Capítulo. XIII
Mavra se reconcilió con su familia, con sus compañeros y amigos, con sus seres más queridos e incluso con personas que ya no están en este mundo. Su regreso brindó muchos sentires, de diferente intensidad para cada ser humano, mucho más profundos que el dolor, pena y aflicción que vivimos tras su partida; pero a pesar de su fragorosa llegada hubo silencio ante su bienvenida.
Tan solo han pasado unos días y ya fue requerida en el ejército, pues su título de caballero hoy más que nunca será llevado a la práctica, mucho más por culpa del rey, quien se niega a que pase a mi lado tan solo un segundo sin cumplir su misión... aquel juramento que hicieron hace años atrás.
Por otro lado, he tenido que dedicar mi tiempo a aprender del oficio de mi madre, que aunque no lo parezca ella quiso e insistió en aprender todo lo que hace el rey por si algún día ya no puede reinar, cosa que no es común.
A lo largo de la historia lo ha relevado varias veces y es algo que admiro de ella ya que, me ha contado, usualmente las esposas —ella dijo que no merecían ser llamadas reinas— que se sientan al lado de muchos reyes aprenden lo básico y eso es demasiado para ellas. A su diferencia, mi madre está aquí, dispuesta a cargar el peso que conlleva tener una corona en la cabeza.
«Me han dicho que soy monstruosa... Me llegaron a llamar mujer antinatural», fueron las frases que me compartió al explicarme que el ser una reina capaz de sacrificar por su pueblo y de entregar todo de ella para mantener su reinado próspero e intocable lleva consigo una maldición.
«No soportan la idea de ver que una mujer esté al mando», recordé sus palabras.
Siglo XVIII, 1710, 19 de abril
2:36 P.M.
—Un monarca depende de su pueblo —me explica mientras revisa unos documentos.
Su oficina se encuentra en el ala izquierda del castillo, a espaldas del invernadero. El rey le regaló este espacio con tal de que sus tesoros naturales más preciados se encuentren en el mismo lugar, además de que a sus palabras «resalta a mi madre de una forma divina».
—Que no se te olvide recibir el sol en la espalda, hija, mínimo diez minutos al día —me comenta.
—Ya sé que estoy muy blanca. —Mi madre rio.
—Para que un monarca se siente en el trono su pueblo tiene que apoyarlo, sin él la corona no es nada ni nadie.
—¿No hay forma que alguien nos dé la espalda? Hablando de tierras, los dueños son ellos.
—Son de tu padre.
—¿Del rey?
—Tu abuelo, Eliseo, le entregó Vreoneina en sus manos.
La observé aun con hambre de respuestas y ella suspiró un poco.
—En 1649 tu abuelo ya se había ganado estas tierras, llegó aquí con la intención de acabar con las guerras injustas que se desataron y terminó con un territorio para reinar a pesar de ya ser rey. Tu padre nació en 1654 y cuando cumplió veintiún años de edad tu abuelo le entregó Vreoneina.
—¿Por qué siendo tan joven?
—No era tan joven, yo para ese entonces ya lo conocía —dice entre risitas cálidas y nostálgicas—. Pero tu abuelo también quería retirarse del trono, estaba cansado.
—¿Y eso mismo hará el rey conmigo?
—No con esa intención, hija, nosotros permaneceremos a tu lado y al de tu esposo.
—No voy a casarme, madre.
—Entonces no llegarás al trono nunca... —espeta decepcionada— lo último que queremos es que quede en otras manos, hija. Tu abuelo luchó sin descanso por este lugar, tu padre también lo hizo y yo que pasé por todo a su lado te imploro que hagas algo al respecto Dabria. No puedo dejar mi hogar en las manos de cualquier tirano.
La miré con lástima y comprendí absolutamente todas su razones para estar así.
—Eres la única persona capaz de reinar, hija mía, has trabajado por ello e incluso has dedicado toda tu vida solamente para cumplir con ese objetivo.
—En contra de mi voluntad —espeto árida.
Sus ojos temblaban mientras me observaba, mi madre nunca me ha hecho nada, incluso me ha apoyado cuando todos me han mirado y juzgado por como soy. ¿Cómo puedo estarle haciendo esto?
—¿No podrías intentar? —me inquiere con esperanza y sinceridad
—No... no, no. —Me llevé una mano a la frente y fruncí el ceño bajo esta—. ¿Sabes lo que me estás pidiendo?
—Sí, hija... algo que jamás pensé que te pediría. —Hizo una pausa y siguió insistiendo, como cualquier otro día—. Tenlo en consideración Dabria, por favor, no estamos hablando de qué flores plantar juntas y cuales se matarían entre sí si conviven.
—¡¿Qué hago cuando mi corazón late por alguien?! —le inquiero desesperada y con poca paciencia—. No puedo, madre, no puedo estar con un hombre, menos cuando no lo deseo.
—Yo no te juzgo, hija, y menos lo hará tu padre. —Pensé unos segundos para decidirme en si contarle toda la verdad o ser precavida, no puedo confiar ni siquiera en ella en este mundo.
—Es alguien que no puede ser rey mamá... Jamás podría serlo —le comento entristecida.
—Dale una oportunidad, mi cielo, quizás sea bueno —me alienta.
—Ni siquiera sé si es amor de verdad —escupo sin más, contándole una parte de toda la realidad que cargo en mi espalda.
—¿Por qué dudas?
—Porque temo que sea solo el entusiasmo de volver a tenerla... esa persona —me corrijo con rapidez al delatarla— es muy importante para mí.
—Tienes que apresurarte, mi cielo, tu padre no puede esperar más. Pronto serás reina y necesitas tener un marido para poder serlo.
—No necesariamente —le digo y ella relajó su mirada, es desafiante por naturaleza y muy abrumadora.
—¿Y qué piensas hacer? —me inquiere interesada—. ¿Matar a tu padre?
Alcé la cabeza y la observé de la misma forma en la que ella lo estaba haciendo, no puedo bajar la guardia hoy ni nunca.
—Tu cinismo no llegaría tan lejos, Dabria. Deja de decir estupideces y consigue a un hombre antes de que tu padre te mande detrás de alguno.
—¿Mandarme?
—Hay reyes extranjeros que aceptan ofertas.
Reí incrédula de lo que acaba de decir.
—¿Eso es en serio? —le pregunto boquiabierta con una sonrisa chueca.
—Te advertí que no estamos hablando de cualquier cosa.
—No puede ser cierto —bufé escéptica—. ¡Creí que eras diferente al resto! ¡¿Crees que yo me voy a ir a arrastrar detrás de un hombre implorándole que se case conmigo?! —le alzo la voz con poca paciencia.
—¡¿Tú estás cooperando?! ¡¡Di que te permito elegir con el corazón!! —me contesta en el mismo tono—. Tú sabes bien que yo puedo arreglarte cualquier matrimonio a mi conveniencia y la de toda mi gente... y aun así no lo hago por ti.
—Eres igual que él.
—¡A mí no me vas a hablar así, hija!
—¿Ya tienen planeado todo? ¿Cuál es la peor opción? ¿Desaparecerme?
—¡¡Yo quiero que seas una reina!! —Se desplomó en su lugar y suspiró con pesadez—. No eres capaz de comprender la importancia de esto... me estás dejando sin opciones hija... y lo que sigue no te va a gustar.
Reprimí mi llanto tanto como pude, no quiero nada de esto... me da miedo reinar y todavía me quieren sumar a la espalda tener de marido a un completo extraño.
—Dame más tiempo —le pido rendida después de pensar.
—¿Y qué harás si te lo concedo?
—Permíteme ir a ver a mi pueblo —le pido sincera—. No voy a reinar un lugar que desconozco... y te prometo que en el camino buscaré a alguien digno. Si no lo encuentro aquí me iré más lejos a buscar.
—Si te vas más lejos tu padre interferirá completamente, yo no podré hacer nada.
—Está bien...
—Ve, hija —me dice en un suspiro—. No retrasaré más tu decisión, es bueno ese interés que tienes por la nación...
—¿Puedo partir en tres días?
—¿Es suficiente tiempo para hacer todos tus preparativos?
—Sí, y me llevaré a mis guardianes.
—Por parte de tu padre no creo que eso iba a ser una opción, pero me parece bien.
—Gracias.
Se levantó de su silla y caminó hacia mí con una cara tierna.
—Mi mayor deseo es que seas feliz, mi cielo —dice contra mi espalda cuando me abraza firmemente—. Quiero que estés bien.
—No quiero reinar —le confieso en un sollozo.
—Yo sé que tú vivirías perfecta en una casa pequeña, a las afueras del mundo, en una montaña junto a una cascada y muchas flores silvestres... Pero tienes un deber, mi cielo, piensa en mí, en el trabajo que costó poder crear todo esto... No fue fácil, nada lo será si realmente es así de bueno.
Sollocé sobre su hombro, no sabía qué hacer, no sé, le tengo miedo a esa ausencia, a la duda... No confío en mí misma si hago todo esto sola.
***
—¿Qué hago contigo? —le pregunto a mi silueta en el espejo.
Después de conversar con mi madre corrí hasta mis aposentos, me quería deshacer de toda la ropa lujosa, innecesaria y ridícula que usan las personas de alta clase y terminé mirándome, examinando cada detalle de mi cuerpo deforme.
—¿Cómo llegamos hasta este punto? Mírate... tu cuerpo esquelético... —me desprecio—. Realmente la amamos, ¿no es así? Dependemos de ella... Eso es todo...
Me quedé un buen rato observando a la joven sin metas, sin esperanza y sin ganas de continuar. ¿Por qué es así de pesado? ¿Cuándo comencé a cargar todo esto?
—Necesitamos buscar una solución —me dije a mí misma un poco motivada—. No podemos estar así todo el tiempo, soy muy talentosa para esto.
Busqué en mi ropero unos pantalones, saqué un conjunto sencillo pero recordé que en el cuartel no puedo ocultar ni disimular mi presencia —ese es uno de los lugares donde no puedo hacer nada— por lo que opté por un vestido fresco y ligero de una tonalidad morada suave.
Si alguna vez mis flores llegan a morir les doy otra oportunidad para seguir viviendo conmigo por medio de mis prendas. Recuerdo que este lo teñí con lavanda, fue de los primeros vestidos que hice y quedó muy bien. Me cepillé el cabello y me percaté de que necesito darle otra capa con henna, mis raíces rubias se quieren asomar pero no lo permitiré.
Me llevé el regalo que le preparé a Mavra y me dirigí a la cocina, la caja contiene ropa ligera y calzado nuevo, con ayuda de Arno puedo volver a entregarle el par que mi tío le obsequió cuando era pequeña, su padre conservó los diseños que hizo y no puedo estar más agradecida. Sé que le va a encantar.
Toqué la puerta trasera de la cocina, en el huerto vi que tenían sandías y pepinos, la cosecha de abril será buena.
—¡Princesa! —me saluda el chef.
—¿Cómo se encuentra de su salud? —le pregunto de antemano.
—Ya estoy mucho mejor —me dice entre risitas rasposas—, solo fue un catarro.
—Me alegra saber que está mejorando —le confieso con alivio.
—¡Tengo que estarlo! ¿Sino quién les cocinara los manjares irreales que hago solo yo?
—Tiene razón —acepto entre risitas.
—Entre, entre, ¿por qué se queda afuera? —me invita y yo lo seguí—. ¿Trae consigo algo que quiera preparar, su alteza?
—Este es un regalo —le muestro la caja decorada con una obra de arte por fuera que yo misma pinte hace mucho tiempo— para Ansel.
—¡Qué bello!
—Vine a hacer henna, ¿cree que tenga espacio chef? —le pregunto dudosa.
—¡Para usted siempre, princesa! Ni me lo pregunte de nuevo, estoy a sus órdenes.
Me llevó a un costado de la cocina y me trajo todos los materiales que necesito, pues los guardo aquí en su almacén, mientras yo me lavaba las manos y me ponía un delantal.
—Aquí esta el polvo de henna, té negro, agua caliente, jugo de limón, canela y el aceite de eucalipto. Un tazón y espátula de madera, la última vez que usamos el tazón de plata se dañó ¿cierto?
—Sí... se hace fea con el metal.
—Una vez que termine deje todo aquí, no se preocupe, yo me encargo de guardarlo.
—Mañana vendré por ella.
—Perfecto, si me disculpa, iré a cocinar.
—Muchísimas gracias —le digo con una sonrisa.
—Estoy a sus órdenes, su alteza —me corresponde alegre.
Organicé mi espacio y arremangué las mangas del vestido, si lo mancho se acabó su vida moradita.
—¡La henna ya está colada, su alteza! —me avisa repentinamente mientras se aleja.
—¡Muchas gracias, chef!
Vertí un poco de polvo en el tazón de madera, no necesito tanto ya que solo retocaré mis raíces y un poco mis cejas, quizá también me quiera pintar las uñas así que lo pensé un poco. Si la refrigero puede durar unos cuatro meses, pero no quiero desperdiciar tanta...
—¡Ah pues si me queda un poco puedo pintarle algo a ella! —expreso mi idea ingeniosa en voz alta.
Vertí la mitad del saco mediano y le agregué el jugo de limón, le puse una cucharadita de aceite de eucalipto y también azúcar mientras lo mezclaba. Ya olía muy fuerte pero antes de incorporar canela para controlarlo le añadí el té negro concentrado. Lo batí bien y antes de guardarla le lancé un chorrito del agua caliente para que no estuviera tan espesa. La cubrí con tela y me fui muy contenta al almacén porque no derramé nada hoy, manché un poco el mandil pero no es nada grande.
Ordené los materiales que me entregó el chef para que solo tuviera que ir a guardarlos porque no sé cuál es el lugar exacto donde los deja y sinceramente no me gustaría perturbar o alterar su espacio, sé perfectamente cómo se siente.
No lo miré cuando fui a dejar el delantal en su lugar ni en mi camino hacia la salida, cuando lo vea mañana le agradeceré el haberme hecho el trabajo más sencillo. Tomé bien entre mis manos el regalo de Mavra y me dirigí al cuartel.
No sé cómo cuando éramos pequeñas íbamos del castillo hacia allá y viceversa cuando la distancia no es corta. Sí que éramos energéticas, no cabíamos en un solo lugar, y pobres de los tres señoritos que siempre estaban detrás de nosotras. Caminé de espaldas un poco por mis rodillas rechinantes y recordé la vez que usamos tablas sacadas de quien sabe donde para deslizarnos por una colina. Me carcajeé en voz alta y seguí mi camino, hay muros divisores entre el castillo y el cuartel, recuerdo que unos los construyeron cuando los juegos se llevaban a cabo.
—Los juegos... —susurro para el viento mientras dejo que mi vista se pierda entre las enredaderas que escalan con pena y gentileza todos los muros.
—Mire hacia el frente, princesa —me aconseja una voz reconocida, tan familiar que mi piel se erizó y mis sentidos se agudizaron al no notarla—, no quiero que se lastime aquí.
—Mavra —la nombro sin aliento y con emoción.
Caminé rápido hacia ella, me derretí bajo su mirada, mi corazón se agitó al verla y al regalarme esa sonrisa deslumbrante bajo el sol hace que no pueda si quiera respirar el mismo aire que la rodea. Me recibió entre sus brazos y antes de abalanzarme cargué la caja con una mano para que nuestros cuerpos pudieran reunirse.
—Yo también quiero un princeso que corra hacia a mí así de apasionado y contento como Dingo —solloza falsamente Asmodeo detrás de ella—. Les juro que pensé que era para mí.
—Ya quisieras —presume Mavra sobre mi cabeza, disfrutando nuestro contacto.
—¿Qué hacen aquí? —les pregunto sonriente a los cuatro.
—Estamos descansando, el aire entre los muros corre con fuerza y nos refresca mucho cuando sudamos.
—Se pueden enfermar —les advierto.
—Maël ya se enfermó, pero pronto se alivia. —Mavra se rio y yo la acompañé.
—Se ven idénticos a cuando eran niños —espeto, observándolos con cariño—. Su cabello está del mismo largo... quién diría que estaríamos aquí, juntos, después de tantos años.
—Quién lo diría —dice Mavra en voz baja, con una sonrisita, bajó la vista y nuestros ojos chocaron.
—Les tengo una noticia —anuncio con voz entrecortada por los nervios que me provoca, aun no me acostumbro a verla así, le queda muy bien el cabello corto—. Nos iremos de viaje.
—¡¿Nos iremos a otro lugar?! —exclama Asmodeo entusiasmado.
—¿A dónde? —pregunta Nazaire curioso, con sus cejas hacia arriba por la sorpresa.
—A conocer Vreoneina.
—¡Nos escapamos del infierno! —grita Asmodeo mientras brinca alegre con Maël, tomados de la mano y dando vueltas.
—¿Por gusto u obligación? —me pregunta Mavra y todos guardaron silencio.
—Ambos —le respondo sonriente y todos festejaron.
Mientras todos brincaban y daban vueltas contentos Mavra se acercó a mí y le tendí la caja instintivamente.
—¿Es para mí? —me inquiere con una sonrisa inmensa.
—Sí, de mi parte, con mucho amor.
—No debiste de pero muchas gracias Dabria... en verdad muchas gracias.
Me dio un beso en la frente y las dos nos sonreímos al separarnos.
—Aah mírenlas, ya crecieron tanto las pequeñas crías —exclama enternecido Asmodeo.
—Yo no puedo verlas —espeta Nazaire, resaltando y haciendo un tono ofendido a sus palabras.
Todos nos reímos, junto a Nazaire, que a pesar de no poder vernos sabía bien cómo somos por medio de su tacto y por su gran imaginación puede deducir escenarios exactos, sumando sus poderosos sentidos.
«¡Qué emocionante!», exclama Maël, por medio de tarareos, contento.
—¡Tienes razón! —dice Asmodeo.
Parecen niños pequeños con permiso a salir a explorar los alrededores de su hogar, ver sus cabellos alborotados brillar debajo del sol que va a dormir me lleva al pasado, la escena me enterneció el corazón y mientras yo me reía con ellos Mavra se mantuvo a mi lado con nuestros dedos entrelazados.
Este es el inicio de nuestra próxima aventura, y me da muchísimo gusto que sean ellos, aquellas personas con las que crecí, las que me protegieron. Es una familia bonita, mi favorita.
════════ ⚠️ ════════
Dato importante/curioso:
• El mandil/delantal comenzó a usarse en el año 1200 como protección para la ropa de los chefs y artesanos de la época, incorporándose un siglo después a las tareas de la casa que realizaban las mujeres
• El catarro común (resfriado común) es una infección vírica del aparato respiratorio, que normalmente cursa sin fiebre y se manifiesta con inflamación de las vías respiratorias superiores: nariz, garganta, traquea, laringe, senos nasales y oído.
• Euforia. El significado de la palabra como la conocemos hoy en día [Exceso de alegría y bienestar que no tiene motivos o es desproporcionada a la situación vital real; puede ser síntoma por ingestión de sustancias.] fue documentado por primera vez en francés en 1732. Antes (desde 1554) la palabra se conocía por significar algo así como cualidad de soportar bien, y significaba sobre todo fuerza y brío para soportar.
¡Muchísimas gracias por leer! 🌞 No se olviden de darle click a la estrellita de aquí abajo ↙️ ya que esto me ayuda mucho como autor. ¡Nos vemos en el próximo capítulo!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top