ella un poco más para darle un beso en la frente.

—Ten cuidado, Noelia —dijo como despedida.

Asentí mientras caminaba hacia la puerta agitando mi mano derecha.

···

A las nueve de la noche me despedí de Alba, la chica que tenía contratada en la librería, y coloqué el letrero de cerrado. Antes de marcharme coloqué bien algunos libros que los clientes habían dejado por ahí y limpié un poco el local. Después apagué las luces y salí, cerrando bien con llave. Las guardé en el bolso y comencé a caminar en dirección a la casa de mi abuela. Siempre que salía de trabajar pasaba por allí para ver que todo estuviera bien antes de irme a la mía. Solo esperaba que no repitiera la misma historia del misterioso hombre que la cautivó en su juventud.

«No puede ser real. Por mucho que lo afirme, no puede serlo» repetí en mi mente sin dejar de caminar. Seguía dándole vueltas a aquella increíble historia de magia y romance de la que mi abuela había sido partícipe. ¿Y si hubiera sido real y yo estaba equivocada? ¿Podría aparecer aquel hombre solo con un deseo expresado desde el corazón?

¡Parecía tan inverosímil!

Llegué pronto a mi destino y, tras comprobar que todo estaba bien y que mi abuela dormía plácidamente en su habitación, volví a la calle para ponerme rumbo hacia mi piso. Sevilla tenía esa magia incluso de noche, aunque en mi caso la prefería por el día. En mi cabeza había muchos peligros y tenía la certeza de que existían realmente. Entré en mi coche, que estaba aparcado cerca, y arranqué el motor para ponerme en marcha.

···

Aparqué el coche en la misma manzana en la que vivía y fui caminando hacia mi bloque de pisos. No había mucha distancia, pero por alguna razón, aquella noche me pareció interminable el camino. Las sombras de la noche parecían cernirse sobre mí y, entonces, entré en pánico. No fui consciente hasta que noté que mis piernas parecían fallarme con cada paso nuevo que daba y el aire comenzó a faltarme. Notaba la presencia cercana de alguien, pero por más que miraba hacia todas partes, no conseguía averiguar si era alguien real o solo producto de mi imaginación.

¡Maldita oscuridad!

Aligeré el paso para llegar cuanto antes a mi hogar, pero por más que lo intentaba, mis piernas no respondían como yo quería. Tuve la intención de gritar, pero preferí no hacerlo para no llamar la atención de los vecinos. ¿Y si solo era uno de mis ataques de pánico comunes?

Pero ¿y si era más que eso?

Mientras divagaba, sentí un empujón y, tras colocarme de frente a la fachada de un edificio, sentí otro cuerpo aprisionándome. Me resistí con todas mis fuerzas, lancé patadas al aire como pude, pero todo fue en vano. No fui capaz de zafarme de esa presencia que no quería revelarse ante mí.

Deseé con todas mis fuerzas, o al menos las que me quedaban, librarme de lo que estaba por llegar. De alguna forma era consciente de que no me esperaba nada bueno y mi pensamiento se acrecentó cuando empecé a notar unas manos sobando mi cuerpo. No podía ser otra cosa.

—Detente si no quieres sufrir mi ira —una voz masculina se alzó en el silencio de la noche.

Una voz que desconocía.

— ¿Y a quién se supone que debo temer?

Noté mi cuerpo más ligero. Despacio, más de lo que quizá pretendía, me separé de la pared e intenté girar la cabeza. Sin embargo, algo me impidió observar más allá del cuerpo de mi captor. Las sombras no me permitieron distinguir de quién era la figura, pues las luces de las farolas se encontraban lejos y la que teníamos cerca se había fundido.

Aunque no recordaba que estuviera apagada cuando llegué...

Me puse de puntillas y, al fin, logré distinguir algo más allá de las sombras proyectadas en ese lado de la calle. Una figura con sombrero se encontraba ante nosotros. Una figura deforme, a decir verdad. El pánico se apoderó aún más de mí al imaginar qué clase de criatura se había enfrentado al desconocido que se había atrevido a tocarme. ¿Y si lo que quería era divertirse conmigo también? No estaba pensando con claridad.

—No lo repetiré ¡déjala en paz!

El hombre no se movió del sitio, solo apretó los puños y se puso en posición de ataque. Al parecer, pretendía atacar a la figura del sombrero. De nuevo, y sin hacer ruido, me desplacé poco a poco hacia la derecha sin dejar de mirar la escena. Me fijé en los detalles una vez estuve en un lugar seguro y, con el pánico aún en el cuerpo, me quedé para saber cómo terminaba aquello.

El morbo podía más que mi propio miedo. Sin embargo, todo se tornó más negro en cuestión de segundos.

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